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Túnez y Egipto: Crisis capitalista y rebelión popular

Fuentes: Rebelión

Los portentosos acontecimientos que vienen ocurriendo en el norte de África y el Medio Oriente, protagonizados especialmente por los pueblos de Túnez y Egipto, que parecen extenderse a otros países de la región, exigen un esfuerzo de interpretación por todos aquellos que – de una u otra manera – luchamos por impulsar transformaciones estructurales en […]

Los portentosos acontecimientos que vienen ocurriendo en el norte de África y el Medio Oriente, protagonizados especialmente por los pueblos de Túnez y Egipto, que parecen extenderse a otros países de la región, exigen un esfuerzo de interpretación por todos aquellos que – de una u otra manera – luchamos por impulsar transformaciones estructurales en la sociedad humana.

La significación histórica de la rebelión popular que ya derrocó al dictador Ben Alí y que tiene contra las cuerdas al autócrata egipcio Husni Mubarak, va más allá de lo que pueda suceder en el corto plazo en cada uno de estos países. Su trascendencia se explica porque se presentan en el marco – y como consecuencia – de múltiples factores económicos, sociales, culturales y políticos, que hacen parte de la profunda crisis sistémica que sufre el capitalismo «senil». [1]

Pero además, esos extraordinarios levantamientos populares involucran a una serie de países que están muy cerca de Europa. El ímpetu y espíritu revolucionario de los pueblos movilizados ya está influyendo en la población europea y en los millones de inmigrantes que hoy sufren los rigores de la crisis económica. Ésta ha golpeado con fuerza a todos países de ese continente. Sus gobiernos aprueban normas laborales discriminatorias que agudizan las condiciones de vida de los inmigrantes y de los trabajadores autóctonos como el libre despido, recorte del subsidio al desempleo, más años laborales para los ancianos y creciente desempleo juvenil, pensión a 66 años, y muchas más, que reducen el consumo per-cápita e incrementan las condiciones de sobre-explotación económica, hundiéndolos en la miseria y la desesperación.

Así mismo, estos pueblos que hoy se alzan contra la dictadura, contra el desempleo, por libertades políticas y amplias oportunidades para definir su destino, están situados en la región más estratégica del planeta. Son parte del continente más degradado, expoliado y humillado por los imperios capitalistas que es África; Egipto es el ombligo del mundo árabe y musulmán; son pueblos y países en la médula del conflicto árabe-israelí; el principal núcleo productor del petróleo mundial está ubicado en esa región; tienen el control sobre el canal del Suez; y sus conexiones con Asia y el mundo entero están a la vista. Lo que suceda en estos países va a tener una influencia planetaria.

El contenido del alzamiento

De acuerdo a las noticias que llegan de esos países el contenido de las principales reivindicaciones que se han planteado en esta fase del movimiento tiene un carácter – por ahora [2] – democrático-burgués. El derrocamiento de las elites corruptas y dictatoriales, elecciones libres, liquidación de los aparatos de persecución política, castigo a los malversadores de los presupuestos públicos, liberación de presos políticos, son las más escuchadas.

Sin embargo, en el trasfondo de esas exigencias, lo que detonó el alzamiento, son las condiciones económicas de amplios sectores de la población, el desempleo, la inestabilidad laboral, la pobreza, el encarecimiento de los alimentos, la falta de oportunidades para desarrollar plenamente sus capacidades creativas y laboriosas. Un nuevo proletariado «informalizado» – que ha vivido y trabajado en Europa -, con estudios técnicos y profesionales, con acceso a la información y a medios digitales, y el estudiantado que está preparándose para una vida laboral precaria y sobre-explotada, son los sujetos sociales más conscientes que han estado a la cabeza de la revuelta social.

Con cierta sorpresa vemos desde América Latina que no están en la mira los intereses imperiales de los EE.UU. A pesar que los dos dictadores de marras han sido mantenidos por el gobierno estadounidense no se observa que la gente identifique sus problemas con la exacción de sus recursos y riquezas naturales por parte de las transnacionales capitalistas. Se percibe más bien el criterio de que han sido los gobiernos autoritarios los que han utilizado mal la «ayuda norteamericana» y que algunas reformas democráticas resolverán los problemas.

