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Un río de corriente rápida: John Reed y la insurgencia mexicana, 1913-1914

Fuentes: Rebelión

Este artículo discute la obra del periodista estadounidense John Reed entre 1913 y 1914, a la luz de lo que, sin dudas, es uno de sus legados fundamentales: el intento de crear un periodismo independiente y genuinamente antiimperialista no afuera, sino en el interior mismo de la opinión pública norteamericana. Además, valora la labor del […]

Este artículo discute la obra del periodista estadounidense John Reed entre 1913 y 1914, a la luz de lo que, sin dudas, es uno de sus legados fundamentales: el intento de crear un periodismo independiente y genuinamente antiimperialista no afuera, sino en el interior mismo de la opinión pública norteamericana. Además, valora la labor del joven escritor revolucionario tomando en cuenta el desarrollo concreto de los medios de comunicación masiva en Estados Unidos durante la segunda década del siglo XX: la era de las revistas populares de acción y del cine mudo. Reed creó una técnica periodística ingeniosa, que combinaba -en el papel- lo mejor de la literatura popular de su tiempo con el impresionismo sensorial característico de la naciente industria cinematográfica, al modo de un río de corriente rápida . Y todo ello, al servicio de los oprimidos de la tierra; los que siempre fueron su norte de vida. La genialidad periodística de Reed tenía como base -además de su cosmovisión progresista- el estar verdaderamente a tono con las formas entonces más avanzadas de la comunicación de masas. Su objetivo era llegar a un público extenso, y lo logró.

Sin embargo, es poco conocido que en 1914 Reed confrontó de manera directa a los grandes magnates de la prensa estadounidense, en particular a William Randolph Hearst. La crítica radical de la manipulación informativa por parte de la prensa comercial y capitalista de su tiempo, fue medular en la vida y obra de Reed. Hearst, quien era graduado de Harvard, estaba en 1913 precisamente a la cabeza de la manufactura de ideología favorecedora de la política imperialista estadounidense. Después de su viaje a México, Reed lo trató con el desprecio que se merecía, poniendo énfasis incluso en los intereses económicos personales que motivaban a Hearst.

Finalmente, este artículo valora a Reed como poeta y como artista, lo que él nunca dejó de ser. Fue precisamente gracias a su amplia formación y sensibilidad literaria que Reed logró captar la dinámica de la revolución mexicana en un lenguaje accesible al público en general. Periodismo y creación literaria eran para él partes inseparables de una misma actividad. Su estadía en México fue clave en ese proceso.

 

La magia literaria de John Reed

 

Redactados entre noviembre de 1913 y abril de 1914 -en el escenario de la Revolución mexicana-, los relatos que integran México insurgente constituyen un punto intermedio entre el John Reed de Guerra en Paterson y el de Diez días que conmovieron al mundo . Reed tiene apenas 26 años cuando es enviado a México como corresponsal de guerra de la revista Metropolita n de Nueva York. Pocos años antes, en 1910, sale de la Universidad de Harvard con un grado en poesía, su otro gran amor junto al periodismo. Pero el viaje que realiza por varios de los principales países de Europa -Inglaterra, Francia y España- en 1910 parece haberle causado un gran aburrimiento y no se traduce, como esperaban sus maestros de universidad, en escritos literarios o periodísticos de tipo alguno. Ya de vuelta en Estados Unidos, Reed termina encarcelado por varios días en 1913 como resultado de los eventos que dan vida a su reportaje Guerra en Paterson. Aquí se revela por primera vez su inclinación natural a ubicarse con valentía del lado de los oprimidos, independientemente del contexto cultural y social. No obstante, el México revolucionario de la segunda década del siglo XX era el escenario ideal para que aflorara, en toda su creatividad y prosa imaginativa, el periodismo literario de John Reed.

