Traducido para Rebelión y Tlaxcala por Caty R.
Polémica. Günter Grass, Christa Wolf y Peter Handke: de la Segunda Guerra Mundial al conflicto yugoslavo, tres escritores en lengua alemana atrapados por las convulsiones de su tiempo.
Después de las reacciones en caliente que siguieron la revelación de Günter Grass de su alistamiento al final de la guerra -tenía apenas dieciocho años- en una unidad de Waffen-SS, es conveniente colocar adecuadamente esta confesión en el discurrir de la historia.
¿Cómo podríamos evaluar efectivamente la verdadera dimensión del breve compromiso de juventud y el secreto largo tiempo guardado, si no queremos acordarnos de lo que fue Alemania después de 1945? ¿Cómo apreciar el alcance de la confesión si nos conformamos con un punto de vista moral intemporal?
Günter Grass, Premio Nobel en 1999
Por tanto es necesario remontarnos en el tiempo, rehacer esta trayectoria similar a otras. Teniendo siempre en cuenta que Grass recibió en 1999 el Premio Nobel por la fuerza y la inventiva incomparables de su obra y además por la profundidad de su visión crítica. Sin olvidar tampoco su compromiso constante en los combates de la socialdemocracia alemana, ella misma portadora de una historia contradictoria. Sin olvidar finalmente lo que se definió, a falta de herramientas conceptuales más pertinentes, como una «excepcionalidad» de la historia alemana en el siglo XX. Precisamente, todo lo que impide pensar el «caso» Grass solamente desde el asombro o la reprobación.
Recordemos la Alemania de 1945: doce años de nazismo, una resistencia heroica pero débil y dispersa y una considerable confusión por el pasado todavía caliente. Se pone en marcha la división del país. Tres zonas al Oeste controladas por los occidentales y el Este bajo administración soviética, las futuras RFA y RDA. E inmediatamente, en ambos lados, la necesidad de borrar la mancha. O al menos de no dejar que asome. El Oeste evita asumir el pasado cuando decide designar 1945 como «das Jahr Null» (el año cero)». El Este se erige en depositario natural de las tradiciones democráticas y humanistas. El III Reich, antes de hundirse, envenenó el futuro del país: adoctrinó a los más jóvenes, los volvió más fanáticos incluso que sus mayores. En sus últimos coletazos los reclutó para combates suicidas. Günter Grass es uno de ellos. Como otros millones, en adelante, debe de aprender a pensar de otra forma.
Se oculta el punto de origen. En cambio las consecuencias se conocen: el compromiso en el Grupo 47, creador de la «literatura de las ruinas» contra la del olvido, junto con Richter, Böll, Aichinger, Bachmann Andersch, Johnson…; la constancia de las posiciones anticomunistas y la denuncia del socialismo del Este (Los Proletarios ensayan la revolución, teatro, 1966); los impactos consecutivos de El tambor de hojalata (1959) y Años de perro (1963), que proyectan sobre los años oscuros una nueva luz desde la realidad del momento, y el apoyo a Willy Brandt y su política de apertura hacia los vecinos del Este. Después las grandes novelas que abordan cuestiones de historia y sociedad, trayectorias individuales y destinos colectivos, agrupando un gigantesco material literario y filosófico (El rodaballo, 1977, La ratesa, 1985, Una larga historia, 1995)…
Christa Wolf, el precedente
Como pasa menudo cuando un gran escritor se enfrenta a las cuestiones candentes de su tiempo, Grass adquiere una dimensión que excede su influencia literaria. Se convierte en la encarnación de una conciencia arrogante, a la manera del «faro» de Víctor Hugo («el poeta es el faro que debe guiar a las multitudes» n. de la t.). De ahí la actual conmoción.
Lo que provoca el problema no es tanto la confesión como el hecho de haber tardado sesenta años en hacerla. Curiosamente, nadie en estos días parece recordar que otra escritora alemana publicó en la RDA, en 1976, una de las novelas más importantes del último medio siglo: habla de una mujer, la propia autora, que vivió durante el III Reich una infancia radiante; se había adherido a la organización las jóvenes muchachas nazis, había tenido una confianza ciega en el Führer, hasta el día en que, en las carreteras del éxodo, se cruzó con tres hombres demacrados ataviados con pijamas de rayas y sólo pudo preguntarles ¿Dónde habéis estado? Con Muestra de infancia, Christa Wolf se adelantó treinta años a Günter Grass. En la RDA chirriaron dientes pero se abrió un apasionado debate sobre el rechazo del pasado y la necesidad de trabajar sobre él. No disculpándolo, naturalmente, pero sí permitiendo el derecho a la vida.
No se puede poner en duda la profunda rectitud de Günter Grass aunque se pueda lamentar que haya optado tanto tiempo por el mutismo. El adulto, el nuevo hombre, ha sacado a la luz al adolescente, asumiendo a la vista de todos la contradicción inicial desde el principio de su obra.
Fuente: L’Humanité