¿Cuál sería la explicación a este hecho cuando el gobierno estadounidense ha sostenido a Israel en su agresión contra sus hermanos árabes de Palestina? ¿Qué situaciones han vivido estos pueblos para que los actuales pobladores no coloquen la reivindicación nacional contra el Estado hebreo en primer lugar? ¿Cómo entender que el ejército egipcio, que está armado hasta los dientes por el imperio gringo, tenga un respaldo casi unánime entre el pueblo egipcio por su defensa de la Nación?

No es fácil responder estos interrogantes que – por lo espinosos -, pocos se atreven a plantear. Sin embargo, con la posibilidad de errar me atrevo desde la distancia a plantear una tesis: El pueblo árabe en general, y el egipcio en particular que – suministra el 40% del gas consumido por Israel -, no está dispuesto a sacrificarse en una nueva guerra contra ese país, cuando las elites oligárquicas han utilizado el nacionalismo árabe para engañar a los pueblos, negocian a manos llenas con los EE.UU. y Europa, mientras – cuando les conviene – alientan el anti-semitismo de palabra.

Por esa misma razón, las tácticas del «extremismo islámico» anti-norteamericano han llegado a un momento de fuerte desgaste en la mayoría de países árabes, y mucho más en aquellos con una fuerte influencia del estilo de vida occidental. La consigna de Irán y Hamas de destruir el Estado de Israel ha ido perdiendo fuerza. Los métodos terroristas mueven a pobladores radicalizados fanáticos musulmanes pero amplios sectores de la juventud árabe y musulmán no están dispuestos a inmolarse por su religión o apoyar la llamada «guerra santa» (Yihad).

Pero además, la dictadura de Mubarak ha utilizado los errores en los métodos de lucha de los extremistas islámicos para justificar la represión contra todo opositor al régimen, y ello obliga a las masas rebeldes de hoy, a privilegiar objetivos que unifiquen al grueso del pueblo y evitar aspectos que debiliten el frente contra la dictadura oprobiosa y corrupta. Es una táctica correcta: la reivindicación nacional debe mantenerse, por la defensa y el derecho de los palestinos a tener un Estado autónomo e independiente, pero tácticamente hay que unificar al pueblo para salir del títere pro-gringo (Mubarak) y en la medida en que las contradicciones se agudicen, desenmascarar al verdadero «titeretero» imperialista. [3]

El contenido de las actuales luchas de los pueblos árabes del norte de África y Medio Oriente es resultado de un particular entrelazamiento de luchas económicas y luchas políticas. Por ahora, la reivindicación de la república democrática, laica y moderna gana fuerza, pero al igual que todas las revoluciones, sólo es el primer acto de una obra que está protagonizando un nuevo tipo de proletariado (informalizado, precarizado, desempleado) que hoy es una fuerza latente y presente en todos los procesos de cambio del mundo entero.

Las formas de lucha

Toda revolución debe ser caracterizada no sólo por sus contenidos – que en gran medida expresan las fuerzas sociales en acción -, sino también por los métodos y formas de lucha que los pueblos utilizan para obtener sus fines.

En América Latina, sobre todo en el mundo andino (Bolivia, Perú, Ecuador, Colombia), el pueblo acude a la movilización y bloqueo de carreteras para paralizar la economía y generar las crisis políticas que han desencadenado el derrocamiento de varios presidentes (Lozada en Bolivia; Bucaram, Mahuad y Gutiérrez en Ecuador).

Es un método utilizado por las comunidades agrarias que no pueden paralizar centros de producción estratégicos y recurren a ese método para impactar la economía. Esa forma de lucha usada para derrocar mandatarios neoliberales ha sido complementada con una amplia participación en elecciones respaldando gobiernos nacionalistas y democráticos, seguida de la convocatoria de Asambleas Constituyentes para re-confirmar un mandato popular a los presidentes elegidos. La última movilización contra una medida de su presidente Evo Morales («gasolinazo»), indica que los pueblos se mantienen alerta y que empiezan a generar espacios de «contra-poder» a fin de garantizar y empujar el avance de los procesos de cambio.

