Graziella Pogolotti sabe que la historia no se repite, y que al mismo tiempo en ella se enlazan una etapa con otra en un ciclo interminable e interdependiente. Por eso nunca se cansa de escrutarla, de interpelarla, buscando responder las interrogantes que pueden poner en su justo lugar los acontecimientos que han conformado nuestro devenir […]
Graziella Pogolotti sabe que la historia no se repite, y que al mismo tiempo en ella se enlazan una etapa con otra en un ciclo interminable e interdependiente. Por eso nunca se cansa de escrutarla, de interpelarla, buscando responder las interrogantes que pueden poner en su justo lugar los acontecimientos que han conformado nuestro devenir como nación y que han delineado, muchas veces con exactitud meridiana, nuestro futuro.
Por eso para ella es práctica obligada establecer un diálogo fecundo con el tiempo que nos trajo hasta aquí, buscar en la madeja la punta del hilo y seguirlo. Entonces, se apresta solícita cuando le pedimos conversar sobre el Triunfo Revolucionario del 59 y el papel decisivo que jugó la Cultura, y como parte de ella el movimiento reflexivo y de creación artística, para su consolidación, en el entendido de que solo hombres y mujeres cultos, lúcidos, podían darle un nuevo cuerpo a la libertad, ese otro nombre con el que la Revolución Cubana buscaba refundar la vida.
«Con el triunfo de la Revolución se produjeron cambios sustanciales en dos direcciones fundamentales del campo de la Cultura. Una de ellas se tradujo en el cambio de situación de los escritores y artistas en la sociedad. Hasta ese momento los intelectuales habían sido marginados; eran trabajadores solitarios, que lograban tener alguna promoción por medios propios y a través de lo que podían hacer las instituciones culturales que se habían ido formando por iniciativa de las personas interesadas en desarrollar la vida, el ambiente creativo en el país, como fueron fundamentalmente en el Liceum Yatch Tennis Club, una organización femenina que daba un espacio para los artistas plásticos, músicos, escritores; y la organización Nuestro Tiempo, que estaba sostenida por el sector artístico de izquierda durante los años de la dictadura de Batista. Más allá de eso los escritores y artistas no tenían una presencia pública y tampoco un reconocimiento social por su labor profesional. Eso favoreció, en la práctica, el mayoritario apoyo de los escritores y artistas al proceso revolucionario, solamente en casos individuales, por razones muy específicas, algunas figuras se mantuvieron a distancia. Pero la realidad es que todos, pertenecientes a las distintas generaciones que estaban actuando en aquel momento en Cuba vieron en la Revolución el camino para la realización de sus proyectos.
«Hay un libro de Ana Cairo publicado, si mal no recuerdo, por la Biblioteca Nacional, que recoge un conjunto de testimonios de aquel primer momento. Del mismo modo que no hubo en ese apoyo diferencias generacionales, tampoco en lo referido a corrientes estéticas; y muy rápidamente las instituciones culturales que emergieron en el año 59 como fueron el ICAIC y la Casa de las Américas, así como la nueva dirección de Cultura designada en aquel momento, comenzaron a viabilizar proyectos que implicaban la participación activa de los escritores y artistas.
«Corresponde a esa etapa la revitalización de las revistas, la presencia de la cultura en la gran prensa, y la aparición de órganos tan importantes como Lunes de Revolución, la revista Casa, La Nueva Revista Cubana y también muy rápidamente en un plazo de muy pocos años sucedió la aparición de las editoriales que concedían espacio a la gran literatura del mundo, a la literatura latinoamericana, pero también a la literatura cubana.
«Creo que la otra dirección importante derivada del triunfo de la Revolución fue la puesta en práctica de acciones dirigidas a procurar una progresiva democratización de la cultura. Ambas líneas se complementan porque un escritor, un artista, no solamente necesita espacios para hacer su obra y para darla a conocer sino que necesita interlocutores, necesita un público, un destinatario, y al fomento de ese público se dirigieron, por una parte, las instituciones recién creadas, no solamente las estructuras gubernamentales sino los proyectos artísticos como fue el caso paradigmático del Ballet Nacional del Cuba que llevó a cabo, digamos, una alfabetización del pueblo al actuar en zonas campesinas, en campamentos militares, con el propósito de hacer un público como el nuestro, que es un público excepcionalmente preparado para asistir a un espectáculo que en otros países llega solamente a grupos de elite. No voy a hacer una enumeración. Lo que estoy haciendo solamente es poniendo algunos ejemplos.
