Andreas Malm es militante ecosocialista, autor de varios libros sobre el capital fósil, el calentamiento mundial y la necesidad de cambiar el curso de los acontecimientos iniciados por la combustión de energías fósiles durante los dos últimos siglos de desarrollo capitalista. Los Jóvenes Anticapitalistas (jóvenes de la Gauche Anticapitaliste, sección belga de la Cuarta internacional) estuvieron este verano en Francia, en el 37º Encuentro internacional de jóvenes, organizado en solidaridad con la Cuarta Internacional, donde fueron invitados a intervenir y entrevistaron a Andreas Malm.
Como militantes de la izquierda política en el movimiento a favor del clima, a veces nos sentimos bloqueados por lo que puede ser visto como una falta de perspectivas estratégicas en el movimiento. ¿Cómo radicalizar el movimiento por el clima y por qué crees que el movimiento tiene necesidad de debates estratégicos?
Comparto esta impresión, aunque esto dependa de cada situación local – esta acción «Código Rojo» i en Bélgica, inspirada en Ende Gelände, me parece prometedora, pero desde luego sabes más que yo sobre este tema. En cualquier caso, los esfuerzos por radicalizar el movimiento por el clima y por hacerlo crecer pueden tomar formas diferentes según las circunstancias.
Una manera de hacerlo es intentar organizar estas acciones de masas del tipo Ende Gelände, y creo que es la cosa más útil que podemos hacer. Aunque, desde luego, también hay a veces ocasión de trabajar en el seno de movimientos como las huelgas por el clima (Fridays for Future) o Extinction Rebellion, e intentar radicalizarlas, así como ayudarlas a evitar caer en errores tácticos y tener un discurso apolítico. En algunos lugares esta estrategia puede tener éxito. También se puede pensar formar nuevos grupos militantes que inicialmente podrían ser muy pequeños pero más radicales en términos de tácticas y de análisis, y que podrían de alguna manera arrastrar a los otros, o tener un efecto de «ala radical». Esto depende en realidad del estado del movimiento en el lugar donde se vive, y además el movimiento tiene alzas y bajas (con muchas bajas recientemente, desde el comienzo de la pandemia, aunque se espera relanzarlo).
Es extremadamente importante tener nuestras propias organizaciones políticas, que actúen de alguna manera como vehículos que aseguren la continuidad y permitan acumular experiencias, compartirlas e intercambiar ideas. Nuestras propias organizaciones pueden también servir de plataformas para tomar iniciativas en el seno de movimientos, o en concierto con movimientos.
Para algunos de nosotros, nuestra primera gran acción por el clima tuvo lugar en la COP 15 en 2009 en Copenhague. Ahora estamos en 2022. ¿Cuáles son, para ti, las enseñanzas que ha sacado desde entonces el movimiento climático?
La COP 15 de Copenhague supuso un viraje. Yo era ya muy activo antes de la COP 15 y formé parte del grupo que organizó la gran manifestación. Pero a la salida de la conferencia, el sentimiento que teníamos la mayor parte de nosotros dentro del movimiento era un sentimiento general de fracaso. Desde luego, la propia COP fue un fracaso masivo, pero también nosotros nos dimos cuenta de que las manifestaciones y las acciones directas no habían tenido verdadero impacto. El movimiento se dio cuenta de que el acento puesto hasta entonces en las cumbres de la COP no tenía en realidad ningún sentido, y en gran parte tras ello hemos asistido a un viraje decisivo hacia la oposición a los proyectos ligados a los combustibles fósiles, hacia las acciones de bloqueo, los campamentos por el clima y otras cosas de este tipo.
Pienso que habrá que reforzar este viraje estratégico, tanto más cuando la COP de este año se celebrará en Egipto y la del próximo año en Dubai, en los Emiratos Árabes Unidos. Estos dos países son completamente hostiles a cualquier forma de protesta –allí es imposible organizar nada sobre el terreno, es muy diferente de la última COP que se desarrolló en Glasgow. El movimiento por el clima tendrá que organizar cosas en otros lugares. No podemos llevar militantes a Charm el-Cheikh en Egipto, la estación balneario donde tendrá lugar la cumbre. Estas dos próximas COP tendrán que ser por tanto la ocasión para el movimiento de realizar acciones de masas en distintos lugares de mundo, atacando los proyectos ligados a los combustibles fósiles.
El pasado noviembre estuve en la COP 26 en Glasgow. Allí hubo todavía una gran manifestación –unas 100.000 personas–, hubo un «fórum popular» alternativo, y tuve la impresión de que era algo ya visto. Es algo que hacemos desde hace mucho tiempo y que no nos lleva a ninguna parte. Un brillante camarada del movimiento en favor del clima en Portugal, João Camargo, manifestó en discusiones en torno a Glasgow y escribió en un artículo 2/ que deberíamos dar resueltamente la espalda al proceso de la COP, porque es inútil. Como ya he dicho, los dos próximos COP no deberían ser más que una ocasión para intensificar la lucha en que estamos independientemente de los COP.
Continuando con cuestiones estratégicas y tácticas, en tu intervención del otro día en este campamento mencionaste la cuestión del papel de los trabajadores y del movimiento obrero tal como son (y son, evidentemente, muy diferentes de un país a otro). Has desarrollado la idea de bloquear las infraestructuras y las empresas fósiles más destructivas. ¿Cómo concibes esta relación con los trabajadores –no sólo en estos sectores, sino también más en general– y el movimiento obrero tal como lo conoces, ya se trate del caso sueco o de otros países?