Hemos visto que en los países árabes comprometidos en la actual revolución democrática y popular, las protestas iniciales han estallado de manera «espontánea» frente a hechos como la inmolación del estudiante y vendedor ambulante Mohamed Bouazizi, o la conmemoración del aniversario de la muerte de un joven egipcio, Khaled Said, quien fue asesinado a golpes por la policía en la ciudad portuaria mediterránea de Alejandría el año pasado. La verdad es que los acumulados de luchas de décadas enteras, explosionan en un momento dado, cogiendo por sorpresa a todo el mundo.

Las marchas de protesta fueron convocadas entre algunos sectores usando la red de Internet y las denominadas «redes sociales», pero ello ocurrió en los primeros momentos. El gobierno bloqueó la red digital y los teléfonos móviles pero el movimiento ya se había desencadenado y hoy es un proceso imparable que compromete a las mayorías de Egipto, como sucedió recientemente en Túnez. La forma de lucha es eminentemente pacífica, se convocan multitudinarias concentraciones en plazas públicas con relevancia patriótica y se impulsa un movimiento consciente de confraternización con el ejército con el fin de aislar al dictador Mubarak y a la elite corrupta que lo rodea. Los enfrentamientos fuertes han sido con la policía.

Estos métodos son propios de ese proletariado «informalizado» que es el resultado de más de 30 años de neoliberalismo. Poco a poco empujan con la movilización de calle a los trabajadores del Estado y a la clase obrera de renglones productivos «centralizados» a sumarse al movimiento y a rematar con la huelga general que amenace con parar los suministros de materias primas (hidrocarburos) a los centros de poder capitalista. Las clases medias, que también han sido golpeadas por las políticas anti-nacionales y corruptas de esos gobiernos también se suman a las protestas. Los sectores populares más golpeados y «lumpenizados», aprovechan el ambiente para realizar saqueos y desórdenes que muchas veces son alentados por los mismos gobiernos para justificar la represión militar violenta.

No sabemos si las fuerzas políticas progresistas y revolucionarias tengan la fuerza – o la desarrollen rápidamente -, para poder competir en el terreno de las elecciones con quienes desde posiciones «moderadas», conciliadoras o claramente reaccionarias, quieren colocar en los gobiernos a sus agentes pro-imperialistas, pro-capitalistas y neoliberales para contener el avance de la revolución. Es posible que en el corto plazo no les alcance pero la cadena ya se ha soltado. Los «gobiernos de transición» que mantengan las políticas imperantes no podrán resolver los problemas y la lucha de los pueblos va a seguir abriendo nuevas brechas. Estamos seguros de ello.

Lo importante es seguir la táctica revolucionaria que nos enseñaron los bolcheviques en los momentos de tensión revolucionaria: un programa mínimo revolucionario; una permanente denuncia de los intereses imperialistas y de la burguesía entreguista; una labor educativa sistemática sobre la incapacidad de los gobiernos capitalistas para resolver los problemas del pueblo; y luchar por construir expresiones de poder autónomas e independientes que agrupen a los trabajadores y masas explotadas.

Las revoluciones en desarrollo y la crisis capitalista mundial

Estos levantamientos populares se presentan en un momento en donde la crisis capitalista es de tal dimensión que «una chispa puede incendiar la pradera».

