Ubicada entre el río Níger y la ruta que seguían las caravanas a través del Sáhara, Tombuctú fue, antes de caer en un largo olvido, un importante centro de reproducción y venta de los libros que los comerciantes traían del otro lado del Mediterráneo y de Medio Oriente. Ahora, sus bibliotecas, gastadas por los siglos […]
Ubicada entre el río Níger y la ruta que seguían las caravanas a través del Sáhara, Tombuctú fue, antes de caer en un largo olvido, un importante centro de reproducción y venta de los libros que los comerciantes traían del otro lado del Mediterráneo y de Medio Oriente. Ahora, sus bibliotecas, gastadas por los siglos y el calor del desierto, podrían devolverle su esplendor.
Ismaël Diadié Haïdara sostenía con sus dedos delgados un tesoro que de algún modo ha sobrevivido a lo largo de 11 generaciones: un cuadrado de cuero desgastado que guarda la historia de las dos ramas de su familia, una tiene sus orígenes en los visigodos de España y la otra encuentra sus raíces en los emperadores Songhai que gobernaron su ciudad en su cenit.
«Esta es la historia de nuestra familia», dijo, pasando cuidadosamente las páginas sueltas. «Fue escrita en 1519».
La colección mohosa de páginas frágiles que se deshacen, escrita en el árabe florido del siglo XVI, es también el futuro de este lugar alejado y alguna vez olvidado. El creciente interés por libros antiguos, ocultos durante siglos en las casas a lo largo de las polvorientas calles de Tombuctú y en baúles de cuero en campamentos nómades, está dando esperanzas de que Tombuctú -una ciudad cuyo nombre se ha convertido en un sinónimo de ninguna parte- pueda una vez más ocupar un lugar en el corazón intelectual de Africa.
«Soy historiador -dijo Haïdara- y sé por mis investigaciones que las grandes ciudades rara vez tienen una segunda oportunidad. Pero nosotros tenemos una segunda oportunidad porque nos aferramos a nuestro pasado.»
Esta antigua ciudad, prisionera de las impiadosas arenas del Sahara y un mundo cambiante que valoró el acceso al mar más que las huellas dejadas por los camellos sobre las dunas, está al borde de un renacimiento. «Queremos construir una Alejandría para el Africa negra», dijo Mohamed Dicko, director del Instituto Ahmed Baba, una biblioteca estatal en Tombuctú. «Esta es nuestra oportunidad de recuperar nuestro lugar en la historia».
El gobierno sudafricano está construyendo una nueva biblioteca para el instituto, con instalaciones modernas que albergarán, catalogarán y digitalizarán decenas de miles de libros y que pondrá su contenido a disposición de los investigadores, en muchos casos por primera vez. Entes de caridad y gobiernos europeos, de Medio Oriente y de Estados Unidos han volcado cientos de miles de dólares a las mohosas bibliotecas familiares de la ciudad, que están siendo expandidas y transformadas en instituciones de investigación, lo que atrae a estudiosos de todo el mundo, ansiosos por traducir e interpretar estos manuscritos olvidados por tanto tiempo.
El gobierno libio planea transformar un deslucido hotel de 40 cuartos en un centro turístico lujoso de 100 cuartos, que tendrá la única pileta de natación de Tombuctú y espacios para conferencias académicas y religiosas. Libia también está construyendo un nuevo canal que llevará las aguas del río Níger a Tombuctú.
Hay una variedad de cuestiones que motivan a los nuevos investigadores de Tombuctú. Sudáfrica y Libia se disputan la influencia en el escenario africano, cada uno promoviendo su visión de un Africa resurgida. España tiene vínculos directos con parte de la historia guardada allí, mientras que los entes de caridad de EE.UU. empezaron a otorgar fondos después de que Henry Louis Gates Jr, profesor de Harvard de asuntos africanos, presentó los manuscritos en una serie documental televisada a fines de los años 90.