«Yo recuerdo que en uno de esos testimonios que recogió Ana Cairo, Virgilio Piñera hablaba con mucho énfasis, con mucha pasión del hecho de que el escritor estuviera empezando a conquistar su identidad. Y él comentaba algo que yo había escuchado mucho, que el pueblo en Cuba conocía a los periodistas, pero no conocía a los escritores. Muchos de esos escritores pudieron publicar sus obras y muchos también publicaron, dirigieron y auspiciaron revistas, editoriales, etc.».
Fernando Martínez Heredia dijo en una entrevista que los intelectuales tienen deberes difíciles en la Revolución, ¿considera usted que esos deberes fueron identificados, asumidos por los artistas y escritores en los complejos primeros años iniciáticos?
En los sesenta los escritores y artistas tuvieron por una parte una comunidad de intereses profesionales, de intereses propios, pero no podían permanecer indiferentes ante los cambios de otra naturaleza que estaba propiciando la Revolución. No podían permanecer indiferentes ante fenómenos tan trascendentes como la Campaña de Alfabetización, tampoco en lo que se refiere a la Reforma Agraria por cuanto era bien conocida en Cuba la situación trágica del campesinado. En el momento de Girón y después en el momento de la Crisis de Octubre, los escritores, aun aquellos que habían estado observando el fenómeno revolucionario con algunas dudas se sintieron convocados ante la necesidad de defender la patria, de defender la nación. Creo que de manera general los escritores y los artistas nunca han permanecido ajenos ante los problemas de la realidad nacional. Pudieron algunos ser más activos que otros en cuanto a los momentos críticos, como el caso de Girón y la Crisis…, -casi todos habían vestido el uniforme miliciano- pero además empezaron a trabajar en talleres para preparar mensajes, en este caso directamente comprometidos con el acontecimiento. Eso no quiere decir que siguieran dentro de proyectos estéticos y culturales diversos, siguiendo su propia historia personal, y también que en este aspecto, en el orden de la creación se fueron agrupando en zonas disímiles, ya fuera en torno a una revista u otra publicación, en torno a un proyecto teatral, en los cuales iban siguiendo su propia línea personal de desarrollo. Pero todo eso se sostenía en una plataforma básica común que reconocía y se adhería a la Revolución cubana, de una manera, en la mayor parte de los casos, yo diría, con una entrega absoluta.
En el prólogo del libro donde usted compiló algunas de las principales polémicas culturales que tuvieron lugar en los años sesenta, usted apuntaba que dada las características de la época muchas veces se borraban las fronteras entre el ejercicio del pensar y las demandas del hacer, ¿cuáles peligros cree entrañaba esta dinámica?
Ese libro, que no agota del todo las polémicas de los Sesenta, recoge algunos aspectos significativos. Por una parte está el debate de ideas que traspasa en gran medida el tema de la relación artística y literaria en sí misma y se remite al espectro diverso de puntos de vista sobre la manera de construir el socialismo, las vías y métodos para hacerlo, la manera de asumir este pensamiento teórico, de una manera creativa atenida a las condiciones específicas de Cuba. Para decirlo de una manera muy simple, allí las diferencias estuvieron entre quienes pensaban que debía construirse el proceso desde la realidad específica nuestra, la de un país subdesarrollado, del tercer mundo, vinculado sobre todo al panorama latinoamericano; y aquellos otros que pensaban que había que traspasar el modelo que se había ido perfilando en el mundo socialista.
Este debate tiene un eje principal en el campo de las Ciencias Sociales y tiene otro aspecto que está más relacionado con los fenómenos de la cultura. En el campo de las Ciencias Sociales lo que estaba bajo examen era el modo de apropiarse de la tradición marxista; en ese sentido, su referente básicamente filosófico. No incluí en el libro la polémica que se dio entre Aurelio Alonso, reciente Premio de Ciencias Sociales, y algunos de los que estaban a cargo de las escuelas del Partido, acerca de lo que se llamó el problema del manualismo, de la simplificación de un pensamiento mucho más complejo.
