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Un afgano prácticamente se suicida porque no entiende las normas de buena conducta de la misión de paz española

Fuentes: canarias-semanal

Apareció en todos los periódicos pero casi a escondidas. La noticia de agencia se repitió en la prensa. La noticia de agencia era en realidad la versión militar española que relató «el incidente.» El incidente («pequeño suceso que obstaculiza el curso de una acción», según los diccionarios) fue el siguiente: Las tropas españolas marchaban tranquilamente […]

Apareció en todos los periódicos pero casi a escondidas. La noticia de agencia se repitió en la prensa. La noticia de agencia era en realidad la versión militar española que relató «el incidente.» El incidente («pequeño suceso que obstaculiza el curso de una acción», según los diccionarios) fue el siguiente:

Las tropas españolas marchaban tranquilamente en misión de paz por Afganistán. Iban en caravana, pacificando un tramo entre Herat y Sabzak, cuando una peligrosa motocicleta con dos afganos -desconocedores que a su país los españoles lo están pacificando- se les acercó por la retaguardia. Con la proverbial actitud escrupulosa del ejército español, «el tirador del último blindado, siguiendo los protocolos previstos para estos casos, hizo varias advertencias a los ocupantes de la moto indicándoles que redujeran la marcha.» A pesar del perfecto dominio del español que tienen los habitantes de Herat, los motoristas no redujeron la marcha. Entonces se les hizo «señales con un puntero láser» al tiempo «que hicieron sonar un silbato.» Pero los afganos, provocadores y temerarios, ni caso, cuando de todos es sabido que un láser y un silbato significan que un convoy ocupante tiene preferencia de paso.

Ante «el caso omiso a los avisos» no hubo más remedio que realizar «unos disparos de advertencia» con unas armas que, no sabemos porqué misterio, alguien había colado en el convoy de paz. Los disparos se hicieron, como no, al suelo y al aire pero «la moto tampoco se detuvo.» Obviamente tenían que ser terroristas, por lo que se optó por disparar a la moto con tal mala suerte que una bala rebotó en alguna piedra y mató a un motorista y otra, suponemos que también rebotada, hirió al acompañante.

Para que se entendiera mejor «el incidente», la prensa aclaró que éste se produjo «antes de la salida del sol, por lo que la visibilidad era reducida» y en una zona donde son «frecuentes los ataques de la insurgencia.»

Según El País, «la Fuerza Internacional de Asistencia para la Seguridad (ISAF), que alecciona a los civiles para que no adelanten a los convoyes militares, tiene reglas estrictas sobre el uso de la fuerza. En el caso español, son aún más escrupulosas pues, por ejemplo, prohíben disparar a un enemigo que huye, salvo en defensa propia.» Es bastante probable, pues, que los dos motoristas afganos hayan estado ocupados en asuntos menores (en sobrevivir, por ejemplo) en vez de acudir como era menester a uno de los cursillos acelerados que imparten las fuerzas pacificadoras españolas sobre cómo se debe actuar cuando se encuentren con una pacífica caravana. Aunque técnicamente no puede ser catalogado como un suicidio, la actitud de los motoristas -ajena a cualquier norma de urbanidad y civismo- no podía traer otra consecuencia que su muerte «por incidente.»

Este sentido de la noticia puede ser leído en todos y cada uno de los periódicos españoles que la publicaron. Pongan en su buscador «soldados españoles matan a un civil en Afganistán» y comprueben «los resultados obtenidos.» Cuando en octubre de este año una mina (a lo mejor de fabricación española) mató a un militar español en Afganistán ni El País ni ningún otro periódico denominó la acción como «un incidente.» En aquel caso fue «un atentado», a veces adjetivado como «terrorista». La prensa y los políticos canarios y españoles hicieron de la muerte del cabo Cristo Cabello Santana un sublime acto de patriotismo. Durante tres días fue portada y primera noticia en los medios de persuasión. Gracias a aquella muerte y a su eco mediático se aceleraron los trámites para que los nuevos blindados RG-31 (que como todo el mundo sabe son indispensables para una misión de paz que se precie) fuesen enviados a Afganistán.

Al calor de la muerte del cabo, el ex secretario general de los socialistas canarios, Juan Carlos Alemán, manifestó durante un debate televisado que «a los terroristas hay que pararlos allí, antes de que lleguen aquí.» También explicó, con gran conocimiento del medio castrense, que «es muy difícil pararlos porque los terroristas afganos utilizan técnicas de guerrilla maoístas.» El culto alcalde Jerónimo Saavedra tuvo a bien decretar un día de luto en Las Palmas de Gran Canaria y sus patrias banderas ondearon a media asta. El Presidente del Gobierno ultraperiférico, Paulino Rivero, explicó, conmovido, «el gran dolor de todos los canarios» por la muerte del cabo, «que ha dado su vida por ideales que todos debemos defender.» Sólo la familia del militar estuvo, en aquellos días, a la altura de la cordura: «que vuelvan todos, que en Afganistán no están en misión de paz.»

De la familia del afgano muerto no hay noticias. No hay declaraciones de su madre, ni siquiera de algún primo lejano. La prensa ha dedicado todos sus esfuerzos a minimizar su asesinato. La noticia, escondida, como dándole vergüenza. Afortunadamente gracias a las agencias de prensa sabemos la verdad de lo ocurrido: dejémoslo todo en un pequeño «incidente».

Rebelión ha publicado este artículo con permiso del autor, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.