Leo en el diccionario de sinónimos los equivalentes del verbo contaminar, a fin de hacerme una idea más precisa de su contenido. Encuentro lo siguiente: «contaminar: envenenar, infectar, intoxicar, encizañar, empozoñar, viciar… No sigo. La cosa es grave. Da toda la pinta de ser algo así como una mezcla de virus del sida y pecado […]
Leo en el diccionario de sinónimos los equivalentes del verbo contaminar, a fin de hacerme una idea más precisa de su contenido. Encuentro lo siguiente: «contaminar: envenenar, infectar, intoxicar, encizañar, empozoñar, viciar… No sigo. La cosa es grave. Da toda la pinta de ser algo así como una mezcla de virus del sida y pecado original, macerada ella en el caldo del terrorismo que todo lo invade. ¡Vade retro!
Ha sido la palabra de moda durante estos días. Al margen del final que los tribunales den a este «thriller» en los próximas días, de momento más de 450 listas de candidaturas populares y de ANV/EAE han sido analizadas una a una, nombre a nombre, para comprobar si las mismas estaban «contaminadas». Doce mil personas han sido investigadas y se ha desgranado minuciosamente su curriculum político, electoral e ideológico. Al final, lo que se temía: la mayor parte de ellas estaba infectada gravemente. Trescientas cincuenta listas han sido impugnadas y más de ochenta mil firmas de apoyo han sido arrojadas a la basura sin mayores miramientos.
Durante estos días me he sentido vigilado, investigado, subrayado, fosforitizado, informatizado, manoseado. En 1476, las Cortes de Madrigal (Reyes Católicos) acordaron que los judíos debían llevar señales distintivas. En el siglo XX, Hitler, que tantas cosas copió de aquellos santos reyes, volvió a hacer lo mismo. Y hoy en día, en la democrática y constitucionalista España de los gobiernos de Aznar y Zapatero -tanto monta, monta tanto-, nuevos sambenitos cuelgan de nuestros nombres, introducidos ahora en los ordenadores inquisitoriales de los actuales dominicos: policías, guardias civiles, fiscales, abogados del Estado y demás gente de bien.
Mis desgracias comenzaron con Euskal Herritarrok. Tras unos años de haber abandonado la militancia en Zutik! y Batzarre, la experiencia de EH, inserta además en la tregua ligada al proceso de Lizarra-Garazi, me pareció de gran interés. Allí coincidí con mis antiguos colegas, con los nuevos procedentes de Herri Batasuna y con un buen número de personas que, como yo, venían de distintas movidas sociales. Trabajé en su conformación y figuré además en el puesto once de su lista al Parlamento Europeo.
Más adelante, tras la ruptura de la tregua y la ilegalización de Batasuna, participé también como independiente en la candidatura de Iruñea Berria, la cual fue ilegalizada porque aparecía en la misma, entre otros, yo mismo, peligroso delincuente al que se acusaba de haber pertenecido a Euskal Herritarrok. Varios cientos de ex-miembros de EH aparecieron en las listas de Batzarre, Aralar… pero ninguno de ellos contaminó nada. Yo sí. Misterio, misterio. Y no sólo eso, sino que la bola siguió creciendo. Cuando en 2004 se presentó la candidatura de Herritarren Zerrenda al Parlamento Europeo, partícipe en un acto de presentación de la misma. Craso error. Como había estado en Euskal Herritarrok e Iruñea Berria, el Tribunal Supremo, de acuerdo con el conocido principio jurídico de «de oca a oca y tiro porque me toca», entendió que Herritarren Zerrenda quedaba también contaminada, por lo que procedió a ilegalizarla. Amén.
Llevo más de treinta años en los que de forma privada y pública he criticado la actividad de ETA y la de otros grupos que han practicado este tipo de lucha: ETA-pm, CCAA e Iraultza. Por otro lado, tampoco he pertenecido nunca a Herri Batasuna. A pesar de todo ello estoy considerado como una persona que pertenece al entramado de ETA. Otros, sin embargo, que hasta fechas bastante recientes han justificado políticamente la actividad de aquellos grupos y defendido sus acciones, campan sin problema alguno por todo el espectro político estatal, empezando por el PSOE (los hay, además, que siguen justificando a los GAL y vitoreando a sus Barrionuevo, que conste), pasando por IU y PNV, y terminando en Aralar o Batzarre. Pero claro, como en tantas otras cosas, el poder copia de la Santa Madre Iglesia Católica y su sacramento de la confesión: lo importante no son los pecados cometidos, por muy horribles que éstos sean, sino el arrepentimiento de los mismos. En la moral del poder no importa tanto lo que hagas, sino que te arrodilles ante el mismo y aceptes su absolución y su autoridad.
En estos tiempos en los que la contaminación producida por el modo de producción y consumo de los países ricos amenaza con acabar con el planeta, los grandes acusan a los pueblos empobrecidos de ser los causantes de la mayor parte de los problemas: la deforestación, el avance de los desiertos, las fatales consecuencias derivadas de las altas tasas de natalidad, la extensión del sida… En este mismo sentido, se acusa a la izquierda abertzale de estar contaminada, sea cual sea su forma de expresión, cuando, en realidad, el verdadero foco de infección vírica es la propia Constitución que, por encima de la voluntad popular, afirma unidades indisolubles garantizadas por el Ejército; es el Amejoramiento nacido de pactos franquistas, nunca sometido a refrendo alguno; son los tribunales de excepción y juicios sumarísimos que en veinticuatro horas resuelven sobre la legalidad de cientos de listas.
Dice un proverbio africano: «hasta que los leones no tengan sus propios cronistas, las historias de cacería seguirán glorificando al cazador». Pues eso, en esta selva en la que vivimos, la verdad oficial y las sentencias las siguen haciendo ellos, los bwanas, los cazadores, sean éstos ministros, fiscales o jueces. En la Edad Media fue la Inquisición, en manos de los dominicos, los que determinaban quienes eran los poseídos por el demonio y arrojados al fuego reparador. Hoy sabemos, sin embargo, que la verdadera ponzoña era la que habitaba en aquellos frailes de mentes gangrenadas y cuerpos neurotizados. El virus lo tenían ellos. El virus eran ellos.
Hoy como ayer, sesudos jueces, valientes fiscales, incansables gobernantes defensores del estado de derecho, policías científicas, periodistas de todo pelo y sabios doctores de lo políticamente correcto, hablan, investigan, impugnan y sentencian sobre nuestros niveles de contaminación. Los contaminadores son ellos. Ellos son los infectados.