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Theresa en el otro lado del espejo

Fuentes: Rebelión

Sir Arthur Conan Doyle describiría con rabietas a su personaje, el Dr. Watson, quien, deslumbrado siempre por el razonamiento deductivo del inmortal Sherlock Holmes, que lo conducía a descubrir al criminal, se quedaría patidifuso ante los embelecos y disparates de Theresa May, Primera Ministra del Reino Unido, que conducen a confundir los hechos para ocultar […]

Sir Arthur Conan Doyle describiría con rabietas a su personaje, el Dr. Watson, quien, deslumbrado siempre por el razonamiento deductivo del inmortal Sherlock Holmes, que lo conducía a descubrir al criminal, se quedaría patidifuso ante los embelecos y disparates de Theresa May, Primera Ministra del Reino Unido, que conducen a confundir los hechos para ocultar al delincuente.

El 4 de marzo del 2018, el coronel Serguéi Skripal y su hija Yulia, ambos ciudadanos rusos, fueron hallados inconscientes cerca de un centro comercial de la ciudad británica de Salisbury. De acuerdo a Scotland Yard, las víctimas sufrieron la «exposición a un agente nervioso»; aunque han sido dados de alta, es desconocido el actual paradero de ellos. Serguéi trabajó en el Departamento General de Inteligencia de las Fuerzas Armadas de Rusia. En 1995, cuando era agregado militar en España, fue reclutado por el MI6, el servicio secreto británico, al que entregó secretos de Estado. El 2006, la justicia rusa lo condenó a trece años de prisión. El Presidente Medvédev lo indultó el 2010, luego se refugió en el Reino Unido, que le concedió la ciudadanía británica.

El mismo 4 de marzo, sin que los científicos británicos hubieran determinado el país donde fue fabricado el agente tóxico ni tuviera información alguna sobre el veneno usado, Theresa May sostuvo en el Parlamento Británico que la familia Skripal fue «envenenada con un agente nervioso», conocido como Novichok, y que sólo Rusia poseía la fórmula de ese veneno. ¡Falso!Inglaterra misma lo produce cerca de Salisbury y Rusia, en la década de los 90 del siglo pasado, bajo la supervisión de observadores internacionales de la Organización para la Prohibición de las Armas Químicas, destruyó sus reservas de armas químicas. Además, Vil Mirzayánov, creador de este tóxico, emigró hace veinte años a Estados Unidos, donde publicó «Secretos de Estado: una crónica desde adentro del programa ruso de armas químicas», libro en el que se encuentran las fórmulas de este agente neurotóxico. Así es de penoso el espectáculo que Theresa May da a nivel mundial y cuya finalidad es difícil de concebir, por ahora.

Londres, pese a que Moscú expresó su disposición de colaborar en lo que se requiera, le negó el acceso a pruebas que le permitan cooperar y no entregó información alguna sobre la investigación. El Presidente Putin evidenció su preocupación por la postura destructiva y provocadora del Reino Unido y declaró inadmisible las acusaciones infundadas y los ultimátums, porque Moscú nada tiene que ver con este caso; subrayó que su país no busca disculpas de nadie, lo único que espera es que en el gobierno británico «triunfe el sentido común», porque más de veinte países podrían producir sustancias similares al Novichok. Por su parte, María Zajárova, portavoz de la Cancillería rusa, declaró: «Ninguna situación similar concluyó con la verdad ni, por lo menos, con una respuesta a algunas de las preguntas hechas por todo el mundo, por los investigadores, la comunidad y Rusia». Recordó que siguen sin respuesta los casos de Alexandr Perepelichni, fallecido el 2012 durante un recorrido matutino cerca de su casa en la ciudad británica de Weybridge; de Alexandr Litvinenko, envenenado en un hotel en pleno centro de Londres; y de Borís Berezovski, que murió misteriosamente en su mansión. En cada uno de estos caso se lanzó al principio una gran campaña mediática y luego los tribunales tomaron decisiones confidenciales que siempre fueron «muy secretas». Lo que hace Londres «ni siquiera corresponde con ninguna práctica civilizada», concluyó.