Creo que el otro día formulé esta cuestión de una manera un poco desafortunada y que dí la impresión de descalificar a los sindicatos. No era ésa mi intención. Mi experiencia concreta en relación con los sindicatos en el curso de los últimos años ha sido bastante limitada, pero mi horizonte es norte-europeo y en Suecia los sindicatos son completamente indiferentes a la cuestión del clima, probablemente más que en Noruega y en Dinamarca. Los sindicatos suecos son absolutamente ignorantes y desinteresados sobre este tema, y también incapaces de pelear por los intereses de sus miembros. No hay huelgas en Suecia. Se trata probablemente de una excepción más que de la regla, pero el nivel de lucha de clases en Suecia es tan bajo que, desde mi punto de vista, es extremadamente difícil imaginar que, de pronto, los sindicatos suecos se muestren a la altura de la situación y se vuelvan un actor importante de la política climática.
En Alemania, donde en cierta medida tengo una experiencia un poco más concreta del activismo por el clima, la situación es algo más matizada. Por una parte, con el movimiento Fridays for Future en 2019, que era más fuerte y más importante en Alemania que en otros sitios, hubo un momento, en otoño de 2019, en el que hubo una componente sindical en estas huelgas y el gran sindicato del sector público llamó a sus miembros a sumarse. Por otra parte, hubo una experiencia muy negativa de la lucha en torno al carbón en Alemania –que es verdaderamente una lucha clave en todo el campo europeo de la política por el clima– cuando los grandes sindicatos resistieron a los llamamientos a una salida inmediata o tan sólo anticipada del carbón, y se engancharon al carbón de manera muy retrógrada.
De esta experiencia emergió una posición que ha sido articulada por un buen amigo y camarada, Tadzio Müller, que fue un organizador clave, un estratega y un pensador de Ende Gelände. Dice ahora que casi considera a la clase obrera de los «países del Norte» como formando más o menos parte del enemigo –piensa que la clase obrera organizada está tan implicada en la economía existente que no puede más que defender el carbón y otras cosas similares, como lo hace en general. Hay también una posición opuesta, claramente enunciada por otro amigo común, Matt Huber, en su reciente libro Climate Change as Class War. Building Socialism on a Warming Planet. Afirma que la única esperanza de la política en favor del clima es conectar con las fuerzas del movimiento obrero organizado y que sólo volviéndonos hacia la clase obrera –incluidos los empleos en la industria, a la manera del giro industrial que hicimos en los años 80– podemos hacer progresos en el frente del clima. Por tanto, la idea de que la clase obrera organizada es el único sujeto concebible de una revolución climática. Son dos posiciones antagónicas, y yo pretendo defender una especie de posición intermedia entre ambas. No puedo aceptar la idea de que la clase obrera forme parte del enemigo –ni siquiera los trabajadores del carbón– pero por otra parte no creo en verdad en la idea de que el movimiento obrero organizado vaya a ser el motor principal del frente por el clima. Pienso que el motor principal de la lucha climática será y es un movimiento climático que no está definido en torno a la clase. Hay tres vías principales que pueden llevar a cualquiera a interesarse por la cuestión del clima: 1) tener una cierta experiencia personal de las catástrofes meteorológicas, cada vez más habituales; 2) tener un conocimiento de la gravedad de la crisis sin haberla vivido personalmente, lo que no es muy difícil de obtener y no requiere ningún doctorado o diploma universitario; 3) estar animado por la solidaridad con las personas que sufren catástrofes climáticas en el mundo. Pienso que se trata de las tres vías principales de acceso al compromiso en la lucha contra el cambio climático y que ninguna de esas vías pasa necesariamente por el lugar de producción. Existiría más bien una especie de embudo que atrae a la gente al movimiento por el clima a partir de diferentes puntos del paisaje de la sociedad de clases.
El movimiento que emergió en 2019 estuvo muy definido no por cuestiones de clase, de racialización o de género, sino por la cuestión de la edad. Se trataba principalmente de un fenómeno que afectaba a la juventud –en particular, en las huelgas escolares por el clima– y tiene una lógica, porque la crisis climática tiene un aspecto temporal muy distinto: los jóvenes tendrán que hacerle frente el resto de su vida, mientras que las personas mayores se han beneficiado tal vez de la economía fósil y no verán tanto los daños. Creo que hay que teorizar y, en cierta medida, aceptar y comprender que la cuestión de la edad será significativa en las movilizaciones futuras contra el cambio climático. Matt Huber y otros que defienden ideas similares a las suyas tienen razón en la medida en que el movimiento climático tiene necesidad de una alianza con la clase obrera y con segmentos del movimiento obrero organizado para reunir una fuerza suficiente para revertir la situación. El movimiento climático debe asegurarse de que sus orientaciones políticas sean compatibles con los intereses de la clase obrera y puedan converger con esos intereses. Pero otra cosa distinta es poner todos los huevos en el cesto de un giro industrial o de una proletarización del movimiento por el clima, lo que, en mi opinión, sería una paralización estratégica. La promesa del Green New Deal y todas esas iniciativas que han surgido estos últimos años –que desgraciadamente no han culminado, aunque esto no significa que sean inútiles o condenadas al fracaso– de que la transición climática irá a la par de la mejora del nivel de vida de los trabajadores y el reforzamiento del poder de negociación en la posición política de la clase obrera es algo a continuar.
En cuanto a las cuestiones tácticas concretas sobre las relaciones con los trabajadores cuando hay un bloqueo, la experiencia alemana me ha mostrado que sería un grave error –un error obrerista, si lo prefieres– priorizar las buenas relaciones con los trabajadores del carbón en vez de un bloqueo eficaz que afecte temporalmente a los intereses de esos trabajadores, por ejemplo cerrando sus minas durante algunos días. Se tomaron muchas iniciativas para intentar establecer un contacto y un diálogo con los trabajadores del carbón en Alemania, pero fracasaron, en particular en el Este del país, donde los trabajadores del carbón tienen más bien tendencia a volverse hacia la extrema derecha –la Alternative für Deutschland, AfD– para defender sus intereses, ya que la AfD quiere continuar explotando el carbón eternamente y niega la existencia de la crisis climática. Pero no debemos en absoluto renunciar a la idea de que el tipo de transición que deseamos debe garantizar que los trabajadores que deban ser desmantelados obtengan empleos equivalentes o mejores, preferentemente allí donde viven sin tener que mudarse. Éste debería ser un elemento clave de la transición. Pero a la larga no se puede esperar de los trabajadores de la industria de combustibles fósiles que tomen la iniciativa de cerrar este sector –un enfoque marxista básico nos enseña que su interés inmediato de clase es conservar su empleo La iniciativa de cerrar este sector debe venir por tanto del exterior y el bloqueo es una manifestación de ello: nosotros venimos del exterior y queremos cerrar este sector porque es necesario. Pero no queremos hacer de estos trabajadores nuestros enemigos y no queremos considerarlos como tales –tenemos interés en decirles que, por desgracia, están empleados en un sector que debe ser cerrado, pero que exigimos que la transición garantice que obtengan empleos equivalentes o mejores allí donde viven.
