La Dirección sigue obcecada en su estrategia con el mismo convencimiento que mantiene un buen boxeador a punto de ser noqueado de que debe seguir golpeando a su adversario.
Es evidente que cuando nos encontramos inmersos en un conflicto que se alarga en el tiempo, un factor clave para definir la estrategia es tratar de provocar el mayor desgaste posible al adversario. En el caso de los conflictos laborales, no obstante, esta puede ser una táctica peligrosa porque en último término las dos partes enfrentadas están condenadas a entenderse y remar todos juntos en una misma dirección para encauzar el futuro de la compañía.
La actual dirección del grupo dio el pistoletazo de salida a este conflicto al plantear un ERE para el despido de ciento cincuenta trabajadores y trabajadoras que la plantilla siempre entendió como injusto. Los seis jueces del Tribunal Superior de Justicia del País Vasco consideraron que estaba basado en información tergiversada y manipulada para aprovechar la situación coyuntural derivada de la pandemia, con la intención de llevar a cabo reformas estructurales. Cinco de los seis jueces declararon nulos los despidos, con la única excepción de voto particular que los consideraba injustificados, pero optando por la improcedencia.
Indudablemente la empresa conocía de antemano que semejante destrucción de empleo iba a provocar el rechazo unánime del conjunto de los trabajadores y trabajadoras, pero sin duda tuvieron en cuenta que la de Tubacex no había sido hasta ese momento una plantilla conflictiva, puesto que la Dirección había logrado notables cambios organizacionales y salariales sin apenas oposición. Decidieron así apostar fuerte por la estrategia del “todo o nada”, pero esa maniobra, como su propio nombre indica, te puede llevar a no lograr NADA, que es exactamente lo que está ocurriendo.
Seguramente confiaba en su experiencia en este tipo de conflictos frente a una plantilla novata en estas lides; esperaba una lucha de unos pocos días, semanas a lo sumo, pero a medida que los meses de movilización se han ido acumulando, los objetivos marcados por la dirección se han incumplido. Por el contrario, los trabajadores se han sentido capaces de mantener el pulso a quienes les han sometido durante años a una gestión que ha dejado la empresa con un insuficiente mantenimiento, con demasiados mandos con funciones superpuestas, que ha invertido más en una flota de flamantes coches, oficinas en lugares emblemáticos y palcos deportivos para la directiva que en verdaderas inversiones para aumentar la productividad y garantizar el futuro.
Más de seis meses después de iniciada la huelga, y con sus reivindicaciones refrendadas por las sentencias del Tribunal Superior de Justicia del País Vasco, se mantiene un seguimiento prácticamente total en la plantilla de producción. La Dirección sigue obcecada en su estrategia con el mismo convencimiento que mantiene un buen boxeador a punto de ser noqueado de que debe seguir golpeando a su adversario, sabedor de que la derrota es inminente pero consciente de que no debe dar la imagen de dejarse ganar, porque rendirse no es una opción.
Si para un púgil tirar la toalla es una deshonra, para un gestor reconocer el fracaso frente a los trabajadores, sus subordinados, es inaceptable. Resulta mucho más sencillo y rentable para sus propios intereses seguir hasta ser cesados y recompensados de forma opípara por el Consejo de Administración y por las instituciones que han bañado en dinero público la empresa y que indudablemente tienen mucho que decir en el desarrollo de este conflicto.
La última ocurrencia de la Dirección de Tubacex ha consistido en dejar sin pagar las vacaciones a los trabajadores, dejarlas en suspenso, en palabras de Recursos Humanos. Esto quiere decir que los trabajadores no percibirán los salarios que legalmente les corresponden, pero también que una vez resuelto el conflicto y acabada la huelga, la fábrica deberá permanecer cerrada cuatro semanas más. Se trata de una nueva demostración de golpes bajos, propios de un luchador desnortado, desorientado y perdido que ya no sabe cómo responder a su oponente y recurre al hacer daño por cualquier medio. Sin duda el boxeador cree que debe seguir golpeando, pero ya va siendo hora que las personas que pueden forzar un cambio en la gestión tomen una decisión. Ya es hora de que el entrenador tire la toalla por la actual dirección, ya noqueada, que se mantiene en pie por orgullo y tozudez pero que hace tiempo ha perdido sus reflejos y su capacidad de resolver de forma digna este conflicto.
Los trabajadores y trabajadoras de Tubacex ya no queremos remar nunca más con esta dirección. Necesitamos nuevos gestores, nuevos equipos, nuevas formas y nuevos objetivos en los que podamos depositar nuestra confianza.
Asier Ortiz y Sergio Ayala son trabajadores de Tubacex
Fuente: https://www.elsaltodiario.com/opinion/tubacex-golpes-bajos