De repente la Patria insomne, la España de Menéndez Pelayo, la eterna, la que nos ha legado una tradición remota que alcanza a Viriato, Covadonga, el Mío Cid y los Reyes Católicos, que inspiró a los militares golpistas del 36 y al franquismo, la operación Galaxia de 1978, al asalto al Congreso del 23 F del 81, se ha puesto en marcha para librar la batalla final por la libertad de los españoles contra la opresión insufrible del Gobierno de coalicion PSOE/Unidas Podemos. El coronavirus es el pretexto.
Pablo Casado y Santiago Abascal, a galope tendido, golpean sin desmayo las cabezas de Pedro Sánchez y Fernando Simón. Lo hacen también sus padrinos Aznar y Esperanza Aguirre, sus hijos predilectos Isabel García Ayuso y Cayetana Álvarez de Toledo y cuantos transformaron a España en un referente mundial del latrocinio y del saqueo de bienes y patrimonios públicos repartidos entre amigos.
Ha salido a la calle la juventud dorada de los distritos privilegiados de las ciudades, armada de cacerolas y cucharones y jaleada por sus mayores. Pero también, hay que decirlo, miles de jóvenes y de trabajadores precarios, sometidos a trabajos esclavos sin horizonte, gritan silenciosamente contra el Gobierno desde sus modestos pisos suburbiales. De repente, en medio de la indiferencia general, está emergiendo una nueva convergencia social reaccionaria colindando con el fascismo. Es la hora del liderazgo bifronte del Partido Popular y Vox.
En las condiciones del capitalismo desarrollado y en la perspectiva de una Europa social y federada, apostar por las patrias, esto es por una Europa atomizada en una multitud infinita de pequeños reinos de taifas, con las fuerzas del trabajo fraccionadas en pequeños guetos de resistencia, dominados por las grandes corporaciones empresariales, corre el riesgo de convertirse en un campo abonado para la extrema derecha.
Es un mito arraigado en las izquierdas que el fascismo solo concierne a una minoría de fanáticos incorregibles ajeno a los procesos electorales y no un fenómeno de masas europeo con ambiciones de poder. El poder es la cuestión central.
No están exentos de responsabilidad presidentes, ministros, diputados, consejeros, alcaldes y personalidades varias, de la época dorada del ladrillo que, blindados por redes de instituciones y complicidades intocables, animaron a fondos buitres, especuladores internacionales y redes mafiosas a invertir en España como un paraíso inigualable de dinero fácil exento de riesgo: privatizaciones a precio de saldo para los amigos, créditos ilimitados, reclasificaciones y recalificaciones masivas de suelo, pelotazos urbanísticos, estafas bursátiles, economía sumergida, circulación habitual de dinero negro, subempleos y trabajos precarios, puertas giratorias entre la economía y la política… La España imperial en la que nunca se pone el sol.
Y tampoco están al margen, claro está, dirigentes de comunidades autónomas que, tras más de 40 años de democracia y disponiendo de ingentes apoyos económicos y financieros del Estado y de todo tipo de créditos, ayudas y subvenciones comunitarias, mantuvieron a sus territorios en los últimos lugares de renta/hbs y PIB de España y Europa. Andalucía sin ir más lejos, Andalucía lo primero, exclaman.
Esta sacrosanta alianza de las derechas, ha convertido la ensoñación de la Patria en un principio innegociable, común con las fantasías de otros nacionalismos periféricos predestinados al paraíso desde las profundidades de la noche. En su condición de pueblos elegidos por la historia, marchan juntos de victoria en victoria hacia la derrota final, alimentando un victimismo fundacional imperecedero.
Una lógica ésta infernal, en la que el pueblo se funde en la nación en busca de un designio manifiesto nacido en tiempos inmemoriales: No hay otra legalidad posible que no sea la que legitime una vía imaginaria hacia la reconquista de la Patria extraviada.
Es extremadamente difícil ganar la batalla cultural al patriotismo pues habita en otra dimensión planetaria ajena a la razón y a la ciencia, donde libra un combate sobrenatural de liberación contra los enemigos de la Nación: las singularidades territoriales, la izquierda, la política y los políticos. Una batalla, en realidad, contra los derechos y libertades que cuestionan los principios básicos de la Constitución, por más que las derechas la esgriman para encubrir sus desmanes.
No hay Patria auténtica si no es consustancial a la mentira, el machismo y el clasismo, las tres personas del Verbo de un Dios verdadero: La Nación española del Homo Ibericus. El Estado de derecho a los infiernos.
Jueces, fiscales, policías, funcionarios, medios de comunicación, sindicatos y asociaciones, comprometidos con la legalidad democrática, son objeto de escarnio y rebotan una y otra vez contra la coraza patriotera: la izquierda socialcomunista nos oprime, nos hiere, nos roba. No está lejos el fantasma de un nuevo fascismo a la española.
Su bandera es la unidad de destino en lo universal entre empresarios y trabajadores. Una comunidad armónica que garantizaría la paz social. Su insignia, las gestas de la España imperial allende de los mares. La mística de una Hispanidad corporativa es el camino de redención de la Patria a través del heroísmo y el sacrificio. Cristóbal Colón elevado a los altares.
Es tiempo de grandes certezas pero también de grandes mentiras elementales sobre la vida o la muerte enfrentadas cara a cara por la pandemia.
Esta pandemia obliga a la gente a actuar ante un dilema dramático: aceptar la pérdida relativa de derechos y libertades, transitoriamente, o perder absolutamente el futuro. Es el gran momento de los profetas del pasado que, en nombre de la libertad del mercado y de la Patria humillada, niegan todo principio de legalidad y legitimidad al Gobierno, traspasando las fronteras de la democracia.
Sobran ancianos, enfermos, pobres, inmigrantes, que puedan colapsar los servicios sanitarios relegando a los auténticos españoles, antes que ampliarlos y mejorarlos. Nada comparables a una sanidad y servicios privados financiados por el Estado, a disposición de estos mártires envueltos en la retórica florida de los valores patrios.
¡Dios mío, Líbrame de mis amigos! De los enemigos ya me encargo yo, decía Voltaire.
No sería una exageración señalar que en el mundo y la Europa de hoy, los patriotismos, sean grandes o pequeños, sean corporativos o antisistemas, pertenecen más a una cultura oral preilustrada que a la de la Galaxia de Gutenberg.
Es inevitable, entonces, rememorar El nombre de la rosa de Umberto Eco, en el que un anciano Adso de Melk narra la conspiración criminal de los frailes para ocultar el libro II de La Poética de Aristóteles sobre la risa, que arruinaría la antiguas tradiciones del monasterio. Contra todo y todos, Fray Guillermo de Baskerville y su entonces pupilo Adso de Melk, investigadores del caso, ganan, al riesgo de sus vidas, el combate contra la irracionalidad y el oscurantismo.
Merecería esculpirse en granito el terrible alegato antibélico del coronel Dax/Kirk Douglas en la película Senderos de Gloria (1957) de Stanley Kubrik: La patria es el último refugio de los cobardes. Insuperable.