Lamento de verdad el error que cometí el otro día –dando la impresión de descalificar a los sindicatos– cuando participé en el taller sobre ecosindicalismo, donde escuché varios casos –algunos de los cuales ya conocía– de trabajadores en fábricas que proponían una reconversión de su producción. Un camarada de la sección sueca de la Cuarta Internacional ha hecho un trabajo absolutamente heroico en el sindicato metalúrgico de la industria automovilística durante décadas; ha intentado establecer la idea de que los trabajadores del automóvil pueden salvar sus empleos proponiendo una conversión de sus fábricas para convertirlas en lugares de producción de cosas como estructuras eléctricas o parques eólicos, o todo aquello que pueda ser utilizado para la transición energética. Por desgracia no ha hecho ningún progreso, aislado como está por la burocracia sindical que ejerce un control total. He seguido sus esfuerzos durante dos décadas, cómo se ha dado cabezazos contra el muro de la burocracia sindical para intentar conseguir algo con esta idea. Yo he dejado de creer en ello porque no ha logrado ningún resultado; pero en el caso de que consiguiera resultados, me sentiría por supuesto entusiasmado y feliz de que se me demuestre que estaba equivocado. Nada me haría más feliz que la difusión de este tipo de ejemplos de trabajadores de fábricas que reflexionan sobre la transición y la hacen avanzar.
Hay un rayo de esperanza proveniente de Bélgica. Desde luego, los sindicatos no son los más ecologistas y comprometidos en el tema del clima –dicen que lo son pero en realidad no es así, como lo ha mostrado por ejemplo su posición en favor de la ampliación del aeropuerto de Lieja para construir un hub para actividades de Alibaba en Europa– pero a pesar de todo, durante las huelgas por el clima de 2019 se creó un nuevo grupo llamado Workers for Climate por sindicalistas de base y de izquierda. Y los principales sindicatos –incluidas sus burocracias– enviaron delegaciones a las manifestaciones, y las alas más progresistas del sindicato CSC, que organizan por ejemplo a trabajadores del comercio detallista y también al sector de la aviación, cubrieron oficialmente a los trabajadores que hacían huelga. Es muy simbólico, pero en todo caso ha sido público y los trabajadores han recibido la información de que podían hacer huelga y ser cubiertos por el sindicato
Es un universo completamente diferente al de Suecia, esto nunca ocurrirá entre nosotros –¡pero es genial!
Otra cosa: en el sector de transportes públicos belgas hay un interés real en la cuestión del clima. Esto recuerda la afirmación de Naomi Klein 3/ de que los ferroviarios en huelga son también personas que luchan por el clima. Puede ocurrir que algunos sectores de la clase obrera y algunos sindicatos en algunos países puedan ser más fácilmente impactados por la cuestión del clima.
Tengo un conocimiento limitado de Bélgica, pero me parece que todavía tenéis un sector industrial manufacturero bastante importante y una clase obrera que, de tiempo en tiempo, emprende una batalla seria por sus intereses. Tenéis por tanto una cierta realidad de lucha de clases en Bélgica. En Suecia no tenemos nada de eso, ¡absolutamente nada! Pero donde la lucha de clases está viva, existe desde luego un potencial para que los propios trabajadores tomen iniciativas o para que participen en el movimiento por el clima o para que tenga lugar una convergencia, una interacción productiva. Habría que tomar esto en consideración. Se trata exclusivamente de una cuestión de nivel de intensidad de la lucha de clases. Cuando la COP 26, por ejemplo, había una huelga de recogedores de basuras en Glasgow, y Greta Thunberg se acercó a los huelguistas, expresó su apoyo a su huelga, y éstos se sumaron a la gran manifestación que tuvo lugar alrededor de la COP. Es sólo un ejemplo de cómo pueden ocurrir las cosas. Pero el problema es la débil intensidad de las luchas de la clase obrera–y creo que es un caso general, aunque Suecia sea sin duda un caso extremo– respecto a lo que fue en los años 1980, 1970, 1960 –por no hablar desde luego de los años 1920. Si la cuestión del clima hubiese estallado en los años 1950 y 1960, las cosas habrían podido desarrollarse de manera completamente diferente. En cambio, ha estallado en un momento de marasmo cuando la clase obrera es históricamente muy débil.
Un último ejemplo que muestra que en un momento dado podría surgir un potencial, al menos en Bélgica: en la última huelga general antes de la pandemia, en febrero de 2019, se cerró el espacio aéreo y no hubo ningún vuelo durante 24 horas. Eso muestra lo que los sindicatos son todavía capaces de hacer y cómo podrían potencialmente cambiar las cosas. Pero pasemos a otra cuestión: en la actualidad hay una enorme crisis energética que explica también en parte una muy alta inflación en varios países. Es un tema central que se discute en el seno del movimiento sindical en general y que moviliza también a la gente para manifestarse. ¿Se podría imaginar un punto de convergencia a ese nivel, subrayando la necesidad de resolver la crisis energética tanto por razones ambientales como por razones sociales?
