La corona de Arabia Saudita anunció un megaproyecto para construir una ciudad lineal de 170 kilómetros de largo y 200 metros de ancho, supuestamente sustentable, en el medio del desierto. El lado prometeico de la irracionalidad capitalista en medio de la crisis climática.
«Una revolución civilizacional que pone a los humanos primero, aportando una experiencia habitacional única que preserva la naturaleza circundante. Redefine el concepto de desarrollo urbano y cómo deberían lucir las ciudades en el futuro». De esta manera presenta su proyecto de ciudad lineal denominada «The line» (en inglés, la línea) el consorcio Neom, propiedad del Príncipe de Arabia Saudita. Neom a su vez es el megaproyecto mayor, del cual la ciudad lineal es solo una parte.
La ciudad tendría 170 kilómetros de largo, 200 metros de ancho y… 500 metros de alto, recubiertos por vidrios espejados a lo largo del desierto: literalmente un espejismo en medio del desierto. Allí vivirían 9 millones de personas. Además de The Line, Neom constaría de otros dos nodos regionales: Trojena, «las montañas de Neom»; y Oxagon, «el prototipo de la industria avanzada y limpia».
¿Emisiones cero y sostenibilidad ambiental?
El proyecto es presentado como un ejemplo de sustentabilidad ambiental, con vehículos propulsados con hidrógeno verde, un fastuoso proyecto de «rewilding» (reconstrucción ecológica), y el 95% del territorio destinado al mundo natural. Incluso el video incluye árboles voladores. De conjunto, el proyecto se presenta como «Net Zero», o sea que supuestamente no emitiría dióxido de carbono (principal gas de efecto invernadero.
Ya el hecho de que en medio de la pandemia de Covid-19 alguien quiera vivir en un rascacielos de 200 metros que la compañía vende como bien ventilado, resulta bastante problemático. Pero lo que resalta en primer plano es el hecho de que la corona de Arabia Saudita esté proponiendo un megaproyecto supuestamente ecológico y «civilizatorio», en medio de una crisis climática que tiene su origen en la emisión de gases de efecto invernadero producidos centralmente por la combustión de combustible fósil (también deforestación y cambios en el uso del suelo). Es que, justamente, la corona Saudí es la propietaria de una de las mayores productoras de combustible fósil, el gigante del petróleo y el gas, Saudi Aramco, Saudi Arabian Oil Company.
Y es no es todo, porque mientras el Panel Internacional Científico para el Cambio Climático (IPCC) de la ONU acaba de publicar tres informes planteando la urgencia de reducir a la mitad la emisión de GEI en 2015 y a cero en 2050, con el fin de no sobrepasar el límite de 1,5 grados de calentamiento global por sobre los niveles precapitalistas (1750), tal como establece el Acuerdo de París, las principales petroleras mundiales, empezando justamente por Aramco, planean aumentar su producción en los próximos 7 años. La petrolera saudí planea invertir 65 mil dólares por día hasta 2030 (al igual que otras norteamericanas y chinas, los principales emisores). Este puñado de empresas proyecta una verdadera «bomba de carbono» que acelerar la crisis climática a niveles impensados.
Una irracionalidad total, acompañada en dosis iguales por greenwashing, nuevas ilusiones «prometeicas» capitalistas de resolver la crisis sin modificar sus causas y, obviamente, una oportunidad de negocios. Según la corona, se presupuestaron $ 500 mil millones para el proyecto, pero resta por ver cuánto se concretará, tanto por que otros megaproyectos a duras penas pudieron avanzar algo, el de The world islands en las cercanías de Dubai por ejemplo.
Sobre el proyecto urbanístico en sí, en las redes se desplegaron diferentes análisis críticos sobre el proyecto. Entre ellos, el arquitecto y comunicador Alejandro Socme que recorrió en un extenso hilo de Twitter diferentes ángulos del proyecto. «Lo que debe estar muy bien y ser sustentable, además para nada testeado en aproximadamente en MILENIOS de desarrollo humano en las distintas geografías del planeta tierra, es atravesar con una misma resolución material 3 zonas con distintos comportamientos en sus biomas», señala en uno de sus tuits.
Socme también recorre otros proyectos similares, como el de Arturo Soria y Mata en 1882 y otros a lo largo del siglo XX, incluso el de la «Ciudad que necesita la humanidad» imaginado por por el arquitecto argentino Amancio Williams. «Mi pregunta es: ¿Por qué no mejorar las ciudades existentes?», concluye sugestivamente.
El derecho a la ciudad
Hace más de 150 años, Marx criticaba fuertemente al socialista utópico Proudhon por su prometeísmo, que planteaba resolver los problemas del capitalismo por medio de la industria, sin terminar con un sistema social profundamente irracional, las fracturas metabólicas que producen y sus consecuencias ecológicas. Su crítica iba pareja con el cuestionamiento a las causas concretas de esas fracturas, las separación entre la ciudad y el campo y soñar nuevas formas formas de urbanización, tal como lo hicieron –partiendo no de descartar a priori los proyectos, sino de pensarlos en sus contornos sociales y ecológicos concretos, sin mediación del lucro– socialistas como William Morris y tantos otros que pelearon, en palabras de David Harvey, por el derecho a la ciudad.
Frente a estos nuevos espejismos distópicos, mientras la vigilia del capitalismo es la de las mayorías trabajadoras viviendo cada vez más en un «Planeta de ciudades de miseria» (el Planet Slum que analiza Mike Davis) en llamas, la necesidad de recuperar un programa ecológico socialista para ponerle freno de mano a la crisis corre parejo con recuperar esa imaginación urbanística revolucionaria.
Fuente: https://www.izquierdadiario.es/The-line-prometeismo-capitalista-recargado