Apenas una hora y minutos después del cierre de las mesas electorales en el país, el presidente chileno Sebastián Piñera, acompañado de su mayoritaria plana de ministros se presentó ante los medios de información, con la imagen más lúgubre que ha tenido la derecha en los últimos años.
La derrota se dibujaba en los rostros de los miembros de este gobierno presidido por el multimillonario chileno, que desde el 18 de octubre del año 2019 a la fecha, viene cuesta abajo en la rodada, a una velocidad que hace imparable, no sólo la caída en sus índices de popularidad, sino que la desconfianza en su gobierno, aquellos que lo rodean, su sostén político y económico y que ha contagiado además, al resto de la casta política. El 78,91% del apruebo, con una participación cercana al 50,88% con 7.558.261 votos – en un universo electoral de 14.855.719 chilenos y chilenas – es una cifra que los marca a fuego. Un número brutal, para la marcha de este gobierno y que signa lo que queda de su período presidencial. Creo que el gobierno de Sebastián Piñera ha llegado a su término político, agoniza y su desenlace será doloroso, ya que desde este lunes 26 de octubre, sólo podrá dedicar su acción a llevar adelante el proceso constitucional
Las Condes, Vitacura y Lo Barnechea, tres de las comunas más ricas y opulentas de la capital chilena, donde vive la elite política y económica del país fueron los únicos lugares donde el rechazo obtuvo una votación considerable. Este hecho, es la expresión territorial de la desigualdad, el ejemplo indesmentible de la absoluta desconexión entre la casta política y económica del país con el porcentaje mayoritario de la población. Allí, en esos guetos, viven los dueños del país, los que aún creen que hay que conservar esta esclavitud moderna que representa el modelo político y económico neoliberal. Igual situación es posible distinguirla en las principales ciudades del país, donde las elites viven en un país irreal, donde son los privilegiados y los que reciben ese PIB vergonzoso que la diferencia del resto del país. Un Chile donde el 1% de la población se lleva el 26,7% del PIB, según señala la Comisión Económica para América Latina y el Caribe (Cepal) y el 66,5% reúne sólo el 2,1% de este producto. Esas comunas son la expresión más brutal de una minoría que rechaza ver a la mayoría, que la desprecia, que la esconde como la basura bajo la alfombra. Una minoría que a sangre y fuego defenderá sus privilegios.
Piñera administra un gobierno sacudido por cifras, que le gritan en la cara, que el país debe cambiar estructuralmente, en forma medular, que este Chile no puede seguir siendo el que es sin que reviente en mil pedazos y termine encendido de norte a sur y de cordillera a mar. La escasa confianza en su administración de un gobierno derechista, amigo de los gobiernos más golpistas y desestabilizadores del continente, sometido a los designios de Washington. Un gobierno enemigo de los procesos progresistas de los pueblos hermanos latinoamericanos. Un gobierno amigo de los dueños de la salud, de la educación, del comercio mayorista, de los que administran nuestros fondos de pensiones. Una administración preocupada de acrecentar las utilidades de bancos y financieras, de las instituciones de salud privada, del incremento del lucro de la educación superior privada. Muy preocupado del incrementar patrimonios y no de buscar caminos de equidad social.
Un gobierno sacudido, además, en el plano sanitario, económico, con cientos de miles de desempleados, con una fuerte represión social, con una campaña del terror por parte de la derecha que llamó, mayoritariamente, al rechazo de este plebiscito. Un gobierno que constató, que parte importante del pueblo chileno le dice con esta histórica votación, que incluso debería pensar seriamente en renunciar, como un eje reivindicativo que las organizaciones sociales, los movimientos y el pueblo en general debe tomar como línea de trabajo. Es un hito histórico, evidentemente, ya que por primera vez en desde el lejano año 1833 la Constitución será redactada por una convención elegida a través del voto popular. Una constitución con verdaderas raíces sociales.
Las preguntas de este plebiscito fueron dos: ¿Quiere usted una Nueva Constitución? Con dos alternativas: Apruebo o Rechazo. La segunda pregunta fue ¿Qué tipo de órgano debiera redactar la Nueva Constitución? Las alternativas eran: Mediante una “convención mixta Constitucional” es decir una asamblea conformada en un 50% por constituyentes elegidos directamente y 50% por miembros del actual Congreso. La otra alternativa de esta segunda pregunta fue si el mecanismo debía ser una “convención constitucional” que es una asamblea conformada por 100% de constituyentes elegidos.
Alternativa que significa una fuerte derrota a la partidocracia chilena tanto de izquierda, centro como derecha. Frente al triunfo de la opción apruebo y que el mecanismo de llevar a cabo la elaboración de la nueva constitución sea mediante una convención constitucional, con el 100% d ellos constituyentes elegidos por votación directa, se realizarán el 11 de abril de 2021. Esto, conjuntamente con las elecciones municipales y de gobernadores regionales bajo sufragio universal con el sistema electoral que rige la elección de la Cámara de Diputados. El mecanismo de convención constitucional tendrá un plazo de trabajo, determinado en 9 meses, que será el tiempo para que presente una propuesta de constitución. Hay que tener presente que esta Convención constitucional, en su trabajo, deberá aprobar los diferentes aspectos del contenido de la carta fundamental, por al menos dos tercios de sus integrantes lo que obliga entonces a la búsqueda de acuerdos.
Otra posibilidad de fracaso para tener una nueva constitución, además de la falta de acuerdos es que el nuevo texto sea rechazado en el plebiscito ratificatorio o de salida que se realizará al finalizar este proceso con voto obligatorio (a diferencia del plebiscito que fue con voto voluntario). Un evento, que por los propios plazos de la elaboración del texto constitucional no tiene fecha definida para el año 2022 y que depende de factores tales como: No se haga ni en enero ni en febrero. Tampoco antes de 60 días de una elección. Ni dos meses después de una elección.
