El cirujano canadiense fue testigo de ‘la Desbandá’. Ayudó a salvar centenares de vidas de republicanos que huían hacia Almería. Sin sus escritos y las fotos de sus colaboradores esa masacre habría pasado inadvertida
“España es una herida en mi corazón. Una herida que nunca cicatrizará. El dolor permanecerá conmigo, recordándome siempre las cosas que he visto…”. Norman Bethune (Gravenhurst, Canadá, 1890 – Yan’an, China, 1939) abandonaría España con esa herida emocional, incurable, que le dejó ser testigo de la Desbandá, la apresurada huida de Málaga a Almería durante los primeros días de febrero de 1937 de unas 150.000 personas bajo el fuego constante de la aviación y los navíos fascistas. El testimonio de este médico canadiense, plasmado en su crónica El crimen de la carretera de Málaga junto a las 26 fotografías que tomó su colaborador Hazen Sise, fue crucial para rescatar del olvido ese negro episodio de la guerra civil. Movido por un profundo sentimiento de solidaridad, Bethune se dedicó en cuerpo y alma a salvar las vidas de los más desvalidos. Tras la experiencia española, aceptaría el encargo de Mao Zedong para organizar la sanidad del Ejército Rojo en el norte de China, donde se libraba una guerra contra el invasor japonés. Sin apenas ayuda, realizaba varias operaciones quirúrgicas cada día, convencido hasta su último aliento de la función social de la medicina. Morirá de septicemia, a pie de trinchera, en noviembre de 1939.
La primera herida de Norman Bethune había empezado a supurar nada más llegar al Madrid asediado de noviembre de 1936. Para entonces, Bethune ya era un reputado cirujano. Adscrito a las Brigadas Internacionales, creará el Servicio Canadiense de Transfusiones de Sangre y pondrá en marcha la primera unidad móvil de transfusión sanguínea a gran escala en el frente de la capital. Al tener noticia de que las tropas franquistas están a las puertas de Málaga, se dirige al sur acompañado de dos colaboradores, Hazen Sise y Thomas Worsley. El equipo viaja a Valencia, pasa por Murcia y Almería, y en la carretera que conduce a Málaga se topa con esa marea humana a la que hostigan los soldados de Queipo de Llano. Málaga ya ha caído y eso hace cambiar de planes a Bethune. En el pueblo granadino de Castell De Ferro toma la decisión de desmontar los aparatos de transfusión de sangre de su ambulancia y organizar la evacuación de niños y mujeres a Almería. En esa ciudad será testigo también de los bombardeos de la aviación alemana sobre la población civil. De regreso a Madrid escribe una crónica de urgencia, publicada en tres idiomas (inglés, francés y español) por Ediciones Iberia con las fotos tomadas por Sise.
“Ahora –alerta Bethune– imaginad a ciento cincuenta mil hombres, mujeres y niños encaminándose por seguridad hacia una ciudad a más de cien kilómetros de distancia. Solo hay una ruta que puedan tomar. No hay otras vías de escape (…) Ahora, lo que os quiero contar es lo que han visto mis ojos de esta marcha forzada, la más grande y terrible evacuación de una ciudad en tiempos modernos (…) Niños con trapos manchados de sangre alrededor de los brazos y las piernas, niños sin zapatos, con los pies tan hinchados que habían duplicado su tamaño, llorando desconsolados de dolor, hambre y agotamiento”.
Ese opúsculo de Bethune constituye uno de los alegatos más desgarradores sobre los horrores del franquismo en la guerra civil. Y, a pesar de ello, ha pasado desapercibido en España durante décadas. Al igual que la tragedia vivida por miles de hombres, mujeres y niños en aquel desesperado y sangriento éxodo. El doctor en Filología Hispánica Jesús Majada, autor de Bethune en España junto a Roderick Stewart, está convencido de que, sin el testimonio gráfico de los canadienses, la matanza de civiles en la carretera de Málaga (entre 3.000 y 5.000 personas) seguiría sumida en el olvido.
“Solo Bethune y su equipo tomaron fotografías de lo que ocurrió en la carretera de Málaga a Almería –recuerda Majada–. Y sin esas fotos, tal vez no habría habido historia. Habría pasado como con otros sucesos de la guerra civil. Como pasó, por ejemplo, con la matanza de la plaza de toros de Badajoz (unas 4.000 personas asesinadas por las tropas del general Yagüe en agosto de 1936). El bombardeo de Guernica se conoció porque un periodista envió las fotografías a Londres. En la carretera de Málaga no hubo reporteros. Bethune y sus colaboradores no eran periodistas y por eso sus imágenes no tuvieron trascendencia entonces. Pero hoy, gracias a esas imágenes y a la recuperación de la figura de Bethune, desde 2004 se han escrito varios libros y se organizan cada año marchas de conmemoración”.
