Como quien mira el sarao tras los visillos, intrusa en una fiesta a la que no fue invitada, así se ve a cierta Izquierda cuando se trata de las discusiones respecto de la crisis de las reformas que intentan controlar la crisis del sistema. Salvo para avizorar potenciales candidatos para las siguientes presidenciales e insistir […]
Como quien mira el sarao tras los visillos, intrusa en una fiesta a la que no fue invitada, así se ve a cierta Izquierda cuando se trata de las discusiones respecto de la crisis de las reformas que intentan controlar la crisis del sistema.
Salvo para avizorar potenciales candidatos para las siguientes presidenciales e insistir en el mantra de la nueva Constitución por medio de una Asamblea Constituyente, esta Izquierda no propone mucho más.
Y sin embargo, cosa rara, otra Izquierda se ha expresado de mejor manera hasta traer las cosas a este punto peligroso, si se mira desde los sostenedores.
Lejos de lo que se diga, no es ni la llamada ultra ni la derecha la que se levantan desde los estudiantes, que ven como se secuestran sus demandas. La Izquierda universitaria avanza a paso firme por la vía de la unidad de nuevas expresiones de la Izquierda, dejando, de paso, sumidas a la mínima expresión a las juventudes políticas de la Nueva Mayoría.
Las luchas de los trabajadores por medio de numerosas huelgas, invisibles para los medios de comunicación, apuntan a que el modelo les roba sus derechos y advierten que se avizoran mayores dificultades para sus vidas por las medidas que se anuncian para limitar el efecto del bajo crecimiento.
A estas expresiones de descontento profundo ahora se suman los profesores, que se ven marginados de las reformas y se les niegan sus reivindicaciones ya veteranas. Y en una soberbia expresión de descontento, se han alzado en contra de su dirigencia que más bien representa los intereses y el programa de la Nueva Mayoría.
En estos movimientos que emergen de una comprensión diferente del sindicalismo, del gremio y de las expresiones territoriales, lo que pulsa son distintas, diversas, nuevas y desconocidas variantes de un sentir de Izquierda, que no se ajusta a lo que hasta ahora se conoce.
No es la ultra ni es la derecha: lo que vibra entre la gente es una aproximación a entender el valor que tiene su propia fuerza. Sin embargo, estas expresiones reñidas con el modelo, abiertamente críticas de la política tal como se expresa en el duopolio que ha concentrado todo el poder post dictatorial, aún no se encuentra en una sola consigna para intentar un camino más o menos coherente y sincrónico.
La Izquierda sobreviviente, que no da pie con bola e intenta ajustar la realidad a sus consignas y convencimientos, aún no se abre a intentar una comprensión de aquello que la supera.
Hay una Izquierda que vive con la mente fija en los calendarios electorales, convencida que ahora sí se podrá. Y que superando los errores, omisiones y desprolijidades de las justas anteriores, ahora sí la gente entenderá que hay que votar por ellos.
Y no muy lejos de ahí, palpita otra Izquierda que detesta las elecciones, y vive al amparo de ensoñaciones que no fueron en un pasado que cada vez se aleja más del presente brutal.
Otros bienintencionados exploran quimeras inexploradas en las que bastaría una buena idea para cambiarlo todo, expulsar a los granujas de todo el poder y fundar un socialismo de siglo XXI. Pero lo único cierto es que las dificultades que ha tenido la cultura neoliberal dominante para asentar su proyecto sin complicaciones, no han venido de estas expresiones que se precian de antisistémicas. Han venido de la calle, no del debate de foros ni de academias.
Que aún no madura para asumir responsabilidades mayores y proponer un camino que interprete la rabia anidada en millones, es cierto. Y que se está tomando más tiempo que el necesario, también. Pero lo cierto es que en la gente atropellada, lejos de los foros y las tribunas, soportando a diario la represión, la indiferencia y todos los miedos, aguardando con la esperanza larga del pobre, late un corazón de Izquierda.
En la gente sobrevive un pálpito allendista que no ha muerto, que confía en sus propias fuerzas, que sabe que en la calle se hace algo más que caminar y que ha comenzado a poner en duda lo que hasta hace poco era inmutable.
Hay una historia que aún espera por aquellos signados para abrir las alamedas, por los legítimos herederos de una historia que se niega a morir.
Publicado en «Punto Final», edición Nº 819, 12 de diciembre, 2014