Este nuevo capítulo en la historia de Tombuctú, cuya fortuna se hundió en la oscuridad de la edad media, es casi tan extraordinario como los que lo precedieron. La ubicación geográfica que condenó a Tombuctú a la oscuridad en la imaginación popular por medio milenio fue en un tiempo la razón de su grandeza. Fue fundado como un centro de trueque por los nómades en el siglo XI y luego se convirtió en parte del vasto imperio de Malí, para caer finalmente bajo el control del imperio Songhai.
Durante siglos floreció porque estaba entre las dos grandes supercarreteras de la era: el Sahara, con sus rutas de caravanas que transportaban sal, telas, especies y otras riquezas desde el norte, y el río Níger, que transportaba oro y esclavos del resto de Africa occidental.
Los comerciantes traían libros y manuscritos del otro lado del Mediterráneo y Medio Oriente y se compraba y vendía libros en Tombuctú, en árabe y en idiomas locales tales como songhai y tamashek, el lenguaje del pueblo tuareg.
Tombuctú era sede de la universidad de Sankore, que en su pico tuvo 25.000 estudiosos. Un ejército de escribas, hábiles calígrafos, se ganaban la vida copiando los manuscritos traídos por los viajeros. Las familias destacadas agregaban esas copias a sus propias bibliotecas. Como resultado de ello, Tombuctú se convirtió en depositaria de una colección vasta y ecléctica de manuscritos.
«Astronomía, botánica, farmacología, geometría, geografía, química, biología», dijo Ali Imam Ben Essayouti, descendiente de una familia de imanes que guarda una amplia biblioteca en una de las mezquitas de la ciudad. «Hay ley islámica, ley familiar, los derechos de las mujeres, derechos humanos, leyes relativas al ganado, los derechos de los niños. Todos los temas bajo el sol están representados aquí».
Un libro del siglo XIX sobre prácticas islámicas da consejos sobre menstruación. Un texto médico sugiere usar carne de sapo para tratar mordidas de víbora, y deposiciones de pantera mezcladas con manteca para aliviar las hemorroides. Hay miles de copias del Corán y libros sobre derecho islámico, así como biografías decoradas del profeta Mahoma, algunas de hace un milenio, incluyendo diagramas de sus zapatos.
Haïdara es descendiente de los Kati, una familia musulmana importante de Toledo, en España. Uno de sus ancestros huyó de la persecución religiosa en el siglo XV y se estableció en lo que es ahora Malí, trayendo consigo su formidable biblioteca. La familia Kati se relacionó por vía del matrimonio con la familia imperial Songhai y el hábito de los ancestros de Haïdara de escribir notas en los márgenes de sus manuscritos ha dejado abundante información histórica: nacimientos y muertes en la familia imperial, el clima, borradores de cartas imperiales, curas herbales, registros de esclavos y operaciones de trueque de sal y oro.
Invasores marroquíes depusieron al imperio Songhai en 1591 y los nuevos gobernantes fueron hostiles a la comunidad de estudiosos, a los que veían como disconformes. Enfrentados a la persecución, muchos huyeron, llevando muchos libros consigo.
Las rutas marítimas de Africa occidental superaron luego en importancia al viejo comercio a través del desierto y el río, y la ciudad comenzó su larga declinación. Cuando los primeros exploradores europeos se encontraron con la ciudad otrora famosa, los sorprendió su decrepitud. René Caillié, un explorador francés que llegó aquí en 1828 dijo que era «una masa de casas de mal aspecto construidas con barro».
La amenaza del desierto
La descripción de Caillié sigue siendo actual. A pesar de su leyenda, Tombuctú es hoy una colección de casas de barro bajas a lo largo de calles estrechas cubiertas de basura y encerradas por las dunas, adonde es difícil llegar y que resulta poco llamativa a primera vista. En 1990 la Unesco la declaró un sitio en peligro porque el desierto amenazaba con tragársela.
