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Un genocidio contra las mujeres

Fuentes: E-leusis.net

He llamado a un buen amigo mío que es judío y le he preguntado si le parecía apropiado que emplease el término Holocausto para calificar la violencia que se ejerce contra las mujeres en todo el mundo. Al principio se sorprendió. Pero cuando le leí las cifras de un informe publicado por el Centro para […]

He llamado a un buen amigo mío que es judío y le he preguntado si le parecía apropiado que emplease el término Holocausto para calificar la violencia que se ejerce contra las mujeres en todo el mundo. Al principio se sorprendió. Pero cuando le leí las cifras de un informe publicado por el Centro para el Control Democrático de las Fuerzas Armadas en marzo de 2004, asintió sin dudarlo.

 

Existen en todo el mundo entre 113 y 200 millones de mujeres demográficamente desaparecidas. Cada año, entre 1,5 y 3 millones de mujeres y niñas pierden la vida como consecuencia de la violencia o el abandono por razón de su sexo. Como decía The Economist del pasado 24 de noviembre, «cada periodo de dos a cuatro años, el mundo aparta la vista de un recuento de víctimas equiparable al Holocausto de Hitler».

 

¿Cómo es posible que ocurra algo así? He aquí algunas de las razones.

 

– En los países donde el nacimiento de un varón se considera un regalo y el de una niña una maldición, se recurre al aborto y el infanticidio selectivos para eliminar a las niñas.

 

– Las niñas mueren de forma desproporcionada por abandono, porque los alimentos y la asistencia médica se destinan antes a sus hermanos, padres, maridos e hijos.

 

– En los países en los que se considera a las mujeres propiedad de los hombres, los padres, hermanos y maridos las asesinan por atreverse a escoger sus propias parejas. Son los llamados asesinatos «de honor», aunque el honor tiene poco que ver en el asunto. A las novias jóvenes cuyos padres no pagan dinero suficiente a los hombres que se han casado con ellas se las mata; son las llamadas «muertes por dote», pero no son muertes; son asesinatos.

 

– El brutal tráfico sexual internacional de chicas jóvenes mata a un número incalculable de mujeres.

 

– La violencia doméstica causa la muerte de un gran número de mujeres en todos los países del mundo. Las mujeres entre 15 y 44 años tienen más probabilidades de ser asesinadas o heridas por sus parientes masculinos que de morir debido al cáncer, la malaria, los accidentes de tráfico o la guerra, todos juntos.

 

– Se concede tan poco valor a la salud femenina que, cada año, aproximadamente 600.000 mujeres mueren al dar a la luz. Como destacaba The Economist, esa cifra equivale a un genocidio como el de Ruanda cada 12 meses.

 

– Cada día, 6.000 niñas sufren la mutilación genital, según Naciones Unidas. Muchas mueren. Otras sufren dolores atroces durante el resto de su vida.

 

– Según la Organización Mundial de la Salud, una de cada cinco mujeres tiene probabilidades de ser víctima de una violación o un intento de violación a lo largo de su vida.

 

El genocidio consiste en el exterminio deliberado de un gran número de personas. Y esto es genocidio. No son unos asesinatos silenciosos; todas las víctimas proclaman a gritos su sufrimiento. Y no es que el mundo no oiga esos gritos; es que nosotros, los demás seres humanos, preferimos no prestar atención.

 

Resulta mucho más cómodo ignorar estas cuestiones, sobre todo cuando se trata de problemas tan extendidos y -para muchos lectores de periódicos- tan lejanos. Con frecuencia lo hacen las propias mujeres. Traicionamos a nuestras congéneres. Muchas veces somos las primeras en apartar la vista. O incluso participamos, al favorecer a nuestros hijos y descuidar el cuidado de nuestras hijas. Contemplamos con recelo a otras que tienen el valor de intentar denunciar la dura realidad a la que se enfrentan las mujeres en todo el mundo.

 

Examinemos de nuevo la lista. Todas las cifras son cálculos aproximados. Casi nunca hay cifras exactas en este terreno; documentar la violencia contra las mujeres no es una prioridad en la mayoría de los países. ¿Cuántos tribunales se han creado para juzgar a quienes cometen estos crímenes? ¿Cuántas comisiones de la Verdad y la Reconciliación se han instituido? ¿Cuántos monumentos nos recuerdan que debemos llorar la muerte de estas víctimas? ¿Acaso las mujeres son bienes desechables, no del todo personas?

 

Mientras, puedo oír las excusas habituales. «En realidad, no sabemos si es una aniquilación sistemática». «Es su religión, y a muchas mujeres no parece queles preocupe pertenecer a esa religión». «No se puede atacar la cultura de la gente». «Es una desgracia para las víctimas, pero, en tiempos de guerra y pobreza, la gente muere».

 

Pero el mundo no está volviéndose más violento; al menos, no para los hombres. Como destaca The Economist del 24 de noviembre, el mundo está volviéndose palpablemente más pacífico. El número de guerras entre países y guerras civiles en el mundo disminuyó en un 40% entre 1992 y 2003. Los conflictos más mortíferos -los que se cobran más de 1.000 vidas- se redujeron en un 80%. Entre 1991 y 2004 se iniciaron o reiniciaron 28 conflictos armados, pero se contuvieron o apagaron 43, según la citada publicación.

