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Sobre El orden de El Capital. Por qué seguir leyendo a Marx, de Carlos Fernández Liria y Luis Alegre Zahonero

Una lectura republicana de El Capital (V)

Fuentes: Rebelión

La delimitación del objeto de estudio de la economía y la estructura de El Capital. El apartado «El problema de la teoría del valor» del primer capítulo del libro de CFL y LAZ está dedicado a la delimitación del objeto de estudio de la economía política. El primer paso de una ciencia no consiste en […]

La delimitación del objeto de estudio de la economía y la estructura de El Capital.

El apartado «El problema de la teoría del valor» del primer capítulo del libro de CFL y LAZ está dedicado a la delimitación del objeto de estudio de la economía política. El primer paso de una ciencia no consiste en acumular hechos empíricos. Fundar una ciencia, sostienen los autores, «consiste en delimitar su objeto de estudio, definir el tipo de objetividad del que esa ciencia se va a ocupar… Lo importante es delimitar la pregunta que hay que hacer a la realidad, de modo que la experiencia y la observación puedan responderla». Descartes y Galileo fundaron la física moderna delimitando un universo «hecho de muy poca cosa», materia y movimiento. Esa base mínima les permitió plantear las preguntas pertinentes.

Con respecto al Marx economista que había expuso Schumpeter, nos encontramos con una trayectoria doblemente paradójica. Por una parte, ese «trabajador infatigable», que «lo dominaba todo en su época», se apuntaba «a la única teoría que no llevaba a ninguna parte». Lo paradójico aquí, remarcan CFL y LAZ «era que, con semejante punto de partida, Marx habría acabado por observar más y mejor que nadie en su época». Es igualmente paradójico, paradoja sobre paradoja, que «acabara finalmente por resultar acertado en asuntos teóricos muy poco o muy mal elaborados por los economistas de su época». De hecho, el reproche inicial contra Marx se invertía: Marx se desentendía inicialmente de los hechos; como al final del proceso acababa arreglándose muy bien con ellos, era entonces obvio, se decía, que se habían «cometido por el camino «errores de deducción» y casos de non sequitur«, que permitían a Marx desembarazarse de los lastres de su «sistema». Otra hipótesis sería un imposible lógico: ¿es pensable que un punto de partida disparatado orientara una investigación certera? (De hecho, es pensable pero en principio parece absurdo).

Empero, esta es la tesis defendida por los autores, lo que quizás ocurrió realmente no fue eso. No fue tanto que «Marx se desembarazara de su sistema en favor de la observación, como que, tras haber definido un aparato conceptual preciso en orden a una especie de modelo ideal, y tras encontrar en él una ley fundamental que regiría todo intercambio de mercancías que verdaderamente fueran eso y sólo eso, mercancías, luego pasara a ocuparse de describir los hechos, no tanto, con sus sentidos, como con los instrumentos precisos que le proporcionaba su sistema». Dicho de otra manera, insisten y destacan CFL y LAZ: Marx habría comenzado delimitando el objeto de la economía política y «el universo de la economía política debe partir, en opinión marxiana, de muy poca cosa: trabajo abstractamente humano, por un lado, y naturaleza, por otro». Comme il faut.

Dos componentes elementales: no más -no tres: los medios de producción son reductibles a trabajo humano y naturaleza)-, pero tampoco menos. «En ocasiones se ha intentado sostener que, en realidad, el trabajo es la verdadera fuente de toda riqueza». Sin embargo, Marx, recuerdan oportunamente CFL y LAZ, «reprende muy duramente a quienes así lo hacen, especialmente si lo hacen intentándose amparar en sus propias teorías». Los compases iniciales de la Crítica al programa de Gotha enseñan sobre este peligro de reducción monádica y abonan a un tiempo, cabe añadir, una lectura ecologista, no desbocadamente antropomórfica, del legado marxiano.

