El 10 de abril de 2013 se discutía en el Parlament de Catalunya una propuesta para prohibir por ley el fracking. Fue rechazada con los votos de Convergència i Unió y el Partido Popular. Mientras, a las puertas del Parlament se concentraban distintos colectivos.
A veces hay coincidencias afortunadas que tienen un valor simbólico impresionante y un gran potencial de futuro. Hoy ante el Parlament de Catalunya han coincidido dos movilizaciones. Una, más modesta, la de las Plataformas contra el Fracking, y la otro más numerosa y ruidosa, de los trabajadores de Alstom, empresa que se dedica, entre otras cosas, a la fabricación de aerogeneradores eólicos. En un caso un colectivo de vecinos y activistas en defensa del territorio preocupados por las consecuencias de una práctica extractiva muy agresiva y deudora de un modelo energético agónico y representativo de una sociedad abocada al desastre ecológico y al fracaso social. En otro un colectivo de trabajadores de una empresa tecnológica que tiene como fundamental núcleo de negocio las energías renovables, que ahora afrontan un ERO.
Diferentes intereses que confluyen en un eje absolutamente estratégico: nuevo modelo industrial – nueva cultura de la energía – nueva cultura del territorio. Porque en la transición hacia una sociedad sostenible también habrá industria y tanto ésta como todos nosotros estaremos alimentados por nuevas fuentes de energía, que por razones obvias (cambio climático, destrucción del entorno, agotamiento del recurso) ya no serán las fósiles. Paco Fernandez Buey y Jorge Riechmann escribieron hace años un libro que cada vez tiene más actualidad: Trabajar sin destruir. Trabajadores, sindicatos y ecología (Ediciones HOAC, Madrid, 1997). Ciertamente esta frase resume el discurso de la confluencia que necesitamos construir entre trabajadores organizados y activistas en defensa del territorio y movimientos ecologistas.
Y en este diálogo necesitamos muchas dosis de mano izquierda para entender los problemas del proceso transición y una voluntad de encontrar espacios comunes, donde como ciudadanos entendamos que el objetivo final es un medio ambiente saludable y una sociedad justa y en paz con el planeta. Hoy los trabajadores de Alstom lo han entendido a la primera y cuando se acercaban a las puertas del Parlament a las consignas en defensa de sus puestos de trabajo han añadido una nueva: «No al fracking, queremos energías renovables». El entendimiento ha sido inmediato y pedagógico, más allá de la casualidad afortunada. La necesidad de que intereses diferentes confluyan para construir un amplio bloque social hegemónico en favor del cambio de modelo productivo y energético es estratégica. Todo ello requiere también de una fuerte transformación de las relaciones en el ámbito del trabajo y una potente participación de los trabajadores en las decisiones de las empresas.
Muchas veces cuando hablamos de «soberanía» nos olvidamos que esto significa mucho más: reapropiarnos de nuestras vidas, poder participar en las decisiones que alteran nuestro entorno, democratizar la vida laboral, poner en cuestión de nuevo la sacrosanta propiedad privada de los medios de producción, etc. En este proceso de lucha es donde podemos encontrarnos las organizaciones sociales (sindicatos, movimientos, grupos culturales,…) en la construcción de un discurso global que nos permita estar al frente de una mayoría social para una alternativa seria y de futuro. Muchos trabajadores, que también son ciudadanos preocupados y vecinos indignados ante las derrotas que ven a su alrededor, han trabajado o trabajan en empresas que dependen del modelo depredatorio actual. El eje energía fósil – construcción de infraestructuras – automóvil, por ejemplo, ha generado muchos puestos de trabajo, aunque hoy con la crisis son los más amenazados. En una sociedad ecológicamente reestructurada se necesitarán períodos de transición extraordinarios que permitan que estos trabajadores vivan y se reciclen para participar en la economía industrial verde. Para encarar este proceso necesitamos una gran alianza entre sindicatos y movimientos sociales. Más aún cuando las grandes multinacionales, auténticos gobiernos en la sombra del mundo, siguen cegadas por las lógicas criminales del beneficio inmediato y la acumulación salvaje de capital. Para estos sectores, minoritarios y egoístas, el futuro del planeta y de la humanidad es un tema poco importante junto a su afán insaciable de lucro. Ante esto, construyamos este bloque social de la mayoría que queremos una vida digna para nosotros y para nuestros hijos en un planeta habitable.
Raul Valls es miembro del Centre per a la Sostenibilitat Territorial (CST) y colaborador de Alba Sud.
Fuente: http://www.albasud.org/