Por completo. Pienso que hay dos reivindicaciones eficaces en esta situación. Ante todo, la de pasar a las energías renovables tan rápido como sea posible, sobre todo porque son ya menos caras que los combustibles fósiles. El coste de una unidad de electricidad en Europa es menos elevado si proviene de la energía eólica o solar que si proviene de un combustible fósil. Habría que realizar inversiones públicas masivas para adoptar las energías renovables tan rápido como sea posible. En segundo lugar, en esta situación de aumento de los precios de la energía, habría que considerar como algo malvado que las empresas privadas del petróleo y del gas naden en estas disparatadas sobreganancias y el asunto debería suscitar la indignación pública.
Absolutamente. En Francia –y probablemente también en otros sitios– la izquierda parlamentaria reagrupada en el seno de la NUPES ha propuesto aplicar un impuesto especial sobre estos beneficios, e incluso un número limitado de diputados de Macron, que por lo general actúan como soldados fieles a las órdenes de su neoliberalismo autoritario, parecen inclinarse a aceptar esta idea. Se trata de reivindicaciones inmediatas, pero tú pones también de relieve reivindicaciones transitorias que deberían ser planteadas por el movimiento climático, esto es reivindicaciones que entran en contradicción directa con la actual acumulación del capital. ¿Cuáles son algunas de estas reivindicaciones?
Una de ellas consiste en exigir que no se construya ni una sola instalación o infraestructura suplementaria que lleve a una mayor combustión fósil. Esto puede aplicarse a un aeropuerto, una autopista, una terminal gasera o un oleoducto, entre otras cosas. Otra demanda transitoria –y por supuesto, nada de todo ello es de mi invención, es algo que cada vez se discute más– es nacionalizar las empresas privadas del sector de la energía y tomar el control de las empresas del petróleo, del gas y del carbón, para forzarlas a hacer algo diferente, como detener la extracción de combustibles fósiles tan rápido como sea posible y desarrollar energías renovables o incluso comprometerse en la eliminación del dióxido de carbono –esto es, eliminar CO2 de la atmósfera de una u otra manera. Pero son sólo dos dimensiones, no son las únicas y, una vez más, ello depende del lugar. En algunos países, los sectores del petróleo, gas y carbón ya están nacionalizados, en ese caso habría que formular las cosas de otra manera.
Has citado la eliminación del dióxido de carbono, lo que es una magnífica ocasión para hablar de geoingeniería. Al igual que Naomi Klein, previenes contra la geoingeniería solar, y cuando se lee o se habla de ello se comprende la pesadilla que podría representar. Sin embargo, en los medios de comunicación en general no hay mucho sobre este tema –aunque tú dices temer que aparezca de golpe– y en cambio se habla mucho más de la eliminación del dióxido de carbono por captura-captación. ¿Por qué? ¿Cuál es tu punto de vista sobre la geoingeniería solar? Y sobre la captura de carbono, dado el estado actual de cosas, ¿es inevitable como parte necesaria pero insuficiente de la solución, a desarrollar junto a reducciones masivas de las emisiones?
Es una extensa materia de la que podríamos hablar durante horas. Tengo un proyecto de investigación sobre este tema, con un colega belga de la universidad de Lund, que es también un amigo y camarada, Wim Carton. Hemos logrado financiación, y el próximo otoño haremos estudios con todo un equipo de investigadores becarios –estudiantes de mi programa de máster en ecología humana– sobre diversos aspectos de la eliminación del dióxido de carbono. En primavera publicaremos un libro editado por Verso, que tratará tanto de la eliminación del dióxido de carbono como de la geoingeniería solar, y cuyo título provisional es Overshoot. Climate Politics When It’s Too Late. He pasado los dos últimos meses escribiendo sobre la geoingeniería solar e intentando comprenderla. Aunque parezca curioso, intento utilizar el psicoanálisis para comprender la geoingeniería solar, ya que tiene como componente la represión de un problema, como en el modelo freudiano de la represión, donde se rechaza algo fuera de la conciencia de manera que parece no existir, aunque bajo la superficie bulle y, tarde o temprano, acaba estallando.
Hay que distinguir la eliminación del dióxido de carbono y la geoingeniería solar, porque funcionan de manera diferente. Tienes toda la razón en decir que no se habla mucho de la geoingeniería solar. Algunos marxistas vulgares han señalado que las grandes empresas de combustibles fósiles promocionarían la geoingeniería solar como un medio de continuar el business as usual. Esto no ha ocurrido: ni ExxonMobil, ni ninguna otra gran empresa de combustibles fósiles dice nada sobre la geoingeniería solar, ningún gobierno la preconiza y ningún partido de extrema derecha la destaca –aunque durante la era Trump se esperaba que preconizase la geoingeniería solar, nada de esto se ha producido. Al contrario, la eliminación del dióxido de carbono, que funciona de forma muy diferente, es algo que todas las grandes compañías petroleras y gaseras dicen tener la intención de hacer en el marco de su propaganda «cero emisiones netas», y se puede ver a partidos de extrema derecha –alguien mencionó el otro día en este campamento el ejemplo de Berlusconi– abogar por la plantación de árboles y cosas así, y hay también muchas start up y empresas capitalistas que ven la eliminación del dióxido de carbono –en particular la captura directa en la atmósfera– como un nuevo sector de actividad en el que poder producir mercancías y obtener ganancias. En la eliminación del dióxido de carbono hay por tanto una especie de campo de oportunidades comerciales en pleno auge que no existe en la geoingeniería solar porque no produce nuevas mercancías que puedan ser vendidas.
Existen muchas diferencias entre las dos. Otra cosa es que la eliminación del dióxido de carbono, tal como has sugerido, va a ser necesaria porque la concentración de CO2 en la atmósfera es ya demasiado elevada. Es necesario extraer CO2 de la atmósfera, meterlo bajo tierra, almacenarlo en subterráneos de donde no pueda ser sacado, allí donde se encontraba antes de ser extraído en forma de combustible fósil y quemado. La única manera de lograrlo a gran escala parece ser utilizar una tecnología avanzada. Plantar árboles no será suficiente, porque es imposible reenviar el carbono, en la parte pasiva del ciclo del carbono, bajo el suelo, simplemente plantando árboles. La plantación de árboles tiene una incidencia en el ciclo activo del carbono, pero para que el carbono sea de nuevo capturado bajo el suelo, donde está geológicamente excluido del ciclo activo, hace falta otra cosa. Una tecnología como la captura directa en la atmósfera es prometedora en ese sentido, porque permite capturar el CO2 y mineralizarlo, es decir transformarlo al estado de roca que pueda ser almacenada bajo el suelo.
