El pasado 6 de diciembre no eran un millón. Tampoco cientos de miles. Ni siquiera decenas de miles de personas las que se dieron -nos dimos- cita allí. Quizá cinco mil, diez mil a lo sumo. Sin embargo, el hecho debió tener una importancia tal para algunos que no se atrevieron a dedicarle ni un […]
El pasado 6 de diciembre no eran un millón. Tampoco cientos de miles. Ni siquiera decenas de miles de personas las que se dieron -nos dimos- cita allí. Quizá cinco mil, diez mil a lo sumo. Sin embargo, el hecho debió tener una importancia tal para algunos que no se atrevieron a dedicarle ni un breve espacio en sus «informativos».
Ese día, aquellos miles de personas no existían, no significaban nada… o quizá demasiado. Un fantasma recorría Atocha: el fantasma de la República.
A un espectador imparcial – o ignorante – que hubiera pasado por allí podíamos haberle parecido almas en pena intentando resucitar batallas perdidas, y no habría que reprocharle más que la ignorancia, si tenemos en cuenta que en esta España, casi nada es lo que parece, y muy pocas cosas parecen lo que son.
¿Por qué silenciarlos? ¿Por qué ignorarlos? ¿Por qué no existieron? Si en lugar de unos cuantos miles de republicanos hubiesen sido taxistas, amas de casa, funcionarios, ecologistas, feministas… si habrían existido. Pero eran republicanos. Y aunque es cierto que no eran una marea humana, también lo es que, flanqueando aquel torrente de banderas tricolor, cientos de personas ajenas a la marcha observaban atentas y cómplices. Personas que nunca habrían acudido a una convocatoria como aquella pero que existen, y no a cientos, sino a millones. El poder y sus representantes lo saben. Saben que no son cinco mil y también que el advenimiento de la República es inevitable y no demasiado lejano. Por eso, juega sus cartas y toma posiciones.
La derecha; la que un día se llamó CEDA, la posteriormente franquista y la hoy neoliberal, intenta rescribir la historia. Los Pio Moa, César Vidal, Jiménez Losantos – la primera línea de fuego de la derecha -, disparan los cañones de la reacción con mentiras y propaganda que impregna un amplio espectro social: desde la ultraderecha hasta la derecha moderada, cobrándose más de una victima de los ideológicamente más escépticos y menos formados. Se rescribe la historia y se convierte a las millones de víctimas del fascismo en los verdugos de la Segunda República.
Este es sólo el primer acto de su función: rescribir la República pasada. El siguiente acto: describir la República futura.
Se describe una visión de España caudillista, católica y patriota; una España «grande» y «libre» donde las supuestas libertades individuales pesan más que la justicia social, pero donde el concepto libertad se limita exclusivamente al ámbito económico. No a la libertad de pensamiento, ni a la libre circulación de personas. Nada de libertad sexual, ni a la libertad de no venderse. No a la libertad de amar.
Esa es su España, una España confesional, hipócrita y de mentira que impusieron durante 40 años y que hoy se les desquebraja. Una España que también puede ser republicana.
Por su parte, la otra cara del poder establecido, representada electoralmente en el PSOE y armada con su correspondiente aparato propagandístico y económico, evita en lo posible un discurso que le resulta incómodo: «Tenemos un Rey bastante republicano» dijo Zapatero en cierta ocasión, rizando el rizo en la evasiva. Dentro de las enormes limitaciones y contradicciones de un partido integrado por juancarlistas, socialdemócratas, neoliberales convencidos, republicanos y hasta algún que otro comunista, el PSOE juega al mismo juego: mantener sus cotas de poder. Abre poco a poco espacios a una España distinta, pero mostrando una firme lealtad a la Corona y al orden establecido: el capitalismo y la democracia del «vota y calla».
Y esa es precisamente la cuestión: ¿Qué modelo de República queremos? La cuestión no es si llegará o no la «Tercera»; esa respuesta es inevitablemente afirmativa. La socialdemocracia y la derecha, llegado el momento, harán visibles a sus millones de republicanos, a los que adoctrinará de una manera metódica y efectiva para que nada cambie; para no perder un ápice de su cota de poder. Las leyes cambiarán, pero las escribirán las mismas manos.
O puede que todo cambie. Existe la posibilidad de que en el futuro nada sea lo que hoy es; de que el poder abandone las manos de las oligarquías y recaiga, por fin, en el pueblo. Será necesario construir la República más allá de consignas y banderas, dar pasos firmes para el futuro e inevitable proceso constituyente.
Si el poder de hoy se posiciona, el pueblo deberá hacer lo propio si no quiere seguir siendo burlado y utilizado como carne de cañón en las luchas oligarcas. Los que hoy portan banderas tricolor, los que lanzan consignas antimonárquicas, quienes sueñan con la Tercera República, deben – debemos – tener muy presente que su advenimiento es ineludible. Pero, cuando llegue ese día… ¿será la República que hoy se sueña? Dependerá de la implicación del pueblo en el proceso.
Aquel día en la calle Atocha había miles de personas, sí, pero, ¿cuántos modelos de República pasaban por sus cabezas? Miles también quizá.
El hecho es que será necesario trabajar activamente por una República profundamente democrática para que el pueblo no vuelva a ser olvidado y no se le diga lo que tiene que ser y pensar. De lo contrario las reglas del juego las escribirán los mismos. Sin embargo, si se construye República, si se educa en los valores republicanos y las consignas se convierten en trabajo colectivo; si los abiertamente republicanos de hoy ponen en común lo que les une y olvidan por una vez lo que les separa, se abrirán ventanas a la esperanza.
Leía con interés estos días un documento aprobado y presentado por Unidad Cívica por la República en Abril de 2005 y que lleva por nombre «La Propuesta Republicana». En él, se esbozan algunas líneas básicas que bien podrían desembocar en un proceso colectivo de gran amplitud. Invito al lector de estas líneas a que estudie el documento. Serán precisamente iniciativas como ésta las que algún día medirán sus fuerzas con aquellas otras visiones republicanas continuistas.
Hasta entonces, miles de personas recorrerán las calles ondeando banderas tricolor mientras un fantasma recorre España… el fantasma de la República.