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Primarias del PSOE

¿Un árbol sin raíces?

Fuentes: Manifiesto por el Socialismo

Hasta los más obtusos, cuando defienden una situación de privilegio, aprenden de la experiencia ajena. Tras lo sucedido en Gran Bretaña con las primarias que dieron el triunfo a Jeremy Corbyn, frente a la burocracia del Partido Laborista, y la victoria de Benoît Hamon en el Partido Socialista francés, el aparato del PSOE tenía que […]

Hasta los más obtusos, cuando defienden una situación de privilegio, aprenden de la experiencia ajena. Tras lo sucedido en Gran Bretaña con las primarias que dieron el triunfo a Jeremy Corbyn, frente a la burocracia del Partido Laborista, y la victoria de Benoît Hamon en el Partido Socialista francés, el aparato del PSOE tenía que usar todos los recursos para impedir el triunfo de Pedro Sánchez.

La razón es muy sencilla, hace mucho tiempo que la clase dominante comprendió que el soborno de los dirigentes de los partidos formados por la clase obrera es la manera más barata de controlar la sociedad y mantener ese decorado llamado «democracia», mientras las verdaderas decisiones se toman en los consejos de administración del Ibex 35, y el aparato del Estado es insensible a las normas de la democracia. En definitiva, el poder real económico y estatal queda en manos de una minoría.

Por eso una alteración sustancial en uno de esos partidos puede poner en jaque el entramado de dominación y se lo toman muy en serio. Hoy en día se movilizan para garantizar el triunfo de Susana Díaz en las primarias, dándole todo su apoyo y, no sólo eso, han lanzado otro candidato, Patxi López, con la única finalidad de intentar dividir el voto de Sánchez. Resulta llamativo que algo tan evidente no esté siendo puesto al descubierto por ningún medio de comunicación.

Al margen de la opinión que nos merezca la actuación de la dirección de Podemos que, indudablemente, pensaba que resultaría favorecida por una repetición del ciclo electoral demostrando una incomprensión de la complejidad de los procesos de transformación de la conciencia de masas, el hecho incontestable es que si hoy existe un gobierno del PP es porque la dirección del PSOE prefería esa opción a la de un gobierno de la izquierda parlamentaria.

Y para ello tuvieron que recurrir al viejo centralismo burocrático que ha caracterizado a los escleróticos partidos de la izquierda y, recibiendo todo el apoyo necesario de los centros de poder, se cargaron a Pedro Sánchez y la voluntad de la militancia socialista para evitar ese riesgo. Esos días era imposible no recordar el «tamayazo».

El PSOE atraviesa la que probablemente es la peor crisis de su historia, habiendo sido «derrotado» en las elecciones estando en la oposición. Las elecciones municipales y autonómicas del 24 de mayo de 2015 ya pusieron al descubierto las debilidades de un proyecto que se debate entre su adaptación al sistema y lo que queda de sus raíces históricas, y ese proceso se agudizó en las siguientes convocatorias.

 

Clase social, partido y dirección

Pero los hechos han demostrado que en el seno de la militancia y los votantes del PSOE sobreviven «dos almas». Una, la del aparato, es una prolongación de la derecha, de la clase dominante aunque sea a través de la puerta giratoria, un apéndice del Estado burgués. La otra, aunque sea de una manera confusa, sigue sintiéndose más cerca del resto de la izquierda, de unas raíces históricas que, aunque raquíticas, todavía no han sido erradicadas totalmente.

Un partido, representa los intereses de una clase, eso implica, necesariamente, ser su memoria histórica: no sólo de los hechos, sino también de la experiencia acumulada, de los intereses defendidos. Eso son sus raíces; sin esa «memoria» un partido pierde la conexión con la clase que le dio la vida.

Y si algo no se puede poner en duda es que el PSOE fue la genuina expresión, en su creación, de los intereses de la clase obrera, inspirado en las ideas del marxismo y con el propósito de conquistar el poder político, arrebatándoselo «revolucionariamente» a la burguesía.

Pero la dialéctica de la historia lleva a que los partidos perduren más allá de las condiciones objetivas y el ambiente social en el que se formaron y pueden sufrir una transformación dialéctica:

Es muy interesante lo que decía Antonio Gramsci, en sus «Comentarios a Maquiavelo»:

«Los partidos nacen y se constituyen en organizaciones para dirigir las situaciones en momentos históricamente vitales para sus clases; pero no siempre saben adaptarse a las nuevas tareas y a las nuevas épocas, no siempre saben adecuarse al ritmo de desarrollo del conjunto de las relaciones de fuerza (y por tanto de la posición relativa de sus clases) en un país determinado o en el campo internacional… La burocracia es la fuerza consuetudinaria y conservadora más peligrosa; si ésta acaba por construir un grupo solidario, que se apoya en sí mismo y se siente independiente de la masa, el partido acaba por volverse anacrónico, y en los momentos de crisis aguda queda vacío de su contenido social y queda como apoyado en el aire».