¿Es posible reducir también el «trabajo» a sus elementos naturales, se preguntan CFL y LAZ? Marx bloquea esa posibilidad: «si se trata precisamente de desarrollar una investigación en el terreno de los asuntos específicamente humanos (que es, en definitiva, a lo que hemos denominado el «continente historia»), nos encontramos con determinadas distinciones que resultan radicalmente irreductibles y que, por lo tanto, no pueden de ningún modo dejar de tenerse en cuenta desde esa perspectiva». Desde el punto de vista del científico implicado en el estudio de asuntos humanos, señalan brillantemente CFL y LAZ, «resulta crucial mantenerse en la perspectiva en la que no es posible confundir trabajar con funcionar, ni confundir enfermar con estropearse, ni el descanso de los hombres con el barbecho de la tierra, por mucho que se trate de distinciones bastante irrelevantes, por ejemplo, desde el punto de vista de la física e incluso desde el punto de vista del propio proceso productivo».

Desde esta perspectiva, en ningún caso cabrá abandonar la centralidad de la siguiente cuestión: en qué relación se encuentran el trabajo humano y la apropiación de la naturaleza. Se genera entonces un espacio teórico en el que ocupará un lugar destacado el análisis de la relación que se establece entre trabajo humano y propiedad sobre los bienes que brinda la naturaleza por mediación de ese trabajo. Marx considera, apuntan de CFL y LAZ, que la economía «no puede desentenderse de esta cuestión sin perder, simplemente, su objeto de estudio«. Corolario crítico de la esta última consideración: se pueden hacer muchas cosas al margen de esa cuestión pero no una economía que no resulte una estafa. «Esto es algo que resulta muy llamativo hoy en día, cuando vemos llamar economía a tantos trabajos que son puras ensoñaciones matemáticas, a lo mejor muy correctas desde el punto de vista matemático, pero carentes por completo de sentido económico». Así, comentan CFL y LAZ, resulta inquietante «o criminal, según se mire, la facilidad con la que ciertas mentalidades de economista, pasan de los óptimos de Pareto, que son óptimos desde un punto de vista matemático, a los óptimos económicos, y de estos, a considerar óptimas medidas económicas que generan verdaderas catástrofes humanas».

Así, pues, como en Galileo, como en el autor de La Geometría, también en el caso de Marx el objeto de estudio queda determinado por el propio trabajo teórico con anterioridad a que pueda realizarse sobre él alguna experiencia. Para los autores de El orden de El Capital. Por qué seguir leyendo a Marx , la Economía, si no quiere dejar de ser Economía, si no quiere dejar de ser ciencia, no puede abandonar la perspectiva en la que el trabajo humano está situado en primer término. «Esto es hasta tal punto así que si se da el caso de que el capitalismo consiste en volver irrelevante, por ejemplo, la distinción entre trabajar y funcionar, no por eso la economía que estudia el capitalismo puede encogerse de hombros frente a esa distinción». La ciencia que estudia el capitalismo, concluyen metódica y éticamente los autores, no tiene derecho a ignorar las cosas que el mismo capitalismo considere oportuno ignorar.

