Zapatero estuvo en A Fonsagrada reunido con una caterva de miembros y votantes de su partido, para darse lustre entre pulpo y llacón con grelos, al tiempo que soltó lo que a mí parecer es una patochada muy grande al hablar de que se levantará un muro. Se supone que será construido por quienes se […]
Zapatero estuvo en A Fonsagrada reunido con una caterva de miembros y votantes de su partido, para darse lustre entre pulpo y llacón con grelos, al tiempo que soltó lo que a mí parecer es una patochada muy grande al hablar de que se levantará un muro. Se supone que será construido por quienes se tildan de demócratas y se someten a una Constitución monárquica para impedir que se ejerza el derecho de autodeterminación por los pueblos de España. La declaración viene motivada por el último atentado de ETA en Durango contra un cuartel de la Guardia Civil.
Se puede entender que el Presidente del Gobierno lance sus invectivas más agrias contra quienes ponen en jaque el sistema establecido y los pactos habidos entre las fuerzas sumisas a la monarquía en 1978. No hace más que velar por sus intereses y los de quienes pretenden que nada cambie, ni social, ni política, ni territorialmente. Al socaire de estos acontecimientos ha salido Carod afirmando que en breve -allá por el 2.014-Cataluña tendrá que decidir (a través de un referéndum, se supone) si quiere estar en Europa como lo están Lituania o Letonia. Recuerdo aquella frase de Arzallus en que mencionaba que «unos mueven el árbol, y otros recogen las nueces». Mientras, en el país Vasco, Imaz se somete al centralismo y prepara la cama del lehendakari que fue elegido con un programa explícito en el que se recoge la consulta a la ciudadanía vasca sobre lo que ha venido a llamarse tesis soberanistas.
El Presidente del Gobierno, que no deja de serlo porque hable ante 1.400 raciones de pulpo, ha fracasado como negociador -por el momento-, y fracasará en tanto deje las negociaciones en manos de la vieja guardia del socialismo españolista. Una simple ojeada a las nuevas naciones integradas en la Unión Europea, y las viejas como Malta con 300.000 habitantes, sólo por citar una, se descubre que la nación es aquello que los poderes económicos europeos y no europeos deciden que sea nación (piénsese en Kosovo).
He vuelto a leer a Pi y Margall («Las nacionalidades», publicado en 1876), porque entre tanta estulticia, palabrería, vaguedades, confusiones interesadas, y muy mala fe intelectual, considero que recurrir a quienes en tiempos tan lejanos ya pensaban en una España multicultural, plural, autodeterminada, y confederada, viene bien asentar algunas cosas básicas para no perdernos entre la hojarasca de los embaucadores.
El muro caerá como han caído todos los muros construídos, da igual que se construya en Berlín, en Palestina, en la frontera mexicana, o en España. Caerá. Cuando eso ocurra habrá mucha sangre en el suelo, y las gentes de ese tiempo comprenderán -como ahora- que es inútil cercar el campo, y ahogar las ansias de libertad y de independencia de un pueblo. Sé que dirán algunos que son pocos los vascos que tienen tales ansias, pero como eso no es posible cuantificarlo más que a través de una consulta popular, de un referéndum, bien estaría que lo viéramos reflejado en cifras.
Un muro de cemento armado, que por más cemento y más armado que esté tiene los días contados, si éstos se miran con perspectiva histórica, y aunque quizás no sea esta la generación en la que veamos instalarse la República Federal, no hay duda de que la monarquía como régimen medieval -qué son sino esos títulos de duques, condes y marqueses otorgados por su «graciosa majestad»-, viviendo del Presupuesto General del Estado toda una caterva de holgazanes, con un sistema hereditario hecho y dictado para una familia, acabará cayendo irremediablemente tarde o temprano. Ese muro tiene uno de sus pilares en la Constitución de 1978, en su artículo 8, como garante de la «unidad de la patria». En el artículo 56.1 se dice explícitamente: « El Rey es el Jefe del Estado, símbolo de su unidad y permanencia«, y en el art. 62.h) se le atribuye: » El mando supremo de las Fuerzas Armadas». Se dirá que no puede ser de otro modo que el Jefe del Estado ostente tal función y cargo, así sería en una España Federal y republicana. La diferencia se encuentra en que hoy por hoy este «jefe militar» no ha sido elegido, ni ha sometido su cargo ni funciones al refrendo popular.
