“En Italia lo llamaron strategia della tensione”, escribió en Twitter el 1 de noviembre el entonces vicepresidente del Gobierno y diputado de Unidas Podemos, Pablo Iglesias. Se refería a los disturbios promovidos por la ultraderecha en el centro de Madrid -33 detenciones- y otras ciudades contra las restricciones de movilidad por la COVID.
El 30 de marzo un grupo de neonazis increparon a Iglesias en el municipio madrileño de Coslada; El pasado 2 de abril la sede de Podemos en Cartagena fue objeto de un atentado con material explosivo, que este partido atribuyó al “terrorismo callejero” de la extrema derecha. Por otra parte usuarios de un foro privado de policías por Internet, denominado Primavera Española, propalaron insultos machistas y racistas contra Pablo Iglesias y la ministra de Igualdad, Irene Montero, informó el periódico La Marea el 29 de abril.
El historiador Eduardo González Calleja publicó en 2018 Guerras no ortodoxas. La “Estrategia de la tensión” y las redes del terrorismo neofascista en Europa del Sur y América Latina (Catarata). El ensayo de 143 páginas empieza y concluye con la figura de un neofascista italiano, Stefano delle Chiaie; en concreto, con su detención en marzo de 1987 en Caracas y deportación a Roma acusado de participar en atentados como el de la Piazza Fontana de Milán. Ocurrió el 12 de diciembre de 1969: una bomba contra una agencia bancaria de la capital lombarda se saldó con 17 muertos y 88 heridos.
Sobre el atentado de la Piazza Fontana, escribe el catedrático de la Universidad Carlos III de Madrid: “Puede interpretarse como la respuesta de los sectores de la extrema derecha italiana a las movilizaciones estudiantiles, las huelgas –casi 38 millones de jornadas perdidas ese año- y las victorias sindicales producidas durante el ‘otoño caliente’ de 1969”. Sin embargo por el ataque con explosivos, uno de los más relevantes de los llamados años de plomo, la policía italiana detuvo inicialmente -entre otros- a un militante anarquista, Giuseppe Pinelli, que tres días después cayó desde la ventana de una comisaría milanesa (la muerte del trabajador ferroviario motivó una de las obras teatrales de Darío Fo, titulada irónicamente Muerte accidental de un anarquista).
Masacres como las perpetradas contra el Banco de la Agricultura en la plaza de Milán, o los explosivos en la estación ferroviaria de Bolonia, en 1980, con 85 muertos y centenares de heridos, fueron perpetrados por terroristas de extrema derecha y se relacionaron con la red clandestina Gladio de organizaciones paramilitares respaldadas por la OTAN.
Las matanzas se enmarcan en la Estrategia de la tensión, término utilizado por primera vez por el periodista británico Leslie Finer en The Observer, unos días después de la escabechina de Milán. El concepto Estrategia de la tensión se utilizó de modo habitual en Italia en el contexto de la Guerra Fría y una supuesta amenaza comunista, ya que el PCI fue uno de los partidos comunistas con mayor apoyo electoral de Europa. Implicaba la respuesta neofascista contra las protestas del movimiento obrero y estudiantil; además del recurso, “con el apoyo directo o indirecto de los servicios secretos y de ciertos sectores de la clase política, a la infiltración en los grupos de izquierda y a la violencia provocativa con el objetivo de crear un clima de desorden social y desestabilización política, que justificara la instauración de un gobierno autoritario”, explica González Calleja.
Como ejemplo de la violencia desencadenada en los años de plomo, el también autor de Política y violencia en la España Contemporánea I (Akal) destaca que, según la mayoría de las investigaciones, “al menos el 80% de las agresiones terroristas entre 1969 y 1975 en Italia se atribuyen a las filiales clandestinas de los grupos neofascistas, que causaron 63 muertos y centenares de heridos”. Los investigadores Donatella della Porta y Maurizio Rossi apuntan que los atentados por parte de grupos derechistas ocasionaron, entre 1969 y 1982, un total de 186 muertes. “Fue una escalada terrorista cuidadosamente preparada por los neofascistas”, concluye el historiador en el ensayo de Catarata.