Podemos afirmar que la crisis económica que vive el mundo capitalista y la humanidad en general, es de nuevo tipo. Coinciden y crecen los efectos perversos de la especulación financiera; la crisis fiscal de los gobiernos del mundo desarrollado es cubierta con papeles de deuda que aplazan levemente la caída de los países que están en turno y aceleran la quiebra de aquellos que aparentemente se habían salvado del efecto dominó; los recursos energéticos de origen fósil se encarecen aceleradamente a medida que se acerca el plazo de su agotamiento; el desequilibrio ambiental y el calentamiento global se dejan sentir con mayor fuerza ocasionando graves desastres, inundaciones y deslaves, causando graves sufrimientos a los pueblos de todos los continentes, azotando las siembras y cosechas de los alimentos que escasean y encarecen sus precios vertiginosamente; el complejo industrial y militar capitalista no puede aceptar los cambios urgentes que todos los científicos proponen para reducir drásticamente las emisiones de gases de efecto invernadero, dado que toda su estructura gira alrededor de la «química del petróleo» y la industria automovilística es el corazón de ese complejo corporativo; las mafias capitalistas se refugian en la economía ilegal de las drogas, el tráfico de insumos y armas, el lavado de activos, la «trata» de personas, para mantener sus enormes ganancias; y en general, la sobre-explotación de los trabajadores y la rapiña por el oro y otros minerales preciosos convierte a nuestros países en receptores de inmensas inversiones que acaban con nuestras economías, re-primarizando la producción y destruyendo lo poco que queda de industrias «propias».

Las consecuencias para los trabajadores, los pueblos y las naciones subordinadas son de una dimensión aterradora. El desempleo, la pobreza, el hambre, la pauperización de millones de personas, obligan a los pueblos a rebelarse. El tamaño y la profundidad de la crisis nos obligan a re-pensar la estrategia. Los procesos de cambio que encabezan en América Latina los pueblos y gobiernos de Venezuela, Ecuador y Bolivia, están siendo ahogados económicamente por la dinámica global de la crisis mundial. La integración entre países de la región puede ser un importante punto de apoyo para resistir pero no resuelve el problema de fondo, dado que nuestras economías hacen parte de los circuitos de consumo de materias primas, nos han debilitado el aparato productivo, no contamos con plena seguridad alimentaria, y amplios sectores de nuestra población viven de la distribución de servicios que están ligados a la economía capitalista globalizada, como los sistemas de comunicación, el transporte, el comercio mundial, y demás sectores que hacen parte de nuestra «informalidad».

La amenaza de la guerra está latente. Importantes grupos de capitalistas vienen deslizando grandes capitales hacia la industria militar, las proyecciones de destrucción-reconstrucción de países enteros que están en la mira de los guerreristas hacen parte de los portafolios de los poderosos contratistas estadounidenses y europeos, los proyectos de atención de desastres se han convertido en un nuevos escenario de inversión capitalista y de apropiación de nuevos territorios, y en fin, el capital se revuelca en el fango de la desgracia humana buscando nuevas y mayores ganancias.

Por ello, los revolucionarios del mundo entero debemos revisar nuestra acción política. Es necesario y urgente elaborar y divulgar un programa mínimo de carácter internacional, que sirva de referente para los nuevos levantamientos que están organizando los pueblos. Se necesita una visión de conjunto que nos permita impulsar una estrategia y unas tácticas verdaderamente revolucionarias. Es urgente identificar con toda claridad ese nuevo proletariado que insurge en la lucha de los pueblos y que al igual que el proletariado industrial en sus tiempos mozos «no tenía nada qué perder y sí un mundo nuevo por ganar».

Las posiciones conciliadoras que intentan contener la revolución en desarrollo y ocultar las causas de los problemas económicos y sociales, deben ser desnudadas en todos los escenarios. Las lecciones de estos acontecimientos nos reafirman para decir que los pueblos nos enseñan y que no podemos ser inferiores a los retos que la dinámica de la crisis capitalista y de las luchas revolucionarias nos imponen.

En el análisis de la crisis del capitalismo mundial están las pistas para armar ese programa mínimo revolucionario que oriente todas las luchas, les ponga un norte, y estimule a los trabajadores y pueblos del mundo a avanzar hacia la derrota definitiva del imperialismo y del capitalismo depredador. No existe otra salida.



[1] Concepto desarrollado por Samir Amin y Jorge Berstein.

[2] ¡Por ahora! Pronto se endilgará al FMI la falta de pan, se querrá revisar los contratos con las multinacionales. ¡Los votos no llenan las barrigas! No es solo una crisis de la «representación política» -como quieren los «occidentales» -, es un problema de desempleo, renta social, consumos. (Nota de T.P.)

[3] Ver: Michel Chossudovsky. «Los dictadores no dictan, obedecen órdenes». http://www.rebelion.org/noticia.php?id=121483