No nos lanzamos como cuervos sobre un cadáver reciente. Señalamos vértices no atendidos. Radios y televisiones han dado cuenta, dan cuenta profusamente, del fallecimiento de Juan Antonio Samaranch [1]. Personalidades oficiales, líderes políticos, representantes sociales de renombre, instituciones encopetadas, trazan curriculums sesgados del que fuera Premio Príncipe de Asturias del Deporte y medalla de Sant […]
No nos lanzamos como cuervos sobre un cadáver reciente. Señalamos vértices no atendidos.
Radios y televisiones han dado cuenta, dan cuenta profusamente, del fallecimiento de Juan Antonio Samaranch [1]. Personalidades oficiales, líderes políticos, representantes sociales de renombre, instituciones encopetadas, trazan curriculums sesgados del que fuera Premio Príncipe de Asturias del Deporte y medalla de Sant Jordi (o afín) de la Generalitat. No hace falta insistir en lo que es un lugar común transitado por todos y todas, incluyendo partidos políticos como el PP, CiU, PSC y Ciutadans, con la aquiescencia total, sin disidencia conocida, de reconocidos representantes de las clases dirigentes y dominantes catalanas. Todos a una, sin puntos de discordia.
No hay por qué volver a repetir con detalle lo ya sabido. Un breve resumen. Juan Antonio Samaranch no emitió durante el franquismo ninguna palabra de condena a aquel Régimen responsable de la desaparición, tortura, exilio y muerte de miles y miles de ciudadanos. No lo hizo, entre otras razones, porque fue parte sustantiva y beneficiada del sistema. Fue miembro de Falange Española desde muy joven y no sé exactamente cuando dejó de estar vinculado al partido fascista español. Fue tarde, bastante tarde [2]. Fue nombrado presidente de la Diputación barcelonesa en los años setenta. En tiempos malos para la lírica, pero buenos, muy buenos, para los negocios y los «emprendedores» alejados de exquisiteces morales.
Aquellos fueron también sus tiempos. No se ha podido ocultar. Él mismo ha comentado que entre una y otra época hay un punto de enlace en su trayectoria: el deporte. Dejemos para otra ocasión el análisis de ese signo de continuidad.
Unas declaraciones suyas a Radio Barcelona en 2001, hace apenas 9 años, cuando tenía 80 años de edad, arrojan luz sobre el personaje y sus máscaras. Preguntado por su valoración del franquismo, después de emitir las críticas triviales que son de rigor, admitió la posibilidad de mirarlo desde una perspectiva positiva. Mirado así, él que consideraba las Olimpíadas de 1992 como el gran acontecimiento de toda la historia de Barcelona señaló tres puntos centrales y positivos. El primero: Franco había designado como jefe de Estado a Juan Carlos I de Borbón y, comentó el señor Samaranch, con esa designación, y con la Monarquía que representaba el designado, el acuerdo era unívoco. Segundo punto: Franco, el general golpista, el corresponsable de la matanza de Gernika, había evitado la entrada de España en la Segunda Guerra Mundial. Ninguna referencia a la División Azul ni a los españoles asesinados en campo de exterminios. Tercer aspecto destacado: Franco y el franquismo habían permitido la consolidación de una clase media que había impedido, e impediría en el futuro, la irrupción de nuevas guerras civiles en nuestro país. Linz en Estado puro. Ni que decir tiene que tampoco hubo ninguna condena explícita a los responsables del «alzamiento».
¿Cómo puede calificarse ese balance del franquismo realizado por señor Samaranch en 2001 desde esa atalaya «positiva» en la que se situaba? ¿Hay signos de antifranquismo en sus consideraciones? No lo parece. Parece obvio, en cambio, que sobre este lado de la luna y de la fuerza, sobre ese lado oscuro y en penumbra, se quiere asentar un profundo silencio y evitar luces, focos, fotografías y filmaciones.
PS: El president Montilla ha declarado que el señor Samaranch fue, además de muchas otras cosas, un embajador efectivo de Catalunya.
Definitivamente: no es posible entender el papel político y cultural del antiguo presidente de la Diputación franquista de Barcelona sin tener en cuenta los efectos centrales y colaterales de ese escándalo político llamado transición política [3].
Notas:
[1] Si no ando errado, nunca catalanizó su nombre.
[2] Asimetría sangrante y significativa. Manuel Sacristán fue miembro de la OJE durante 4 o 5 años. Se fue de la organización, no sin peligro para él, con riesgos indudables, por desacuerdos profundos y por prácticas de torturas a estudiantes catalanistas. Lo demás es más conocido. Pero no hay apenas ocasión en la que no se recuerde, con netas inexactitudes, esa militancia adolescente y juvenil. No hay, en cambio, referencia alguna a la larga militancia fascista del señor Samaranch. El resto, aquí, es silencio; el olvido habita a sus anchas en este amplio territorio.
[3] Paradoja de paradojas: la designación crítica merece incluso aplausos de algunos dirigentes del PSC-PSOE cuando toca aplaudir. El 19 tocaba aplaudir en el acto del Paraninfo de la UB sobre Garzón.
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