Existen hoy día instalaciones en Islandia que hacen eso y es esencialmente una tecnología experimentada. Sin embargo, según nuestros análisis –Wim y yo hemos escrito un artículo 4/ sobre este tema en Historical Materialism –, el problema es que esta tecnología está atrapada por intereses privados que no ven ningún potencial de ganancias en el hecho de tomar el carbono y enterrarlo bajo tierra, porque esto significa en esencia que se coloca un recurso fuera del ciclo económico. Lo que pueden hacer en su lugar para realizar beneficios es capturar el CO2 y transformarlo en un producto como carburante sintético para avión, o utilizarlo en abonos, o venderlo como gas carbónico a Coca Cola –es lo que hace Climeworks, una de las grandes empresas de captura directa en la atmósfera-. Si se hace con ello una mercancía, se puede realizar un beneficio económico, pero ya no se trata de un reciclaje del carbono, porque no es realmente enterrado bajo el suelo. Por tanto, si se quiere ponerlo bajo tierra, hay que liberar esta tecnología de la presión del beneficio. Éste es nuestro punto de vista.
La geoingeniería solar es un asunto muy diferente. Comporta muchos riesgos de perturbación del sistema climático. El mayor riesgo, desde luego, es lo que se llama el «choque de terminación»: si se desarrolla la geoingeniería solar, tendremos una pantalla solar pero se continuará acumulando CO2 en la atmósfera; todo ese CO2 en la atmósfera espera sólo ejercer su forzamiento radiactivo –su impacto sobre el clima–; es decir que si por alguna razón la pantalla solar se retirase de pronto–¡Boum!–, este CO2 acumulado provocaría un enorme aumento de las temperaturas. Imagina un recipiente de agua hirviendo sobre el que pones una tapa, el agua continúa hirviendo, hierve cada vez más; y luego quitas la tapadera y todo el agua hirviendo sale de golpe de la cacerola. Ello podría ocasionar un pico de temperatura desastroso e inimaginable. Y la geoingeniería solar presenta toda clase de otros peligros. Por consiguiente la geoingeniería solar no es algo que debamos defender en la izquierda, y en esto difiero de alguien como Kim Stanley Robinson, por ejemplo. Es un novelista que ha escrito una excelente novela titulada The Ministry for the Future, probablemente la mejor obra de ficción climática hasta la fecha. El autor defiende sin embargo la geoingeniería solar –que ocupa un lugar importante en su libro– desde una perspectiva de izquierda. Una de mis colegas, Holly Jean Buck, hace lo mismo en Estados Unidos: ha escrito sobre la geoingeniería solar, y estima que la izquierda debería considerarla como una tecnología potencialmente útil.
Yo no pienso que sea útil, no deberíamos preconizarla nunca, pero deberíamos prepararnos porque es muy probable que comience pronto. Esta probabilidad no viene de un patrocinio agresivo –hasta ahora, como hemos dicho, casi nunca se habla de ella– sino de una lógica y es que no hay una sola tecnología conocida que tenga el potencial de reducir inmediatamente las temperaturas en la Tierra. La eliminación del dióxido de carbono tendría efectos al cabo de varias décadas. Incluso, si se detuviesen las emisiones inmediatamente, no asistiríamos a un descenso de las temperaturas –asistiríamos primero a un aumento más lento, después tal vez se estabilizaría. Si en un momento dado se estima que estamos en una situación de urgencia total y que hay que hacer cualquier cosa para reducir las temperaturas, lo único que se puede hacer para lograrlo es lanzar nubes de sulfato a la atmósfera. Es la única opción tecnológica conocida para lograrlo. Cada verano, en cada nueva estación de catástrofes, mi sentimiento es: “OK, ¿cuándo se dará la orden de aplicar la geoingeniería solar? Cuando las cosas se vayan a quebrar, cuando el sistema se vaya a hundir y cuando haya un auténtico sentimiento de urgencia de que –como en una pandemia– algo habrá que hacer, y cuando los gobiernos comiencen a mirar a su alrededor y se pregunten: «¿Qué podemos hacer? El Oeste americano está en llamas»», o convirtiéndose en un desierto, o toda Europa arde u otra cosa… Entonces sólo habrá una cosa que se pueda hacer.
Si nos encontrásemos en esa situación y los aviones despegasen para inyectar las partículas de sulfato, no digo que habría que derribar esos aviones, sabotearlos o lo que sea. Pero deberíamos reflexionar en lo que sería una estrategia de izquierda en ese momento, porque esa situación parece cada vez más probable por razones estructurales estrictamente lógicas. Hay cada vez más señales de que una parte de la intelligentsia burguesa se orienta en esa dirección. Por ejemplo, existe un grupo de reflexión llamado el Fórum de París sobre la Paz, que aspira a ser el equivalente del Fórum Económico mundial en el ámbito geopolítico. Este grupo creó una comisión sobre el desbordamiento [«overshoot», la idea de que el calentamiento superará los objetivos de 1,5 °C o 2 °C], presidida por Pascal Lamy que antes fue presidente de la OMC, y que hace unos meses anunció que habría que examinar la geoingeniería, que no hay otro medio… ¿Conoces a este tipo?
Sí, es o ha sido un neoliberal del PS en Francia, fue comisario europeo de comercio y después se fue a la OMC…
Ése es. Otra señal es que hace alrededor de un año la Academia Nacional de Ciencias de los Estados Unidos publicó un largo informe preconizando un programa nacional de investigación sobre la geoingeniería solar, y pienso que es mucho más probable que Biden y los Demócratas tomen la iniciativa en este sentido, más que Trump y los Republicanos. Es por tanto algo que hay que vigilar de cerca y para lo que prepararse.