 

Y la pobreza tampoco tiene mucho que ver. Los países ricos también persiguen a las mujeres. En Arabia Saudí, las mujeres no pueden votar; no pueden salir de su barrio o su país sin permiso del padre o el marido; no pueden trabajar, ni escoger a su esposo, si no lo autoriza su guardián. En el mejor de los casos, equivalen a animales de compañía, y en el peor, son esclavas domésticas; pero nunca son iguales. Y, sin embargo, a nadie se le ocurre decir que Arabia Saudí es pobre, salvo en términos culturales.

 

Nos enfrentamos a tres grandes retos.

 

En primer lugar, las mujeres no estamos organizadas ni unidas. Las mujeres de los países ricos, que disfrutamos de la igualdad bajo la ley, tenemos la obligación de movilizar a nuestras hermanas. Nuestra indignación y nuestras presiones políticas son las únicas armas que pueden promover el cambio.

 

Luego están las fuerzas del oscurantismo. Los islamistas están empeñados en revivir y extender una serie de leyes brutales y retrógradas. En los países en los que imponen la ley coránica de la sharia, a las mujeres se les expulsa del ámbito público, se les niega la educación y se les obliga a pasar toda su vida como esclavas domésticas. La lucha para combatir el islamismo es una lucha para salvar a las mujeres en cuerpo y mente.

 

En tercer lugar, los relativistas culturales y morales socavan nuestro sentimiento de indignación moral cuando defienden la idea de que los derechos humanos son una invención occidental. Los hombres que maltratan a las mujeres hacen uso casi constante del vocabulario que amablemente les proporcionan esos relativistas al reivindicar el derecho a regirse por un sistema de valores distinto -«asiático», «africano» o «islámico»- en relación con los derechos humanos. De acuerdo con este punto de vista, cuando los maridos, los padres y los hermanos pretenden que las mujeres somos posesiones suyas, están expresando su cultura o su religión, y hay que respetarles.

 

Tenemos que luchar para cambiar esa mentalidad. Una cultura que corta los genitales de las niñas, daña sus mentes y justifica su opresión física no es equiparable a una cultura que considera que las mujeres tienen los mismos derechos que los hombres.

 

El 8 de marzo fue el Día de la Mujer. En ese día, todos los años, celebramos nuestros triunfos y condenamos nuestro sufrimiento. Pero un día no es suficiente. Necesitamos más de un día, más de un año, más de un decenio. Necesitaríamos todo un siglo para luchar contra el generocidio.

 

Ni siquiera cuando buscan sinceramente la paz se dan cuenta los hombres que nos gobiernan -porque, en su abrumadora mayoría, son hombres- de que, mientras exista la guerra contra las mujeres, la humanidad no tendrá nunca paz. Si se nos niega la educación, transmitiremos nuestra ignorancia a nuestros hijos. El abandono de las mujeres perjudica a la sociedad entera.

 

Cuando nos violan concebimos en medio de la humillación, y transmitimos nuestra rabia a nuestros hijos. Si no nos quieren, tampoco nosotras podemos querer; y si no nos cuidan, también nosotras descuidamos. Las mujeres tratadas con crueldad engendran mercenarios y opresores. Si nos destruyen, destruimos. Ante este horror, me siento tan impotente como cualquiera, pero sé que, para acabar con él, vamos a necesitar mucha más energía y vamos a tener que centrarnos. Hay tres primeros pasos que podrían dar los dirigentes mundiales para empezar a erradicar el asesinato en masa de las mujeres.

 

– Que un tribunal de justicia como el de La Haya busque a los 113-200 millones de mujeres y niñas desaparecidas. Transformar las cifras en rostros y nombres contribuirá enormemente a erradicar la violencia.

 

– Es urgente un serio esfuerzo internacional para documentar con exactitud la violencia contra las mujeres y las niñas, país por país, y denunciar la realidad de sus intolerables sufrimientos. En los dos últimos siglos, los occidentales han cambiado gradualmente la forma de tratar a las mujeres. Como consecuencia, Occidente disfruta de más paz y progreso. Confío en que el Tercer Mundo emprenda ese mismo esfuerzo en este siglo que comenzamos. Igual que acabamos con la esclavitud, debemos acabar con el generocidio.

 

– Por último, necesitamos una campaña mundial contra las culturas que permiten este tipo de crímenes. Las culturas que defienden la eliminación física de las niñas recién nacidas, que no las alimentan ni las cuidan, que niegan a las mujeres el derecho a gobernar su propio cuerpo y no las protegen de ninguna forma contra los peores maltratos físicos, todas esas culturas deben reformarse. No son miembros respetables de la comunidad de naciones. Hay que nombrarlas y cubrirlas de vergüenza.

 

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Ayaan Hirsi Alí es diputada holandesa y autora del libro Yo acuso. Este texto es el discurso que pronunció en Alemania el Día de la Mujer. Traducción de María Luisa Rodríguez Tapia.