La oscura maniobra que personeros de gobierno y oposición utilizaron para imponer un modesto reajuste salarial de 4,2% a los funcionarios del Estado, merece una profunda reflexión y, sobre todo, la toma de posición de las organizaciones sociales y políticas que aspiran a un país diferente. La artimaña para derrotar a los trabajadores -que se […]
La oscura maniobra que personeros de gobierno y oposición utilizaron para imponer un modesto reajuste salarial de 4,2% a los funcionarios del Estado, merece una profunda reflexión y, sobre todo, la toma de posición de las organizaciones sociales y políticas que aspiran a un país diferente. La artimaña para derrotar a los trabajadores -que se movilizaron con una fuerza y entusiasmo admirables en pos de un reajuste digno y del término de los despidos en la administración pública-, consistió en un acuerdo secreto entre el gobierno, la dirigencia de la CUT y el presidente del Partido Socialista, diputado Osvaldo Andrade. Entre esos actores -no está descartado que haya otros nombres además de los que han salido a relucir- fraguaron otra de las tantas traiciones que han sufrido los trabajadores chilenos a manos de las cúpulas del poder político y sindical, lamentablemente sin sacar lecciones de esas derrotas.
El esfuerzo organizativo de la Agrupación Nacional de Empleados Fiscales (Anef) y otros gremios del sector público, fue notable. Hacía años que en Santiago, Valparaíso, Concepción y otras ciudades, no se veían marchas tan numerosas. Decenas de miles de trabajadores encabezados por la Anef paralizaron sus labores y salieron a las calles a reclamar un salario digno y el término de los despidos arbitrarios en la administración pública. Sin embargo, más allá de las exhibiciones discursivas de la Concertación -hoy convertida en remedo de oposición a un gobierno de derecha que hace exactamente lo mismo que esos partidos hicieron durante 20 años-, comenzaban a tejerse las redes de la traición. En el momento culminante de la discusión del proyecto en la Cámara de Diputados, cuando era necesario demostrar lealtad a los trabajadores para no clavarles un puñal en la espalda, una camarilla política asociada a la burocracia sindical consumó la traición previamente pactada con los ministros encargados de negociar el reajuste salarial.
La cúpula político-sindical impuso una vez más sus condiciones al movimiento social. El desaliento y repulsión que esto produce en los trabajadores, saltan a la vista. El daño moral es enorme y el deterioro de la credibilidad en la organización y sus dirigentes, es incalculable. Queda en evidencia que para algunos dirigentes sindicales y políticos las normas democráticas y éticas no tienen ningún valor al momento de las decisiones. Lamentablemente los dirigentes más respetados por su combatividad y comprobada lealtad a los trabajadores, han preferido callar o emplear un lenguaje críptico para referirse a la traición y a los traidores. El caso reclamaba una actitud clara y enérgica. Lo ocurrido exigía emplazar al presidente de la CUT, Arturo Martínez, y obligarlo a renunciar. Sin embargo, las reglas de hierro que protegen en la CUT el reinado de la camarilla dirigente, desa-lientan a los elementos críticos de la actual conducción. Les parece imposible desarticular las «máquinas» que se arman en vísperas de cada elección de la CUT y que permiten manejar sin sobresaltos una organización que debería ser paradigma de democracia y participación de las bases. Por otra parte, el control superior de la CUT está asegurado en virtud de un pacto político entre los partidos Socialista, Comunista y Demócrata Cristiano. Los dirigentes sindicales más combativos también pertenecen a esos partidos y esto los amarra de pies y manos. En el caso actual, el actor más relevante, Arturo Martínez, pertenece al Partido Socialista. De modo que es muy difícil que otro socialista como Raúl de la Puente, presidente de la Anef, decida desafiar el doble sistema de seguridad que protege a la cúpula burocrática. La disidencia en la CUT está condenada al ostracismo y se aborta de antemano cualquier nuevo liderazgo.
No obstante la magnitud de lo ocurrido induce a pensar que el dominio de la burocracia sindical no durará demasiado tiempo. El entusiasmo, excelente organización y bulliciosa combatividad que mostraron los funcionarios públicos en su lucha por un reajuste digno y por estabilidad en sus puestos, no se perderá. En algún momento buscará otras formas -y si es necesario otros liderazgos- para dar la batalla por la autonomía de las organizaciones de trabajadores y castigar la traición en forma ejemplar
(Editorial de «Punto Final», edición Nº 725, 23 de diciembre, 2010)