Un muro de cemento armado que tiene otros pilares no menos importantes en el Poder Judicial, con un ariete de vanguardia en la Audiencia Nacional como sucesor de Tribunal de Orden Público franquista, un organigrama cuyo corazón se encuentra en el Consejo General del Poder Judicial y la conformación de las Salas del Tribunal Supremo, y para colmo con un Tribunal Constitucional (que si bien no pertenece a la estructura judicial) actúa a golpe de mandatos y órdenes del poder político (baste ver que la ultraderecha no consiente ni su renovación, y entre ellos se tiran a degüello para aniquilar la poca decencia que pudiera existir en algunos de los magistrados). Un poder político lleno de irregularidades y corruptelas, cuando no de corrupción llana y simple, capaz de legislar, y aquí se encuentra otro pilar del muro, y promulgar leyes que vulneran las propias bases democráticas que dicen respetar y defender (ley de partidos, modificaciones del Código Penal, asunción de dictados judiciales como la llamada «doctrina Parot», etc).
Y es desde este poder político, con las armas que concede el mal denominado Estado de Derecho a quien se le tiene tanto respeto como a un molesto insecto, cuando el Presidente del Gobierno habla de construir un muro, sin darse cuenta – ¿o sí se da cuenta?- de que servirá para subyugar y domeñar a todos los ciudadanos sin exclusión. No sirve ese argumento de que como yo «no soy vasco», o «no soy periodista», o «no soy independentista», o «no soy como los jornaleros andaluces», a mí no me pasará nunca nada, pues esas leyes están hechas para los «disolventes y antipatriotas».No sirve, pues cercano está el día en que las armas de ese muro armado encarcelen a quienes disientan grave o levemente. Está construido ese muro con el cemento ideológico que permite afirmaciones gravísimas como las proferidas no hace tanto tiempo desde el propio poder político, «construiremos imputaciones» para que los presos no salgan de la cárcel, o esa otra perla en que se afirmó sin vergüenza alguna «nos hemos pasado, pero ha colado» (en referencia a la ilegalización de candidaturas electorales en el País Vasco).
El muro que menciona Zapatero no es defensivo, es una amenaza grave para la generalidad de la ciudadanía. Sólo la inconsciencia, la mala fe, la estulticia de los suyos, la sumisión al «poder real» (antes poderes fácticos), la propaganda contra el federalismo fomentando el nacionalismo españolista con fórmulas a favor de la «cohesión nacional y territorial» y el «fortalecimiento de la idea de España», serán las vigas maestras de todo ese muro bien armado con el que cuenta el Estado que cada vez es menos de Derecho y más un Estado venal y arbitrario.
Vuelvo a Pi y Margall para citar dos afirmaciones que me parecen hallazgos intelectuales de primer orden. Una, dice respecto a las naciones: «tengo para mí que más temprano o menos tarde han de lograr que prevalezca la diplomacia sobre la espada, el derecho sobre la fuerza, los fallos de los Tribunales sobre los juicios de Dios». Aplíquese, porque la diplomacia es negociación, el derecho el surgido de un legislativo no corrupto, y los Tribunales internacionales y el Derecho internacional con todas sus convenciones, acuerdos y tratados. Y segunda afirmación: «derribar y no levantar vallas debe ser el fin de la política», que parece dicho para reprochar al Presidente del Gobierno su aserto en A Fonsagrada en pleno agosto.