Estos días estamos viviendo un episodio REALmente nauseabundo. Acorralado por un descrédito mayúsculo y creciente, el rey ha renunciado a la jefatura del Estado, cargo que cede a su hijo Felipe, su heredero, sin que el pueblo –una vez más ninguneado– pueda pronunciarse al respecto. Por más que se empeñen en hacernos creer lo contrario, […]
Estos días estamos viviendo un episodio REALmente nauseabundo. Acorralado por un descrédito mayúsculo y creciente, el rey ha renunciado a la jefatura del Estado, cargo que cede a su hijo Felipe, su heredero, sin que el pueblo –una vez más ninguneado– pueda pronunciarse al respecto. Por más que se empeñen en hacernos creer lo contrario, el fin de la maniobra realizada no es otro que el de intentar mantener bajo control lo que Franco dejó antes de su muerte «atado y bien atado». Y, para eso, el PP y el PSOE -más algún que otro partido «menor»- aúnan sus esfuerzos.
El PP es el heredero directo del franquismo, de modo que no sorprende para nada su postura en el caso que nos ocupa. En cuanto al PSOE -a pesar de sus siglas es un partido netamente capitalista y, de interesada manera, trabaja para el gran capital-, más de lo mismo. Lo curioso de esta última formación política es que, tras sus últimas debacles electorales, ha anunciado a bombo y platillo que está inmerso en un proceso de cambio muy importante para volver a acercarse al pueblo que, a día de hoy -a sus resultados electorales me remito-, le huye como a la peste ¡Vaya una manera de intentar recuperar la credibilidad perdida! Y es que el desacreditado Rubalcaba, el portavoz del gobierno en la época del GAL, dice que el partido que todavía dirige es de raíces profundamente republicanas, pero que en 1978 firmaron un pacto de «estabilidad» y que ahora no pueden ni deben romperlo en aras de la democracia.
Insultante argumento, sin duda. Ya es imperdonable que entonces lo firmaran -no solo lo firmaron sino que además fueron partícipes activos en su elaboración-, pero que ahora se esfuercen en mantenerlo, ninguneando otra vez al pueblo, dice bastante.
En mayor o menor medida, la demanda de la Tercera República siempre ha estado latente, pero es evidente que, tras la abdicación del rey, esta se ha incrementado. Desprovistos de argumentos convincentes, este hecho ha obligado a los dirigentes de los citados partidos a rearmarse de cinismo y desvergüenza.
Ambos partidos insisten en que el rey y la Monarquía en su conjunto son el garante de la democracia. Tamaña estupidez, grandísima mentira. En una democracia no cabe la Monarquía, ya que ambas son incompatibles y se repelen. En el caso concreto del Reino de España, al Jefe del Estado lo eligió Franco hace 39 años y, desde entonces, ha ocupado el cargo sin que la población haya tenido la opción de elegir a otra persona.
Conviene recordar que Franco llegó al poder mediante un sangriento golpe de Estado perpetrado contra una República legalmente constituida ¿Se debe llamar a eso democracia? Es evidente que no.
Dicen sus sostenedores que el rey -que también ostenta la jefatura de los tres Ejércitos- no goza de poder, que solo juega un papel simbólico, porque él no influye en las decisiones de los políticos, sino que estos últimos solo tienen en cuenta al monarca para informarle sobre lo que ya han decidido o van a decidir. Y añaden que el rey únicamente se limita a firmar lo que los gobernantes le ponen sobre la mesa. ¿Y si se negara a firmar?, ¿qué pasaría?
Cuesta mucho creer lo que dicen. El Jefe del Estado y de los tres Ejércitos es eso: el Jefe del Estado y de los tres Ejércitos, y no un florero o un simple cuadro colgado en la pared. Lo que sucede es que, los tres partidos políticos que han gobernado durante todos estos años han realizado una política tan reaccionaria y acorde a los intereses del monarca y de los que él representa, que éste no ha tenido la necesidad de hacer valer su poder. Que los actuales gobernantes hagan una política radicalmente diferente, que favorezcan de verdad a ciudadanía y no al gran capital, como hasta ahora, a ver si el Jefe del Estado ejerce su poder o permanece impasible; que hagan la prueba.
Otro ejemplo de la desvergüenza y el cinismo que desbordan estos días los defensores de la Monarquía, son las declaraciones vertidas por Soraya Sáenz de Santamaría. Ante la demanda de Izquierda Unida y otros grupos políticos de un referéndum para que la ciudadanía elija entre República o Monarquía, con su tono habitualmente chulesco, la «demócrata» Vicepresidenta del Gobierno dijo que no habrá consulta. Y recordó que, en 1978, el Partido Comunista también aprobó la «intocable» Constitución monárquica.
Eso es cierto, como también es cierto que el PCE tardó casi 30 años en desvincularse oficialmente de la misma. Lo que la Vicepresidenta no dijo es que en 1978 el PCE estaba dirigido por un traidor que, qué casualidad, finalmente acabó engrosando las filas del PSOE. Llamado Santiago Carrillo, falleció no hace mucho tiempo. Y he aquí un dato harto significativo: la clase política más rancia de este ridículo país, ensalzó hasta la saciedad al citado fallecido por su «positiva» aportación a la «democracia» durante la mal llamada Transición. Uno de sus ensalzadores más notables fue Juan Carlos de Borbón que, si mal no recuerdo, hasta acudió al domicilio de Carrillo para dar el pésame a sus familiares y hacer pública su no sé si sincera o falsa consternación.
El PP y el PSOE han perdido muchos votos en la última cita electoral, pero todavía es muchísima la gente que vota en contra de sí mismo. Debe ir en aumento la citada sangría de votos.
Mientras tanto, ante la esperada negativa del gobierno para convocar el citado referéndum, y la nefasta e igualmente esperada actitud del PSOE, no queda otra alternativa que la incesante movilización en todos los frentes.
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