A veces ese proceso es reversible. Lo ha sido en la historia del PSOE, un partido que se declaró marxista hasta el año 1979, cuyos textos originarios y marxistas («Comentarios al Programa Socialista», «La piedra de toque»…) no existen en las redes sociales, para ocultar los postulados clasistas del propio Pablo Iglesias Posé. El de Largo Caballero es un buen ejemplo, que paso de formar parte de una dirección socialista que «convivía» con la dictadura de Primo de Rivera, a ser llamado «el Lenin español», por sus posiciones revolucionarias en los años 30.

La gran mayoría de la militancia del PSOE, de la UGT y de las Juventudes Socialistas vivieron la Revolución de Asturias, la guerra civil, la cárcel, la muerte, las cunetas y el exilio.

¿Queda algo de aquel partido, es recuperable para su clase, es reversible el proceso?

La Transición, un momento decisivo

Una clave imprescindible es la transformación sufrida en la Transición. Algo que mucha gente no comprende es que la batalla más decisiva en la Transición, para hacer triunfar el proyecto constituyente de 1978, con todo lo que ello suponía de claudicación para la izquierda, se dio en el interior del PSOE.

También en el PCE se dio ese conflicto, pero el desacuerdo se expresó más en lo que los ingleses llamarían «votar con los pies», ya que el régimen interno y la autoridad de la dirección impedían un debate abierto. Así, en la Pascua de 1977, el Comité Central del PCE adoptó, sin un solo voto en contra, la postura de rendición ante la reforma Suarez, parapetándose tras la bandera de la dictadura y acatando la monarquía y la «unidad sagrada de la patria española». Eso llevó a un abandono, progresivo de una militancia que había sido heroica en la lucha contra la dictadura y que topó con una dirección que había sido forjada fuera de cualquier control democrático. Ese camino, del eurocomunismo imitador de la socialdemocracia, condujo a la derrota sin paliativos en el terreno electoral.

Los sectores más inteligentes de la operación reformista, con Suárez a la cabeza, comprendieron muy pronto que si ganaban al PSOE para su causa la partida estaba ganada. En cuanto al PCE, pensaban que sería más resistente de lo que fue y habían planificado llevar a cabo las primeras elecciones (junio de 1977) sin su legalización. De hecho, el cambio de postura de Suárez, al llegar a un acuerdo con Carrillo y el Comité Central del PCE, le granjeó para siempre el odio de la cúpula militar.

Que la historia del PSOE en esos años es también, en gran medida, la historia de la Transición se puede comprobar claramente en los decisivos meses de la segunda mitad del año 1979. Aunque la purga de «elementos trotskistas», ya se había comenzado en 1977, con expulsiones y disoluciones de federaciones enteras, no se conseguía domesticar a las bases y aún necesitaban un golpe de mano.

En marzo se habían celebrado las elecciones generales y el PSOE obtuvo 121 escaños, quedaba claro que la UCD de Suárez no iba a soportar otro período electoral, y la alternativa era un partido que en su congreso de 1976, se declaraba «marxista, democrático y de clase». La burguesía apretó las tuercas y Felipe González lanzo su proclama defendiendo el abandono formal del marxismo: «El capitalismo es el menos malo de todos los sistemas posibles», «da igual si el gato es negro o blanco, lo importante es que cace ratones».

Sin embargo, las raíces históricas del partido aún pesan en ese momento y Felipe pierde el congreso que se celebra en mayo. Lanza un órdago y dimite; la izquierda del partido no se atreve a tomar la dirección en sus manos, se habla de que «los alemanes retirarán su apoyo, hay peligro de golpe de estado…», el miedo se apodera de ellos y aceptan que se nombre una gestora y se celebre un congreso extraordinario en septiembre. Esa cobardía de la izquierda contrasta con el juego decidido de Felipe y Guerra, respaldados por la burguesía, que ya se sienten «hombres de Estado», dispuestos a defender el sistema poniendo al PSOE a su servicio.

La izquierda del PSOE había perdido su oportunidad histórica y no volvió a levantar cabeza, salvo momentos esporádicos.

Los gobiernos de Felipe González

El triunfo de 1982, con el 48,11% de los votos y 202 escaños, demostró el enorme potencial de transformación que latía en la sociedad, pero González había asumido su papel de hombre de orden. No sólo abandonó las raíces obreras, sino que emprendió una reforma brutal contra los derechos de la clase trabajadora, además del cambio de posición respecto a la OTAN «de entrada no».

Esa política le llevó a generar un ambiente para el crecimiento de una oposición de izquierdas que se materializó en el surgimiento de Izquierda Unida y, sobre todo, en el mayor proceso de luchas posterior a la propia Transición que hemos vivido: el ascenso de las luchas estudiantiles y obreras, desde la primavera de 1985, hasta la huelga general más grande de la historia de nuestro movimiento obrero, el 14 de diciembre de 1988.