En caso de que se apruebe la propuesta, Chile tendrá una nueva Constitución y el texto que data de 1980 será derogado. En caso de que se rechace, seguirá vigente la actual constitución pinochetista. Requerimos como el agua para el sediento de dar paso a nuevos protagonistas, donde estén abiertos los canales de participación para aquellos que se lo ganaron en la lucha sostenida, diaria, heroica, que cuando hablemos de representación ella se consiga con la necesaria cercanía hacia aquellos mundos que han estado invisibilizados: movimientos y organizaciones sociales, culturales, pobladores, grupos feministas, pueblos originarios, entre otros.
Esta es una oportunidad histórica para entrar de lleno en la exigencia social (con un pueblo movilizado) de otro eje con el cual exhorta la población: una asamblea constituyente, frente a un gobierno que pierde legitimidad y que con este plebiscito ha recibido un mazazo del cual va a ser difícil recuperarse. Un plebiscito que aumentó la participación ciudadana, que ha dado una señal muy potente para la legitimidad de los cambios necesarios; con un triunfo indesmentible de la opción del apruebo y el mecanismo determinado, que será la convención constitucional paritaria. Y hablo de pueblo movilizado porque la única manera de obligar a que los cambios se lleven a cabo es con la presión de la pobalación, de otro modo la ceguera, la sordera y la mudez seguirán siendo características de este gobierno y de aquellos que vengan en el futuro.
Uno de los resultados visibles de este proceso plebiscitario es la tremenda caída en la votación histórica de la derecha, que mayoritariamente se inclinó por la defensa del rechazo, en especial la UDI que ve mermada las posibilidades de aquel que elija su representante y candidato presidencial. Es tal la desorientación en el sector derechista, que ya están apelando a que este mundo comience a salir de sus trincheras, entender que ya nada es lo mismo y que al menos, en el plano de la elección de constituyentes logren poner algunos de sus nombres en la elección del día 11 de abril del año 2021.
En esta postura, que algunos llaman pragmática, pero que en mi caso denomino “oportunista” se ubica el sempiterno pre candidato presidencial de la UDI (partido ultraderechista) Joaquín Lavín quien habla de “una nueva etapa que hay que mirar con optimismo.” Un personaje que hace un llamado a la paz y a salir de las trincheras derechistas, que habla de construir una nueva constitución pero…no desde cero, que es hablar de no enterrar la constitución de Pinochet. Un demagogo, que habla de “crear un gobierno de convivencia nacional, que no sea de derecha ni izquierda, donde se imponga el consenso, que elija a los mejores constituyentes”
Resulta evidente, que los resultados del plebiscito de este 25 de octubre nos demuestran que debemos dar un salto cualitativo, que deje atrás los resabios pinochetistas. Esto, con la claridad que la derecha va a apelar a todo de tipo de maniobras, que suele usar cuando ve que el control se le escapa de las manos: uso de los medios de información gráficos, radiales, televisivos, redes sociales. El poder financiero, el poder militar que incluso le haga avanzar por la posibilidad que sus mentes más termocéfalas piensen incluso en un autogolpe. No hay peligro mayor que una fiera herida.
Hay que estar muy atento a las maniobras de la derecha que hará del gatopardismo su estrategia prioritaria, tratando sibilinamente de presentarse como un sector que incluso tuvo a representantes derechistas por el apruebo, como muestra de esa mentalidad de cambio que dicen poseer. Es el comienzo del reacomodo que la casta política transversalmente – aquella que firmó el famoso pacto del 15 de noviembre del año 2019 para apagar el fuego social – está fraguando para no ser arrastrada por el carro de la historia, aquel que pasará por encima de todo aquel que no crea que Chile cambió.
Para aquellos que seguirán viendo este plebiscito y sus efectos como una votación más, parte de los crónicos espectáculo electorales en Chile, donde se jugaba al cambio de administrador peor se mantenía igual ese 1% de una elite dueña del país, creo que deben hacerse una urgente introspección. Analizar con mayor profundidad lo que ha pasado en este país sudamericano. Un país donde se exige un cambio medular de la relación de la ciudadanía con la política. Un requerimiento acompañado de transformaciones cardinales, no sólo en el mencionado campo político, sino que avanzar en el paso de una democracia representativa a una democracia participativa.
Requerimos un país donde haya una transformación cultural, económica, que de satisfacción global a nuestras necesidades. Donde exista un cambio a fondo en ese estado subsidiario que se impuso en Chile, desde que se plasmó la constitución del año 1980. Donde la salud no puede seguir siendo una mercancía segregadora y la educación un negocio para el enriquecimiento de mercachifles. Donde el fin de nuestro ciclo laboral signifique un descanso merecido, con una justa retribución frente a décadas de trabajo y no la indignidad de ver a nuestros adultos mayores sometidos a jubilaciones misérrimas mientras los que administran nuestros fondos previsionales se enriquecen hasta la indecencia.
Tal como lo sostuvo mi entrevistado, el político chileno y candidato presidencial Daniel Jadue en segundopaso.es “el Plebiscito es el evento político más importante de los últimos 30 años” y ello implica, no sólo romper con esta democracia de consensos que se impuso en Chile tras el fin de la dictadura, sino también borrar todo resabio dictatorial donde la constitución del 80 es el símbolo de aquello que hay que enterrar en el basurero de la historia y cuyo primer impulso se ha dado este 25 de octubre del año 2020.