Coincidiendo con el 85° aniversario de esa tragedia se ha reeditado el texto de Bethune en La Desbandá (Pepitas de Calabaza, 2022), un libro en el que se reflejan además las impresiones del cirujano sobre la guerra civil, algunas anotaciones de sus días en China, apuntes sobre la función social de la medicina, varias cartas y una poesía. “Bethune no escribe: es como si convirtiera su vigorosa escritura en un pincel de trazos gruesos, intensos, donde, perdida la inocencia, se sitúa a sí mismo en el discurso. Entonces, entre esas pinceladas de óleo amargo, aparece un fulgor que quema los ojos: son las heridas. Las suyas. Las de todos (…) Sus escritos ensordecen tanto como los bombardeos que describe con minuciosidad de orfebre perfeccionista”, escribe la traductora Natalia Fernández Díaz en el prólogo del libro.
El paso de Bethune por la España de la guerra civil no está exento de polémica. Esa fuerza arrolladora que guía todas sus acciones juega en ocasiones en su contra. Su egocentrismo no es bien visto por las autoridades republicanas, que le reprochan su falta de colaboración con médicos españoles. Arturo Barea, responsable de la oficina de censura de los corresponsales de guerra en zona republicana y celebrado autor más tarde de La forja de un rebelde, lo crucifica en sus informes al presentarlo como un “jefe dictatorial que irrumpía en la habitación con su cohorte de colaboradores torpes y avergonzados”, según recuerda Fernández Díaz.
Majada reconoce esas luces y sombras en la trayectoria del médico canadiense: “Es un personaje subyugante, escribe, pinta, tiene buena oratoria. Le gustaba ser el centro de atención y dirigir todo lo que hacía. A partir de 1937, la República se reestructura bajo un mando único y la sanidad no es ajena a esa unificación. Pero el servicio canadiense de transfusiones estaba en manos de Bethune, él gestionaba el dinero que llegaba de Canadá. En ocasiones, no era una persona fácil de tratar. Tuvo problemas con el Partido Comunista y con los médicos que le asigna la sanidad militar. No quería trabajar bajo su mando”.
Esas discrepancias con el gobierno republicano lo llevan a regresar a Canadá en mayo de 1937. Pero su compromiso con el pueblo español que lucha contra el fascismo no decae. En Canadá recaudará 2.000 dólares para la causa republicana. Y en Nueva York presentará la película Heart of Spain, recuento de las actividades de los médicos internacionalistas en el bando republicano. Planea el regreso a España, pero el Partido Comunista se lo impide. Alma inquieta y resolutiva, Bethune decide seguir ayudando a los más necesitados en otras tierras. Se irá a China. “Allí, de alguna forma, se purifica”, según Majada.
Para comprender la compleja personalidad de Norman Bethune es preciso ahondar en sus orígenes. Se había criado en el seno de una familia burguesa de la provincia de Ontario. Recibió una educación religiosa de su padre, un pastor presbiteriano que le inculcó las nociones de ayuda al prójimo. Pero Norman tenía como modelo a su abuelo, médico de profesión, viajero y alma solidaria desprovisto de las rigideces impuestas por la religión. Sin haber terminado la carrera de Medicina en Toronto, el joven idealista se alistó como voluntario al estallar la Primera Guerra Mundial y prestó servicios como camillero en Bélgica. Cae herido en el frente de guerra en abril de 1915 y es trasladado primero a Inglaterra y más tarde a Canadá, donde concluye sus estudios de Medicina antes de enrolarse como cirujano en buques de la Marina británica y establecerse en Londres. En 1926, de regreso a América, contrajo la tuberculosis, una enfermedad en la que volcaría todos sus conocimientos médicos para mejorar, como nunca antes se había hecho, la técnica de la cirugía torácica. “La tuberculosis le abre los ojos y hace de él la figura que llegaría a ser: un lúcido sabedor de los vergonzantes vínculos entre enfermedad y pobreza”, escribe Natalia Fernández Díaz en el prólogo de La Desbandá.
Cirujano en China
Esa “purificación” que Bethune experimenta cuando llega al norte de China a principios de 1938 estará rodeada de heroísmo y sufrimiento. A principios de los años 70 se publicarán algunos de sus escritos en el libro The Wounds (Las heridas, editado en España en 2012 por Pepitas de Calabaza). El 1 de diciembre de 1938 escribe en su diario que está rodeado de “hombres con heridas”: “Heridas como charcos resecos, endurecidas con barro marrón oscuro. Heridas de bordes cuarteados, coronadas de gangrena negra. Pulcras heridas, disimuladas bajo el absceso profundo (…) Heridas manando hacia afuera, orquídeas putrefactas o claveles pisoteados, terribles flores de carne”. Bethune es prácticamente el único cirujano del Ejército Rojo de la Octava Ruta en un territorio en el que viven entonces unos trece millones de personas y donde combaten cerca de 200.000 soldados. Está más solo que nunca, no recibe apenas correspondencia ni material sanitario y malvive en una casucha de adobe con el suelo de tierra batida y una ventana cubierta con papel de periódicos.
