Reconozcamos que España es un país fracasado. Y cuanto antes lo hagamos, antes podremos avanzar en su recuperación. El organismo se mantiene con vida, pero a costa del suministro masivo de una medicación con fuertes efectos secundarios que está generando un riesgo de fallo multiorgánico. Y todo ello se debe a la responsabilidad de unas […]
Reconozcamos que España es un país fracasado. Y cuanto antes lo hagamos, antes podremos avanzar en su recuperación. El organismo se mantiene con vida, pero a costa del suministro masivo de una medicación con fuertes efectos secundarios que está generando un riesgo de fallo multiorgánico. Y todo ello se debe a la responsabilidad de unas élites fallidas, extractivas o no, que va mucho más allá de las políticas. También las élites económicas, y las culturales, y las académicas, y las empresariales… Tantos años de franquismo y una transición mal resuelta nos han dejado legados devastadores y a muchos de sus herederos al frente de instituciones clave, mientras seguimos mirando para otro lado, como esperando no ser los próximos en caer bajo la apisonadora neoliberal del PP.
Durante años, nuestros dirigentes políticos han actuado como nuevos ricos, gastando el dinero ajeno e inyectando gasolina en el motor de un sistema económico gripado, que tarde o temprano explotaría. Y eso llevó a algunos a divertirse en esa fiesta de barra libre que montaron, empezando por los propios políticos y sus partidos que se han dotado de privilegios y recursos desmesurados, garantizando a cambio a empresarios y banqueros el reparto del festín. Y mientras las élites económicas contaba con presupuestos, políticas e instituciones a su antojo en sectores clave del país, la sociedad se repartía las migajas de una economía que transfería fabulosos recursos a muy pocas personas, nuevos ricos de aluvión, de yate desmesurado y jirafas disecadas en el cuarto de baño.
Pero la vaca no daba leche para tanto, alimentada como estaba con pastos tóxicos de la especulación inmobiliaria, de unos servicios sostenidos desde la precariedad y de un turismo depredador. Y por ello, nos endeudábamos sin límite para pagar inversiones especulativas, infraestructuras desmesuradas, gasto inútil, ingentes hipotecas y mucho consumo. Sin embargo, en la medida en que Alemania y los países del norte de Europa convertían su superávit en la balanza comercial por deuda que colocaban a los países de la periferia de Europa, necesitados de financiación para cubrir sus elevados déficits, estos países se endeudaban mientras compraban su excedente comercial a los mismos países acreedores, de manera que el círculo se cerraba como una tenaza sobre sus ciudadanos.
Ninguna pedagogía pública
Durante la quimera de la abundancia todo funcionaba sin problemas, pero al comenzar la hipercrisis global, los países del sur de Europa empezaron a sufrir gravísimos desajustes macroeconómicos debido a que todo su edificio económico se asentaba sobre cimientos extraordinariamente débiles y dependientes de la gigantesca deuda que habían alimentado. Entonces, nuestros dirigentes políticos actuaron irresponsablemente viviendo un presente continuo indefinido, mientras la sociedad trampeaba contagiada por esa aparente nueva prosperidad que tanto se nos vendía. Estábamos en manos de incompetentes, subidos sobre burbujas de especulación desde las que nos decían que éramos los «campeones de la Champions League económica» o que «superaríamos en el PIB a Italia y Francia en breve» a quienes «echábamos nuestro aliento en su cogote». Nada de pedagogía social, ningún análisis sereno o intentos de examinar nuestras deficientes bases económicas y sociales para proceder a un necesario cambio de modelo productivo y social. Las élites se jaleaban mutuamente y reían sus ocurrencias, al tiempo que seguían pisando el acelerador para afianzar sus posiciones políticas y económicas, asegurándose con ello un futuro incierto.
Pero las políticas de recorte pronto empezaron a cambiar la piel de nuestras sociedades, justificándose con explicaciones mentirosas e insultantes, mientras bancos y entidades financieras recibían fabulosas cantidades de dinero público para enjugar sus desmanes especulativos y sus pillajes. España veía, además, cómo se justificaban legalmente actuaciones planificadas y deliberadas de robo y estafa bancaria gigantesca sobre miles de familias, muchas de ellas trabajadoras, a las que se las despojó de sus ahorros en forma de preferentes, cuotas participadas o incluso acciones emitidas fraudulentamente. Ha sido uno de los robos más gigantescos de la etapa moderna amparado por un Estado en un país que se desangraba por los cuatro costados.
El austericidio de la Troika
Y en medio de esta locura económica desatada, los ciudadanos se han encontrado solos y devorados por quienes tenían que defender sus intereses. Primero, durante la etapa del Gobierno socialista de Zapatero, que abrió el camino a las políticas austericidas de la Troika, llegando incluso a reformar la Constitución en días y cuando su legislatura se encontraba agotada para asegurar a los acreedores el pago de su deuda de forma prioritaria por encima de cualquier otro gasto público. Y todavía lo defiende el expresidente como «una decisión buena para el país«. Y con el camino allanado, el PP solo tuvo después que poner el cuadro de mandos bajo las coordenadas que la Troika le señalaba, colocando como conductores a los grandes empresarios y banqueros del país, quienes han diseñado a su antojo las grandes políticas aplicadas, desde la privatización sanitaria hasta el salvamento de las autopistas, desde la política energética al rescate de bancos y cajas, pasando por la política laboral o de pensiones.
