El pasado siglo proporcionó a la literatura estadounidense algunos de sus mejores escritores. Una tríada de narradores excepcionales marcó el acmé de ese estallido de creatividad: Ernest Hemingway, William Faulkner y John Dos Passos. Hemingway se inclinó siempre por las experiencias que ponen en tensión al ser humano y desarrollan su capacidad de comportarse con […]
El pasado siglo proporcionó a la literatura estadounidense algunos de sus  mejores escritores. Una tríada de narradores excepcionales marcó el acmé de ese  estallido de creatividad: Ernest Hemingway, William Faulkner y John Dos Passos.  Hemingway se inclinó siempre por las experiencias que ponen en tensión al ser  humano y desarrollan su capacidad de comportarse con gallardía frente al  infortunio. Faulkner recurrió a las tradiciones del sur para desenterrar las  tempestades y abismos emotivos que perturban la vida sensible. Dos Passos fue un  servidor de la historia. Sus novelas, cargadas de conciencia política, tratan de  mostrar a una nación en su tropismo histórico. Dos Passos fue, además, uno de  los más prolíficos escritores de esa generación. Legó cuarenta y dos novelas y  más de cuatrocientas obras de arte en su etapa final de pintor. 
Nacido en Chicago, en el seno de una opulenta familia de abogados de  origen portugués, intentó ser arquitecto pero finalmente se rindió ante la  carrera de leyes que le imponía su padre. Tras graduarse en Harvard visitó  España y al sumarse Estados Unidos a las naciones aliadas en la Primera Guerra  Mundial, se incorporó al cuerpo de ambulancias, igual que Hemingway. Al terminar  el conflicto se estableció en París donde escribió su primera obra «Tres  soldados», sobre sus experiencias bélicas. Sus vivencias españolas fueron  volcadas en «Rocinante vuelve al camino». 
De su estancia española Dos Passos solía decir que ninguna jornada era lo bastante larga  para albergarlas. Cuanto leía y veía formaba parte d un mismo decorado. Toledo  era la misma que aparece en las Novelas Ejemplares de Cervantes, y las escenas  callejeras de la Puerta del Sol eran  las que escribió Lope de Vega. Dos Passos favorecía con su presencia varias tertulias madrileñas, entre las  más famosas, era asiduo a la del Gato Negro y la del Café Regina. Estableció una gran amistad  con Ramón del Valle Inclán. 
En esa época fue sensible a la ola de izquierdismo que conmovía al mundo.  Se declaró un ardiente partidario del cambio social. A su regreso a Estados  Unidos se unió al grupo radical de teatristas New Playrights y para ellos diseñó  afiches y esbozó decorados. Militó en las protestas por el caso Sacco y  Vanzetti. Entre 1927 y el 28 también escribió algunas piezas teatrales. En ese  último año viajó a la Unión Soviética para estudiar su experiencia socialista.  
Desde  1930 a 1936 escribió  su trilogía «U.S.A.», compuesta de «El paralelo 42», «1919» y «El gran dinero».  En esa obra utilizó la técnica del collage para sobreimponer cuadros históricos,  biografías, perfiles y esbozos, mezclando realidad con ficción, para dar un  vasto panorama de la nación americana en su desarrollo. La obra fue objeto de  gran atención de la crítica por la novedad de sus procedimientos y produjo en  Europa una vibración literaria de gran impacto. 
Al estallar la Guerra Civil marchó a España donde asistió  al Congreso Internacional de Escritores Antifascistas. Aunque siempre se mantuvo  como un observador y no ingresó en las filas de ningún partido o movimiento y  tampoco estuvo en las trincheras, su apasionada simpatía estuvo del lado de los  republicanos. Pero un incidente ocurrido a su amigo José Robles provocó el  inicio de su desencanto. Este fue juzgado por su desafección y posibles lazos  con el enemigo. Tras defender a Robles durante un lapso, Hemingway fue finalmente  convencido de su culpabilidad y dejó solo a Dos Passos bregando por la supuesta  inocencia de Robles, quien fue finalmente juzgado y fusilado. Dos Passos nunca  perdonó esto y afirmó que lo habían ejecutado porque sabía demasiado sobre los  vínculos entre el Kremlin y el Ministerio de la Guerra republicano. Desde  entonces Dos Passos favoreció a los  anarquistas y a los trotskistas y desarrolló un fanático antiestalinismo. 
Comenzó su etapa del vuelco a la derecha que lo llevó a defender los  sanitarios americanos y el auto Ford como parte de una civilización que debía  defenderse. Se declaró un partidario de la democracia norteamericana, sin  advertir, ni señalar, las muchas fallas del sistema. Por ello perdió muchos  lectores. Comenzó a pintar. En un  accidente automovilístico, en 1947, perdió a su esposa y él malogró la visión de  un ojo. 
Dos Passos sufrió las pasiones políticas de una época  revuelta y se sumergió en ellas pero se dejó arrebatar por la efusión amistosa y  no supo distinguir entre la epopeya y la camaradería, entre la lealtad solidaria  y el gran concierto de la lucha antifascista que conmovía el mundo. Finalmente  rindió sus banderas ante la oligarquía lo cual le mermó su prestigio y al morir,  en 1974, era, prácticamente, un escritor marginado de quien nadie hablaba y  sus libros no se editaban por falta de lectores.  
	    
            	
	

