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En el 83 cumpleaños de Fidel Castro

Testimonio

Fuentes: Rebelión

La primera vez que vi a Fidel Castro en persona, posiblemente haya sido en alguno de los actos masivos que se celebraron en La Habana en las primeras semanas del año 1959, después de haber derrotado la sangrienta dictadura proimperialista de Batista. Por entonces, ya para mi Fidel era todo un personaje mitológico: había dirigido […]

La primera vez que vi a Fidel Castro en persona, posiblemente haya sido en alguno de los actos masivos que se celebraron en La Habana en las primeras semanas del año 1959, después de haber derrotado la sangrienta dictadura proimperialista de Batista.

Por entonces, ya para mi Fidel era todo un personaje mitológico: había dirigido una insurrección nacional después de asaltar el Cuartel Moncada en 1953; cumplido años de cárcel y después exilio en México; organizado la expedición del yate Granma en la cual trajo a la Sierra Maestra 82 jóvenes combatientes, entre ellos el Che y Raúl, los cuales iniciaron la lucha guerrillera e insurreccional que levantó a todo el pueblo con el objetivo de destruir el corrupto sistema político e iniciar una nueva vida.

Cuando luchaba en las montañas, yo era un jovencito que seguía apasionadamente sus noticias y sus informaciones a través de la «Radio Rebelde», que transmitía de forma clandestina y que había que escuchar a escondidas.

Su pensamiento martiano y su ejemplo de valentía personal ejercieron en mi y en la generación a la que pertenezco, una atracción irresistible.

En los meses finales del año 1960, cuando después de cumplir con mi trabajo en una fábrica, asistía a la universidad en estudios nocturnos, lo comencé a ver frecuentemente de cerca pues acudía allí para dialogar directamente con los estudiantes de manera informal como método muy especial de conocer la opinión pública.  Eran meses de intensa lucha de clases y de crecientes agresiones y amenazas provenientes de los Estados Unidos.

Fidel «tiene luz larga», dicen popularmente los cubanos para indicar que es capaz de ver más lejos que las otras personas, aludiendo a su capacidad de prever los acontecimientos.  En referencia a esta cualidad, un famoso ministro de relaciones exteriores e intelectual cubano dijo más: «es capaz de ver lo que sucede al doblar de la esquina».

Recuerdo que como siempre, dando él ejemplo, en esos meses finales de 1960, hizo la prueba de caminar 62 kilómetros en una noche, meta que fijó como condición para los que quisieran integrar de forma voluntaria los nuevos batallones de milicia, previendo la creación de un gran ejército popular para enfrentar las agresiones que ya vislumbraba.  Fui de los primeros en enrolarme en aquel llamado y caminé por la ruta escogida desde las 8 de la tarde hasta las 8 de la mañana junto a cientos de compañeros, que aún con los pies destrozados y adoloridos, perseguían la meta que les daría el derecho a cursar una escuela militar y formar los batallones para defender la Patria.

En enero de 1961, ya organizados en unidades militares, nos convocó para un campamento militar donde personalmente nos explicó la misión que debíamos cumplir: ir a las montañas del centro de Cuba para limpiarlas de bandas contrarrevolucionarias que la Agencia Central de Inteligencia de los EEUU estaba fomentando allí.  El supervisaría sobre el terreno la forma de combatir a estos criminales.

Pocos meses después, en abril de ese mismo año, cuando con mi batallón avanzaba para derrotar a los mercenarios que habían desembarcado en Playa Girón, Bahía de Cochinos, en un pueblito ya cercano a la costa llamado San Blas, en medio del humo de recientes combates, lo vi llegar para dar orientaciones de cómo llevar adelante la ofensiva final y decirle a los artilleros de una batería de cañones de 122 mm. que tomaba posición en ese lugar: «disparen sin cesar hasta el último proyectil».  Fidel siempre ha estado en la primera línea de combate.