Del 15M a las mareas
La sociedad española siempre ha sido dócil y resignada; de ello se han encargado la Iglesia y décadas de férrea dictadura, junto a una deficiente educación y una gran incultura fomentada desde los gobernantes. Por eso, sorprendieron las movilizaciones espontáneas del 15M que sacaron a nuestras calles y plazas a una juventud indignada, apoyada por sus padres hastiados. Pero el éxito, la falta de una agenda clara de lucha, las fragmentaciones en movimientos atomizados y personalistas, así como una cierta visión naif de la política, fueron agotando poco a poco un movimiento que ha presentado perfiles muy distintos a lo largo y ancho del Estado. Y mientras desde en el 15M movían las manos y reducían la política a eslóganes simplistas, la sociedad reaccionaba como podía a los hachazos que primero con el PSOE y especialmente con el PP daban a los derechos sociales, laborales y a la degeneración política y democrática que estaban llevando a cabo.
La sociedad española vivía las movilizaciones sociales más numerosas y continuadas de su historia, surgiendo las mareas ciudadanas especializadas frente a recortes y ajustes en sectores concretos: roja, verde, naranja, blanca y amarilla como colores identificativos de diferentes sectores en lucha. A los que se sumaban las plataformas Stop Desahucios, sin duda el movimiento social más exitoso de los últimos tiempos, capaz de plantar cara a los bancos y al propio Gobierno mediante acciones bien planificadas y de un gran impacto, como los escraches. Y como los sindicatos se veían cada vez más desplazados, se inventan un supuesto Foro Social como intento de galvanizar apoyos en medio de tanta contestación social. Pero las reivindicaciones sociales y el malestar popular empiezan a dar sus frutos. Las movilizaciones ciudadanas en Gamonal, en una ciudad aparentemente ajena a fenómenos de contestación popular, evidencian el hartazgo sobre la corrupción urbanística y el derroche en el gasto público con tanta fuerza como el miedo de un régimen filofranquista que reacciona como sabe, con antidisturbios, detenciones y la invención de los «comandos itinerantes violentos«, procedente de la mejor herencia autoritaria. Y en Madrid, la victoria de la Marea Blanca contra los procesos de privatización sanitaria del PP ha demostrado hasta qué punto una lucha ejemplar como la que se ha llevado a cabo, implicando a la sociedad, profesionales y usuarios de la sanidad, combinando movilizaciones sostenidas con pedagogía política, acciones judiciales y una visibilización permanente del conflicto, tiene sus frutos. Sin duda, ha sido la victoria ciudadana de mayor alcance a lo largo de estos años de austericidio, teniendo un alcance político mucho mayor de lo que la prisa y el entusiasmo, nos permite valorar.
Y es que las políticas del PP van mucho más allá de la simple aplicación de ajustes y recortes, para tratar de cambiar un modelo económico y social a medio y largo plazo, sentando las bases para que un neoliberalismo extremo se implante con fuerza en nuestra sociedad. Es algo que tenemos que comprender para entender mejor la necesidad de un rechazo frontal, enérgico y amplio a este compendio de barbaridades históricas que vivimos.
El dilema
Frente a ello, se nos plantea un gran dilema: ser capaces de transformar todo ese malestar latente en nuestra sociedad en energía de cambio político, en unos momentos en los que no parece existir una alternativa clara y fuerte al PP, a sus políticas depredadoras y profundamente corruptas. Porque la derecha sabe que es mucho lo que se juega y por ello quiere emplearse a fondo en continuar su labor, modificando incluso instituciones, órganos y leyes esenciales que nos habíamos dado en esa transición maltrecha que hicimos, como las nuevas sanciones administrativas gigantescas que el Gobierno del PP quiere implantar en su mal llamada Ley de seguridad ciudadana, que pueden llegar a 600.000 euros por cuestiones absolutamente caprichosas y sin garantía judicial alguna. El dictador Franco, intentaba al menos dar apariencia de legalidad a su aparato represivo mediante sus famosos TOP (Tribunales de Orden Público), pero al Partido Popular ni siquiera le preocupa la apariencia de legalidad, sino implantar el miedo y la represión a quienes simplemente manifiesten oposición a sus políticas y sus efectos.
Y una vez más, nuestras élites siguen sin darse cuenta de la gravedad histórica del momento que vivimos, callados y silenciosos como están ante tanta locura política, alimentando con ello que nuestro fracaso colectivo se mantenga durante años.
Este artículo forma parte de un monográfico sobre la coyuntura española y las perspectivas para 2014 publicado en el número 9 de la revista «ESBOZOS. Revista de filosofía política y ayuda al desarrollo», realizado conjuntamente por José Ramón González Parada y Carlos Gómez Gil.
Carlos Gómez Gil, es Sociólogo. @carlosgomezgil
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