El filósofo Javier Sádaba considera una pérdida de tiempo analizar el aspecto jurídico del proceso de ilegalización de EAE-ANV y EHAK, toda vez que, según el autor, no es más que un adorno. En este artículo se centra en la ausencia de voces de denuncia en el Estado español, concluyendo que «uno de los escollos con los que choca la izquierda española más real es Euskal Herria».
Tanto EAE-ANV como EHAK-PCTV van a ser ilegalizados. Son dos, se dice, las vías por las que van a desaparecer de la vida política. Una es la administrativa, referida a un invento llamado Ley de Partidos y promovida por la abogacía del Estado y el fiscal general; y la otra, la penal y en donde decidirá el juez Garzón. Las vías podían haber sido cinco, como las de Santo Tomás para demostrar la existencia de Dios o diez, como los mandamientos. Este juego de madeja jurídica nos deja indiferentes a más de uno. No en su contenido, desde luego, sino en su forma. Hablen de lo que hablen, no se trata sino de la escenificación de una decisión que se toma con el cinismo propio con el que obra el Estado cuando le interesa. Tocaba ilegalizar y se ha hecho. El resto es adorno. Pocos pueden dudar de que es así y mucho es el descaro que hay que tener para negarlo. Por eso, introducirse en las entrañas legales de tal ilegalización lo considero una pérdida de tiempo. Más aún, lo que han hecho no me sorprende en absoluto. Y si alguien pudo tener alguna esperanza de que con este gobierno las cosas serían distintas, lo único que puedo decir es que les rodeaba una extraña ingenuidad; o una culpable ignorancia.
Lo curioso, por tanto, no es que se actúe usando interesadamente la justicia, que es lo que se ha hecho siempre y en función de mantener el poder. Lo curioso es que pocas o ninguna voz (recientemente, nobleza obliga, se ha puesto en marcha un manifiesto de protesta) se alcen en el territorio español para denunciar con fuerza lo que está sucediendo; es decir, privar del derecho a voto a una parte nada despreciable de Euskal Herria; y eso independientemente del valor que uno le dé a votar o no votar. Permítaseme, en este punto, recurrir a mi experiencia personal. En el último mes, y entre otras cosas, me han llamado a participar en el Foro Social Mundial o en la Plataforma para encausar a Aznar por la invasión de Irak. Me parece muy bien. Pero nadie me ha llamado ni a mí ni, en lo que conozco, a nadie para discutir y tomar postura sobre lo que está ocurriendo en nuestra tierra. Es como si este tipo de problemas se hubieran tachado de la agenda de cualquier programa de la izquierda. Es como si los restos de un pensamiento resistente ante el poder en curso se hubieran secado en lo que atañe el País Vasco. Por miedo, por desencanto, por indiferencia o por otros motivos pseudoideológicos, la soledad es total y el desierto no permite ver el más mínimo oasis.
Se objetará que han sido los defectos achacables a la izquierda abertzale los que han producido tales actitudes. No seré yo quien niegue que una seria autocrítica es necesaria en las filas del independentismo vasco. Pero de ahí a la dejación total hay un abismo. Porque existe el derecho a la libre autodeterminación con su consiguiente aplicación real y no ficticia, a la libertad ideológica que no tiene por qué acomodarse a éste u otro partido ya domesticado, y a no aceptar los límites de todo tipo que imponen los estados existentes. Y, sobre todo, porque la gente realmente demócrata ha de llegar hasta el final, ser consecuente; ser, en suma, radicalmente demócratas. Y lo que está ocurriendo, por el contrario, es la anulación de la democracia.
Recientemente un veterano y admirable abertzale me expresaba su decepción por la pasividad general ante lo que él llamaba «la caza del vasco». No sabría muy bien qué contestarle. Por un lado, no es el momento para cargar las tintas sobre los defectos antes apuntados. Y, por otro, no puedo por menos que constatar una vez más que uno de los escollos con los que choca la izquierda española más real es Euskal Herria. En este caso suele suspender. Quién sabe si habrá un septiembre para aprobar. Pero entre suspenso y aprobado, ¿no se tendrían que haber cuidado más las relaciones con otros pueblos, empezando por los más cercanos?
* Javier Sádaba es filósofo