A finales de 1913 la prensa estadounidense muestra una cierta fascinación enfermiza con México. Ese hermano país era entonces noticia de interés general. Pero, cegadas por el racismo y los prejuicios nacionales imperantes, las publicaciones informativas de Estados Unidos no ven en la revolución mexicana sino caos y desorden social y político. La supuesta anarquía es más visible para la prensa comercial en la frontera entre ambos países. En 1913 se inicia una gran ola migratoria de ciudadanos mexicanos a ciudades como Los Ángeles en California. Cientos de personas huyen a diario del terror del ejército federal. Estados Unidos militariza la frontera imponiendo medidas férreas sobre los inmigrantes detenidos, creando incluso corrales y centros de detención en Texas. Para ello utiliza el Noveno de Caballería Negra. El 25 de noviembre de 1913, Pancho Villa derrota al ejército federal en la batalla de Tierra Blanca, en las afueras de Chihuahua, y adquiere control sobre el centro ferroviario más importante del norte de México. Las tropas federales, lideradas por el general Salvador Mercado, huyen atravesando 300 kilómetros del desierto para buscar refugio en los pueblos fronterizos con Estados Unidos. En poblados como Presidio, del lado norteamericano, llegan todo tipo de inmigrantes, incluyendo civiles y campesinos que huyen del horror de la guerra. También llegan desertores del bando federal, criminales, bandidos, cuatreros, curas corruptos, especuladores, contrabandistas, espías y empresarios estadounidenses. Todos son objetos de atención y de noticia. Pero ningún personaje resulta tan indescifrable para la prensa y el público estadounidense como el propio Pancho Villa. Un día lo ven como reformador social; al otro, como bandido sanguinario. Su conducta no encaja en una fórmula simple. Aparentemente indestructible -por su genialidad militar, su agilidad de movimiento y el secretismo de sus pasos-, Doroteo Arango, mejor conocido como Pancho Villa, nunca se sitúa a más de un paso de distancia de su gente. Es imaginario y real en todo momento. Todavía hoy resulta fascinante, por ejemplo, la estima que éste confería a las relaciones personales íntimas con sus seguidores y la masa pobre del campesinado y los pobladores originarios de México. « Villa -nos dice el historiador Adolfo Arrioja Vizcaíno- era el amigo de los pobres, la esperanza de una república indígena, un líder que lograba sus objetivos al no confiar en nadie». [Ver: Prólogo a México insurgente . Océano, 2004, pp. 11-31].

Se ha dicho, una y otra vez, que en Diez días que conmovieron al mundo coinciden un gran periodista y una gran historia. Ciertamente, en el proceso revolucionario de 1917 en Rusia, John Reed encuentra un relato afín a su sentido de justicia social y esperanza de un mundo mejor. Inmerso día a día en la lucha del pueblo ruso, el periodista oriundo de Portland comparte en diversos escenarios con los obreros, soldados y campesinos revolucionarios que derrocan al poder zarista y buscan una solución real al problema de la guerra y su impacto sobre las masas. Mas, es la gigantesca figura intelectual de Lenin la que sirve en realidad de imán al genio creativo y literario de Reed. En Diez días que conmovieron al mundo estamos ante un periodista maduro, que nunca se mezcla demasiado con la historia y sus personajes y que mantiene una clara distinción entre sus creencias políticas y su labor de corresponsal. Su crónica de la revolución bolchevique es muy personal, pero igualmente objetiva.

En la narrativa de México insurgente ocurre algo distinto. Reed parece olvidarse en ocasiones de que él es un periodista y de que su misión es, sobre todo, la de entrevistar a los líderes del proceso revolucionario. Los primeros doce capítulos del libro -casi una tercera parte- están dedicados a narrar su aventuras personales con las tropas del general villista Tomás Urbina, el famoso León de Durango. Reed no solamente come con las tropas insurgentes, sino que duerme en los mismos lugares y se desplaza arriesgadamente con éstas por los lugares más inhospitalarios y desérticos. Llegado un punto, consigue un caballo y carga un rifle. Se las ve apretadas en medio de un ataque de los federales que destrozan parte de las fuerzas insurgentes. Un factor importante que lo acerca a los eventos revolucionarios -además de la ideología de cambio social- es el vínculo íntimo y personal que establece con los personajes. Aunque lo apodan el mister , Reed cultiva la amistad de todo el mundo, especialmente de los soldados empobrecidos, los campesinos desplazados y las víctimas inocentes de la guerra. En muchos sentidos, adopta la cotidianeidad de los mexicanos pobres; es decir, se mexicaniza. Unos de los capítulos del libro, por ejemplo, se titula Los cinco mosqueteros , en referencia al estrecho vínculo y la amistad que él establece con varios soldados con quienes comparte aventuras que parecen de mozalbetes en la edad de la peseta . Renato Leduc, telegrafista de las tropas de Pancho Villa, notó que Reed se olvidó de construir una cronología exacta de los eventos que ocurrían a su alrededor, sustituyendo la crónica estricta por una visión de conjunto que, sin embargo, no deja de revelar la historia en todos sus detalles. Éstos fueron, según el propio Reed, los días más satisfactorios de su vida.

