Antonio Diéguez, La vida bajo escrutinio. Una introducción a la filosofía de la biología. Montesinos-Biblioteca Buridán, Mataró (Barcelona), 2012, 350 páginas.
Además de una sucinta introducción, la bibliografía -¡más de 850 referencias!-, un elaborado glosario y un muy útil índice analítico, La vida bajo escrutinio [LVBE] está dividida en doce capítulos, cuya dificultad, no ausente en algunos apartados, en ningún caso es insuperable para un lector no avezado como es el caso de este comentarista. Algunas de las temáticas desarrolladas a lo largo del volumen: ¿Qué es la filosofía de la biología?, La búsqueda de una definición de vida, La teoría de la evolución por selección natural, Críticas al darwinismo desde la filosofía, Desde la religión, La posibilidad de leyes científicas en biología (uno de los más filosóficos), Explicaciones funcionales y teleología, Los reduccionismos y sus razones, El concepto de especie, Las unidades de la sección, El concepto de gen y, finalmente, Evolución y naturaleza humana.
Los capítulos pueden leerse de manera independiente de manera que para la lectora no muy puesta en materia me permito recomendar un orden que transite inicialmente por el primer capítulo, el tercero (especialmente el apartado 3.2. «¿Qué dice la teoría darwinista de la evolución?» y el 3.5, «Evidencias en apoyo de la teoría», excelente donde las haya), y, finalmente, el cuarto y quinto capítulos. Luego, poco a poco y tomando notas en muchas ocasiones. Por lo demás, el segundo capítulo, «La búsqueda de una definición de vida», deslumbrante en muchos momentos, es una muestra clara de cómo las aparentes paradojas pueden ser motor de caminos de interés. El capítulo empieza con estas interesantes palabras: «La pretensión de ofrecer una definición correcta de lo que es la vida, o una caracterización de en qué consiste estar vivo, no ha sido una ocupación bien mirada, y mucho menos central, dentro de la biología. Hasta tal punto es así que hay quien piensa… que la biología, al menos por el momento, no tiene nada que decir al respecto». ¡La biología no tiene nada que decir, actualmente, sobre el concepto de bios!
La razón del interés filosófico, no estrictamente filosófico desde luego (en el caso de la filosofía de la biología, ciencia y reflexión epistemológica están más próximas que en caso de disciplinas como la matemática o la física), de este magnífico texto puede ser expuesta con una cita del gran Ernst Mayr con la que Antonio Diéguez [AD] abre el primer capítulo de LVBE. Tengo en mis estanterías, decía en 1949 el gran biólogo de origen alemán, más que centenario fallecido en 2005, «cinco o seis volúmenes que incluyen en su título el rótulo engañoso de «filosofía de la ciencia»». ¿Engañoso? Lo era: el hecho real era, señala Mayr, que todos esos volúmenes eran de filosofía de la física fundamentalmente. Muchos físicos y filósofos, Popper fue uno de ellos, suponían «ingenuamente que lo que podía aplica a la física se aplicará igualmente a cualquier rama de la ciencia». Mayr vio con claridad que, desafortunadamente, ya que todo hubiera sido mucho más fácil, «muchas de las generalizaciones realizadas en esas filosofías de la física son irrelevantes para la biología». Mas importante aun, proseguía, «muchas de las generalizaciones derivadas de las ciencias físicas, y que constituye la base de la filosofía de la ciencia, sencillamente no son verdaderas aplicadas a los fenómenos biológicos». De esta forma, concluía el biólogo alemán, muchos fenómenos y descubrimientos de las ciencias biológicas «no tienen equivalente en las ciencias físicas y son, por tanto, omitidos por los filósofos de la ciencia que se basan en la física» [1].
La situación no cambió hasta muchos años después. Desconozco con detalle la evolución de la epistemología contemporánea en el país de Quine y Suppes, pero en lo que respecta a la filosofía de la ciencia de los años setenta en el país de Jesús Mosterín y Luis Vega la filosofía de la ciencia que entonces se cultivaba seguía teniendo en Popper, Kuhn, Lakatos, Feyerabend, Stegmüller, Bunge, los autores esenciales, y no era la biología ni ciencias afines sino la física (o la química en algún caso) el centro nuclear de todas estas reflexiones. En el Congreso Internacional de filosofía de la ciencia que se celebró en Londres a mediados de los años los sesenta, el que posteriormente fue editado en castellano con inolvidable presentación de Javier Muguerza en la no menos inolvidable colección «Teoría y realidad» dirigida por Jacobo Muñoz, el número de ponencias o comunicaciones sobre asuntos de filosofía de la biología eran cero o próximo a cero. Finalmente, la situación ha cambiado sustantivamente en los últimos años y LVBE es un ejemplo de lo que estamos comentando: reflexión filosófica sobre otras temáticas, sobre asuntos de biología, y rica y diversa epistemología -de la excelente- como consecuencia de ello.
