Reseña de: Bernard Pullman, El átomo en la historia del pensamiento humano. Biblioteca Buridán-Montesinos, Barcelona, 2010, 472 páginas, traducción de Josep Sarret Grau
«Con la excusa de seguir el desarrollo del atomismo desde la antigüedad hasta nuestros días, el profesor Bernard Pullman nos cuenta la fascinante historia de cómo uno de los conceptos más importantes de al ciencia moderna surgió gradualmente de la interacción entre la ciencia física, la filosofía y la teología. Una obra apasionante y educativa». Así se expresó el gran historiador de la ciencia Gerard Holton, uno de los granes especialistas del mundo en la obra de Albert Einstein, sobre este libro de Bernard Pullman (1919-1996, el texto original francés es de 1995), uno de los pioneros más eminentes de las aplicaciones de la mecánica cuántica en la exploración de la estructura electrónica de las moléculas y primer titular de la cátedra de química cuántica en la Sorbona.
Dividido en cuatro grandes secciones -Primera parte: «El nacimiento de la teoría atómica». Segunda parte: «Unas cuantas reanudaciones durante un largo aplazamiento (siglos I al XV)». Tercera parte: «El Renacimiento y el siglo de las Luces». Cuarta parte: «El advenimiento del atomismo científico. Siglos XIX-XX»-, El átomo en la historia del pensamiento humano puede verse como un largo, detallado, interesante e informado comentario de texto a una significativa cita de Richard P. Feyman que abre el ensayo: «Si todo el conocimiento científico desapareciese en un cataclismo ¿qué frase podría preservar el máximo de información para las generaciones futuras? ¿De qué modo podríamos transmitirles mejor nuestra comprensión del mundo? Yo propongo la siguiente frase: «Todo está hecho de átomos, pequeñas partículas animadas por un movimiento incesante, que se atraen cuando están a cierta distancia unas de otras, pero que se repelen cuando se las obliga a aproximarse demasiado». Esta única frase contiene, como veremos, una cantidad enorme de información sobre el mundo, por poco que le apliquemos un poco de imaginación y de reflexión». El comentario de texto de este científico francés que participó activamente en la segunda guerra mundial, con formación e intereses filosóficos, adquiere sus cotas más elevadas en la sección cuarta, especialmente en el último y largo capítulo XIX: «El siglo XX: del átomo invisible e indivisible al átomo divisible y visible». Fue su tema, su especialidad.
No se trata de trazar aquí ningún resumen del libro sino de resaltar algunas de las consideraciones del autor. Pullman considera, con razones muy atendibles, que por su longevidad, por la misma envergadura de los debates y polémicas que ha suscitado, «por la originalidad y la variedad de los argumentos intercambiados en dichos debates -y que combinan, con una retórica a menudo apasionada y a veces vehemente, conceptos científicos, filosóficos y religiosos-«, la teoría atómica, la teoría sobre átomos y vacío como los componentes últimos de la materia, ha proporcionado un campo de batalla (la metáfora bélica no es exagerada) a un «singular choque de ideas que cubre veinticinco siglos de historia del pensamiento». Sin caer en ningún cientificismo estrecho, el que fuera miembro de la Academia de Ciencias de París señala que las discusiones filosóficas acerca de significado de la teoría no sólo no han cesado con el advenimiento de lo que él denomina «atomismo científico», esto es, el que el irrumpe con pretensión experimental y mayor precisión conceptual en el siglo XIX, sino que han recibido un nuevo impulso y están más vivas que nunca.
Pullman no se olvida de las deudas contraídas. Debemos esta extraordinaria aventura del espíritu, afirma, a la imaginación creadora, especulativa si se quiere, de una trinidad de pensadores griegos: Demócrito, Leucipo, Epicuro. Aunque el átomo científico actual, afirma el autor de forma un pelín anacrónica, no tiene más que un vago parecido con el átomo tal como lo concibieron los pensadores griegos, el concepto que ellos «regalaron a la humanidad resultó ser uno de los más fundamentales y más preñados de consecuencias para su existencia y su futuro entre todos los que han recibido jamás, de los hombres o de los cielos» (p. 12). Pullman añade, y no es poco en boca y mente de un científico que ha dejado una gran huella en el ámbito de la química cuántica: «Me estremezco cuando pienso en todo lo que la humanidad se hubiera perdido si, en lugar de un Demócrito, la suerte hubiera hecho nacer en Abdera, en el siglo V aC» (p.12)… ¡a un pensador tipo Auguste Comte! Tal cual.
