Celia, el documento que escribiste acerca del socialismo en un solo país y la revolución cubana, merece una especial consideración, porque está bien hecho y constituye un desafío a la intelectualidad cubana en el tratamiento del tema Trostky. (ver «El Socialismo en un solo país» y la Revolución cubana Celia Hart (28-05-2004)) No tengo dudas […]
Celia, el documento que escribiste acerca del socialismo en un solo país y la revolución cubana, merece una especial consideración, porque está bien hecho y constituye un desafío a la intelectualidad cubana en el tratamiento del tema Trostky. (ver «El Socialismo en un solo país» y la Revolución cubana Celia Hart (28-05-2004))
No tengo dudas de que si Trostky viviera estaría al lado de la revolución cubana, de sus realizaciones, su firmeza y su internacionalismo. Criticaría los excesos burocráticos, pero sin hacer la más mínima comparación con el stalinismo. Lo lamentable es que un revolucionario de la talla de Trostky no figure en el proceso revolucionario cubano, máxime cuando la gente que dirige la revolución ha sido más trotskista que los propios seguidores del revolucionario ruso. Como tú bien señalas, «El Che Guevara inició la era de la revolución permanente en América Latina».
Sobran los documentos acerca de la Revolución Rusa y del papel de sus dirigentes, sobre el período de Stalin y sobre su decadencia. Sin embargo, en la mayor parte de la intelectualidad marxista (no tanto la joven) persiste la visión desfigurada de Trostky, sobre todo en lo que concierne a su teoría de la revolución permanente, al papel del campesinado en ella y a otros aspectos de su cuerpo doctrinario. A eso me quiero referir en esta carta.
La vista más perspicaz de la revolución rusa fue la de Trostky. Su teoría de la revolución permanente fue correcta en sus tres aspectos: las etapas del proceso revolucionario ruso y el papel del proletariado, las transformaciones a nivel interno (revolución incesante, no «república terminada») y la articulación con las revoluciones en el capitalismo industrializado. En estos aspectos vale la pena establecer las diferencias y semejanzas entre Trostky y Lenin, cuya grandeza teórica y práctica nadie pone en duda, comenzando por el mismo Trostky, que lo calificó como la más grande figura política de la historia rusa.
Lo primero que se debe señalar es que la revolución que Lenin pregonaba para Rusia (al menos hasta 1914) no era de carácter socialista, sino democrática burguesa, con la particularidad de que para él los encargados de realizarla no eran los liberales, quienes durante los acontecimientos de 1905 mostraron los límites de sus contradicciones con el zarismo, sino los obreros y los campesinos.
Tanto los mencheviques como los bolcheviques consideraban que lo que maduraba en Rusia era una revolución democrática burguesa que derrotara la autocracia y estableciera libertades políticas (sufragio universal, participación de los partidos y los sindicatos, etc.), realizara la reforma agraria, unificara el mercado interno y resolviera el problema de las minorías nacionales. Las diferencias surgían cuando se trataba de establecer las fuerzas encargadas de llevar a cabo dicha revolución, pues mientras los mencheviques consideraban que esa tarea le correspondía a la burguesía y sus partidos y que el proletariado le debía dar apoyo crítico para que fuese lo más radical posible, Lenin decía que era necesario reemplazar a la burguesía por los obreros y los campesinos al frente del proceso revolucionario. De ahí su fórmula de «dictadura democrática de obreros y campesinos.»
Pero el desplazamiento de la burguesía y el establecimiento de esa dictadura, no implicaban para Lenin la abolición del capitalismo. Al contrario, suponían el impulso de un desarrollo capitalista basado en el modelo americano de agricultura, donde los granjeros libres e independientes conformaban el gran mercado interno de los productos industriales. Para decirlo con las palabras de Lenín «los marxistas están absolutamente convencidos del carácter burgués de la revolución rusa. ¿Qué significa esto? Significa que las reformas democráticas en el sistema político, y las reformas sociales y económicas que se han convertido en una necesidad en Rusia, no implican en sí mismas el socavamiento del régimen burgués; al contrario, despejarán, por primera vez, realmente el terreno para un amplio y rápido desarrollo del capitalismo europeo y no asiático» (Ver «Dos Tácticas de la Socialdemocracia en la Revolución Democrática», escrito en 1905).
Hasta 1917 casi la totalidad de los dirigentes bolcheviques creía que las tareas democráticas estaban separadas de la etapa socialista de la revolución. Es decir, consideraban la democracia como un régimen autosuficiente que debía ser aprovechado por el proletariado para organizarse y educarse para el socialismo, el cual relegaban a un porvenir lejano.
