Los sucesos de Melilla nos han dejado la imagen, ineludible y desagradable, de lo que somos y representamos en el orden mundial. Nos ha hecho tomar conciencia, aunque solo haya sido por unos momentos, de que la defensa de nuestro bienestar pasa por encima, incluso, del derecho a la vida de millones de personas. Recordemos […]
Los sucesos de Melilla nos han dejado la imagen, ineludible y desagradable, de lo que somos y representamos en el orden mundial. Nos ha hecho tomar conciencia, aunque solo haya sido por unos momentos, de que la defensa de nuestro bienestar pasa por encima, incluso, del derecho a la vida de millones de personas.
Recordemos que, durante cuatrocientos cincuenta años, los europeos comerciaron con millones de africanos para apropiarse de su trabajo (como consecuencia de esta práctica murieron más de cincuenta millones de africanos). En 1884, con el pretexto de acabar con el comercio de esclavos, Europa se repartió África. El desarrollo económico de Europa, en los siglos XIX y XX, se debe, en gran medida, tanto a la emigración de sus gentes, como a la expansión colonial por África en la que, a cambio de una Biblia, los europeos robaron a los africanos hasta su identidad.
Cuarenta años después de que los países africanos se declararan libres, el colonialismo sigue allí con otro nombre. A Europa se le ha sumado EEUU y ahora se llama libre comercio, inversión o, «injerencia» en ocasiones, incluso, hipócritamente presentada como «humanitaria». Y esta, como cabe esperar, está más presente en la medida en que el país receptor es más rico en materias primas.
Pero además, por sí esto fuera poco, la arruinada África queda excluida de la espiral del desarrollo (deuda exterior, tarifas aduaneras imposibles, inversiones escasísimas que, además, no revierten en las necesidades básicas de las poblaciones del subcontinente etc.). Sería difícil calcular la cifra exacta de la cantidad de millones de africanos que perdieron sus vidas y siguen perdiéndolas para llenar las arcas de los países del norte.
Quizá gran parte de la población africana sepa poco de esto. Aunque sí sabe que cada vez hay enfermedades más devastadoras que en cambio en el norte ya están controladas (sigamos sumando millones de muertos y si solo nos referimos al SIDA, más de 24 millones de africanos están infectados). También sabe, que hay más corrupción, más «democracias dictatoriales», más guerras, más pobreza.
Y nos devuelven la visita emprendiendo estos horribles viajes, en los que sobreviven menos de la mitad de los que salen, Sabemos que miles de cadáveres están sepultados bajo la arena del desierto y que miles tienen como tumbas el fondo del mar. Viajes, en fin, muy diferentes de nuestros agradables viajes turísticos.
Ahora, ya no tenemos disculpa. Hemos visto como llaman a nuestra puerta con una desesperación que todavía podemos sentir. También hemos visto que la respuesta no es otra que la de apalearles, dispararles, abandonarles en el desierto, encerrarles en prisiones o devolverles otra vez a la miseria. Pero esto no es nuevo, es lo mismo que ha hecho Europa durante siglos.
El trato que están recibiendo los africanos y sus descendientes, dentro y fuera de su continente, es un reflejo más de una cultura regida por el beneficio económico como supremo valor y que, en muchas ocasiones, se muestra profundamente racista. .
Aunque sea tarde, mejor tarde que nunca. Queremos empezar a exigir que se digan las cosas tal y como son. Por ejemplo que:
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Queremos saber quién debe a quién y cuánto ¿África debe a los países occidentales? o ¿los países occidentales deben a África? ¿No habría que reconocer que tenemos con estos países una deuda ecológica y una deuda histórica y que, por tanto, no tiene sentido seguirles exigiendo el pago de una deuda externa, por otra parte, ya pagada con creces? Lo mismo podría decirse de otros continentes del Sur en relación con los del Norte.
A cambio de la riqueza ilegítimamente transferida del Sur al Norte, los países de Sur deberían ser compensados razonablemente.
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Nos oponemos a seguir quitándole al africano, tanto dentro como fuera de su continente, el derecho a ser persona, a existir. Y por ello exigimos que se les aplique la Declaración Universal de los Derechos Humanos, ya que de los 30 legislados se han violado 27 (no olvidemos la «subcontratación» de campos que ha hecho la UE para el control y represión de la inmigración «ilegal» y solicitantes de asilo en Marruecos y Argelia).
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Queremos declarar ilegal la extrema pobreza, y condenar a los que la provocan o potencian no a aquellos que la sufren.
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Queremos que los bienes comunes como el aire, el agua, la biodiversidad, la energía solar, los bosques, los océanos, la seguridad alimentaría, la salud y la educación, sean bienes y servicios garantizados por la colectividad mundial y bajo su responsabilidad.
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Para todos los inmigrantes que ya están en nuestro territorio, y para sus descendientes, queremos que haya una verdadera voluntad de integración. Se les sigue excluyendo, arrebatándoles la esperanza de un futuro y dejándolos sin identidad (recordemos los últimos acontecimientos en Francia).
Queremos, pues, que para todos ellos se apliquen los derechos humanos en general, sin distinción de raza, sexo, religión, color, idioma, opinión política o de cualquier otra índole. A igualdad de deberes los mismos derechos.
Desde aquí, nosotros, ciudadanos de los países ricos, hacemos una llamada a nuestros conciudadanos, para que no volvamos nuestros ojos hacía otro lado y miremos cara a cara a las personas, sí, personas como nosotros, que tienen como futuro inmediato la exclusión, la pobreza, el hambre, las enfermedades, las guerras y la muerte.
Nosotros, los ciudadanos, queremos obligar a los partidos, a las iglesias, y a todas las instituciones públicas para que asuman su responsabilidad y, también, para que no nos utilicen como coartada para sus políticas cínicas de explotación y exclusión usando como pretexto la necesidad de perpetuar nuestro bienestar.
Han firmado este manifiesto: José Saramago (Portugal), Dario Fo (Italia), Adolfo Pérez Esquivel (argentina), Claudio Magris (Italia), John Berger (Inglaterra), Fernando Meirelles (Brasil), Gabriel Jackson (EEUU), Norman Birnbaum (EEUU), Peter Lilienthal (Alemania), Rosa Regás (España) y decenas de firmas.
Lo apoyan: Asociación Pro Derechos Humanos (España), Ecologistas en Accion, ATTAC (España), NNR (No nos resignamos), Comité de Apoyo a África Negra, Federación Panafricanita de las Comunidades Negras de España, Cultura Africana y Viajes, Casa de África, Asociación para la Promoción de la Cultura Africana, Grupo de Acción Comunitaria, Federación Panafricana de Comunidades negras de España, Entrepueblos, ACSUR-Las Segovias, Viento-Sur, Coordinadora de Ongd del Principado de Asturias, Centro de Investigacion y Documentación de África (CIDAF), Comisión Española de Ayuda al Refugiado (CEAR).