Ha ocurrido. Pedro Sánchez, ha sido elegido Presidente del Gobierno en sesión parlamentaria. Ha sido elegido democrática y legítimamente. Pero siendo lo anterior obvio, la España de la amenaza, de la mendacidad exponencial, de la calumnia… no lo ha digerido. Dicen que el «Almax», que como se sabe es un antiácido, fue requerido por sus […]
Ha ocurrido. Pedro Sánchez, ha sido elegido Presidente del Gobierno en sesión parlamentaria. Ha sido elegido democrática y legítimamente. Pero siendo lo anterior obvio, la España de la amenaza, de la mendacidad exponencial, de la calumnia… no lo ha digerido. Dicen que el «Almax», que como se sabe es un antiácido, fue requerido por sus señorías de la derecha y de la «otra», para mitigar algunas dificultades estomacales.
Sí, las hemos visto en la última sesión del Parlamento; su desprecio por la democracia, ha vuelto a campear. Seguirán sus señorías esta legislatura, obsequiándonos con toda su panoplia de insultos, por cierto muy variada y edificante. Pero, al final es casi lo que se espera de quienes son herederos del «exhumado».
La investidura de Pedro Sánchez, con la inestimable colaboración y apoyo de Unidas Podemos para el Gobierno de coalición supone, en cuarenta años de bipartidismo, una excepción histórica que merece la pena llevar a efecto. En ello están y a ello se disponen. Estamos, pues, ante tierra ignota, sin explorar. Es necesario, que en ella se entre para ver, oír, escuchar y luchar. Seguro, que habitarán seres «extraños».
No solo hará falta la exploración en la travesía de esta nueva «tierra». También las personas que llevarán a cabo el camino van a necesitar una «autoexploración» de su propio terreno. Me refiero a que todo es nuevo y a la vez es viejo. Lo primero estará por ver. Lo segundo está a la vista.
El Gobierno que se forme lo hace desde dos posiciones que no se deben soslayar. Una el PSOE, que hasta el momento y no es descabellado señalar que continuará, es un partido conservador que gobernó al servicio de los que realmente mandan. La segunda Unidas Podemos, coalición, a su vez de IU y Podemos, es una organización que ha girado hacia la socialdemocracia, no lo digo yo, que también, sino Pablo Iglesias. Lo dicho pretende no contribuir a la «alegría» un tanto desmedida que parece está invadiendo a personas de buena voluntad, que dan por hecho cambios radicales. La historia de muchos gobiernos, en España, está ahí; las variaciones en las políticas, donde se decía digo para después decir Diego, están también presentes. Luego, que nadie se rasgue las vestiduras.
Si lo anterior se refiere al propio Gobierno y se espera, con escepticismo, que sea capaz de ver y solventar para que no fallen en su devenir político, qué decir del acecho externo que le espera. Acecho que se presume muy agresivo, a la yugular.
Algunos medios de comunicación, sectores de las instituciones; la siempre en guardia Iglesia Católica, aparatos de la Justicia. Las organizaciones políticas, tanto las representadas en el parlamento como las afines, intentarán poner obstáculos en el engranaje del nuevo Gobierno. Y no es que no tengan que hacerlo, para eso están en la oposición, sino será el modo, la manera de cómo lo harán. Experiencia, la tienen.
A lo anterior, hay que sumar al tan demandado IBEX. El poder económico, se revolverá contra algunas medidas, si es que se llevan a efecto, que puedan cuestionar su gestión neoliberal empresarial. Habría que esperar que los sindicatos obreros sean, si fuese el caso, la defensa de una política económica, más justa y equitativa. Todo lo dicho y más que estará presente en el camino es una realidad que no se debe de obviar, por más contento que se esté con el nuevo Gobierno.
Es un «cambio climático-político», el que se espera con expectación, que en nada se le parece al «cambio climático real». El primero, se supone, deberá de ser para mejorar el presente y afianzar el futuro. Pero, tiene en el ambiente mucha polución de otras épocas. Comienza con una atmósfera enrarecida y contaminada. Una «Tierra ignota», que aún no sabemos que nos deparará.
La izquierda que va a gobernar tiene que enfrentarla. No hay soluciones inmediatas, no hay recetas. Seguro que sí hay buena voluntad, pero no basta. Lo que no parece viable es que a la realidad fría y terrible que vivimos se le pueda aplicar el «idealismo izquierdista abstracto». A la vista está, el cambio o como se dice ahora la «modulación» de algunos discursos que se presumían transformadores.
Suerte, es mi deseo para el nuevo Gobierno. Que no haya que llorar, de pena y de rabia, otra vez.
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