Esto nos lleva a la cuestión del Estado. Muchas personas y militantes de izquierda consideran que el clima, y más en general el desastre ecológico, es una razón por la que debemos abordar la cuestión del Estado y no sólo concentrarnos en alternativas locales. Es un fenómeno tan global, tan destructor, y que necesita tantas inversiones, decisiones, etc., que necesitamos algo como un Estado para actuar. Pero entonces, desde luego, se plantea la cuestión del tipo de Estado en que pensamos. Hablas un poco de esto en tu libro sobre la pandemia. Sería interesante explorar esta cuestión.
En lo fundamental, pienso que la observación es correcta. Esta crisis, cualquiera que sea la manera como se gestione, será gestionada por el Estado. La geoingeniería solar sería una intervención increíblemente extrema en el conjunto del sistema planetario y sería realizada por algunos Estados. La eliminación de dióxido de carbono a gran escala necesita evidentemente una implicación masiva del Estado. La reducción de las emisiones necesita también la intervención del Estado, porque las reducciones deberán ser tan importantes, rápidas y completas que ningún otro agente que el Estado podrá realizarlas. Conviene subrayar aquí que todos los científicos que preconizan la eliminación del dióxido de carbono y/o la geoingeniería solar son perfectamente conscientes de que nada de todo esto funcionará sin una reducción masiva de las emisiones. Quienes preconizan la geoingeniería solar no dicen nunca que podamos hacerla en lugar de las reducciones de emisiones, dicen que debemos hacer las dos cosas al mismo tiempo. La cuestión es: «¿es probable que ambas sean puestas en marcha al mismo tiempo?». Creo que es una ilusión optimista. La razón por la que preciso todo esto es que no hay forma de salir realmente de la crisis climática sin reducciones masivas de las emisiones, y éstas deben ser extraordinariamente rápidas, profundas y radicales.
Cualquiera que sea la vía seguida por los Estados, pienso que estarán sometidos a cambios en su carácter. Si un Estado pone en marcha la geoingeniería solar, se volverá extremadamente poderoso porque gobernará el clima del planeta, lo que supondrá todo tipo de peligros de autoritarismo y de control supercentralizado de las condiciones climáticas en otras partes del mundo. Existen todo tipo de escenarios: la geoingeniería solar podría provocar un problema de monzón en la India u otro efecto secundario muy nefasto en alguna parte de los «países del Sur». Pero el Estado que practique la geoingeniería –podrían ser los Estados Unidos, por ejemplo– continuará probablemente haciéndolo y ejercerá así un poder increíblemente centralizado sobre la humanidad.
También un Estado que emprenda reducciones masivas de emisiones podría cambiar de carácter. Podría volverse autoritario, porque tendría que dirigir con fuerza la economía y la sociedad para obtener estas reducciones rápidas de emisiones. Pero podría igualmente darse una profundización de la sustancia democrática de Estado. Por ejemplo, si nacionaliza las empresas privadas de combustibles fósiles, se extiende la democracia a la esfera de la producción energética. En otras palabras, se la coloca bajo control pública y se pone a todo un sector de la economía en manos del ejercicio político democrático, lo que en cierta manera va contra los límites de la democracia burguesa, que considera que la democracia es una esfera estrictamente política y que la economía es una esfera que se autogestiona y no debe sufrir interferencia. Si se hace cargo del sector de la energía y se lo coloca en la esfera política, se extiende de alguna manera la democracia a la economía. Pienso que una verdadera transición necesita este tipo de profundización de la democracia y puede tomar potencialmente la forma de una ruptura, de un cambio revolucionario en el sentido de que, si se quiere realizar, deberá vencer probablemente a una parte muy importante del enemigo de clase. Porque ni Total, BP o Shell van a abandonar voluntariamente y decir: «OK, coged nuestras empresas y no volveremos a hacer ganancias, vamos a abandonar nuestro sector de actividad y a morir voluntariamente». Las cosas no ocurren habitualmente así en la historia. Para conseguirlo, hay que volverse más fuerte que ellos, lo que no es poca cosa, porque hoy en día ellos son mucho más fuertes que nosotros. Debemos volvernos por tanto más fuertes que ellos para vencerlos, y eso no significaría necesariamente una revolución social total, sino un cambio en las relaciones de propiedad que tal vez podría desencadenar un proceso que fuera más allá del orden actual de las cosas.
Además de la cuestión del Estado y de las iniciativas locales, está la cuestión del papel del individuo. Existe un relato, promocionado con frecuencia por las empresas y los gobiernos, que señala esencialmente la responsabilidad de los individuos en resolver el desastre ecológico, pero también hay a veces una presión en los círculos militantes para vivir y actuar de forma diferente, y pretender resolver la cuestión con pequeños cambios a escala del individuo o de la comunidad. ¿Cuál es tu impresión sobre este tema?
Es una cuestión que reaparece sin cesar y sobre la que estamos todo el tiempo debatiendo. De manera general, creo que es importante destacar que los cambios de modo de vida individuales nunca serán la solución y que lo que se puede hacer como individuo tiene un efecto extremadamente limitado. Creer que uno, en tanto consumidor, pueda cambiar las cosas haciendo compras diferentes, es capitular ante un discurso burgués sobre la sociedad que es fundamentalmente erróneo. En primer lugar, en tanto que consumidor, se tiene un poder de cambio extremadamente limitado. Y el hecho de que se actúe como consumidor es fundamentalmente desigualitario en el sentido de que el consumidor más rico tiene más influencia. Nuestra orientación política no se basa en nuestra propia riqueza. Un consumidor rico de la clase obrera puede no tener capacidad –o no tener tiempo– para comprar la alternativa más cara y la más sostenible ecológicamente. Bill McKibben estuvo un día invitado en mi universidad y le pregunté: «¿Qué es lo más importante que se puede hacer como individuo?», y respondió: «Dejar de ser un individuo, unirse a los otros y hacer cosas juntos, es la única manera de cambiar las cosas», y es verdad.