Uno de los resultados de la manera particular en que Reed se acerca a la conflictiva y violenta realidad de la revolución mexicana, es que éste supera la falsa visión que se proyecta de ese pueblo hermano en la prensa estadounidense. Tras la naturaleza muy a menudo impredecible de los sucesos políticos y militares en México, Reed revela toda una serie de factores constantes. Ante todo, destaca la extraordinaria generosidad de sus clases pobres, compuestas en su inmensa mayoría de mestizos y pueblos originarios. El caos, la anarquía y la violencia son tan sólo la forma exterior de la crisis que se vive. El pueblo mexicano es amante de la justicia y busca por todos los medios la paz: » La Libertad es el derecho de hacer lo que ordena la justicia. Todo niño mexicano conoce la definición de la paz y parece comprender lo que ésta significa también. Pero en Estados Unidos dicen: los mexicanos no quieren la paz. Eso es una mentira necia. ¡Que se tomen los norteamericanos el trabajo de hacer una encuesta en el ejército maderista, preguntando si los soldados quieren la paz o no…! La gente está cansada de la guerra». [Reed, John. México insurgente . Parte I, capítulo II]. Otro factor subyacente al caos aparente de la vida política y social mexicana es, según Reed, el gran latifundio y la ausencia casi total del pequeño propietario independiente, ese raro ser humano en México . De ahí brota una miseria económica extrema. Las relaciones sociales en el campo, dice, no distan mucho del feudalismo europeo en el siglo XIII. En particular la condición de extrema opresión de la mujer mexicana es algo que lo impacta y que lo lleva incluso a enfrentarse con algunos líderes de las tropas revolucionarias. » El símbolo del norte de México es una cadena interminable de mujeres aguadoras.» [op. cit. p. 86]. El capítulo XII, titulado Isabela, es revelador del papel subordinado que la cultura del campo asigna a menudo a la mujer y de la interiorización del sentimiento de impotencia por la víctima. También provocador del caos y la anarquía, es, según Reed, el abuso de los inmigrantes pobres por los aduaneros y funcionarios estadounidenses del lado norte de la frontera. Reed no podía dejar de ser Reed, y comienza México insurgente denunciando el trato innecesario, descortés y brutal a que son sometidos los hombres y mujeres que intentan emigrar a Estados Unidos. Mas, tampoco la revolución está exenta de sus contradicciones profundas, incluyendo el acaparamiento de tierras por generales como Tomás Urbina, quien administra a medias con la revolución las grandes haciendas confiscadas al norte de Durango. Estas haciendas se extienden por una superficie mayor que la del Estado de Nueva Jersey y sirven de base a lo que es claramente el poder de un caudillo. La prensa extranjera también menciona este fenómeno, pero lo hace de manera hipócrita y francamente racista, con miras a desacreditar el proceso revolucionario y fomentar visiones estereotipadas de México. La diferencia es que Reed analiza todas estas contradicciones sin menospreciar la visión a veces ingenua y mística que los propios soldados tenían de sus líderes. Urbina, por ejemplo, es para sus seguidores « un buen hombre, todo corazón» ; es decir, surgido de las clases pobres, » excelente bandido y mejor asaltante .» Las balas, dicen los peones pobres, » rebotan sobre él como la lluvia en un sombrero .» Por eso llegó de jornalero a general y hombre rico, a pesar de no saber ni leer ni escribir. Un elemento central de la realidad social de las masas empobrecidas mexicanas, nos dice Reed, es la opresión cultural en que viven, pues la sujeción de la población agrícola a las grandes haciendas va acompañada de formas concretas de dominación ideológica, tales como la promoción de la superstición religiosa y la privación de oportunidades educacionales.

En el plano de la técnica periodística, por otra parte, hay que destacar el uso efectivísimo que hace John Reed de la narración en primera persona. México insurgente , al igual que casi toda la obra de Reed, nos muestra el mundo a través de lo que el periodista observa, escucha y siente de manera inmediata. Ahora bien, ¿no dicen acaso los manuales de periodismo que el yo , el nosotros y el nuestro están prohibidos en la labor informativa, salvo que se trate de un artículo de opinión? Tal uso, por lo general, resulta » afectado y ególatra.» [Ver: Grijelmo, Álex, El estilo del periodista . Taurus, 1977, pp. 401-402]. Mas, con la narrativa de John Reed esta regla básica se viene abajo por completo. Y es que él se las juega por completo con sus personajes; escribe, vive y hace periodismo en las circunstancias reales -y casi siempre extremas- en que acontecen las luchas revolucionarias de la gente pobre. Por eso, no hay en Reed ninguna pose fingida. El yo no es utilizado por él como un vehículo de la introspección personal y narcisista, sino como una técnica periodística efectiva con la cual mostrar los distintos matices y coloraciones del mundo exterior; un mundo exterior que es a la vez contradictorio, violento y esperanzador. Pura y simplemente: para escribir México insurgente en primera persona, antes hay que tener el valor y arrojo personal de John Reed, tomar los riesgos que él se toma. Su narrativa en primera persona revela, como dice el poema de Neruda, un hombre invisible , un ser humano especial que canta con todos sus hermanos.

Dicho lo anterior, México insurgente es una obra entretenidísima. John Reed era tan hiperactivo como los soldados que integraban las tropas de Pancho Villa. Es difícil, por ejemplo, no llegar a la conclusión de que Reed se sentía cómodo y hasta alegre durmiendo en el suelo, pasando dificultades extremas y arriesgando su vida con la soldadesca revolucionaria. Compartía con esta última un profundo sentimiento de solidaridad, de aventura y de irreverencia ante las formalidades sociales. Ante todo, Reed sabía ser un buen amigo. De ahí que se burlara continuamente de sí mismo y compartiera el sentido de humor de los soldados y de la gente común.

