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Una apreciación sobre la ultraderecha en el mundo de hoy

Fuentes: Rebelión

(Intervención en la Mesa redonda organizada por La Jornada y la Casa Lamm, el 6 de junio de 2005, bajo el título: La ultraderecha en Mexico hoy). Cuando hablamos de la ultraderecha tendremos que diferenciar según dónde y cuándo. En el mundo la ultraderecha no es igual en todos los países, ni deben confundirse los […]

(Intervención en la Mesa redonda organizada por La Jornada y la Casa Lamm, el 6 de junio de 2005, bajo el título: La ultraderecha en Mexico hoy).

Cuando hablamos de la ultraderecha tendremos que diferenciar según dónde y cuándo. En el mundo la ultraderecha no es igual en todos los países, ni deben confundirse los ultraderechistas ricos con los pobres. Estas diferencias entre ricos y pobres, en la ultraderecha, son más marcadas en Estados Unidos y Europa que en América Latina, para referirme sólo a los casos que más nos pueden interesar ahora. La diferenciación entre las ultraderechas también debemos hacerlas según el tiempo al que hagamos referencia.

Otro aspecto que debe importarnos es la diferencia entre la derecha y la ultraderecha. No son iguales y no siempre coinciden, no por lo menos en Europa ni en Estados Unidos, aunque encontramos más casos de coincidencia en América Latina, lo cual tiene sus raíces en la historia de la región y en ciertos rasgos de la idiosincrasia generalizada en la que ha influido considerablemente la Iglesia católica y, más que ésta, la jerarquía alineada con el Vaticano.

Por razones de método debo comenzar por la diferenciación entre derechas y ultraderechas, no por definiciones pues éstas limitan, acotan y con frecuencia no nos son útiles. Las derechas suelen estar asociadas a la conservación del statu quo, pero esta caracterización no nos sirve de nada, pues las izquierdas, sobre todo cuando asumen el poder, cuando tienen el poder, son igualmente conservadoras, es decir defienden el statu quo que les es útil, entre otras cosas para mantenerse en el poder. Quizá tenía razón E. H. Carr cuando decía -cito de memoria- que las izquierdas, una vez en el poder, tienden a evolucionar hacia la derecha aunque mantengan un lenguaje de izquierda e incluso socialista.

No nos es suficiente, entonces, decir que la derecha es conservadora. La derecha, sobre todo en el poder, no está interesada en disminuir la pobreza ni las desigualdades sociales. En los países capitalistas la pobreza y las desigualdades sociales, sobre todo éstas si se trata de países altamente desarrollados, son casi un axioma, esto es, no requieren demostración. Se ven a simple vista. En los países subdesarrollados son tan evidentes que menos estaríamos obligados a proporcionar cifras, que las hay. La izquierda, por otro lado, tiende a buscar un mayor igualitarismo social, particularmente si esa izquierda es socialista y aspira a construir el socialismo una vez en el poder. Hay, me adelanto a decir, una amplia izquierda que dice ser socialista, pero en realidad no lo es, cual es el caso de los partidos socialdemócratas en el mundo, los pertenecientes a la Internacional Socialista.

Otra característica de la derecha es su pragmatismo. Éste suele estar por encima incluso de orientaciones religiosas, cuando no usan a las religiones como argumento de control social e ideológico. La derecha, precisamente por su pragmatismo, suele ser relativamente tolerante frente a la diversidad y acepta el pluriculturalismo como parte intrínseca de la sociedad. De hecho, no está interesada en oponerse a la gente por sus creencias. Lo que defiende la derecha son sus intereses, y mientras éstos no se vean amenazados es tolerante. La derecha prefiere usar su poder económico o el poder económico de sus amos, cuando son empleados, para influir en la gente, de aquí que esté muy interesada en la propiedad de los medios de comunicación, las escuelas y universidades, y todo aquello que Althusser llamó aparatos ideológicos. Son negocio y, a la vez, instrumentos para modelar la cultura de los pueblos, alienándolos.