Por otra parte, sería cometer el error contrario pensar que lo que se haga como individuo no tiene ninguna importancia. No se trata aquí de una cuestión de impacto sino de credibilidad. Si defendemos un comunismo de guerra ecológico o una transformación total de la sociedad, sería hipócrita por mi parte o por la de cualquiera que abogue en este sentido no hacer ningún cambio en el propio estilo de vida y permitirse tomar el avión a la menor ocasión o comer carne sin medida, por ejemplo. Decir que lo que hago como individuo no tiene importancia y que puedo hacer lo que quiera y que al mismo tiempo estoy por un cambio total, no es una manera de hacerse creíble. Hay que poner en práctica al menos una pequeña parte de lo que se predica.
Está esa frase de Adorno que tal vez hayas oído: «No hay buena vida en la mala». Para mí, esto significa que si se está pillado en el interior de un sistema fundamentalmente podrido, es muy difícil purificarse o purgarse y vivir de una manera completamente sostenible. Es prácticamente imposible, a menos de abandonar todo y vivir solo como cazador-recolector en medio del bosque para escapar de la porquería de la civilización industrial capitalista. No podemos esforzarnos por alcanzar una pureza total, eso es imposible si se quiere formar parte de la sociedad y si se quiere cambiarla –y no se quiere quedar aislado fuera de ella. Mientras se está en el interior de la sociedad, lo que es una condición previa para cambiarla, se deben hacer concesiones a ésta. Es lo que siempre ha pasado en nuestras luchas: los trabajadores tienen una relación de dependencia respecto a su empleador y reciben salarios del mismo; luchan contra su empleador pero están siempre en una relación de dependencia y no pueden escapar simplemente de la misma. De igual manera, estamos encerrados en un sistema que hace de nosotros consumidores de combustibles fósiles y no podemos extraernos por completo.
Esto significa para cada uno de nosotros que debemos negociar esto en nuestras propias vidas y tomar decisiones para determinar un equilibro, lo que es adecuado hacer. Aquí, el tema que más se repite es el avión, porque es la peor cosa que se pueda hacer como consumidor privado en términos de emisiones, y es también un acto al que a veces es difícil resistirse porque, por ejemplo, si se quiere ir a Norteamérica por cualquier razón –se puede tener una razón política para ir–, no hay otra opción que tomar el avión. El pasado diciembre tenía que ir a Egipto, porque es un país con el que tengo vínculos. Y por primera vez en la historia de la humanidad, no fue posible embarcar en un navío en el Norte del Mediterráneo para ir al Sur –¡no hay barcos para Egipto! Es ridículo, porque es así como la gente ha viajado durante milenios, por ejemplo entre Egipto e Italia, pero ya no era posible porque toda una sociedad capitalista ha impuesto la aviación como el único medio de transporte disponible. ¿Qué hacer entonces? ¿Me quedo en casa y digo que no puedo ir a Egipto porque sólo hay vuelos? No, no es lo que hice, tomé un vuelo para ir allí. En cambio, cuando discutí la manera como acudiría a este campamento [en el centro de Francia], se me dijo que se había pedido a los intervinientes que tomasen el medio de transporte más barato. En mi caso eso significaba tomar el avión, pero no me pareció correcto –intento evitar tomar el avión en Europa. Después se me indicó que un autobús de la delegación danesa partía de Copenhague, por tanto tomé el autobús danés, era la mejor cosa. Pero no existe una regla general sobre la manera de gestionar estas cuestiones en la vida de cada cual, si no es el intentar evitar las emisiones excesivas y evitar las decisiones de mucha intensidad de emisiones, cuando eso es posible. Desde luego, hay que compensar esto con otros factores –los proyectos políticos en que se implica, las afiliaciones familiares, etc. En todo caso, debemos abandonar por una parte la idea de que nuestras acciones individuales sean las que van a cambiar la sociedad, y por otra parte la idea de que uno se pueda volver puro y libre de todo pecado y de toda culpabilidad en esta sociedad.
En tu entrevista 5/ con Stathis Kouvelakis para Hors-Série, añades otro argumento: que los consumidores no tienen ningún control sobre la manera como son producidas las cosas, sobre las cadenas de producción mundiales, etc.
Sí, se puede tomar el ejemplo del sector del acero, que es crucial en términos de emisiones: no hay ningún medio para que un consumidor de productos acabados tenga un impacto real sobre las cosas en este sector, porque el acero es un material en otros productos, y como consumidor, por ejemplo cuando compra un automóvil, no entra directamente en contacto con la industria del acero, no puede boicotearla.
Unas palabras sobre Suecia, de donde eres originario. ¿Cuál es el estado del movimiento climático / ecológico, más allá de Greta Thunberg, y cuáles son los desafíos para la izquierda en este país?