Además, el lenguaje de esta obra es poéticamente exquisito. Reed no se ha alejado mucho en 1913 de su formación literaria en Harvard, como lo demuestra la siguiente descripción de un poblado del norte de México: » El poblado de Las Nieves, dispersa colección de adobes del color exacto de la tierra con que habían sido hechos, se extendió ante nosotros como si fuera una extraña prolongación del desierto . Un río de corriente rápida, sin traza de verdor en sus márgenes, que contrastaba con la planicie calcinada por el sol, formaba un semicírculo en torno del lugar. Cuando vadeamos chapoteando entre mujeres que, arrodilladas, lavaban ropa, el sol se ocultó sin transición tras las montañas del oeste. Acto seguido, un diluvio de luz amarilla, espesa como el agua, inundó la noche al mismo tiempo que se levantaba del suelo una niebla oro y rosa, en la que se movía indolente, el ganado» [op. cit., p. 51-52].

En mi opinión, John Reed debe ser reconocido también como uno de los precursores del moderno realismo mágico en nuestra América. Así, por ejemplo, las páginas de México insurgente nos hablan de Isidro Amaya, el revolucionario villista que, en medio de cualquier batalla, reanimaba al caballo con tan sólo sacudirle un sombrero delante de los ojos. El capitán revolucionario Longinos Güereca -otro personaje real y mágico a la vez- era tan valiente y respetado, que por las noches lo trataban de matar sus propios subordinados. Lo contaba el mismo capitán con orgullo, mientras al sonreír mostraba su hilera de dientes partidos. Longinos soñaba con minas de oro en la Sierra Occidental, donde los pueblos originarios iban algunas veces y rascaban con cuchillos para sacar el oro puro de la tierra. Murió como un héroe, acribillado por los ejércitos federales. Era descendiente de esclavos y John Reed lo consideraba su mejor amigo. Fidencio, otro integrante de la tropa insurgente, era un aborigen puro de más de dos metros de estatura, quien siempre peleaba de pie. Los soldados de Pancho Villa, algunos menores de catorce años, decían combatir para acabar de una vez con todos los ejércitos, pues los consideraban un mal social que había que erradicar. En no pocas ocasiones se olvidaban de la guerra y regresaban instantáneamente a su oficio primitivo de vaqueros o se dejaban seducir por la letra de un corrido amoroso y recorrían kilómetros y kilómetros del desierto para cumplir con el deber de llevar una serenata. Panchito era un gran militar de once años, » con un rifle demasiado pesado para él y un caballo al que debían subirlo para montarlo». Victoriano, un diestro luchador de tan sólo catorce, era su compadre inseparable. Y está también la historia de la captura de la banda musical del ejército federal, al sur de Ojinagua. En lugar de fusilar a sus integrantes, los villistas obligaron a la agrupación a tocar durante doce horas en el mismo medio del desierto, donde nadie podría escucharlos, para así darles un castigo merecido. No muy lejos, Reed se encontró con un pueblo hundido en la miseria total y cuyos habitantes seguían pagando un impuesto oneroso a la iglesia, pues no sabían que el gravamen había sido abolido en 1857, más de medio siglo atrás…

Otro aspecto genial de México insurgente es el modo en que John Reed integra las formas artísticas del pueblo a la narrativa periodística. Así, el libro está salpicado de la letra de » corridos populares que nacen por millares en cada ocasión» . Reed les atribuye un papel central en sus crónicas, pues recogen la cultura y sentir del pueblo en cuanto a la guerra, el amor y la vida.

Aquí está Francisco Villa,

con sus jefes y oficiales,

es el que viene a ensillar

a los mulas federales…

¡Viva Villa y sus soldados!

¡Viva Herrera con su gente!

Ya han visto, gentes malvadas

lo que pueden los valientes…

Ya con ésta me despido:

por la rosa de Castilla,

¡aquí termina el corrido

del general Pancho Villa!

Ochenta y tres años después de su publicación, México insurgente continúa siendo una obra literaria y periodística fabulosa. En ella, John Reed logra captar la trabazón interna del proceso revolucionario mexicano, a pesar de toda su exterioridad y apariencia caótica. Pero la magia de este libro no es académica, sino literaria. Reed nunca dejó de ser un poeta. México fue una gran escuela para él, porque le dio la oportunidad de crear poesía allí donde otras personas veían caos y anarquía. O, para decirlo en sus propias palabras, allí en México, entre soldados harapientos y campesinos pobres, jugándosela a todo dar, Reed aprendió también a «ver la belleza oculta del mundo visible…».