En los días luminosos de la «Crisis de Octubre» o «Crisis de los Misiles», como también se le conoce, en ese mes de 1962, cuando acudía de noche a la universidad después de concluir  jornadas abriendo trincheras en las cercanías de La Habana, encontrábamos muchas veces a Fidel que escapándose de sus altas responsabilidades iba a intercambiar opiniones con los estudiantes sobre los peligrosos acontecimientos que se estaban produciendo. Tengo la impresión de que él se alimentaba escuchando a los jóvenes que manifestábamos nuestra indignación y firmeza ante la posible agresión nuclear y ante el descarado vuelo de los aviones militares estadounidenses que por esos días violaban nuestra soberanía.

Después, cuando tuve otras responsabilidades políticas, participé en muchas reuniones con Fidel acompañando delegaciones extranjeras que él recibía.  Me llamó siempre la atención que una persona que había sufrido cárcel y enfrentado todo tipo de situaciones difíciles, que podrían haber endurecido su carácter, hablara a sus interlocutores con extrema amabilidad y hasta dulzura.  Su forma de saludar incluso, era delicada, extendía su mano suavemente y nunca apretaba la de la persona que recibía.

Una característica de estos encuentros era su gran capacidad de convencimiento, «siempre ha sido un encantador de serpientes», oí decir a alguien.  Sin dudas una de sus grandes cualidades es su poder de persuasión, así como su infinito espíritu solidario con las causas justas.  

Otro rasgo característico de su personalidad es su increíble memoria, pues es capaz de citar detalles, cifras y hechos de tal forma que puede competir con las supercomputadoras. Se ha dicho que durante la guerra en la Sierra Maestra siempre calculaba y llevaba la cuenta exacta de cuantas balas tenía cada combatiente. En dirección opuesta, interroga a sus interlocutores partiendo del supuesto que también deben poseer esa misma cualidad memorística, les pregunta de todo, incluso sobre detalles que sorprenden aún a los que se suponen se han preparado cuidadosamente para la entrevista con él.

En marzo del 2003 me encontraba como embajador en Iraq y el gobierno de Cuba, ante la certeza de que los EEUU lanzaría su ilegal ataque contra ese país decidió que permaneciéramos allí como señal de protesta  ante la criminal acción y en gesto solidario con el hermano pueblo árabe.  El día 20, después de la primera oleada de bombardeos, recibí la llamada de Fidel para interesarse por nuestra situación y preguntarme por detalles que nadie podría prever en medio de una situación de guerra como la que allí estábamos viviendo: ¿Qué desayunaron hoy?, me dijo. ¿Sabes como hacer yogurt?, pasando después a darme la fórmula para confeccionarlo. Pienso que los sofisticados sistemas de escucha y de descodificación yanquis deben haberse perturbado tratando de descifrar las instrucciones secretas que Fidel le estaba trasmitiendo a su embajador en Bagdad.

Durante los primeros 15 días de guerra, me llamó frecuentemente, a veces en varias ocasiones el mismo día, se preocupaba por nuestra situación y por nuestro estado de ánimo y preguntaba detalles de lo que observamos en nuestros recorridos por Bagdad y nuestras apreciaciones sobre la situación bélica.  Pero por mucho que me preparaba para responder a sus preguntas, siempre me preguntaba cosas no previstas por mi lo que me llevó al convencimiento de que era su sistema para obligar a los demás a tratar de prever incluso lo imprevisible.

Sin embargo, estos diálogos telefónicos se caracterizaban por su carácter fraternal y hasta paternal.

En este su 83 aniversario, quiero rendirle homenaje citando algo que José Martí escribió sobre la condición humana:

«CUANDO HAY MUCHOS HOMBRES SIN DECORO, HAY SIEMPRE OTROS HOMBRES QUE TIENEN EN SI EL DECORO DE MUCHOS HOMBRES.  ESOS SON LOS QUE SE REBELAN CON FUERZA TERRIBLE CONTRA LOS QUE LES ROBAN A LOS PUEBLOS SU LIBERTAD, QUE ES ROBARLES A LOS HOMBRES SU DECORO. EN ESOS HOMBRES VAN MILES DE HOMBRES, VA UN PUEBLO ENTERO, VA LA DIGNIDAD HUMANA.  ESOS HOMBRES SON SAGRADOS.»

Ankara, 13 de agosto de 2009.

Ernesto Gómez Abascal es Embajador de la República de Cuba.