La terminación del conflicto armado en Colombia solo tiene de positivo que finalmente nos sacamos de encima la pesada carga de la falsa lucha armada «revolucionaria». Podremos -si lo queremos-, luchar con más claridad, con verdadera organización popular, nosotros mismos, sin ilusiones vanas, sin «salvadores supremos». Lo cual es algo muy importante. Lo demás, lo […]
La terminación del conflicto armado en Colombia solo tiene de positivo que finalmente nos sacamos de encima la pesada carga de la falsa lucha armada «revolucionaria».
Podremos -si lo queremos-, luchar con más claridad, con verdadera organización popular, nosotros mismos, sin ilusiones vanas, sin «salvadores supremos». Lo cual es algo muy importante.
Lo demás, lo que nos quieren vender al lado de del pacto gobierno-FARC, es una falacia que hay que desenmascarar y denunciar.
Las FARC, para ocultar su derrota, quieren presentar ese hecho como un gran triunfo, pero no hay tal.
Será la paz más «perrata» que podamos imaginar, la paz neoliberal, con la que siempre soñó la oligarquía y el imperio.
Todo está armado para clavarnos -sin dolor-, la segunda fase de neoliberalismo que empieza por la apropiación masiva de territorios y tierras de la Orinoquía y otras regiones. Y van por todo, ¡todo todito!
Los proyectos de expansión del gran capital en Colombia son de enormes dimensiones. La expulsión de millones de personas -campesinos mestizos, afros e indígenas- del campo, les ha preparado condiciones para repetir la experiencia del sudoeste asiático.
Los planes de inversión en infraestructura, turismo, apropiación del mercado interno, nuevas áreas mineras, nuevos puertos, maquilas de nuevo tipo aprovechando las zonas francas, aprovechamiento de nuestra biodiversidad, son de una monumental magnitud.
Colombia ya es la tercera economía de la región y está a la cabeza de la Alianza del Pacífico. Su situación estratégica, la corrupción y cobardía de la casta política, la debilidad de sus instituciones sólo soportadas en la fuerza de un ejército descomunal y de un aparato judicial comprable, que serán la garantía para sus negocios, hacen de este país el «paraíso para sus inversiones» que estaban buscando.
Además, la languidez estructural de una izquierda domesticada por la «paz», que cargará en el mediano plazo con los errores políticos de la guerrilla y con las derrotas de los experimentos «progresistas» ocurridos en su vecindad, ofrecen condiciones inmejorables a los grandes inversionistas capitalistas que llegarán no sólo de EE.UU., Europa, China, Rusia, India, Brasil sino de todos los rincones del mundo. No los asusta nada.
Ser conscientes de ese hecho, tenerlo todo bien claro, estar de acuerdo con la finalización negociada del conflicto armado pero, a la vez, denunciar que no es ninguna «paz», ni mucho menos una «reconciliación», sino otra forma de la guerra del gran capital contra los desposeídos, los proletarios, los trabajadores, el pueblo en general, es clave.
De la cola de esa «paz perrata» se colgarán muchos militantes «progresistas» y de «izquierda», muchos de ellos preparados por numerosas ONGs para ponerle adornos a esa falsa paz, para ayudar a engañar al pueblo y ganarse unos «dólares». Ya lo hacen muchos de ellos. ¡Qué tristeza!
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