La visión antiimperialista de Reed

Podría intentar adelantarse la objeción de que Reed no estuvo suficiente tiempo en México como para plasmar en su libro un cuadro fiel de la dinámica social y política subyacente al conflicto armado y revolucionario. Ciertamente, ya para la importante batalla de Zacatecas -el 22 de junio de 1914- Reed se encuentra de regreso en Estados Unidos y muy pronto marcha a Europa como corresponsal de guerra. La lucha militar y revolucionaria en México no culmina hasta fines de la segunda década del siglo XX. De hecho, algunas de las batallas más impresionantes -como las de Celaya, León y Aguas Prietas- no ocurren hasta el 1915, cuando ya Reed estaba en Europa Oriental y presenciaba la terrible carnicería humana al otro lado del Atlántico. Sin embargo, la limitada duración de la estadía de Reed con las tropas de Pancho Villa quizás sea no un defecto, sino uno de los factores que hacen de México insurgente una obra única. Reed no retoma nunca labor periodística en cuanto a la revolución mexicana; simplemente se va a Europa. Sus despachos de 1913 y 1914, entonces, tienen la ventaja del pensamiento inmediato, o sea, de la pureza e intensidad que sólo brindan las primeras impresiones. Éstas no revelan todo, pero rara vez mienten. Además, si bien Reed entrevista a líderes importantes de la insurgencia -en particular a Villa- su análisis se centra en todo momento en los sentimientos, aspiraciones y condiciones de vida de las masas mexicanas. Es en ellas -en su sufrimiento, generosidad y capacidad de lucha-, donde Reed encuentra el elemento clave de la realidad social y política de México, lo que de verdad sirve de base al proceso revolucionario. Ante eso, todo lo demás -incluyendo las formas de lucha y las alianzas de líderes militares- resulta efímero: » No hay un sólo peón de cada veinte que no pueda decir exactamente por qué están peleando todos: la tierra. En muchos sentidos han estado peleando por ella cuatrocientos años […] Ésta es la causa subyacente más importante de la revolución .» [Reed, John. What about Mexico ? Masses, June 1914]. Y Reed tiene la ventaja de captar esta lucha entre noviembre de 1913 y abril de 1914; es decir, antes de que ésta se torne particularmente divisiva y violenta y cuando el estado de ánimo de las masas es sobretodo optimista. Alguna gente -nos dice- no se une a la Revolución porque la consideran ya triunfante . No había quizás, en ese momento, manera de advertir a las masas acerca de los complejos peligros que acechaban.

Por otro lado, y esto es crucial, Reed no concibe México insurgent e como una mera crónica sociológica de la revolución. No es desde esa perspectiva académica que debe valorarse principalmente su obra. Para Reed, el análisis teórico de las causas de la insurgencia mexicana puede encontrarse fácilmente en obras como la de Lázaro Gutiérrez de Lara y Edgcumb Pinchon, titulada The Mexican People: Their Struggle For Freedom, que sale a la luz pública en Estados Unidos en 1914 [Ver: Reed, John. What about Mexico ?, Masses , June 1914]. Es posible incluso que Reed conociera desde antes de 1913 los escritos de Gutiérrez de Lara, pues este último era editor de Revolución , un periódico simpatizante del ala militar del Partido Liberal Mexicano, que se publicaba en Los Ángeles, California, desde 1907.

Por otro lado, no es estimable que el periodista estadounidense escribiera México insurgente pensando ante todo en influenciar la opinión pública mexicana. El libro se edita en inglés y, dicho sea de paso, no se traduce al español hasta 1954. ¿Con qué vara debemos entonces medir la relevancia histórica y política de México insurgente ? ¿Qué sentido tiene su lectura ahora en 2007, cuando apenas faltan tres años para el centenario de los eventos que le sirvieron de base? La contestación reside, en mi opinión, en lo que constituye uno de los legados fundamentales de John Reed: la creación de un periodismo literario de corte antiimperialista no al exterior, sino en el interior mismo de la opinión pública estadounidense. Él escribe siempre como periodista norteamericano y con el público de Estados Unidos en mente, pues está consciente de que el lector estadounidense es el más confundido ideológicamente, gracias precisamente al peso de los medios de comunicación masiva en su país de origen.

Para comprender a fondo la tesis anterior, sin embargo, debemos hacer un leve rodeo analítico, considerar la obra de Reed en el contexto específico de la evolución de los medios de comunicación masiva en Estados Unidos. Reed comienza su labor periodista en 1913, poco después de iniciada la revolución mexicana. En lo que toca a la prensa escrita en Estados Unidos, ésta es la época de gloria de las revistas pulpas, llamadas así porque eran producidas en papel residual, de poca calidad y bajo costo. Gracias a su reducido precio, las revistas pulpas podían llegar a las clases y sectores menos privilegiados. Su contenido, que no era siempre de mala calidad, giraba casi siempre alrededor de la ficción y de las aventuras rápidas, desde vaqueros hasta espadachines. Uno de los grandes éxitos de 1912 fue Bajo las lunas de Marte , de Edgar Rice Burroughs. Éste vendría a dominar el mercado de historietas populares por un buen tiempo, escribiendo en la famosa All-Story Magazine . Su estilo, como el de muchos escritores de historias de acción y aventura de la época, era impresionista, de tempo acelerado y con un de fuerte contenido despectivo hacia las minorías. En 1913 escribe Tarzán de los monos . Su difusión fue masiva. Era lo que llegaba comercialmente a la gente en la calle.

