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Sobre "El orden de El Capital. Por qué seguir leyendo a Marx", de Carlos Fernández Liria y Luis Alegre Zahonero

Una lectura republicana de «El Capital» (II) Contra las entregas estúpidas y desinformadas

Fuentes: Rebelión

En el prólogo, en el magnífico prólogo que ha escrito para El orden de El Capital (ODEC), Santiago Alba Rico habla de un momento muy inquietante, en el Libro III de El Capital, en el que «Marx nos dice que si las mercancías se vendieran a sus valores, quedaría abolido todo el sistema de la […]

En el prólogo, en el magnífico prólogo que ha escrito para El orden de El Capital (ODEC), Santiago Alba Rico habla de un momento muy inquietante, en el Libro III de El Capital, en el que «Marx nos dice que si las mercancías se vendieran a sus valores, quedaría abolido todo el sistema de la producción capitalista, de manera que puede interpretarse que la teoría del valor resulta incompatible con lo que ocurre en la realidad». Lo de menos, prosigue SAR, es que «Marx vaya a demostrar, quizás, que esto solo ocurre «en apariencia», porque, en el fondo, la teoría del valor sigue cumpliéndose de todos modos»; lo inquietante, remarca el coautor de El naufragio del hombre, es que «Marx diga a continuación que si del hecho demostrado de que «las mercancías no se venden a sus valores» hubiera que concluir «que la teoría del valor es falsa», resulta que la conclusión no sería que la teoría del valor es falsa, sino que el capitalismo es incomprensible» [el énfasis es mío].

Tiene razón sin duda Santiago Alba Rico cuando señala a continuación que esa «forma de argumentar tiene algo de extravagante». Lo parece ciertamente. Lo mismo ocurre en otro pasaje no menos inquietante. Justo en el momento en que Marx «acaba de demostrar que la tasa de ganancia tiende a igualarse para todos los sectores con independencia de lo intensivos que sean en mano de obra y todo hace pensar que la fuente del plusvalor ya no es el trabajo y que, por consiguiente, la teoría del valor deja de cumplirse», Marx infiere, señala Alba Rico, que, «si esto fuera así (y lo inquietante es que acaba de demostrar que es así), «desaparecería todo fundamento racional para la economía política»».

Ni más ni menos. Sin teoría del valor no hay posibilidad de entender nada. Si los hechos empujan o empujaran a hacernos pensar que la teoría está extraviada, no sería el caso entonces, como parece popperianamente razonable, que tal conjetura fuera falsa o que quedara herida de muerte «sino que la realidad es incomprensible». ¡Qué pensaría el otro Karl, el de Conocimiento objetivo, si pudiera levantar de nuevo la cabeza aunque fuera unos instantes! ¿Existe algún caso otro similar en el ámbito del conocimiento positivo? No parece que la respuesta, prima facie, pueda ser positiva. ¿Estamos aquí entonces ante una clara muestra de insensatez epistémica marxiana? Por qué entonces, sigue preguntándose el autor de Noticias, Marx está tan seguro de que «no se puede renunciar a la teoría del valor incluso cuando acaba de demostrar él mismo que la teoría del valor no se cumple». ¿Será que en el fondo sí se cumple?, ¿será que es posible encontrar la ley de transformación de valores en precios?

Este fue, señala el prologuista, el camino que siguió la tradición marxista con el famoso problema de la transformación. Resumiendo y esperando no desvirtuar: las mercancías se venden a un precio que es proporcional al capital invertido, pero la teoría del valor «exige que los precios sean proporcionales a la cantidad de trabajo que ha intervenido en su fabricación». A partir de este punto, la tradición no ha cesado de intentar encontrar un procedimiento capaz de transformar los valores en precios. Usó para ello, una dialéctica que normalmente ha jugado «con lo que ocurre «en apariencia» y lo que ocurre «en el fondo». En este género de argucias teóricas -esencia/apariencia, fondo/superficie, forma/contenido.- se han escondido a menudo auténticos trucos de prestidigitación que permitían al marxismo decir lo mismo y lo contrario al mismo tiempo con tan solo sacarse de la manga dos (o tres) niveles de análisis».

Ataviados falsamente de una supuesta (e imprecisa) lógica dialéctica, «estos recursos se convirtieron en una continua estafa científica». El libro de CFR y LAZ, anuncia Santiago Alba Rico, reserva al lector/a una buena sorpresa al respecto. ¿Qué sorpresa? La siguiente: lo que sus autores vienen a demostrar «es que el problema que estaba en juego en esa tozudez marxiana por ligar la economía a la teoría del valor no tenía que ver con el asunto de que ésta se «cumpliera» o no se «cumpliera» en la determinación de los precios» sino que tenía que ver más bien, nada más y nada menos, «con la delimitación del objeto de estudio de la Economía y, en concreto, con la forma en la que hay que pensar la articulación entre Mercado y Capital, por una parte, y entre Derecho, Ciudadanía y Capital, por otra». De este modo, podía ser perfectamente falso que el valor-trabajo fuera el determinante último de los precios, sin que, con ello, la teoría del valor tuviera que ser rechazada ya que «podría ocurrir muy bien que la determinación de los precios no fuera ni mucho menos aquello para lo que la teoría del valor resulta imprescindible».

