La reforma del sistema electoral binominal -tanto tiempo esperada-, amenaza repetir la historia bíblica del plato de lentejas con que Jacob compró su primogenitura a Esaú. La primogenitura que se pretende comprar a precio vil, es la convocatoria a una Asamblea Constituyente. Pero lo que Chile necesita no sólo es terminar con el binominal, sino […]
La reforma del sistema electoral binominal -tanto tiempo esperada-, amenaza repetir la historia bíblica del plato de lentejas con que Jacob compró su primogenitura a Esaú. La primogenitura que se pretende comprar a precio vil, es la convocatoria a una Asamblea Constituyente. Pero lo que Chile necesita no sólo es terminar con el binominal, sino también extirpar las raíces económicas y sociales de la dictadura, enquistadas en la Constitución Política del Estado. La mayoría de los partidos defienden la institucionalidad y el modelo económico heredados de la dictadura, o han sido cooptados y los legitiman en los hechos. Comparten un profundo temor por los cambios democráticos y, sobre todo, les espanta una Asamblea Constituyente que Chile nunca ha tenido. En esa postura coinciden la derecha y la Concertación, que en la práctica es otra versión de la derecha. Aconsejados por sus máximos gurús políticos, están cocinando el plato de lentejas de la reforma del binominal. Creen que eso permitirá conjurar la amenaza de una Asamblea Constituyente. Pero se equivocan.
Tres proyectos se discuten en el Senado. Uno del gobierno, con apoyo de la UDI. Otro de Renovación Nacional y la Concertación. El tercero, de los senadores Jaime Quintana y Ricardo Lagos Weber, del PPD. Los dos primeros están en vías de refundirse. La diferencia consistía en mantener o aumentar el número de diputados y senadores. Ya hay acuerdo en aumentar los cupos, aun cuando esto producirá rechazo en la opinión pública. Pero eso permite -según cálculos milimétricos-, que la minoría oligárquica retenga el control remoto del Legislativo. En suma, el plato de lentejas será un binominal corregido que redistribuirá distritos y circunscripciones, y asignará una cuota extra de parlamentarios a cada partido, manteniendo la hegemonía neoliberal.
Se trata de una de las operaciones políticas más delicadas de los últimos años. Su objetivo no es terminar con el binominal que ha favorecido a ambos bloques políticos, sino impedir que la democratización del país se canalice hacia una Asamblea Constituyente. El primer beneficiado del binominal resultó ser el propio creador del sistema, Jaime Guzmán, que en 1989 resultó electo senador con sólo 17% de los votos, desplazando a Ricardo Lagos Escobar que tenía más del 30%. Estudios serios del binominal demuestran que ambas coaliciones que se turnan en el gobierno se han beneficiado(1). Los tira y afloja en la tramitación de los proyectos en el Senado no tienen otro propósito que someter a una candorosa opinión pública a otro descomunal engaño.
El engendro que se presentará como el «fin del binominal», no cambiará la esencia del sistema que regula la dictación de las leyes. Lo han dicho los más caracterizados personajes de ambos bloques políticos. El primero fue el ex presidente Ricardo Lagos, que luego de un fugaz titubeo pro Constituyente -cuando la presión popular en las calles era muy fuerte-, opinó enfático que si la UDI aceptaba reformar el binominal, «¡se acabó la discusión de la Asamblea Constituyente!»(2). Y es lo que ha ocurrido. Esa línea argumental la siguieron voceros del gobierno, la Alianza y la Concertación. La UDI atendió la sugerencia y se plegó al proyecto de reforma que elaboraron sus propios hombres en el gobierno. El Mercurio, atemorizado por una Constituyente que haga tambalear el andamiaje del modelo neoliberal, ha dado cobijo a todas esas voces y mantiene una campaña permanente contra la Constituyente. La extrema derecha mercurial utiliza sobre todo a políticos como Camilo Escalona, José Miguel Insulza y Enrique Correa, de notoria influencia en la candidatura Bachelet. Ellos argumentan que no existe una crisis institucional que haga necesaria una Constituyente.