Ahora bien, para esos años las revistas pulpas comienzan a sentir la competencia de un nuevo medio de comunicación masiva que alteraría para siempre el proceso de manufactura de ideología de masas en Estados Unidos. Me refiero al cine. Inventado -según algunos- en 1895 en Francia por los hermanos Louis y Auguste Lumière, el cine no tarda en llegar a Estados Unidos. Inicialmente se trataba de cortometrajes de tipo documental en que se mostraban escenas cotidianas fácilmente reconocibles por los espectadores, al estilo de los hermanos Lumière. Pero luego de las aportaciones en 1896 del ilusionista francés George Méliès -que prueban que el cine puede servir no sólo para retratar fielmente la realidad, sino también para desvirtuarla- la producción de películas adquiere en Estados Unidos su verdadero motivo de ser. Thomas Alba Edison, quien ya venía estudiando desde 1890 el fenómeno de las imágenes en movimiento, crea un estudio de cine llamado Black Maria . En ese lugar, Edwin S. Porter produce en 1903 la primera película de ficción norteamericana: Asalto y robo de un tren . El cine comienza a desarrollarse como industria de envergadura. El problema es que, en la mejor tradición capitalista estadounidense, enseguida se monopoliza. Alva Edison cultivaba tanto la imaginación como la avaricia. La costa Este se convierte en la meca del cine en Estados Unidos entre 1905 y 1910; pasando todos los aspectos de la industria a estar controlados por la Motion Pictures Patents Company , un verdadero trust cinematográfico. No es hasta 1912, con la legislación federal antimonopolista, que surge la posibilidad de un cine algo independiente en Estados Unidos. Las salas de cine se establecen en todas las grandes ciudades del país entre 1912 y 1919. Productores muy reconocidos, como Thomas Harper Ince, Cecil B. De Mille y Mack Sennett, establecen para esos años sus propios estudios. Y aunque no eran originalmente empresarios, Charles Chaplin, Douglas Fairbanks, y Mary Pickford -los actores más sobresalientes del momento- se unen a D. W. Griffith y crean la compañía cinematográfica United Artist. Curiosamente, todas las personas antes mencionadas escogen para sus estudios un lugar no muy lejos de donde John Reed estaba en noviembre de 1913: en las proximidades de Los Ángeles, California, en lo que hoy conocemos como Hollywood, escenario también en la segunda década del siglo XX de una pugna intensa entre pobladores originarios de ascendencia mexicana y anglosajones recién llegados.

Tenemos entonces que tanto la revolución mexicana como la obra literaria y periodística inicial de John Reed, coinciden con un periodo de profundas transformaciones en los medios de comunicación masiva en Estados Unidos. Las revistas pulpa s y el cine moderno crean un ambiente en que casi todos los temas pueden llegar fácilmente a las masas; es decir, pueden venderse con un doble propósito: la información y el entretenimiento. El cine -mudo o hablado- no requiere de mucha educación; es muy poco lo que hay que leer. La noticia o evento recreado llega rápido y logra impactar visualmente. La historieta pulpa y el cine están ambos controlados por las acciones aceleradas. Estando John Reed en México, Pancho Villa firma un contrato de cine exclusivo con la Mutual Film Corporation , y ésta graba montones de escena y batallas del Centauro del Norte. El 9 de mayo de 1914, todavía sin que México insurgente saliera a la luz pública, se estrena en Nueva York la película titulada La vida del General Villa [Ver: Scheina, Robert L. Villa: Soldier of the Mexican Revolution . Potomac Books, 2004, pp. 32-33], con escenas reales de las batallas en México. Todo ello no podía sino tener un efecto considerable sobre el trabajo periodístico de Reed. Habría que estudiarlo más a fondo, pero es innegable que el estilo literario y periodístico de John Reed tiene unos rasgos, por así decir, cinematográficos, con un peculiar énfasis en el tempo acelerado y en la descripción detallada de imágenes visuales y de las sensaciones que éstas provocan. Basta con leer el primer párrafo de México insurgente y se siente uno como frente a una película de acción, que recrea los personajes en movimiento o en contraste dramático con lo estático. Su técnica de escribir huye siempre del lenguaje rebuscado y descansa en imágenes visuales (y sensoriales) que son accesibles a cualquiera: » Es casi imposible tener un objetivo en el desierto; se siente uno absorbido por éste, se convierte uno en una de sus partes. […] Al amanecer ya estábamos a caballo, remontando un empinado paraje del árido desierto para calentarnos. Los hombres se envolvían en sus sarapes hasta los ojos, de modo que parecían hongos de colores bajo sus grandes sombreros […] De pronto descubrí que había estado oyendo hacía rato un tiroteo. El sonido parecía venir de muy lejos, parecido al tictac de una máquina de escribir. El pequeño y trivial ruido de los rifles creció y se convirtió en algo serio. Ya era casi continuo en el frente, como el incesante redoblar de un tambor de guerra.» La cinta titulada La vida del General Villa se considera extraviada, pero no es de dudar que sea hasta menos absorbente que la narración que nos ofrece Reed de la batalla de Torreón en México insurgente . Este libro es una gran película de acción, como la mejor película de entretenimiento. Pero en eso, el periodismo de Reed guarda también un extraordinario padecido al estilo, tempo de narración y técnica descriptiva de las mejores historietas pulpas de la segunda década del siglo XX. Ni siquiera Johnston McCulley, creador en 1919 de la versión impresa semanal de la Marca del Zorro , escribe tan imaginativamente como Reed.