En 1924 Molotov publicó un artículo muy ilustrativo, titulado «Lenin y el Partido en la Época de la Revolución de Febrero». Decía entonces Molotov que «el partido no tenía esta claridad de visión y ese espíritu de decisión necesarios en el momento revolucionario. No los tenía porque no había una actitud clara de orientación hacia la revolución socialista; en general, la agitación y toda la práctica del partido revolucionario carecían de fundamento sólido, porque el pensamiento no era todavía avanzado hacia la conclusión audaz de la necesidad de una lucha inmediata para el socialismo y para la revolución socialista.»
Para ser justos, hay que decir quien sí tenía la claridad de visión era Trotsky, quien en su famoso folleto «Balances y Perspectivas», escrito entre 1905 y 1906, rechazó no sólo la posibilidad de que la burguesía liberal realizara las transformaciones democráticas, sino también la idea de que la revolución se detuviera en el marco de la democracia capitalista. Para Trotsky, los objetivos democráticos conducían a la dictadura del proletariado, el cual, con el apoyo de los campesinos, eliminaría la frontera entre el programa máximo y el mínimo, avanzaría hacia reformas cada vez más profundas, pondría en práctica las tareas socialistas y buscaría su sostén directo en la revolución en el occidente europeo.
El planteamiento de Trostky coincidía con el de Lenin en el rechazo a la alianza con la burguesía liberal, pero no en el alcance del proceso revolucionario ni en el rol de los campesinos. A su juicio, éstos no podían asumir un papel político independiente, por su dispersión y por la oscilación que les provocaba el hecho de ser pequeños propietarios. El campesino debía ser conducido por el proletariado o por la burguesía, la que sería incapaz de realizar las transformaciones democráticas.
Según Trostky, la revolución sólo podía triunfar bajo la dirección del proletariado, cuya dictadura no tenía que esperar que Rusia pasara por un prolongado período de democracia, sino que más bien sería una condición necesaria para que la democracia pudiera lograrse.
En el folleto de 1906 anteriormente mencionado, Trotsky decía lo siguiente: «En un país económicamente atrasado, el proletariado puede tomar el poder antes que en un país donde el capitalismo está desarrollado. La Revolución Rusa produce condiciones en las que el poder puede… pasar a las manos del proletariado antes de que los políticos del liberalismo burgués tengan la oportunidad de mostrar plenamente su genio de estadistas… La suerte de los intereses revolucionarios más elementales del campesinado… se une a la suerte de la revolución, es decir, a la suerte del proletariado. Llegando al poder el proletariado, aparecerá ante el campesino como el liberador de clase… El régimen proletario deberá pronunciarse desde el principio por la solución de la cuestión agraria, a la que está ligada la cuestión de la suerte de pujantes masas populares de Rusia».
En el mismo trabajo Trostky señalaba que «según sus tareas inmediatas, la Revolución Rusa es una Revolución Burguesa. Pero la burguesía en el poder es antirrevolucionaria. En consecuencia, la victoria de la revolución solamente es posible como victoria del proletariado. Ahora bien, el proletariado victorioso no se detendrá en el programa de la democracia burguesa; pasará al programa del socialismo. La Revolución Rusa se convertirá en la primera etapa de la revolución socialista mundial».
Esos juicios constituyeron una brillante prefiguración de las principales características de la Revolución Rusa. La certeza de ese análisis político estratégico, calificado por Perry Anderson como el primero de carácter científico en la historia del marxismo, quedó confirmada con la llamada Revolución de Febrero, que les dio el poder a los liberales, pero que no pudo realizar las tareas democráticas. No hubo una estabilización capitalista intermedia y en octubre el proletariado pasó a controlar el poder y lanzó el decreto sobre la distribución de la tierra, tarea fundamental de la revolución democrática. Más adelante vino toda la expropiación de la burguesía.
Con evidente admiración, Mariátegui dijo, en un escrito sobre «el Exilio de Trotsky», de febrero de 1929, que éste tenía «un sentido internacional de la revolución socialista. Sus notables escritos sobre la transitoria estabilización del capitalismo, lo colocan entre los más alertas y sagaces críticos de la época.»
Una valoración más contundente es la que hace Gramsci en su «Carta a Togliatti, Terracini y Otros», del 9 de febrero de 1924, en la que analiza la situación internacional y particularmente las orientaciones del Komintern sobre los acontecimientos de Alemania. El teórico italiano dice que «por lo que concierne a Rusia, yo he sabido siempre que en la topografía de las fracciones y tendencias, Radek, Trotsky y Bujarin ocupaban una posición de izquierda, Zinoviev, Kamenev y Stalin una posición de derecha, mientras que Lenin estaba en el centro y actuaba de árbitro en toda la situación».