Es imposible dar detalle de la cantidad de temas filosóficos que aparecen a lo largo de estas cuidadas e informadas páginas. Si el lector quiere degustar una excelente discusión puede hacerlo viendo como AD comenta una de las críticas centrales de Karl Popper al supuesto carácter tautológico de la teoría de la evolución. La aproximación del autor es magistral.
Sostiene AD en la presentación de LVBE que quizá extrañe al lector la gran extensión que se concede a la biología evolucionista frente a otras ramas importantes de la biología: la molecular, la celular, la biología del desarrollo, la ecología, la fisiología, la neurología. La razón es tan simple como sabida: «hasta la fecha han sido la teoría de la evolución y los problemas asociados con ella los que más debate filosófico han generado, y, tratándose de un libro de introducción, este hecho no tenía más remedio que quedar reflejado» (p. 11). Sin embargo, líneas más abajo señala el propio autor, que la situación «de predominio casi absoluto de la teoría de la evolución en la filosofía de la biología está, por otra parte, comenzando a cambiar en estos últimos años». La filosofía de la biología molecular, la filosofía de la biología del desarrollo, la filosofía de la ecología serían algunos ejemplos. ¡Felicitémonos! Ello parece abonar nuevos volúmenes de esta vida, que no es nada fácil definir, bajo escrutinio de un autor tan informado y tan exquisito en sus argumentaciones.
Como es casi imposible señalar críticas a un libro excelente como este que tenemos entre las manos y en nuestra mente, con el fin de que ese razonable y necesario conjunto no quede vacío, señalo con algo de rubor que a este lector le han dañado un poco los ojos cuando en la página 20, al mirar la lista de biólogos y filósofos relevantes en filosofía de la biología, ha visto al autor de la teoría del Organon sólo en a lista de los segundos. Igualmente, y aunque no todo pueda ser dicho, algunas referencias a la historia de la disciplina, poniendo énfasis sobre todo en momentos que han sido determinantes en la historia, economía y cultura de algunos países socialistas, hubieran sido de agradecer así como una mayor aproximación (parcialmente cubierta en el capítulo XII, el que cierra el libro) a las derivadas poliéticas de ciertas aproximaciones a la teoría evolucionista sin que aquí se quiera indicar de ningún modo que tal apartado no está presente en las preocupaciones del autor. Estas palabras, por ejemplo, cierran el capítulo V del volumen: «.. no es solo en la versión del Diseño inteligente sino en la del creacionismo más ramplón, se va afianzando en amplios sectores de la sociedad norteamericana y su influencia se va extendiendo lentamente por diversos países. Incluso ha comenzado a salir del ámbito del protestantismo ultraconservador. No es infrecuente encontrar adaptaciones de dichas tesis a otras religiones realizadas en los últimos años… De ahí que una de las tareas -y no la menor- de la filosofía de la biología sea la de denunciar permanentemente la falsedad de las mismas, ateniéndose a la acumulación de evidencias empíricas contrarias, así como las falacias contenidas en las críticas al evolucionismo en las que pretenden fundamentarse» (p. 141).
Llamo la atención igualmente sobre el interés que acompañan a muchas de las notas de pie de página del autor. Esta es un ejemplo: «El concepto popperiano de historicismo no coincide con lo que se ha venido entendiendo como tal en la tradición filosófica alemana; por otra parte la atribución por parte de Popper de una creencia en la existencia de leyes históricas (y no de meras tendencias) a autores como Mill, Dilthey o Marx es sumamente discutible» (p. 145).
«Esto en realidad no iba a ser un libro». Con estas palabras abre Antonio Diéguez, catedrático de Lógica y filosofía de la ciencia en la Universidad de Málaga, autor de La evolución del conocimiento. De la mente animal a la mente humana , el libro que comentamos. Esto en realidad tampoco iba a ser una reseña elogiosa sin apenas contención, pero por mucho que me he esforzado no he podido evitar el sentido elogio que estas magníficas páginas merecen del estudiante interesado, del estudioso versado en estos asuntos o del diletante -mi caso- que ha aprendido y está dispuesto a aprender más, leyendo y releyendo las tesis, argumentos e informaciones que se despliegan a lo largo de este volumen que no se lee como una novela pero sí se lee con el provecho con el que leemos las grandes obras. Será, como dice su autor, una introducción a la filosofía de la biología. Pero con diez o quince más introducciones de este tipo, sobre diferentes temáticas, nos convertiríamos en personas informadas y muy puestas en asuntos que interesan y deben interesar a toda persona que no haya olvidado el significado de esa hermosa palabra: la filosofía, la aspiración al saber, el formular preguntas que permiten nuevas preguntas y nuevos desarrollos gnoseológicos.
Nota:
[1] Curiosamente las reflexiones epistemológicas del gran científico franco-barcelonés Eduard Rodríguez Farré, sin conocimiento previo de las posiciones de Ernst Mayr, coinciden básicamente con la tesis de este último. Véanse, por ejemplo, los capítulos III y IV de Ciencia en el ágora, El Viejo Topo, Mataró (Barcelona), 2012.