Podría ocurrir muy bien que lo que se jugara en esa teoría fuera más bien la posibilidad de constituir un objeto científico propio para la economía política, de tal modo que sin ella, sin la vigencia de la teoría del valor, la Economía misma se convirtiera en una estafa gnoseológica. Podría ocurrir, prosigue Alba Rico, que la economía no pudiera sino plantear mal todas las preguntas sin una previa aclaración sobre la relación entre Mercado, Capital y Ciudadanía, sin una comprensión clara de la articulación de la sociedad moderna cuya «ley económica fundamental» trató Marx de esclarecer.

El panorama descrito es excelente, prometedor, estimulante. ¡Qué más podemos pedirle a un prólogo y a su autor sino que nos describa con mimo los olores de una degustación apetecible! Vale la pena ver todo esto con más detalle. Veamos, transitando por esa misma línea, lo que los autores señalan en la Introducción de su ensayo (páginas 17-27).

¿Qué es el capitalismo?, se preguntan. Parece fácil la respuesta, pero «una vez formulada la pregunta, no podemos dejar de reconocer que no tiene una fácil respuesta». Las Facultades de Ciencias Económicas se van transformando progresivamente en escuelas de administración de empresas o de técnicas de mercado, en «ciencias» -¡que algún Dios gnoseológico nos proteja!- empresariales o para futuros empresarios y directivos. Prácticamente ha desaparecido el espacio teórico e institucional para preguntar qué es eso del capitalismo. Por ello, señalan CFL y LAZ, «necesitamos más que nunca volver a leer a Marx». Si Marx ha unido su nombre al de otros grandes autores del pensamiento universal ha sido por lograr formular, respecto a un terreno que había permanecido inexplorado hasta el momento, una pregunta tan desconcertante como las preguntas que se formula la física u otras disciplinas teóricas. Por ejemplo, qué es el infinito o qué es un conjunto en el caso de las ciencias matemáticas.

A pesar del ambiente neoliberal académico (los planes de Bolonia intentan ejercer también su mando pragmático y autoritario en esta plaza), los autores creen que «la pregunta por la consistencia interna del capitalismo, tal como la formula Marx, se está abriendo paso como a codazos y, de un modo inesperado, se está produciendo una significativa recuperación del interés por El capital». Para CFL y LAZ, volver la mirada hacia Marx para que, entre otras cosas, nos ayude a entender las dimensiones reales de lo que está cayendo y como está cayendo, «exige rescatar su obra de ese corpus que generalmente se reconoce como «marxismo» […] y que, en realidad, no es más que el producto de una doctrina de Estado que se fue configurando al agitado ritmo de las decisiones políticas, sin hacer concesiones al sosiego, la tranquilidad y la libertad que requiere el trabajo teórico».

Esta es una de las primeras tesis que los autores defienden y formulan con claridad cartesiana: leer fructíferamente a Marx exige desgajarlo de ese corpus de falsas doctrinas que ha sido llamado «marxismo» y que, en su opinión, no es sino una ideología o una doctrina de Estado que seguramente sirvió para encubrir, con ropajes la mar de aparentes en ocasiones, acciones, posicionamientos y reflexiones poco transformadores. Para CFL y LAZ, uno de los efectos más desastrosos que tuvo para la tradición marxista revolucionaria «este modo de establecer su versión oficial», quizá fuera el haber regalado a la ideología liberal, y a sus activas prolongaciones actuales, «los conceptos fundamentales de la tradición republicana». El negocio no pudo ser peor para las tradiciones emancipatorias, no sólo para el marxismo claro está, ni más redondo y rentable para la ideología (neo)liberal. ¿Por qué? Porque «no hay nada mejor para defender la postura propia que presentarla indisolublemente unida a ciertas aspiraciones irrenunciables de la humanidad… sin apenas oposición, el liberalismo económico logró con gran habilidad defender de un modo verosímil la perfecta unidad entre libertad, derecho y capitalismo como ingredientes imprescindibles de la Sociedad moderna».