De hecho, Greta es de alguna manera una anomalía porque el movimiento en favor del clima en Suecia es extremadamente débil. Suecia es por lo general un cementerio para los movimientos sociales y Greta se ha vuelto famosa en Suecia porque antes lo ha sido en Europa. Fue descubierta de pronto por los medios de comunicación suecos –«esta sueca se ha vuelto muy famosa en Europa, hay que darle cobertura aquí también». Pero las huelgas escolares por el clima como movimiento han sido siempre más débiles en Suecia que en Dinamarca, por no hablar de Alemania o incluso de Bélgica. Nunca hemos alcanzado el estadio que habéis conocido. En un momento dado, a finales de 2019, hubo algunas manifestaciones bastante importantes en Estocolmo, pero todavía lejos de la influencia y la amplitud constatadas en otros países. Existen iniciativas aquí y allí. En el momento en que se publique esta entrevista, habrá habido una acción a pequeña escala del tipo Ende Gelände, a final de agosto, contra una empresa cementera en Gotland, una isla al este de Suecia. En cambio, conocimos un enorme fracaso a comienzos del mes de junio: un intento de militantes de Estocolmo –yo formé parte al comienzo– para llevar a cabo una campaña llamada «Pull the Plug» con ocasión de una cumbre que tuvo lugar a comienzos del mes de junio y que no recibió ninguna atención mediática. La cumbre se llamaba «Stockholm+50» porque en 1972 tuvo lugar una importante cumbre del PNUE, que fue una especie de jalón en el desarrollo de la política ambiental internacional. La idea era por tanto que 50 años más tarde, el gobierno sueco y la ONU organizan una cumbre para celebrar el 50º aniversario. Queríamos hacer acciones durante la misma, pero lo único que finalmente se organizó fue una marcha pasando por delante de diferentes apartamentos donde viven los directores generales de compañías petroleras y gaseras y de bancos en Suecia. La idea era dirigirse a sus apartamentos, encender fumígenos, lanzar eslógans, etc. –una idea excelente, pero no acudieron más que 100 personas. 100 personas después de seis meses de tentativas de movilización: un fracaso total. Resultó incluso embarazoso.
Y luego está la cuestión de la izquierda. Existe el Partido de Izquierda, que es el antiguo Partido Comunista, y nuestra sección de la Cuarta Internacional se disolvió como partido. Nos llamábamos Partido Socialista -nada que ver con los PS que conocemos en Bélgica o en Francia- y ahora nos llamamos Política Socialista –sobre todo para poder trabajar en el seno del Partido de Izquierda. El Partido de Izquierda tiene ahora una nueva presidenta desde hace algunos años, Mehrnoosh Dadgostar, Nooshi. Ha abandonado la política en favor del clima de su predecesor, Jonas Sjöstedt, un obrero del automóvil que trabajaba en la fábrica Volvo de Umeå, en el norte de Suecia, y que estaba muy cercano a algunos de nuestros camaradas de la Cuarta Internacional, ya que el mayor sindicato de metalúrgicos del norte de Suecia está dirigido por miembros de la sección sueca de la Cuarta Internacional. Emprendió de alguna manera el proceso de invitarnos en el seno del Partido de Izquierda en los años en que Podemos y Syriza eran interesantes fuerzas de izquierda. Quería ampliar el Partido de Izquierda, hacer más ese tipo de partido, y sugirió que trabajásemos juntos. Estaba personalmente implicado en la política en favor del clima e hizo de ella un elemento del perfil político del Partido de Izquierda. Pero el proyecto estratégico de Nooshi es atraer a los electores de clase obrera de los Demócratas Suecos –la extrema derecha– hacia el Partido de Izquierda. De hecho, se puede decir simplificando un poco las cosas, que tiene la idea de que la clase obrera es esencialmente la clase obrera blanca en las viejas ciudades industriales o postindustriales en zonas rurales, y que para volver a ganar a estos electores de Demócratas Suecos, debemos atenuar nuestra política por el clima y nuestro antirracismo. Nuestra corriente –Política Socialista– y varias otras en el seno del Partido de Izquierda están muy descontentos de este viraje. La línea que ha adoptado es controvertida. Ella se presenta como una socialdemócrata a la antigua, muy proindustria. Le gusta dirigirse a las obras de construcción, ponerse un casco de obra y hacerse fotografiar posando como una obrera, ese tipo de actitud obrerista…
Se parece a la efímera experiencia de la organización Aufstehen de Sahra Wagenknecht en Alemania.
Sí, es el mismo tipo de orientación. Esta tensión está todo el tiempo pendiente hoy en día: ¿hay que estar contra las «políticas de identidad» y concentrarse en cuestiones más inmediatamente ligadas a la clase, o deberíamos tener una comprensión amplia de la clase y del sujeto revolucionario? Y por desgracia, en el debate ella tiene una tendencia muy clara hacia la primera posición.
Una última palabra sobre Código Rojo, la acción de la que ya hemos hablado al comienzo de la entrevista. Junto a la Gauche Anticapitaliste, somos miembros de una coalición bastante amplia –con organizaciones como Greenpeace, por ejemplo– que prevé una importante acción de desobediencia civil a comienzos del mes de octubre. El objetivo es bloquear una gran infraestructura de Total…
¡Oh, estupendo!
¡Así lo pensamos! (Total adquirió la principal compañía petrolera belga, Petrofina, hace 20 años, dicho de paso). Pretendemos movilizar a más de 1 000 personas para esta acción. Es muy ambicioso –nos gustaría hacer algo como Ende Gelände, que es una gran fuente de inspiración. Trabajamos duro para conseguir un éxito…
¿Tenéis ya fechas para esta acción? ¿Dónde se realizará? ¿Existe un sitio web?
Sí, tendrá lugar el fin de semana de 8-9 de octubre. Hay una página web que es https://code-rouge.be/. El lugar no se ha divulgado todavía –lo haremos en el último momento para que esta acción muy conflictiva tenga posibilidades de realizarse.
Desde luego, es lógico. ¡Estupendo! Por desgracia no puedo acudir en esas fechas, pero si lo pudiera me sumaría sin ninguna duda!
Texto original: https://www.gaucheanticapitaliste.org/andreas-malm-interview-avec-les-jeunes-anticapitalistes/
Traducción: viento sur
Notas:
1/ http://gaucheanticapitaliste.org/code-rouge-prepare-une-action-de-masse-contre-lindustrie-des-energies-fossiles-en-belgique/
2/ http://commondreams.org/views/2021/11/12/cop-dead-long-live-movement
3/ https://www.gaucheanticapitaliste.org/andreas-malm-interview-avec-les-jeunes-anticapitalistes/
4/ http://brill.com/view/journals/hima/29/1/article-p3_1.xml?language=en
5/ http://hors-serie.net/Dans-le-Texte/2021-06-19/Strategie-pour-l-urgence-chronique-id453