Esta derecha tiene ciertos parecidos con la ultraderecha de los ricos. La ultraderecha de los ricos, la menos estudiada (razón por la que le dedicaré un mayor espacio) es también pragmática, relativamente pragmática o, por lo menos, no está interesada en problemas raciales ni religiosos; no sustancialmente. Para que se me entienda mejor, pensemos en el ejemplo del gobierno de Estados Unidos. A George W. Bush no le interesa que Condolezza Rice sea afroamericana o que Wolfowitz, próximo dirigente del Banco Mundial, sea judío. Tampoco que Natan (Anatoly) Sharansky sea no sólo judío sino sionista, del ala ultraderechista de Israel, fundador del partido Yisrael b’Aliyah, (Israel para la inmigración). Y Sharansky es el gurú de Bush en los últimos años. A todo mundo le recomienda la lectura del libro de Sharansky, titulado Un asunto de democracia: El poder de la libertad para derrotar a la tiranía y el terror. Fue, dicho sea de paso, Ministro sin cartera de Ariel Sharon, pero renunció en febrero pasado por su desacuerdo con algunos de los planes de éste. Es tan importante la influencia de Sharansky en Bush que éste le dijo a John Dickerson, de la revista Time, que leyera el libro, y añadió: «Le dará una idea de lo que estoy diciendo». ¿Y quién le presentó a Sharansky a Bush? El vicepresidente Richard Cheney, según menciona la revista mexicana Expansión de hace dos meses. ¿Tengo que explicar quién es Richard Cheney y qué papel ha jugado, junto con Donald Rumsfeld, detrás de los Bush, del padre y del hijo desde que hicieron al padre director de la CIA, luego vicepresidente, posteriormente presidente y al final lanzaron a su hijo? ¿Tengo que recordar que Cheney fue directivo de Halliburton, la empresa petrolera más importante del mundo con filiales en 154 países y que esta empresa es la número uno entre los que Perkins llamó, con gran inteligencia, «los asesinos económicos del mundo»?

A pesar de las aparentes semejanzas de la ultraderecha más rica del mundo de hoy con la ultraderecha nazi en Alemania y fascista en Italia, guardan diferencias importantes. Los grandes empresarios alemanes, como Thyssen, Krupp y otros, financiaron a Hitler, pero nunca hubieran estado de acuerdo en que éste estatizara sus empresas y las hiciera depender del führerprinzip. Lo mismo ocurrió con Agnelli, de la Fiat en Italia en relación con el fascismo. En Estados Unidos sólo en los años 30 del siglo pasado la ultraderecha millonaria (Morgan y Du Pont, por ejemplo) quiso darle un golpe de Estado a Roosevelt para instaurar un régimen fascista, pero ahora esa ultraderecha está en el poder, tanto la empresarial como la política, que son lo mismo, y el nacionalismo del tipo de Hitler y Mussolini no se puede imponer ahora pues los intereses de las grandes corporaciones trasnacionales están por encima de los Estados-nación, incluso de Estados Unidos pese a su gran potencial económico y militar.

Los únicos que hoy, y desde hace varios años, admiran y tratan de emular a los nazi-fascistas, sobre todo a los nazis alemanes, son los neonazis pobres tanto de Estados Unidos como de Europa, y cuando digo Europa incluyo a los países del Este que hace muy poco tiempo se hacían llamar socialistas. Los grupos y partidos neonazis son una realidad en muchos países del mundo, incluso en América Latina, pero entre ellos también hay diferencias. En primer lugar, a diferencia de los nazis históricos, los neofascistas en Europa y Estados Unidos son también nacionalistas, como los primeros, pero defensivos, no expansionistas. Unos, los europeos, defienden su nación, en contra de la Unión Europea, en contra de Estados Unidos y de la globalización neoliberal (votaron por el NO al Tratado Constitucional en Francia y en Holanda); otros, los estadounidenses, también defienden su nación, con ciertas peculiaridades incluso imperiales, pero al mismo tiempo no aceptan la globalización económica, les parece un peligro para sus formas de vida o para el modelo al que aspiran. La ultraderecha latinoamericana, por otro lado, es en general proestadounidense, admira a los imperios y el nacionalismo no parece preocuparle mucho. Hace 50 años la ultraderecha latinoamericana, como los sinarquistas mexicanos, defendía la pequeña propiedad, que el país fuera de pequeños propietarios, ahora ya no se sabe qué defiende, pues unos ultraderechistas están en contra de las trasnacionales y otros en su favor y buscan asociarse con éstas.