Doctor honoris causa por seis universidades, Pullman fue miembro de la Academia Pontificia de las Ciencias. Como muchos otros grandes científicos. Bohr, Planck, Dirac, Schrödinger, De Broglie, Heisenberg, entre ellos. Por esa razón, o tal vez no por ese motivo, Pullman dedica cinco páginas de su ensayo a la figura de Pío XII, casi tantas como las que dedica a Kant y dos más de las que dedica a Marx. Y no se corta ni un pelo para alabar un Papa con caras tan oscuras como fue Pío XII. Un ejemplo de ello: «De todos los papas del siglo XX, Pío XII fue el que se expreso de un modo más extenso sobre el problema de la atomicidad y, en particular, sobre los interrogantes científico-filosóficos que planteó el advenimiento de la mecánica cuántica y que no podía dejar indiferentes a la Iglesia. Y lo hará en dos discursos pronunciados ante la Academia Pontificia de Ciencias… Disertaciones largas y bien estructuradas que dan fe del profundo conocimiento que tenía este papa de los temas abordados. Leyéndolas se tiene casi la impresión de estar asistiendo a una clase magistral que constituye un auténtico resumen del estado de los conocimientos de la época» (p. 386). Ni más ni menos.
No es tan generoso Pullman cuando se aproxima a la figura y aportaciones de Karl Marx. Escribe: «Solamente la fama universal de Karl Marx justifica que mencionemos, por razones anecdóticas, los escritos de juventud que consagró a la teoría atómica. En efecto, estos escritos -que se reducen a su tesis de doctorado en filosofía, Diferencias entre la filosofía de la naturaleza en Demócrito y Epicuro, y a un texto publicado póstumamente sobre «La filosofía epicúrea»…- no contienen nada que sea remotamente revolucionario ni particularmente perspicaz…» (p. 301-302).
Lo anterior, lo dicho sobre Pío XII, no es obstáculo para que Pullman ya en las páginas iniciales del libro se interrogue por qué, «durante su larga existencia política y su larga carrera espiritual, los hebreos de la Biblia», a diferencia de los griegos paganos, no aportaran prácticamente nada de interés al nacimiento de la ciencia y a su desarrollo. Su respuesta: «Yo creo que la explicación de lo que los hebreos no nos han dado reside en la naturaleza de lo que sí nos han dado. Así, unos doce o trece siglos antes que los filósofos de Mileto, en el siglo XIX aC, Abraham, buscando como ellos la «causa primera», el «principio de todas las cosas», encontró a Dios, un Dios único, creador y motor del Universo. No el agua o el aire o una «sustancia» indefinida, o los números sino Dios. De este modo marcó con un sello indeleble el porvenir de su pueblo» (p. 21).
Poco antes de morir, escribió el Premio Nobel y poeta Roald Hoffman, Bernard Pullman nos dejó «un valioso regalo de despedida: una historia elegantemente escrita y muy amena de uno de los mayores descubrimientos de la humanidad: la dilucidación teórica y experimental de la naturaleza del átomo». No es fácil apuntar un mejor resumen de un libro que en algunos momentos hace recordar al lector, y no es exagerado el elogio, esa maravillosa serie de divulgación científico-filosófica que codirigió Carl Sagan y que llevó el nombre de «Cosmos».
El epílogo provisional que cierra el volumen se abre con una frase de Bernard de Fontenelle -«el ser físico […] nunca se revela por entero. Por eso la física siempre será cuestionable»- y, consistentemente con ella, Pullman finaliza recordando que la teoría atómica, «que de he hecho tendría que haberse llamado, en su formulación original, teoría de los átomos y el vacío», ha recorrido un largo camino, que en muchos casos ha sido más bien una carrera de obstáculos, sufriendo a lo largo de él numerosas transformaciones sustanciales: en veinticinco siglos se ha pasado del átomo invisible e indivisible al átomo divisible y visible, del átomo corpúsculo al átomo onda-corpúsculo, del vacío inerte y vacío al vacío lleno y activo. Si el pasado nos ha impartido esta lección, qué sorpresa nos depararán los próximos veinticinco siglos se pregunta el autor. Pullman recuerda una significativa anécdota: Charles Coulson, un profesor de química cuántica de la Universidad de Oxford entre los años 1940-1960 recibió un día una carta en cuyo membrete constaba la frase «professor of phantom chemistry». La designación no le pareció mal a Coulson, señala Pullman. Aludía, de hecho, «a la persecución interminable de una verdad en el fondo elusiva». En este sentido, señala, ¿no deberíamos sentirnos todos como legítimos destinatarios de esa carta?