Guerras no ortodoxas aborda las estrategias de la provocación y violencia de la extrema derecha en el estado español. Uno de los casos analizados, con participación oficial y de mercenarios ultras extranjeros, fue la denominada Operación Reconquista desplegada en la romería de Montejurra (Navarra), en mayo de 1976, que se saldó con dos muertos, varios heridos y cuyo fin era desactivar la tendencia socialista autogestionaria del carlismo, representada por Carlos Hugo de Borbón-Parma.
Otro de los ejemplos citados es el asesinato el 23 de enero de 1977 en Madrid, por parte de un ultraderechista, del joven estudiante Arturo Ruiz García, que participaba en una manifestación a favor de la amnistía. Al día siguiente, una banda de pistoleros relacionados con Fuerza Nueva y el Sindicato de Transportes de Madrid finiquitaron a tres abogados comunistas, un estudiante y un administrativo que se hallaban en un despacho laboralista de la madrileña calle Atocha.
En España “entre 1976 y 1980 hubo más de 60 muertos a manos de bandas neofascistas y de extrema derecha, e innumerables atentados contra redacciones de revistas, librerías, asociaciones de vecinos, cines y galerías de arte”, detalla el autor de Guerras no ortodoxas; en la época estuvieron en activo lo que se denominó grupos “incontrolados”, además de otros con mayor organización como los Guerrilleros de Cristo Rey, que contaron con apoyos entre la Guardia Civil, la Policía, la Policía Armada, el Ejército, la Marina y el Servicio Central de Documentación (SECED), organismo de la inteligencia constituido en 1972 y cuyo objetivo era la “contrasubversión”.
Estas bandas terroristas se extendieron en Europa tras la Segunda Guerra Mundial. Por ejemplo la Organización del Ejército Secreto (OAS) francesa se constituyó en 1961, durante la presidencia de De Gaulle, en rechazo a la independencia de Argelia; en Austria, el Partido Nacional Democrático (NDP), cuya acción terrorista se desplegó en el Tirol del Sur italiano; la Orden de los Militantes Flamencos en Bélgica; o el Movimiento Socialista Popular de Alemania-Partido del Trabajo, organización neonazi surgida en 1971. “Los neofascistas formaron una red global de gran magnitud, y se establecieron relaciones entre la derecha radical, los aparatos de información de los estados y algunas agencias internacionales de compra y venta de mercenarios”, concluye Eduardo González Calleja.
En julio de 2015, el Tribunal de Apelación de Milán condenó a cadena perpetua a dos militantes de Ordine Nuovo –Carlo Maria Maggi y Maurizio Tramonte- por su responsabilidad en la masacre de la plaza de la Loggia de Brescia (Lombardía), ocurrida en 1974, según informó la Agencia Efe. El atentado, una bomba que estalló durante una manifestación de sindicatos y comités antifascistas, se saldó con ocho muertos y un centenar de heridos. Una de las conclusiones del proceso judicial fue la confluencia de intereses entre los servicios secretos y las organizaciones ultra.
“No hubo una gran conspiración ‘negra’ de alcance mundial, sino una utilización de los neofascistas por ciertos servicios secretos vinculados estrechamente a las estructuras de contrainsurgencia atlantista y a redes internacionales de protección”, subraya el autor de Guerras no ortodoxas. Una muestra de las complicidades es que en los años 70 y 80 del siglo XX un centenar de ultraderechistas italianos fugitivos operaron desde España, con protección de la policía española, y extendieron su acción por Europa y América Latina. Uno de los casos más notorios fue el de Stefano delle Chiae, hilo conductor del libro.
González Calleja hace referencia en el ensayo, asimismo, a los enfoques y metodologías: la investigación académica “seria” ha considerado tradicionalmente de escaso interés el neofascismo; la razón es que se le observa como marginal o asocia a las teorías conspirativas, y la consecuencia es que exista un vacío historiográfico (sí que han proliferado los trabajos de investigación periodística).