La autodenominada «clase política» no quiere admitir la crisis. Ella se manifiesta de maneras diversas e incluso paradojales. La más visible y permanente: las movilizaciones estudiantiles y los estallidos de protesta en regiones, ciudades y poblaciones del país. Pero en forma silente y profunda, se manifiesta en el desinterés y apatía de millones de chilenos que rehúsan identificarse con el sistema y participar en política. Los ciudadanos están sumergidos en el marasmo del consumismo o en la miseria más absoluta, pero el destino del país parece no importarles un comino. Es una «crisis de ausencia», que ha convertido a una inmensa masa de ciudadanos en sombras autistas e indiferentes, mudos protagonistas de un pérdida de identidad del país que se prolonga por 40 años. Su expresión más elocuente -aún no recogida por las direcciones políticas- estuvo en las elecciones municipales del 28 de octubre de 2012. Una abstención del 60%: casi ocho millones de ausentes. Alcaldes y concejales que hoy representan a una ínfima minoría.
La reforma del binominal que regirá a partir de 2017, se equivoca medio a medio si cree que una crisis de esta magnitud y naturaleza puede conjurarse cambiando el nombre del sistema electoral. Repartirse de otra manera los cupos parlamentarios entre los dos bloques -y una pitijaña para el Partido Comunista-, no resuelve nada. La crisis seguirá su curso. Llegará el momento -ya sea por exasperación de los movilizados, o por la propia inanición del modelo institucional, carente de toda forma de participación ciudadana-, en que habrá que acometer la tarea de refundación de la república.
La candidata presidencial de la Nueva Mayoría, Michelle Bachelet, se ha pronunciado a favor de reformas a la Constitución, especificando que las impulsará por la vía institucional. Vale decir, a través del Congreso binominal que se elegirá en noviembre. No hay motivo para creer que los presuntos partidarios de los cambios constitucionales alcanzarán una mayoría en el marco del propio Parlamento, esquivando la Asamblea Constituyente. La anterior elección parlamentaria (13 de diciembre de 2009) dio 57 diputados a la Concertación, incluyendo los tres del PC, y 58 a la Alianza, más 3 al PRI y 2 independientes. Lo más probable es que en la elección de noviembre participen no más de los siete millones que lo hicieron el 2009. La Nueva Mayoría tiene los mismos socios que en la elección anterior: cuatro partidos de la Concertación, más el PC y la Izquierda Cristiana, a los que se suma el MAS, que en las municipales de 2012 obtuvo el 0,57%. Aunque repetir la participación electoral de 2009 permitiría aún mantener en pie la institucionalidad, la ausencia de un número similar de votantes estaría dando testimonio de una crisis abismal.
Una encuesta de la Universidad Central indica que más del 70% de los ciudadanos quiere cambiar la Constitución, y que el 83% opina que debe ser mediante una Asamblea Constituyente(3). Desde luego, no puede ser una estrategia de corto plazo. Es un complejo proceso de acumulación de fuerzas, cuya culminación será fruto del empuje irresistible de una mayoría movilizada y partícipe de la lucha social y política. Será uno de los acontecimientos más importantes de la historia de Chile. Pondrá fin en forma democrática al siniestro periodo de tiranía oligárquica que abrió el golpe de 1973. En ese sentido, tanto la abstención como los votos nulos, en blanco o por candidatos independientes que se pronuncian por la Constituyente, tendrían sentido si permiten avanzar en ese rumbo. El simple relevo de una coalición neoliberal por otra, no tiene mayor significación para democratizar la institucionalidad y restaurar el protagonismo popular en la política.
Notas
(1) «En promedio la Concertación ha obtenido un 50,2% de las preferencias, mientras que la Coalición por el Cambio (ex Alianza) sólo un 38,9%, no obstante haber obtenido mayor representación en la Cámara debido a los efectos del sistema binominal». (Miguel Angel López, Andrés Dockendorff y Pedro L. Figueroa, Revista de Sociología, Nº 26, 2011).
(2) El Mercurio, 28 de agosto, 2012
(3) El Mostrador, 13 de agosto, 2013.
Editorial de «Punto Final», edición Nº 788, 23 de agosto, 2013
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