Muchos de los turistas que llegan se quedan sólo por el día, lo suficiente para comprar una remera y hacerse sellar el pasaporte en la oficina de turismo local como prueba de que estuvieron en el fin del mundo. En la reciente campaña por Internet para escoger las nuevas siete maravillas del mundo, Tombuctú no logró figurar, lo que fue una desilusión para los guías locales y los promotores turísticos.
Pero la ciudad se viene recuperando lentamente desde hace años. Sus manuscritos, largamente ocultos, comenzaron a emerger a mediados del siglo XX, al conquistar Malí su independencia de Francia y la ciudad ser declarada un sitio de herencia cultural mundial por la Unesco.
El gobierno creó un instituto que lleva al nombre de Ahmed Baba, el mayor académico de Tombuctú, para coleccionar, preservar e interpretar los manuscritos. Andel Kader Haïdara, un estudioso islámico que no es pariente de Ismaël Diadé Haïdara y cuya familia tenía una gran colección de manuscritos, fundó una organización llamada Savama-DCI, dedicada a preservar los manuscritos. Luego de una visita de David Gates en 1997, pudo obtener ayuda de entes de caridad estadounidenses para sostener las bibliotecas privadas de la familia. Con apoyo de las fundaciones Ford y Mellon, las familias comenzaron a catalogar y preservar sus colecciones.
Pero el tiempo, el terrible calor del desierto, las termitas y las tormentas de arena han hecho mella en los manuscritos. La mayoría estuvieron guardados en baúles o en estantes polvorientos por siglos y sus páginas están quebradizas o húmedas y carcomidas por las termitas. En la aldea de Ber, dos horas al este de Tombuctú por un camino polvoriento, Fida Ag Mohammed cuida de varios baúles llenos de manuscritos que han estado en manos de su familia, una línea de imanes tuareg, por siglos.
«Esta es una biografía del profeta Mahoma», dijo, alzando con cuidado un manuscrito con una encuadernación de cuero que se deshace. «Es del siglo XIII». Las líneas prolijas de escritura árabe resultan claramente legibles, pero los bordes de muchas páginas están deshechos y las palabras se pierden en la nada.
Savama está construyendo una nueva biblioteca de ladrillos de barro para los libros de Mohammed, pero hasta que esté lista no tiene manera de preservar sus manuscritos. Para rescatar su contenido, si no su sustancia física, está copiando los textos más frágiles a mano, usando una tinta que fabrica el mismo a partir de goma.
Ahora, cuando baja la temperatura calcinante al final del día, una actividad popular en Tombuctú es ver a las excavadoras libias cavando el nuevo canal. Como diminutos camiones de juguete en un arenero gigante, mueven montañas de arena para lograr que el Níger fluya hasta aquí, trayendo más agua y nueva vida a la ciudad rodeada de dunas.
«Ver estas máquinas me hace más feliz, porque significa que las cosas están cambiando en Tombuctú», dijo Sidi Muhammad, un estudioso del Corán de 40 años de edad, sentado junto a un grupo de amigos en una duna, intercambiando chismes y jugueteando con sus rosarios.
El gobierno de Malí ha alentado el reflorecimiento del estudio del islam aquí y hay docenas de escuelas coránicas donde niños y adultos aprenden a leer y recitar el Corán. Hay programas que capacitan para hombres y mujeres en la clasificación, interpretación y traducción de los documentos, así como en su preservación para futuros estudios.
Andel Kader Haïdara, que en muchos sentidos fue el que inició el renacimiento al recorrer el desierto en busca de manuscritos, persuadiendo a las familias de que permitieran que sus tesoros salieran a la luz, dijo que lo mejor está por venir para Tombuctú.
«Tombuctú está volviendo», dijo. «Volverá a levantarse».
* Lydia Polgreen es periodista del diario norteamericano The New York Times. La versión en español fue publicada por La Nación (Buenos Aires, Argentina), con traducción de Gabriel Zadunaisky.