Ahora bien, en lo que sí Reed se distingue claramente de todos los demás -escritores y cineastas de su época, por igual- es en el contenido de su mensaje . México insurgente es una obra genuinamente antiimperialista, como hay pocas en Estados Unidos. Reed denuncia no sólo la explotación imperialista de México, describiendo por ejemplo las condiciones de vida real de los trabajadores mexicanos por la American Smelting Company, sino que declara como igualmente abusivo el trato de los emigrantes «ya en el territorio norteamericano, al caer en las garras de los aduaneros y de los funcionarios de migración y de las patrullas del ejército en la frontera» [ México insurgente , p. 37-38]. Y es que los años de 1913 y 1914 estuvieron marcados por un agresivo sentimiento antiemigrantes en toda la frontera de Estados Unidos, sobretodo en la región sur de California. Para Reed la denuncia de la política exterior intervencionista norteamericana, comienza con la crítica radical de los estereotipos raciales y étnicos que prevalecen en su propio país y que la prensa comercial disemina: «Los norteamericanos han afirmado que el mexicano es pícaro fundamentalmente, que yo debía esperar que mi equipo fuera robado el primer día. He vivido ya dos semanas con una banda de exforajidos tan rudos como los que había en el ejército. No tenían ni disciplina ni educación. Muchos de ellos odiaban cordialmente a los gringos. No se les había pagado ni un centavo durante seis semanas; algunos estaban tan extremadamente pobres que no tenían huaraches ni sarapes. Yo era un extranjero, sin armas y con un buen equipo. Poseía ciento cincuenta pesos, los que ponía visiblemente debajo de la almohada al acostarme a dormir. Y nunca se me perdió nada. Más todavía: no se me permitía pagar mis alimentos, en una compañía donde el dinero era escaso; y en cuanto al tabaco, casi desconocido, todo el que podía fumar me era proporcionado por los compañeros. La menor indicación que hacía de pagarlo era un insulto.» [op. cit., p. 77].

Ideología y periodismo

Poco antes de la publicación de México insurgente , Reed envía un corto y apasionado artículo a la revista Masses bajo el título ¿Y qué de México? En este escrito, el joven periodista estadounidense nos revela candorosamente su opinión acerca de temas tales como la relación entre ideología y poder económico, el intervencionismo norteamericano en México y la complicidad de los medios de prensa con esta agresión imperial. Lo que parece haber provocado este artículo de Reed -además de un interés en promover su libro- es la ocupación militar de Veracruz por Estados Unidos y el apoyo expreso que ésta recibió de los medios de prensa controlados por otro egresado de Harvard: William Randolph Hearst. La prensa norteamericana, en general, llamaba a una intervención militar todavía más agresiva en contra de México, incluyendo la anexión de parte de su territorio.

Reed comienza ¿Y qué de México? desenmascarando las mentiras que se diseminaban en Estados Unidos sobre la revolución mexicana. La prensa comercial de la época, particularmente la controlada por Hearst, aducía que el proceso insurgente en México era una «ópera cómica «, carente de apoyo popular. Además, algunos periodistas a sueldo no tenían reparos en expresarse de manera racista, proclamando una supuesta superioridad cultural y social de Estados Unidos sobre los mexicanos. Reed denuncia que todas esas mentiras tienen su origen inmediato en la sordidez de los intereses económicos: «Si uno rastrea el historial de los que vociferan la intervención, encuentra que son tejanos o personas con grandes intereses en México o alguien que busca obtener grandes beneficios al amparo de la bandera estadounidense. O quizás se trate de hombres de negocios estadounidenses operando en México; ésos son los más malos [ What about Mexico ?, Masses , june 1914]. Entre ellos -o sea, entre los más malos- estaba Hearst » pues lo motiva el interés personal de invertir su fortuna familiar en México «. De hecho, eventualmente éste se apropia de una hacienda ganadera de un millón de acres en Chihuahua.

