Soy chilena, abogada. Salí de Chile exiliada con mi familia con motivo del golpe militar y desde hace muchísimos años vivo en México: mi vida, mi trabajo, mis hijos están en este país. Aquí murió mi marido y aquí están depositadas sus cenizas. Al leer las noticias sobre la visita de la presidenta Michelle Bachelet […]
Soy chilena, abogada. Salí de Chile exiliada con mi familia con motivo del golpe militar y desde hace muchísimos años vivo en México: mi vida, mi trabajo, mis hijos están en este país. Aquí murió mi marido y aquí están depositadas sus cenizas.
Al leer las noticias sobre la visita de la presidenta Michelle Bachelet veo que forma parte de su comitiva Ricardo Claro Valdés.
Ricardo Claro era compañero mío en la escuela de derecho de la Universidad de Chile, en el año 1954. En ese tiempo estaba vigente en Chile la Ley de Defensa de la Democracia, llamada Ley Maldita, que puso fuera de la ley al partido comunista y mandó a campos de concentración a sus militantes o a quienes eran acusados de serlo.
Sin embargo, el Partido Comunista subsistía. En la escuela de leyes había un pequeño núcleo en el cual yo militaba. Básicamente realizábamos tareas de propaganda: repartir documentos y un diario mural. Lo hacíamos abiertamente, porque creíamos que a nadie se le ocurriría coartar la libertad de expresión dentro de la Universidad.
Pero a Ricardo Claro sí se le ocurrió. Nos denunció a las autoridades policiales por estar infringiendo la ley. Delató a sus propios compañeros de estudios: su propósito era que fuéramos a parar a la cárcel o a un campo de concentración. Finalmente no pasó nada, porque el gobierno de entonces no era tan torpe como para entrar a la Universidad a detener a unos chicos ingenuos y bastante inofensivos.
Se podrá decir: «Hace tantos años… Fue un pecado de juventud». Pues no; la delación no es tolerable nunca. A los niños generalmente se les enseña que jamás deben «acusar» a un compañero. Y Claro lo hizo libre y espontáneamente.
Por lo demás, este «pecado de juventud» fue un digno comienzo para su trayectoria posterior. Al respecto sé lo que sabe todo el mundo: que Claro se convirtió en un exitoso empresario, dueño, entre otras cosas, de la Compañía Sudamericana de Vapores. Y que en los comienzos de la dictadura, muchos prisioneros políticos detenidos en Valparaíso y lugares cercanos fueron llevados a barcos convertidos en centros de detención y tortura. Dos de estos barcos, el Lebu y el Maipo, pertenecían a esa compañía, que los facilitó para esos efectos. Todo esto se encuentra documentado en el Informe Valech, una comisión de prestigio e independencia incuestionables, que investigó las detenciones y torturas y entregó su informe en 2004. Los datos de los barcos de Ricardo Claro se encuentran en las páginas 356, 365 y 366 de ese documento.
No dudo de que el señor Claro tenga muchas otras actuaciones «interesantes» -que fue asesor del gobierno de Pinochet, por ejemplo-. Pero creo que con las que he señalado es suficiente.
Y ahora está en México, formando parte de la comitiva de la presidenta Michelle Bachelet, para reunirse con empresarios mexicanos y hacer negocios patrocinado por el gobierno de la Concertación. Bussines por encima de todo, esa es la consigna .