Popayán, 30 de octubre de 2016 Preocupa la actitud de la mayoría de políticos y analistas de izquierda. No aceptan la derrota, ni perciben sus errores y tienden a justificarse. Creen ilusamente que las movilizaciones después del 2 de octubre fueron a favor de la «paz» que vendía Santos, o sea, las ubican como un […]
Popayán, 30 de octubre de 2016
Preocupa la actitud de la mayoría de políticos y analistas de izquierda. No aceptan la derrota, ni perciben sus errores y tienden a justificarse. Creen ilusamente que las movilizaciones después del 2 de octubre fueron a favor de la «paz» que vendía Santos, o sea, las ubican como un respaldo total y en defensa de los acuerdos firmados. Tal comportamiento les impide profundizar en el análisis de los resultados del Plebiscito y los amarra al error.
Se reafirman en el traspié y se resisten a cambiar. Evalúan con diferente rasero al contradictor y al aliado. Según esa lectura amañada, Uribe ganó porque engañó y manipuló. Pero no aceptan que Santos hacía lo mismo pero con la diferencia que no le creyeron. Su demagogia y politiquería con la paz generó rechazo incluso entre muchos que querían votar por el SI. Pero esos políticos de izquierda tapan lo evidente. «Algo» les impide reconocer la realidad.
Lo que es visible es la derrota. Pero no sólo es la derrota del SI frente al NO. Es el fracaso de la institucionalidad «democrática» frente a una población que no cree en nada. Hay que reconocer la visión de esos «otros», de aquellos que no existen para el político tradicional, incluyendo a las izquierdas. Esos ciudadanos que son vistos como ignorantes, apáticos, indiferentes y marginales. Que son «invisibles» como dice William Ospina. Que no «son».
Las nuevas expresiones políticas que están por nacer deben partir de la base de que entre esos «invisibles» existe un gran potencial. Allí hay personas que no participan en política porque la rechazan intuitiva e instintivamente. Y lo más positivo, no venden su voto. Están allí a la espera de que surja algo nuevo, que les hable en su lenguaje, que vea las cosas como las ven ellos, que les ofrezca un camino viable de esperanza. Que ataque con seriedad a los corruptos, que identifique los males que sufre la nación y sobre todo, a las clases empobrecidas.
Los y las jóvenes de Colombia deben tomar la decisión y plantear una nueva alternativa política. Si no aparecen nuevos liderazgos que aglutinen a las grandes mayorías, serán las mismas minorías que se expresaron en el Plebiscito las que nos impongan a un candidato guerrerista, clerical y patriarcal (Vargas Lleras, Ordoñez o un «uribista) o a un candidato «santista», supuestamente «progresista», «reformista» pero plenamente neoliberal y corrupto.
Los y las jóvenes de Colombia pueden y deben auto-convocarse y proponer algunos precandidatos «outsiders», venidos de «fuera de la política». Un científico, un trabajador cultural o ecológico, un intelectual, un escritor o un empresario con sentido social. Crear con esa ayuda un verdadero movimiento democrático, ciudadano, cívico y popular, que durante el año 2017 desarrolle un proceso pedagógico, llegándole a las mayorías, con un nuevo discurso y una dinámica absolutamente nueva. Existen todas las condiciones para hacerlo.
Paralelamente acercar al movimiento a gran cantidad de especialistas honestos y éticos que están allí a la espera de que los convoquen. Estudiosos de la economía, justicia, educación, salud, agricultura, medio ambiente, infraestructura, desarrollo comunitario y empresarial, etc., para elaborar un programa de gobierno que sea viable, que no pretenda resolver todos los problemas pero que trace el camino y abra la brecha para romper con la politiquería, el clientelismo, la corrupción, la pasividad y el conformismo que existe.
En el tema del fin de la guerra no podemos quedar atados y enclaustrados. El pueblo colombiano ya dictó una sentencia el 2 de octubre. Ese problema deben arreglarlo entre los que lo causaron y los detalles quedan por su cuenta. Que muestren su grandeza y negocien. Las FARC, Santos y Uribe, deben ser presionados desde la sociedad civil pero sin comprometernos con una u otra posición. Ya hemos gastado mucho tiempo y esfuerzos en resolver una guerra que no es nuestra, un conflicto entre «cúpulas» (guerrillas, ejército, mafias y políticos), que han vivido de la guerra y ahora quieren vivir de la paz. ¡Ya no más!
Mientras tanto debemos dedicarnos a construir las bases de ese nuevo proyecto político que unifique a las grandes mayorías para construir la democracia real, el bienestar económico y la justicia social que son el sustento de la verdadera paz. Esa Paz es el resultante de nuestro trabajo y no nuestro punto de partida. Y dentro de esta nueva visión debemos crear un ambiente general contra los guerreristas y un rechazo absoluto a los violentos, sean del bando que sean. ¡No más guerra!
Los dirigentes demócratas y de izquierda tuvieron su oportunidad durante este año 2016. La causa de la paz era su máxima prueba, su examen final. Pero no fueron capaces de unirse y diseñar una estrategia para entusiasmar a los colombianos con la justa causa de la terminación negociada del conflicto. Sus intereses individuales y de grupo les impidieron actuar al unísono y por ello, le dejaron esa tarea a un gobierno débil e incapaz. Ahora no tienen condiciones de ofrecer al pueblo una alternativa viable para ser gobierno en 2018. ¡Perdieron el año! Deben reconocer sus errores y apoyar «lo nuevo» desde sus partidos y grupos.
Si los jóvenes colombianos se lo proponen, el pueblo colombiano los apoyará y pagará con creces esa iniciativa. No hay otro camino.
Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.