El «argumento liberal» es resumido por CFL y LAZ en los dos pasos siguientes: 1. Tras siglos de represión y persecución político-cultural, la sociedad moderna surgió de la renuncia a imponer prescripciones vinculantes generales a partir de una consideración fundamental: nadie tiene derecho a imponernos qué debemos creer o hacer en contra de nuestra propia voluntad. En realidad, «el proyecto de fundar un Estado de derecho consistiría ante todo en romper con las ataduras y servidumbres ancestrales» que prescribían obligatoriamente para todos qué se debía pensar, qué se debía hacer, qué se debía decir y en qué se debía creer. 2. En el ámbito económico, el anterior principio «nos llevaría de un modo automático a establecer una esfera del intercambio en la que nadie tuviera derecho a inmiscuirse en los acuerdos que se alcanzasen entre particulares (siempre, claro está, que no supusieran una amenaza para terceros)». Para los autores de ODEC, el resultado de aplicar el principio de libertad civil a la esfera económica «conduciría a un mercado generalizado en el que cada uno pudiese perseguir libremente su propio interés… a un sistema de mercado guiado por la obtención de beneficios y, por lo tanto, a un sistema capitalista». Dicho más sucintamente: sobre la base del principio de libertad civil, «se obtendría, por un lado, el concepto de Estado de derecho y, por otro, el concepto de capitalismo». Ambos -Estado de Derecho, capitalismo- formarían parte inseparable del mismo sistema, la «sociedad moderna». De este modo, defender uno -el Estado de derecho- exigiría defender al mismo tiempo el otro -el capitalismo-. Dos al precio de uno; no uno sin el otro.

En la lectura tradicional, el Estado de derecho constituiría la negación de las comunidades cerradas, opacas y excluyentes, dando lugar a una sociedad marcada por el egoísmo individualista que, sin embargo, y eso se formulaba con énfasis tomando pie en pasajes del Manifiesto Comunista, constituiría un progreso respecto a la etapa anterior. Pero, claro está, quedaba pendiente el (tercer) momento (dialéctico-sintético) de la negación de la negación. Con ella, «se recuperaría una densidad comunitaria y una consistencia moral tan impecable que perfectamente se podría prescindir del Derecho; una sociedad, en definitiva, tan felizmente marcada por el compromiso comunitario que pudiese por fin prescindir del sistema individualista de conceptos que caracteriza a la sociedad burguesa, es decir, ese sistema integrado por derecho y capitalismo». Era el comunismo, la finalidad esencial de la tradición marxista y de otras tradiciones emancipatorias.

¿En qué medida participa Marx de este modo de pensar?, se preguntan los autores. ¿Es así como razona en El capital?, ¿derecho y capitalismo son dos caras inseparables de la misma moneda?. No es el caso en su opinión. En absoluto. Para CFR y LAZ, «la crítica de Marx a la sociedad moderna está realmente muy lejos de compartir por completo la columna vertebral de la ideología liberal», su crítica a la economía política constituye ante todo -que no es poco- una impugnación del lugar teórico que el liberalismo asigna a cada concepto. Los autores van a defender no sólo que, a partir de Marx, Derecho y capitalismo, están lejos de ser caras afables e interrelacionadas de la misma moneda, sino que más bien «constituyen dos elementos radicalmente incompatibles entre sí… lo que la obra de Marx vendría a demostrar es más bien que el concepto de capitalismo es radicalmente incompatible con los principios más básicos del Estado civil«. Ni más(Marx) ni menos: capitalismo versus Estado de Derecho. No uno con el otro.

Actualmente, prosiguen CFL y LAZ, es ya posible y necesario aprender a leer El capital de un modo que permita distinguir, como ya se apuntó, la teoría de Marx «de todas las modificaciones realizadas por la ideología de Estado que cristalizó en su momento con el nombre de «marxismo»». Para ello, sostienen, hay que analizar con todo detalle el orden de El capital, entendiendo por ello, la estructura teórica de la obra y, con ello, «la estructura política que se analiza por medio de ella».

La tarea ciertamente, reconocen CFL y LAZ, no está exenta de problemas. Un ejemplo nuclear. Marx comienza El capital con un análisis del concepto de mercancía y, por lo tanto, de la idea de mercado. En el marco de la sociedad moderna, no cabe entender por mercado nada más que un espacio de confluencia entre sujetos jurídicamente reconocidos como libres e iguales que negocian entre sí para intercambiar bienes de los que son legítimamente propietarios. La idea de mercado de la que parte El capital (y en la que se basan conceptos tan centrales como el de «valor») toma pie en principios jurídicos como los de Libertad e Igualdad. A partir de ahí, tras la primera sección del libro I, recuerdan los autores de Comprender Venezuela, pensar la democracia, Marx parece ir deduciendo el resto de los conceptos que necesita poner en juego para sacar a la luz las leyes que rigen la sociedad capitalista. Sin embargo, «ya desde la segunda sección, surge la necesidad de dar cuenta de la compatibilidad de los nuevos conceptos que van surgiendo con los conceptos que, correspondientes a la idea de mercancía, sirvieron como punto de partida». Esta cuestión, señalan, requiere una pormenorizada investigación.