En el ámbito de la cultura las discrepancias se manifestaban en relación con el llamado realismo socialista, que en aquel momento era, digamos, la doctrina oficial dominante en el campo socialista. A esta concepción se le oponía una visión de la cultura cubana que enfatizaba su vínculo orgánico con la tradición de la vanguardia artística. De ahí que en muchos textos de la época se advierta el énfasis en establecer un paralelo entre vanguardia artística y vanguardia política, entendiendo que cada una de ellas plantea una voluntad de revolución en su terreno específico.
Detallar el sustrato ideológico sería realmente muy extenso, es algo que merece realmente un libro, que pienso todavía no se ha escrito. Pero los debates tenían este trasfondo de complejidad, aunque se mantenían todos dentro de la Revolución.
¿Cuáles pudieran ser los vasos comunicantes entre la lucha cultural que supuso la Revolución naciente y la delicada lucha cultural que enfrentamos ahora mismo?
El momento actual es todavía más complejo que aquel (inicio de la década de los Sesenta) desde mi punto de vista. La primera batalla que hay que lograr es la que conduce a entender que cuando hablamos de cultura no nos estamos refiriendo solamente a la creación artístico literaria, sino que la cultura trasciende esa creación, aunque la nutre y se nutre de ella e involucra un conjunto de elementos, en los cuales intervienen las tradiciones, la memoria, y sobre todo, los valores.
El debate fundamental que está implícito en el mundo contemporáneo se sitúa, a mi entender, entre las concepciones derivadas del neoliberalismo económico que tienen su expresión ideológica, que tienen su expresión hasta en los proyectos de felicidad humana y de aspiración del hombre, y la postura conducente a situar en primer lugar, como razón de ser de cada sociedad, el proceso de emancipación y dignificación del ser humano.
En el orden de la práctica este conflicto se expresa a nivel cotidiano no solo por la acción de las grandes transnacionales que dominan el mundo, por la influencia de los medios masivos sino por la adopción de criterios economicistas que muchas veces contaminan, más allá de los centros de poder capitalistas, y llegan con frecuencia a proclamar el predominio del mercado, su libre juego, influyendo también todo lo relacionado con la creación artística.
Tiene que ver con la adopción de rígidos criterios de rentabilidad económica que laceran la protección de bienes culturales; y tiene que ver en última instancia con un conjunto de conceptos que han penetrado el mundo de la educación y sobre todo de la educación superior y de las universidades. Por eso no es casual que en tantos países en esta situación de crisis global se reverdecen movimientos estudiantiles que reclaman la defensa de la educación como un derecho humano fundamental al alcance de todos y que también desconfían de una educación estrechamente vinculada con la visión pragmática de preparar una fuerza de trabajo calificada para las necesidades más inmediatas.
Muchas veces estos conceptos se nos cuelan hasta por el vocabulario que hemos adoptado. Por ejemplo, desconfío mucho del concepto de «consumo cultural», ese concepto está asociado por una parte a la mercantilización del arte y por otra a lo que se refiere a la creación artística, al desconocimiento del papel creativo del receptor. En el proceso de diseminación de la creación artístico literaria el autor trae una propuesta, pero esa propuesta es recibida, recreada, asimilada por la extensa gama de receptores.
Todos estos temas a mi entender están en el debate cotidiano de nuestros días y pienso que en el caso nuestro en este momento que hemos colocado en el lugar que merece el tema de los valores, la cultura también desempeña un papel fundamental. A veces se piensa que la acción de la cultura en este sentido se limita a producir fábulas moralizantes y la acción de la cultura trasciende ese mensaje inmediato. La presencia de la cultura se traduce en una mayor densidad de los valores espirituales, que se traduce en formas de comportamiento, formas de relaciones entre las personas y también los modos y maneras de disfrutar lo que la vida y la realidad nos ofrece.
Fuente: http://www.lajiribilla.cu/articulo/6618/todas-las-interrogantes-siguen-siendo-validas