No obstante, hay que señalar Reed no era sociólogo. Su consideración y tratamiento del tema de las relaciones entre México y Estados Unidos no adquiere siempre la expresión técnicamente más sofisticada, desde la perspectiva de los estándares del lenguaje socialista hoy prevaleciente. Así por ejemplo, Reed define el ambiente cultural de las masas trabajadoras y campesinas en México como uno de una » terrible opresión y aislamiento .» Al impacto de los métodos salvajes de represión, se une la carencia de educación y la promoción deliberada de la superstición religiosa. Éste es el escenario prevaleciente particularmente en las empresas mineras controladas por el capital norteamericano, donde se » construyen iglesias para mantener a los trabajadores contentos y, al mismo tiempo, les quiebran sus huelgas sin misericordia alguna, manteniéndolos en condiciones de vida asquerosas.» En todas las grandes haciendas del norte, la sujeción del campesinado pobre también va acompañada de un «astutamente calculado rebajamiento mental de la gente. » Mas, Reed no logra escapar totalmente al uso de la terminología en boga en la época -incluso entre los socialistas- que conceptualizaba la realidad de América Latina en términos del primitivismo de su desarrollo económico y de la existencia de un cierto grado mayor de civilización al norte de la frontera. Igualmente, su obra periodística de 1913-1914 adolece de una definición marxista sofisticada del tema nacional; lo que lleva a Reed a hablar de los mexicanos como una « raza con temperamento particular » , en lugar de una nación con rasgos culturales propios.

¿Quiere decir ello que Reed sucumbe en junio de 1914 ante una visión liberal del imperialismo? ¿Cae él también, como muchos escritores de la época, en una justificación ideológica del destino manifiesto ? Antes de contestar esta pregunta, vale la pena mencionar que Reed publica México insurgente en 1914, precisamente el mismo año en que la Segunda Internacional Socialista, bajo la dirección de Karl Kautsky, votó a favor de los bonos de guerra del gobierno alemán. Como sabemos, nadie se sorprendió de ello. Desde finales del siglo XIX, muchos líderes importantes del socialismo europeo habían adoptado la falsa teoría de la misión civilizadora del imperialismo, la creencia de que el coloniaje era condenable moralmente pero justificable como premisa histórica del socialismo. Bajo ese cuadro conceptual nefasto se subsumía – para muchos seguidores de Kautsky- el caso de América Latina y del expansionismo estadounidense [Ver; Kohan, Ernesto. Marx en su (tercer) mundo . Editorial Biblos, 1998, pp. 227-256].

Quizás como parte de todo el realismo mágico que envolvió la vida y obra de John Reed, en junio de 1914 -el mismísimo mes en que él publica su artículo sobre México-, circula clandestinamente en Rusia un pequeño panfleto que cambiaría para siempre el modo en que los verdaderos revolucionarios considerarían en adelante el problema nacional. Nos referimos a El derecho de las naciones a la autodeterminación de V.I. Lenin. Es imposible que una copia del mismo haya llegado a las manos de Reed. Pero aun así -y careciendo de una formación marxista técnicamente sofisticada- John Reed afirma inequívocamente en sus escritos de 1914 dos tesis. Primero, que los ciudadanos mexicanos tienen sobradas razones para defenderse incluso de las agresiones militares estadounidenses: «Han ocurrido en los últimos diez años suficientes violaciones de los derechos de los ciudadanos mexicanos en Texas y California como para justificar cincuenta invasiones del ejército mexicano a Estados Unidos.» Segundo, que la supuesta naturaleza civilizadora del intervencionismo estadounidense en México es una gran mentira, una patraña imperialista: «Yo pienso que el gobierno de Estados Unidos se dirige realmente hacia una política de supuestamente ‘civilizar’ a los mexicanos con el empleo de un rifle Krag’ -proceso que consiste en imponer sobre razas y temperamentos foráneos nuestras alegadamente superiores instituciones democráticas; o sea, un gobierno al servicio de los monopolios, el desempleo y la esclavitud asalariada.» No es extraño, pues que pocos años después, Lenin llegara a considerar a Reed su amigo cercano y que lo homenajeara con un prólogo a su segundo libro: Diez días que conmovieron al mundo . Y es que Reed era un antiimperialista genuino; un rebelde innato. Su vida y su obra, cono la del Che, se inspiró siempre en el sentimiento más noble: el amor. Así, nos dice Reed al marchar con las tropas villistas en el desierto de México: «Íbamos por una tierra silenciosa, encantada, que parecía un reino submarino. Era una tierra para amarse -este México-, una tierra para luchar por ella. Amo a México y amo a los mexicanos…»

* Dedicado a los miles de trabajadores emigrantes indocumentados que viven hoy en condiciones de terror policíaco a través de todo el territorio de Estados Unidos.