Decía hace unas horas un colaborador radiofónico, que «no es lo mismo una persona muerta que la muerte de una persona», y que por consiguiente, debíamos recordar que Iñigo se encontraba en el lugar de los hechos y no el «séptimo balcón del edificio adyacente». El opinólogo, alegando al «sufrimiento padecido en esta tierra», justificaba […]
Decía hace unas horas un colaborador radiofónico, que «no es lo mismo una persona muerta que la muerte de una persona», y que por consiguiente, debíamos recordar que Iñigo se encontraba en el lugar de los hechos y no el «séptimo balcón del edificio adyacente». El opinólogo, alegando al «sufrimiento padecido en esta tierra», justificaba así y a priori la forma de proceder de la Ertzaintza en este suceso. Minutos antes, haciendo uso de un vocabulario políticamente algo más comedido, el máximo responsable del Departamento de Interior del Gobierno Vasco, el señor Rodolfo Ares, también aludía a hechos y tiempos pasados en su turbia argumentación sobre la posibilidad de que hubiera habido «alguna negligencia» en la actuación de sus subordinados.
Estas afirmaciones, transcurridas 24 horas desde la muerte de Iñigo Cabacas tras tres días en coma inducido, se realizaban horas después de que el análisis forense confirmara que la muerte del aficionado del Athletic de Bilbao se produjo a consecuencia del impacto de una pelota, cuya utilización quedará prohibida por la Comisión Europea a finales de este año. De hecho, esta Comisión ya había solicitado a Lakua que dejara de disparar estos proyectiles por su peligrosidad. Sin embargo, los uniformados autonómicos continuaron sirviéndose de sus balas de goma en varios puntos de Euskal Herria, haciendo caso omiso a las recomendaciones europeas.
Parece, por tanto, que para el señor Ares el tiempo transcurrido, las evidencias, y los ruegos tan sólo merecen una vaga declaración de intenciones plagada de hipótesis, a pesar de que desde el primer momento varios testigos de lo ocurrido la noche del 5 de abril denunciaran la violencia con la que la Ertzaintza se empleó aquel día. Pero más execrable aún si cabe, ha sido el veredicto del ministro español Fernández Díaz, manifestando que «incidentes y accidentes por desgracia siempre se pueden producir», al mismo tiempo que reformaba el código penal con el objetivo de criminalizar «a los que alteren el orden público».
Probablemente, en el transcurso de las próximas horas, una vez fallecido Iñigo, las pelotas de goma dejen de utilizarse, si bien, albergo serias dudas sobre un desenlace de esta historia en el que finalmente conozcamos a los culpables de la muerte de Iñigo, y que éstos paguen por el delito cometido. Y es que durante décadas, el encubrimiento político, e incluso enaltecimiento ininterrumpido, han sido las mejores armas con las que han contado los agentes represivos de este país. La inexistencia de castigo, inhabilitación, o cualquier tipo de sanción contra los responsables de cientos y miles de contusiones, algunas de ellas, como la pérdida de un ojo, de extrema gravedad, vienen a confirmar que los guardianes del sistema además de contar con la exclusividad en el uso de la fuerza también se valen de cierta impunidad otorgada.
Quizá la legalidad vigente les ampare, o quizá la legalidad simplemente sea un instrumento al servicio de los que detentan el poder; de aquellos que hablan de no politizar lo sucedido, mientras se sirven de su estatus político para manejar la supuesta investigación al ritmo y mediante las fórmulas que a ellos y a los suyos menos les perjudique. Eso sí que es carroñerismo político. Eso, y elogiar a la Ertzaintza después de haber provocado presuntamente y hace escasos días una muerte, reconocer los innumerables heridos que han ocasionado a lo largo de los últimos 30 años a sabiendas de que estas afirmaciones no tendrán ninguna consecuencia, o eludir cualquier tipo de condena de esas que tanto se exigen a los demás. Por el contrario, recordar que en Euskal Herria a los autores de la quema de un contenedor o de unos tartazos a Yolanda Barcina, el aparato legal y represivo les persigue, coacciona y castiga con mayor virulencia y rapidez que a aquellos que directa o indirectamente pudieran ser los responsables del fallecimiento de Iñigo, es poner en conocimiento de la sociedad el putrefacto sistema en el que vivimos. Esta realidad, sí que es repugnante.
Goian bego Iñigo!
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