  El siguiente apartado del capítulo lleva por título «La pregunta pendiente: una primera presentación del problema de la estructura de El capital» La cuestión pendiente es enunciada así por los autores: «¿por qué ese trabajador infatigable y erudito sin igual se adhirió, desde el primer momento, a la teoría del valor-trabajo, introduciendo su investigación por unos cauces teóricos que no iban a tener futuro alguno en la posterior evolución científica de la Economía?». Con ello, en lugar de acumular material empírico, Marx parecía anteponer una disquisición metafísica como condición de las investigaciones económicas, «apartando, al parecer, a esta disciplina del terreno propio de las ciencias positivas». Se ha hablado antes de ello. Reformulando la cuestión desde la inspiración socrática-galileana que los autores defienden y abonan, el problema queda planteado del siguiente modo: «¿por qué era para Marx tan epistemológicamente importante que el análisis económico comenzara por asegurarse de que el valor, en tanto que trabajo aglutinado en una mercancía fuera la referencia respecto a la cual la Economía no podía permitirse, jamás, operar un «cambio de tema»?» En cierto sentido, hablan ahora CFL y LAZ de la finalidad básica de su propia investigación, «los objetivos de este libro podrían darse por satisfechos con la respuesta a esta pregunta, sobre la cual los mejores economistas marxistas jamás terminarán, por lo visto, de discutir». Para que el lector menos iniciado en polémicas marxistas y en la lectura de los libros de El capital, pueda hacerse una idea de la magnitud del problema, los autores adelantan «algunos apuntes sobre la estructura de esta obra, unos apuntes que, por supuesto, sólo con el tiempo se irán llenando de contenido».

El itinerario teórico seguido por Marx es presentado así por CFL y LAZ: tras aislar el concepto de valor y enunciar la «ley del valor» como la ley de intercambio de equivalentes de trabajo, «parece claro que el concepto de valor deberá en adelante funcionar como la base a partir de la cual explicar el precio al que se vende cada mercancía». La ley de la oferta y la demanda, señalan, puede hacer oscilar el precio, pero siempre lo hará, según la ley del valor, en torno a un nivel marcado por la cantidad de trabajo que se ha invertido en esa mercancía. Al pasar a la sección 2ª del primer Libro, «Marx se empeña en deducir el concepto de plusvalor sin necesidad de suponer que los capitalistas violan la ley de intercambio de equivalentes, es decir, la ley del valor«. A partir de ese momento, señalan, nos encontramos con una monumental paradoja: «sin violar la ley del intercambio de equivalentes, el capitalista se apropia continuamente de trabajo ajeno sin aportar como equivalente ningún trabajo propio».

Esta aporía, prosiguen, plantea un problema muy profundo respecto a la estructura del Libro I, una cuestión que también se ha discutido interminablemente en la tradición y en la misma academia. La siguiente: «¿en qué sentido la sección 2ª (y el resto de las secciones del Libro I), se «siguen», o se «deducen» de la sección 1ª?» ¿Cómo se puede deducir de la ley del valor algo que (aparentemente cuanto menos) la contradice?» Esta, anuncian, será una de las preguntas más específicas a las que tendrá que dar respuesta su libro. Otra más. «Si se diera el caso de que la sección 2ª y todo el resto de El capital, no se dedujeran de la 1ª, ¿en qué sentido, entonces, podríamos seguir manteniendo, así por la buenas y como lo que nadie ha puesto todavía en duda, que Marx es uno de los seguidores de la teoría del valor? ¿Se podría seguir manteniendo que la teoría del valor es el punto de partida de Marx o incluso la teoría misma de Marx en tanto que economista?».

No cabe dudar, en opinión de CFL y LAZ, de que Marx ha considerado imprescindible exponer antes la teoría del valor para construir, posteriormente, el concepto de plusvalor y desarrollar su teoría sobre la explotación capitalista. «No parece caber duda de que, a partir de ahí, en los tres libros de El capital, jamás se perderá este punto de referencia». Empero, una cosa es, remarcan, que esa teoría sea un punto de referencia irrenunciable «y otra cosa muy distinta es pretender que es la premisa a partir de la cual se deduce el edificio teórico de El Capital«. De que la Economía, insisten, no tenga derecho a perder la perspectiva de la ley del valor, no se infiere inexorablemente que el capitalismo se pueda deducir a partir de ella.