La religión, por otra parte, tiene especial importancia para las ultraderechas de Estados Unidos (no todas), de Europa y de América Latina, pero no lo fue, en sentido distintivo, en las dictaduras de Italia o de Alemania, aunque sí en las de Portugal o España, por ejemplo. También parece ser muy importante en los países del Islam, pero no en todos los gobiernos de estos países.

La ultraderecha pobre estadunidense es, en general racista, es decir contraria a los afroamericanos, a los judíos y a los latinos, la de Europa es también racista, pero no necesariamente antisemita, pues el sentimiento de culpa del Holocausto sigue vivo en millones de europeos. Pero su racismo lo dirigen a los inmigrantes, en primer lugar a los que provienen de Africa, Medio Oriente, Asia y América Latina, y en segundo lugar, para el caso de los europeos occidentales, a los provenientes del Este, pese al ingreso de estos países en la Unión Europea. En Europa, y también en Estados Unidos, esa ultraderecha pobre se nutre de desempleados blancos, adultos y jóvenes, pero especialmente de jóvenes, de campesinos, de clases medias bajas y de lumpenproletariat. Es contraria a la globalización, razón por la cual no debe extrañar que en Seattle la organización neonazi Alianza Nacional marchara junto a los altermunidistas que podríamos considerar de izquierda, o que en Europa, particularmente en Francia, haya votado por el NO junto, pero no revuelta, con la izquierda comunista, neocomunista, altermundista y no pocos socialistas.

El racismo europeo, sobre todo en los países del norte, suele disfrazarse como un rechazo al pluriculturalismo: los musulmanes tienen otras costumbres, dicen, no se integran como nosotros en función de la religión y formas de vida. No dicen que sean morenos o negros, sino que su cultura sea diferente. No encajan, parecen decir.

En una palabra, la ultraderecha pobre, a diferencia de la rica, es intolerante hacia el otro, no acepta la pluriculturalidad y es racista.

En América Latina, para finalizar, la ultraderecha, que también la hay pobre y rica, es diferente a la europea y a la estadunidense, como ya lo dije antes. La pobre y la rica se mezclan, pero bajo relaciones de dominación. Para decirlo crudamente, la ultraderecha rica usa a la pobre como carne de cañón si es necesario, explota sus sentimientos religiosos y su incultura, y hasta la admiración que a veces existe entre las clases medias por los ricos y sus formas de vida. Esta ultraderecha no es en la actualidad nacionalista, ni le interesa. Admira a Estados Unidos y admiraría a Europa si estuviera mejor informada y si tuviera cultura. No es, en general, racista, pues sería como autofagia, si es blanca llama a los morenos «nacos», pero si éstos son muy ricos o tienen poder político, los invita a su casa. Ambas, la rica y la pobre, son religiosas, pero la primera usa la religión como factor de dominio a la vez que de identidad. Los Caballeros de Colón, los del Opus Dei, los Legionarios de Cristo y otros más, que no sólo existen en México, son de una religiosidad conveniente, sobre todo porque están de acuerdo con los valores de estas religiones para sus hijos. En este sentido los pobres son más auténticos, pero también más fanáticos. No parece posible que los ricos católicos linchen a un protestante, pero los pobres sí lo pueden hacer, lo han hecho.

Otra característica de la ultraderecha latinoamericana es el respeto y a veces admiración por las fuerzas armadas, donde también existe y participa la ultraderecha, y esto lo saben mejor que nosotros los uruguayos, los argentinos, los brasileños y los chilenos, para sólo poner unos ejemplos.

La ultraderecha latinoamericana suele ser religiosa, no muy racista, salvo en los núcleos neonazis y seguidores de Salvador Borrego, por ejemplo; es intolerante, no es nacionalista, es, por lo mismo pro globalización neoliberal y pro estadunidense. La rica domina claramente a la pobre y ésta, también a diferencia de Estados Unidos y de Europa, no sólo no protesta contra los ricos sino que los admira y les da las gracias por las migajas que estos les sueltan desde las ONG, los gobiernos o desde Vamos México.