Esa es una fecha para anotar, por muchos motivos que trataremos en otra ocasión, pero también para la historia del PSOE, pues ese día se mostró el desgajamiento de sus raíces de clase; tal como dijo Nicolás Redondo, secretario general de la UGT, al ministro Solchaga «estas en el otro lado de la barricada».

Ni el PSOE, ni la UGT, volverían a ser las mismas organizaciones. En realidad, aquel fue el último acto heroico del movimiento obrero de la Transición, que no encontró el cauce de expresión política ni en el PSOE ni en IU.

A pesar de todo, el PSOE nunca ha sido un partido homogéneo, pues su apoyo proviene de una gran parte de la clase trabajadora, y está sometido a presiones que no afectan a los partidos de la burguesía. En él sobrevive el pasado histórico, ahogado por el pasado cercano y el presente, tomando la expresión de Lenin podríamos decir que es «un partido burgués y obrero» al mismo tiempo. No sólo su vinculación al movimiento sindical, sino casos como las famosas primarias en las que Borrell derrotó al aparato, o la existencia de Izquierda Socialista, o su apoyo en muchos municipios a las políticas de IU, o a coaliciones de izquierdas en Madrid, Valencia… que no se darían con el PP.

Lucha de clases en el PSOE

La memoria histórica está cambiando, y una de las expresiones ha sido la aparición de «Podemos», atrayendo votos del PSOE, y ese cambio de memoria seguirá a más. El camino del PASOK (Partido socialista griego) y el del PCI (Partido Comunista Italiano) son una lección dolorosa, de que el abandono de la memoria se paga con un alto precio.

El PSOE dilapida cada vez más sus raíces y se impone la línea burguesa sin miramientos, y eso ha propiciado un vacío, que debía haber llenado IU, pero no fue capaz, y ha sido ocupado, al menos en parte, por Podemos.

La defenestración de Pedro Sánchez ha rebasado, una vez más, los límites y provoca una convulsión en el partido que podría ser decisiva. En realidad, lo debemos tener claro, esta batalla es una expresión distorsionada de la lucha de clases en las filas del PSOE.

Debemos reflexionar ante algo incuestionable: los medios de comunicación y la derecha en general sienten verdadera preocupación por un hipotético triunfo de Sánchez.

Pero no debemos ser ingenuos: lo sucedido en Francia también es un aviso, en la hipótesis de que Pedro Sánchez triunfe en la primarias frente al tándem Susana-Patxi (y suponiendo que el aparato no dé simple y llanamente un pucherazo), la escisión del PSOE es la más probable de las consecuencias, ya que el grupo parlamentario está tan fuertemente comprometido con la burguesía que no querrá reconocer el resultado.

En algunos de los casos de Europa, como en Grecia, los Países Bajos y ahora en Francia, la socialdemocracia se ha inmolado en el altar del capital, en parte por una torpeza aguda, pero la razón objetiva es la crisis profunda del sistema social atroz que rige nuestras vidas, el capitalismo.

Si la pérdida de apoyo de la socialdemocracia sufriese un trasvase automático a las fuerzas de la izquierda transformadora tendrían más cuidado pero, con la excepción de Grecia, no está siendo así. Entre muchas razones subjetivas, se da además una objetiva: si la socialdemocracia ganó apoyo y prestigio en Europa en el período posterior a la II Guerra Mundial, fue debido a que el capitalismo se vio obligado, y podía permitírselo, a hacer grandes concesiones a la clase obrera, en los países del norte de Europa, Alemania, Francia, Gran Bretaña… y esa fue la base objetiva del «reformismo socialdemócrata». Hoy esa posibilidad no cabe de la misma manera, y la única alternativa no puede basarse en reinventar la socialdemocracia con una suerte de populismo de izquierdas, sino el izar con audacia la bandera del programa de la transformación socialista de la sociedad.

Una última reflexión, tomando en cuenta todos estos procesos, es la de comprender el error de análisis y sesgo sectario que supone adoptar la consigna tantas veces repetida en algunos ambientes de la izquierda, de «PSOE, PP, la misma mierda es». Semejante desahogo sectario queda al descubierto con esta situación y refleja una carencia que es urgente superar, que ha sido un lastre en la historia de las últimas tres décadas para conseguir un frente común de la izquierda: la necesidad de que IU, en realidad UP, tenga una política correcta de Frente Único respecto a las bases del PSOE.

Desde Unidos Podemos, especialmente desde IU, deberíamos ser proactivos, y estar adelantándonos a las diversas opciones que ofrece esta crisis, para intentar hacer lo más favorable al fortalecimiento de un Frente de Izquierdas. Gane quien gane las primarias, debemos hacer todo lo posible para que gane la izquierda avanzando en el camino de la unidad en la lucha y en la propuesta de transformación socialista de la sociedad.

Alberto Arregui, integrante de la Coordinadora Federal de IU.

Fuente original: http://www.porelsocialismo.net/primarias-del-psoe-un-arbol-sin-raices/

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.