Más adelante Gramsci agrega que «es, en efecto, sabido que en toda la historia del movimiento revolucionario ruso Trotsky estuvo políticamente más a la izquierda de los bolcheviques, mientras que en las cuestiones de organización se unía frecuentemente o hasta se confundía con los mencheviques. Todo el mundo sabe que ya en 1905 Trotsky pensaba que podía verificarse en Rusia una revolución socialista y obrera, mientras que los bolcheviques pensaban sólo en establecer una dictadura política del proletariado aliado a los campesinos, dictadura que sirviera de continente al desarrollo del capitalismo, sin tocar éste en su estructura económica. También es manifiesto que en noviembre de 1917, mientras Lenin, con la mayoría del partido había pasado a la concepción de Trostky y pensaba ocupar no sólo el gobierno político, sino también el industrial, Zinoviev y Kamenev se mantuvieron en la opinión tradicional del partido.»
Continúa Gramsci: «En la reciente polémica ocurrida en Rusia se aprecia que Trotsky y la oposición en general, vista la prolongada ausencia de Lenin de la dirección del partido, temen seriamente una vuelta a la vieja mentalidad, la cual sería desastrosa para la revolución. Piden una mayor intervención del elemento obrero en la vida del partido y una disminución de los poderes de la burocracia, y quieren en el fondo asegurar a la revolución su carácter socialista y obrero e impedir que se llegue lentamente a aquella dictadura democrática, continente de un capitalismo en desarrollo, que era el programa de Zinoviev y compañía todavía en noviembre de 1917…la única novedad es el paso de Bujarin al grupo de Zinoviev, Kamenev y Stalin».
En este punto, sin embargo, es necesario hacer una precisión importante. Al decir que Rusia no podía pasar por una democracia capitalista bajo la dirección de la burguesía liberal, sino por una dictadura del proletariado que cumpliera las tareas democráticas e iniciara la transformación socialista de la sociedad, Trostky no consideró que el socialismo fuera plenamente logrado en Rusia sin el apoyo de la revolución mundial, o al menos de Europa Occidental, pues el atraso de Rusia le imponía límites al desarrollo de una economía socialista. Además, la nueva sociedad no podría escapar de la presión política, económica y militar del capitalismo mundial más desarrollado. Por eso, para él la revolución rusa había que entenderla como la apertura de la revolución mundial, la cual, lógicamente, dependería de la forma en que actuaran las fuerzas revolucionarias, principalmente de los países más industrializados. Por lo que sabemos, esa actuación fue desastrosa en las primeras décadas que siguieron a la revolución de octubre, sobre todo por la política exterior de Stalin y Bujarin. Pero ese es otro tema.
Para Trostky «las fuerzas productivas actuales han superado hace mucho tiempo las barreras nacionales. La sociedad socialista es irrealizable dentro de los límites nacionales. Solamente una federación europea y después mundial de repúblicas socialistas, puede abrir el camino para una sociedad socialista armoniosa».
Estando en el exilio, Trostky volvió a insistir sobe este tema. He aquí lo que dijo en la introducción a su libro La Revolución Permanente escrito en 1930: «La revolución socialista empieza dentro de las fronteras nacionales, pero no puede circunscribirse a ellas. La circunscripción de la revolución proletaria dentro de un territorio nacional no puede ser más que un estado transitorio de cosas, aunque, como lo demuestra la experiencia de la Unión Soviética, sea prolongado. En una dictadura proletaria aislada, las contradicciones interiores y exteriores inevitablemente crecen junto con los éxitos. De continuar aislado, el Estado proletario más tarde o más temprano caería víctima de dichas contradicciones. Su única salida estriba en el triunfo del proletariado de los países más adelantados.»
Como se ve, Trostky nunca consideró la posibilidad de que el socialismo pudiera realizarse en un solo país. En realidad, esa idea era compartida por casi todos los revolucionarios y revolucionarias de aquella época, y su negación, el socialismo en un solo país, fue una aberración de los stalinistas y un abandono del internacionalismo marxista.
En el prefacio de 1882 a la edición rusa del Manifiesto Comunista, Marx y Engels se refirieron al mismo tema con estas palabras: «¿podría la comunidad rural rusa… pasar directamente a la forma superior de la propiedad colectiva, a la forma comunista, o por el contrario, deberá pasar primero por el mismo proceso de disolución que constituye el desarrollo histórico de Occidente?. La única respuesta que se puede dar hoy a esta cuestión es la siguiente: si la revolución rusa da la señal para una revolución proletaria en Occidente, de modo que ambas se complementen, la actual propiedad común de la tierra en Rusia podrá servir de punto de partida para el desarrollo comunista».
