Leyendo hace unas pocas semanas las páginas de un medio escrito de este país se podía encontrar, el mismo día y en una suerte de amontonamiento de noticias, algunas informaciones de este tipo: «Iberdrola gano 953 millones de euros hasta marzo», «BBVA ganó 624 millones de euros en el primer trimestre», «el Ibex (las 25 […]
Leyendo hace unas pocas semanas las páginas de un medio escrito de este país se podía encontrar, el mismo día y en una suerte de amontonamiento de noticias, algunas informaciones de este tipo: «Iberdrola gano 953 millones de euros hasta marzo», «BBVA ganó 624 millones de euros en el primer trimestre», «el Ibex (las 25 grandes empresas españolas que cotizan en bolsa) gana 1,5% en abril». También era noticia destacada, el mismo día y en el mismo periódico, el nombramiento del ex-presidente del Partido Nacionalista Vasco, Josu Jon Imaz, como consejero delegado de Repsol. Esto último, como un nuevo ejemplo de aquello que se ha dado en llamar «las puertas giratorias», mecanismo por el que ex-altos cargos políticos pasan, en muchos casos casi inmediatamente después de dejar sus cargos, a ser parte de los consejos ejecutivos o de administración de las grandes transnacionales españolas. Por supuesto este mecanismo de trasvase de políticos, aunque no ilegal, es cuando menos sospechoso y poco ético, dando lugar a dudas razonables sobre si esta entrada en las élites del mundo económico, financiero y empresarial no tiene mucho que ver con lo que se conoce popularmente como «pago por los servicios prestados o por prestar aún».
Pero al margen de esto último y dado que no se pretende en este escrito hacer una nueva denuncia de la dudosa moralidad que suponen estos bailes entre altos cargos de la política y el poder económico, dejemos ese dato simplemente apuntado en la suma de los titulares anteriores. Lo que realmente se quiere ahora destacar es que, posiblemente, lo verdaderamente llamativo y a la vez muestra evidente del modelo de sistema y sociedad en crisis en la que ya nos movemos en una suerte de ruleta interminable de este tipo de noticias, es el hecho que todas ellas se publicaban un 1º de mayo, día internacional de la clase trabajadora.
Al día siguiente muchas informaciones y declaraciones de políticos en activo resaltaban el hecho de que se había arrojado pintura roja en algunos cajeros automáticos o que se habían producido algunos incidentes con la policía al finalizar las manifestaciones de ese día. Todas las declaraciones eran en la línea, incluso literal, del «así no se sale de la crisis». Estando de acuerdo en que posiblemente esas no sean las formas y acciones más adecuadas, lo que realmente debería llamarnos la atención es la concatenación de las noticias que se producían el día que siempre se ha entendido como de lucha de la clase trabajadora y que, sin embargo, parecía de fiesta empresarial gracias a sus buenos resultados en el primer trimestre del año. No había ninguna declaración, ni denuncia, contra el empresario que en esos mismos días arrojaba a la calle a 150 trabajadores o a los banqueros enriquecidos a costa de engañar a los clientes mediante la venta fraudulenta de las ya famosas preferentes bancarias, que se han comido los ahorros de miles de trabajadores y trabajadoras y que, por lo tanto, este 1º de mayo poco podían celebrar, salvo mostrar su enfado contra el injusto sistema que ahora les arroja a una vejez en la indigencia en muchos casos después de una vida de trabajo.
Como decimos, se produjeron también las ya tradicionales cargas y detenciones policiales al final de algunas de las manifestaciones, «por alterar el orden público», que viene a ser la paz de los que no están en crisis. Pero siguen sin darse detenciones y encarcelamientos de los varios cientos de políticos inmersos en procesos de corrupción y, que incluso desde su todavía actividad pública siguen, con sus decisiones, facilitando día a día que se siga desahuciando a decenas de personas que no tienen con qué pagar a los bancos y hacer frente a las hipotecas sobre sus viviendas.
Pero han pasado algunas semanas y, sin embargo, todo mantiene la misma tónica, incluidas las declaraciones de la clase política de aquí y de allá en el sentido de que ya todo va a mejor, que vamos saliendo de la crisis, aunque, eso sí, no se creará todavía empleo y los expedientes de regulación de empleo siguen dándose a diario. Entonces, dónde está la salida de la crisis.
La respuesta a la anterior pregunta la podemos, en gran medida, encontrar en las últimas informaciones de estos días pasados. Según la OCDE, el estado español ya es líder en Europa en algo, aunque sea en desigualdad social, lo que se concreta en el hecho de ser el país en que más ha aumentado su brecha entre las minorías enriquecidas y las mayorías empobrecidas. Así, en estos años de crisis los ingresos del 10% más pobre de la población cayeron un 40%, mientras que los de la más rica solo un 5% y este mismo estado español es el octavo país más desigual de los 34 que integran la OCDE, por detrás de países como México, Chile, Turquía o Portugal. Es decir, quienes ya eran pobres se han empobrecido hasta la indigencia y quienes eran ricos ahora lo son hasta el escándalo. Y el grueso de la población no camina en estos años precisamente hacia el enriquecimiento, sino hacia el empobrecimiento cada vez más acusado.
Y ante este panorama la disyuntiva que se plantea tiene que ver con el cuestionamiento radical del sistema que ya se demostró inapelablemente como injusto. En los primeros años de la crisis no eran pocos los que apelaron a que ésta era cíclica, que pasaría en breve. Algunos otros hablaron de que era más profunda y que se requería una refundación del capitalismo para hacerlo más controlable. Sin embargo, éste se ha demostrado como insaciable en su búsqueda permanente de beneficios a cualquier precio y ha pasado a ser él, el poder económico neoliberal, el que ejerza el control absoluto sobre los poderes políticos y sociales, a los que ya podemos denominar como los «sin-poderes políticos y sociales».
Por eso esta situación, este modelo dominante requiere sin más demoras respuestas activas. Gran parte de la clase política y prácticamente toda la económica defienden, en el mejor de los casos, simples reformas del mismo para su readecuación y larga vida. Por el contrario, para otras instancias políticas y sindicales, así como la práctica totalidad de los movimientos sociales la alternativa posible y necesaria está en la implementación de verdaderas transformaciones profundas y radicales del sistema, que permitan construir un mundo más justo y equitativo. Al fin y al cabo, como señala Neil Faulkner en su libro «De los neandertales a los neoliberales», «la economía mundial tiene una capacidad sin precedentes para satisfacer las necesidades humanas básicas, pero la riqueza que genera sigue estando controlada por una diminuta minoría ahíta y al mismo tiempo ansiosa de beneficios. El mundo es más rico que nunca, pero también está más empobrecido que nunca. (…mientras que nuevamente existe) una alternativa simple entre la lógica del capital y las necesidades de la humanidad; entre la competencia implacable y la alimentación de los hambrientos». Y esta breve descripción, de dimensión mundial, también es plenamente válida para un ámbito más local como el nuestro. Entonces, la pregunta es ¿reformamos ó transformamos?
Jesus González Pazos. Miembro de Mugarik Gabe
Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.