Está hecha, la han realizado, es el libro que tenemos entre manos (y que debería estar ya cerca de sus ojos). Hay algo, sin embargo, matizan, que puede ya adelantarse: de cómo se interprete el orden de El capital, su estructura teórica, dependerá en gran medida «la relación que quepa localizar entre derecho y capitalismo». Si fuera posible deducir el capitalismo a partir de los conceptos que toma Marx como punto de partida, habría que admitir que los conceptos de libertad e igualdad bastarían para derivar de ellos las leyes de la sociedad moderna. De este modo, todos los intentos de interpretar el orden de El capital como un mero despliegue -en clave dialéctica o no- del contenido de la sección primera, «compartirían en gran medida el modo como la sociedad moderna se cuenta a sí misma la relación que hay a su base entre derecho y capitalismo». Conscientes del difícil camino que se proponen transitar, CFL y LAZ apuntan algunas objeciones a las que quieren adelantarse desde el primer momento «ya que, honestamente, consideramos que se deben más bien a un malentendido y, sin embargo, sabemos con certeza que se van a presentar».

La primera de las acusaciones, de las potenciales acusaciones, que consideran completamente infundada es la que los considere autores neorricardianos en vez de marxistas, confundiendo el concepto de valor que defienden con el del gran Piero Sraffa, el gran amigo y compañero de Antonio Gramsci, el máximo exponente del planteamiento neorricardiano, «es algo tan desatinado como confundir el concepto de valor que utiliza Marx con el de Ricardo». Grandes economistas del siglo XX cometieron este error, señalan: Schumpeter consideraba que la teoría del valor de Marx era en lo esencial idéntica a la de Ricardo. Pero existe en su opinión una diferencia irreductible que tiene que ver «con la función fundamental que se asigna en cada caso a la teoría del valor». Ricardo construye el concepto de valor como una teoría de la determinación de los precios, «de las proporciones de intercambio entre las mercancías individuales»; para Marx, por el contrario, la teoría del valor «constituye ante todo una herramienta imprescindible para el análisis de la distribución social y de la asignación global entre las clases».

La segunda objeción, igualmente potencial, a la que se enfrentan es la que consideraría antimarxista el uso que hacen del concepto de equilibrio. El concepto de «equilibrio» o «equilibrio general» ha sido siempre denostado en la tradición por el uso que hace de él la economía neoclásica. Para hacerse cargo de la hostilidad que genera este modo de proceder que arranca con Walras, los autores nos remiten al artículo que escribieron Freeman y Carchedi en el libro, por ellos mismos editado, Marx and non-equilibrium economics: «The psychopatology of Walrasian marxism». «Esa psicopatología sería un asunto muy grave en nuestro caso», señalan. No obstante, añaden, «es obvio que en El capital opera algo al menos análogo al concepto de equilibrio». Marx muestra que la sociedad capitalista no está nunca ni puede estar en equilibrio. Sin embargo, prosiguen, «sí es necesario en el planteamiento de Marx algún concepto que nos permita saber en qué sentido presionarán los correctivos del mercado en cada una de las situaciones de desequilibrio que, en efecto, constituyen la realidad». Sólo es posible, concluyen, saber en qué sentido «presionarán los correctivos» si se acepta la validez de «algún concepto al menos análogo al de previsible (aunque siempre irreal) equilibrio en un sistema de competencia dado». Nada de todo esto implica afirmar, remarcan CFL y LAZ, «que la realidad esté realmente en algún momento en equilibrio».

El capital, recuerdan CFL y LAZ, no es una obra terminada. Excepto el libro primero, el resto quedó, a la muerte de Marx, pendiente de publicación. Fue tarea de Engels, una inmensa tarea, casi inabarcable para un ser humano en solitario. El siglo y medio de controversias interminables respecto a los mismos temas, señalan finalmente CFL y LAZ, «dan también buena muestra de la oscuridad que existe en algunos puntos, y seguir disimulando para intentar que no se note es algo inaceptable desde el punto de vista tanto de la verdad como de la justicia». La fecundidad de la teoría marxista seguirá cercenada, en su opinión, «mientras se sigan disimulando las dificultades, rellenando con propaganda los huecos del desarrollo científico, realizando deducciones confusas y fingiendo que se entienden con total claridad, colocando gráficos allí donde faltan conceptos y presentando como certezas absolutas las tesis más dudosas».

La primera parte del camino emprendido, que lleva por título «Rescatar a Marx del marxismo. Consideraciones sobre el índice de El capital, el Prefacio de 1867 y el Epílogo de 1873», se abre con «El problema de la teoría del valor» y con una mirada sobre Marx «como el Galileo de la historia». Habrá que proseguir, pues, por senderos galileanos. Ya Marx apuntó que sus dos héroes favoritos eran Espartaco y un corresponsal del descubridor de las manchas lunares, Johannes Kepler.

 

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.