Yendo más atrás, en sus «Principios del comunismo», obra escrita antes del Manifiesto, Engels dijo que «La gran industria, al crear el mercado mundial, ha unido ya tan estrechamente todos los pueblos del globo terrestre, sobre todo los pueblos civilizados, que cada uno depende de lo que ocurre en la tierra del otro… por consecuencia, la revolución comunista no será una revolución puramente nacional, sino que se producirá simultáneamente en todos los países civilizados, es decir, al menos en Inglaterra, en América, en Francia y en Alemania… es una revolución universal y tendrá, por eso, un ámbito universal».
Aunque parezca mentira, y a manera de paréntesis, también Stalin repitió esas ideas en 1924. En su libro «Lenin y el Leninismo» afirmó que «para derrocar a la burguesía, los esfuerzos de un solo país bastan. Pero para la victoria definitiva del socialismo, para la organización de la producción socialista, los esfuerzos de un solo país, y especialmente de un país agrícola, como lo es Rusia, no son suficientes. Para eso son necesarios los esfuerzos de los obreros de un cierto número de países muy desarrollados». Pese a lo que dijo esa vez, Stalin enarboló más adelante la tesis del socialismo en un solo país, confirmando la ruptura con la tradición marxista y el afianzamiento del poder de la burocracia sobre el resto de la sociedad. Mucho se ha escrito sobre la derrota de Trostky, pero lo cierto es que más que a Trostky, fue a la Revolución Rusa a quien Stalin derrotó.
Al hacer estas apreciaciones no pretendo negar los aportes de Lenin (rechazo a la burguesía liberal y participación del elemento campesino) y sobre todo el papel práctico que desempeñó en los momentos decisivos. Al proclamar todo el poder a los Soviet, impuso en su partido la línea revolucionaria que demandaba el momento. Con gran tenacidad tuvo que convencer a sus compañeros de la dirección de la necesidad de pasar a la lucha por la toma del poder. Y su mejor aliado en ese empeño fue Trotsky, un advenedizo en el partido que desde hacía tiempo estaba claro de lo que se estaba gestando en su país. Además, sin la presencia del partido bolchevique, dirigido por Lenin, nadie podría asegurar la victoria de los Soviet. El haber sido la figura clave en la formación y conducción del partido, le otorga a Lenin una estatura de primer orden.
Pero esa apreciación, no debe obviar el hecho comprobado de que en la proyección estratégica Trotsky fue más visionario, y que su actividad práctica también fue decisiva, no sólo en la fase preparatoria y en la conducción misma de la insurrección, sino en la posterior creación del Ejército Rojo, que defendió victoriosamente la revolución de sus enemigos internos y externos. Trostky fue, además, el mejor crítico del stalinismo. Sus vaticinios sobre el rumbo de la URSS no pudieron ser más precisos.
Lo que realmente nos asombra es que todavía aparezcan afamados pensadores marxistas que se resistan a leer a Trostky, que se empeñen en ignorarlo o que continúen descalificándolo con falsedades. Un ejemplo es el de Samir Amín, quien en un conversatorio realizado en Cuba con un grupo de intelectuales, en diciembre de 1999, afirmó que «con Lenin aparece la idea de que esta revolución (la socialista, C.V.) puede empezar en la periferia» y que él (Amín) no se puede declarar trotskista «porque los trotskistas siempre niegan la importancia de la polarización mundial; la revolución en los países desarrollados era para ellos la única perspectiva de transformación del sistema mundial».
Sobre lo primero nada debo decir, pues en los párrafos anteriores hay detalles sobre las concepciones de Lenin y Trotsky. En cuanto a lo segundo, es indudable que no ser trotskista es un acierto de Amín, como también lo sería que se declarara no marxista o no maoísta, porque el culto a la personalidad es la mayor negación del llamado marxismo. Sin embargo, aunque no sabemos si su rechazo al trotskismo se debe a las ideas de León Trotsky o las de sus seguidores, es conveniente recordar que el legendario revolucionario ruso nunca negó la importancia de la polarización mundial, ni planteó la necesidad de esperar que los países desarrollados hicieran la revolución. Aunque su vida de revolucionario es una muestra irrefutable de ello, es útil que leamos lo que dijo Trotsky en el Manifiesto de la Conferencia de Emergencia de la Cuarta Internacional, de mayo de 1940 «.la perspectiva de la revolución permanente no significa en ningún caso que los países atrasados deban esperar la seña
l de los países avanzados, ni que los pueblos coloniales deban esperar pacientemente a que el proletariado de los centros metropolitanos los libere. ¡Ayúdate a ti mismo! Los obreros deben desarrollar la lucha revolucionaria en todo país, colonial o imperialista, donde se hayan dado condiciones favorables, y, a través de ello, ofrecer un ejemplo a los obreros de otros países». Es curiosa la coincidencia entre lo que dijo Trotsky y lo que afirma Amín para combatirlo.