Ahora, seis meses después, se publican las fotos de Alexandr Petrov y Ruslán Boshírov, a los que la fiscalía británica les imputa ser los autores del incidente de Salisbury y que dizque son «espías de nacionalidad rusa». Un hecho curioso, el 2 de marzo de 2018, la misma cámara de vigilancia capta por separado a cada uno de ellos saliendo del mismo vuelo en el mismo instante de su llegada y en el mismo pasillo del aeropuerto de Gatwick. Como se sabe, la ubicuidad es un don sólo divino.

Theresa May anunció en la Cámara de los Comunes que Scotland Yard identificó a los autores del envenenamiento de los Skripal, que ambos son oficiales del GRU, el servicio de inteligencia militar ruso. Dijo que llegaron, cometieron el delito y se fueron por las mismas. Toda la prensa británica la acolitó y los llamó «la mano ejecutora del asesino Putin». ¡Mentira! El jefe de la policía sólo dijo que eran sospechosos y no que fueran oficiales del GRU. Sucede que en Inglaterra, el que habla en el Parlamento tiene el privilegio parlamentario de no poder ser juzgado por ningún juez; la prensa tampoco es responsable, porque lo que publicita se basa en el discurso del orador. ¿Por qué no va Theresa May a un medio público a decir lo mismo?, pregunta el escritor inglés Neil Clarke, periodista del The Guardian.

La Federación Rusa, que no conoce a estas personas, solicita a Londres que le entregue los datos que llenaron los sospechosos en la solicitud de visa, ya que el procedimiento británico para los ciudadanos rusos incluye las huellas dactilares del solicitante, todos sus datos personales y de sus parientes cercanos; así, la policía rusa los encontrarían en cinco minutos. Theresa May se niega a satisfacer este pedido y no da ni los números de sus pasaporte ni sus patronímicos, lo que es indispensable para identificarlos, porque, según ella, los nombres de los sospechosos son ficticios y los documentos falsos. Ahí sí llegaron adonde iban, ¿cómo buscar a los supuestos culpables en Rusia, para verificar las acusaciones británicas?

Vasili Nebenzia, representante permanente de Rusia en la ONU, ha denunciado que seis meses después del atentado «no están claros los motivos por los que Rusia podría querer envenenar a los Skripal ni por qué podría haberlo hecho de una manera tan extraña, compleja e ilógica». Según Theresa May, los criminales llegaron juntos a Londres y se fueron a Salisbury, esparcieron en la manija de la puerta de la vivienda el Novichok que se contenía en un frasco de perfume Nina Ricci, que según esta empresa es falso, lo sellaron herméticamente de nuevo y lo arrojaron en Amesbury, a once Km. de Salisbury, donde lo recogió Charles Rowley, que se lo regaló a su novia Dawn Sturgess, que falleció días más tarde. No está claro cómo los Skripal pudieron envenenarse si habían abandonado su casa muy temprano por la mañana antes de que arribaran los posibles criminales. Hasta aquí la película.

Para mentir y comer pescado, hay que tener mucho cuidado, pero lo que hace Londres se semeja más a la realidad detrás del espejo que a un atentado profesional. No explica, por ejemplo, ¿por qué dos miembros del GRU viajaron juntos en AEROFLOT, en vuelo directo Moscú-Londrés-Moscú, cuando los agentes, si no son chiflados, deben viajar separados, por distintas rutas y con pasaportes de otros países? ¿Por qué se cambiaron de zapatos si la misión duró sólo un día? ¿Cómo transportaron en un simple frasco de perfume, un tóxico tan venenoso, que un sólo gramo puede matar a miles de personas, sin usar un contenedor especial con protección y sin que les pase nada? ¿Cómo esparcieron esta sustancia venenosa con un pulverizador y quedaron con vida, pese a no usar trajes espaciales? ¿Cómo y para qué lo volvieron a sellar si para hacerlo, se requiere de equipos especiales? ¿Por qué no se deshicieron de un veneno tan peligroso en Salisbury? ¿Cómo se envenenaron los Skripal si se hallaban lejos de su casa? Y, finalmente, ¿dónde están los Skripal?

En cierto sentido, los ingleses viven como Alicia en el país de las maravillas y son engañados, aunque ya saldrán del espejo.

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.