Por deseo de Mao, el cirujano canadiense construirá un hospital de campaña móvil y se dedicará a formar al personal sanitario a toda velocidad. Hay una fotografía que recoge el único encuentro entre el médico y el futuro Gran Timonel de la revolución china. Bethune le escribiría después tres cartas y, que se sepa, Mao solo le dará respuesta a una de ellas. El médico operaba varias veces al día en el frente de guerra con un instrumental a menudo artesanal. En una carta enviada a un amigo le transmite que sus jornadas son extenuantes, dieciocho horas diarias dedicadas a sanar heridas. Parece perdido en la inmensidad de China. No habla el idioma y la vida en el frente del norte es de una dureza insoportable. Su incomunicación con el mundo exterior queda reflejada en algunas de las cartas que envía a sus allegados, en las que les detalla también unas condiciones de vida extremas que, sin embargo, no le impiden sentirse “orgulloso y satisfecho” con su trabajo. Y aunque sueña con “un café, un rosbif sangrante, tarta de manzana y crema helada”, las privaciones materiales no quiebran su excepcional compromiso humano: “Descubro que me puedo apañar y operar en un lamentable templo budista, al pie de un ídolo de seis metros de altura, de rostro impasible, tan fácilmente como en un quirófano moderno con agua corriente (…) Tenemos que curar a nuestros heridos sobre hornos de ladrillos, sin colchón, sin sábanas. Siguen con los uniformes puestos, llenos de sangre, con su mochila como almohada (…) Son fantásticos”.
Una infección en una mano durante una de esas intervenciones quirúrgicas le provocó la septicemia que acabó con su vida el 12 de noviembre de 1939. Mao escribiría entonces un texto en el que elogiaba su solidaridad con los más desfavorecidos: “Un extranjero, sin la más mínima motivación de buscar el beneficio propio, hace suya la causa de la liberación del pueblo chino, ¿qué clase de espíritu es éste?”. Millones de escolares chinos han leído a lo largo de décadas esas alabanzas, incluidas en el Libro Rojo, de lectura obligatoria en el colegio. Eso ha convertido a Bethune en el personaje occidental más conocido en China después de Marco Polo. Majada, organizador en 2004 de la exposición Bethune, la huella solidaria, lamenta el contraste entre esa gran relevancia del médico canadiense en China y la nula trascendencia de su paso por España hasta hace bien poco.
Es el primer médico sin fronteras –sostiene el biógrafo español de Bethune–, un doctor eminente al que la vida fue llevando hacia su destino. Para él, lo importante era ayudar a los demás. Su figura es un modelo para los jóvenes que quieren cambiar el mundo. En la exposición de 2004 había dos fotografías significativas: en una se ve a Bethune en Montreal, cuando está en lo más alto de su carrera, vestido como un dandi. Y en ese momento escribe: “Deberíamos ser como los monjes, yendo por el mundo con sandalias y harapos”. Y en la otra imagen podemos verlo, años después, operando en un templo budista, con harapos y sandalias.
Antes de poner sus conocimientos médicos al servicio de la causa republicana, Bethune había viajado a la Unión Soviética para participar en un congreso. Al llegar allí, cambia su agenda y decide visitar algunos hospitales, donde comprueba cómo funciona la sanidad socializada para todo el mundo. Esa experiencia le acerca más al comunismo y refuerza su idea de que la sanidad debe estar al servicio de los pobres y alejada del mercantilismo.
En la introducción de El crimen de la carretera de Málaga publicada en el fragor de los combates, el periodista republicano Alardo Prats, exiliado en México al término de la guerra, escribió: “Durante siete días, estos hombres se enfrentaron a peligros de todo tipo, padecieron hambre y sed, y salvaron de una muerte segura a cientos de mujeres y niños, a los que llevaron en su ambulancia desde el frente fascista hasta Almería. Los nombres del doctor Norman Bethune y sus colaboradores, en esta labor de altruismo y sacrificio sin precedentes, merecen perpetuarse, con devoción afectuosa y admiración, en el recuerdo de todas las conciencias nobles del mundo”.
Lamentablemente, algunas conciencias nada nobles bautizaron el hospital de Málaga no con el nombre de Norman Bethune sino con el del aviador franquista Carlos de Haya (¡y así se mantuvo hasta 2013!). Y otras conciencias nada nobles modificaron hace unos meses el callejero de Madrid para sustituir el nombre de un barco de la vida (el legendario Sinaia que trasladó a cientos de refugiados republicanos a México) por el de un barco de la muerte (el crucero Baleares desde el que se bombardeaba sin piedad a los hombres, mujeres y niños de la Desbandá). En lugar de honrar a aquellos que hicieron de su vida un ejemplo de compromiso social, aquí, con demasiada frecuencia, se desprecia su legado mientras se reivindica a los asesinos del pasado. Las heridas de Norman Bethune todavía no han cicatrizado.