La cosa se vuelve especialmente llamativa, señalan, en un punto culminante del Libro III. Tan llamativa que la discusión al respecto es sin duda de las más extensas y profundas entre los economistas marxistas. En ese libro, editado por Engels, Marx elabora su teoría de la ganancia capitalista y su teoría de los precios de producción. «¿Cómo se relacionan «valor» y «precio de producción»? ¿En qué sentido la teoría de los precios de producción invalida la teoría del valor de la que ha partido toda la investigación?» Para CFL y LAZ, lo que tiene que llamar ahora nuestra atención es una cuestión de actitudes: «la curiosa actitud que adopta Marx, justo en el momento en que, en el corazón mismo del Libro III, acaba de demostrar incontrovertiblemente que las mercancías de la sociedad capitalista no se intercambian a su valor, es decir, que su precio no responde a la cantidad de trabajo invertido en ellas, sino, más bien, a su «precio de producción», que a su vez responde a la cantidad de dinero que se ha invertido en ellas, más la ganancia media que se suele obtener con una cantidad semejante de dinero».

No cabe aquí dar cuenta de la argumentación detallada. Sí, en cambio, remarcar lo más sustantivo: «Se podría pensar que mirando al microscopio los precios de producción, uno terminará por encontrar tarde o temprano, el valor. La mayor parte de los economistas marxistas se ocuparon así de un famoso problema consistente en transformar los valores en precios de producción. […] Independientemente del juicio que nos merezcan estas polémicas, lo que siempre resultará hartamente llamativo es la chocante naturalidad con la que, en el momento más culminante de todos, Marx se ocupa de plantear el problema como de pasada. Tras algunos millares de páginas que «seguían» supuestamente a la dichosa sección 1ª del Libro I, Marx hace la siguiente declaración sorpresiva: «lo expuesto vale sobre la base que, en general, ha sido hasta ahora el fundamento de nuestro desarrollo: la de que las mercancías se vendan a sus valores»».

Lo que de grave, remarcan CFL y LAZ, tiene esta aseveración es que está hecha justo en el momento en que Marx está demostrando que «si en la sociedad capitalista no se formara una tasa de ganancia media entre los distintos sectores (independientemente de que movilicen mucho o poco trabajo o mucha o poca maquinaria), el capitalismo mismo se haría imposible. Y que, por tanto, las mercancías, bajo el capitalismo, no pueden en ningún caso venderse a su valor y que la cantidad de trabajo cristalizada en cada mercancía no es la que determina el precio de las mismas.»

Lo más chocante, prosiguen, es la forma en la que Marx zanja el problema en el pasaje del Libro III que están citando. «Puesto que, bajo el capitalismo, las cosas no pueden en ningún caso venderse a su valor, «parecería, por tanto, que la teoría del valor resulta incompatible, en este caso, con el movimiento real, incompatible con los fenómenos efectivos de la producción, y que por ello debe renunciarse en general a comprender estos últimos».» Ahora bien, según Marx, remarcan CFL y LAZ, «si resultara que la teoría del valor se mostrara impotente para la comprensión del capitalismo, lo que habría que hacer no sería en ningún caso seguir los consejos de todos los economistas del futuro y apuntarse a una teoría mejor, sino, sencillamente, «renunciar a entender el capitalismo»». ¡Ni más (Marx) ni menos!

Resumiendo este importante nudo: al formarse una tasa de ganancia media debida a la competencia entre las distintas ramas de capital, Marx deja muy claro que las mercancías no pueden ya venderse a su valor. Eso no quiere decir que Marx esté a punto de deshacerse de la teoría del valor. Al contrario, «lo que dice es que, si en virtud de esta realidad aparente (y sin embargo, clara como la luz del sol) renunciáramos a la teoría del valor, «desaparecería todo fundamento racional de la economía política»».

Visto lo visto, prosiguen CFL y LAZ, ya no podemos estar nada seguros de que Marx defienda «la teoría del valor en tanto que premisa a partir de la cual deducir todas las leyes del modo de producción capitalista». De lo que sí podemos estar seguros es que la considera imprescindible para el estudio de la sociedad moderna. «Está, podríamos decir, tan convencido de que la Economía no puede dar ni un paso sin la construcción clara y distinta del concepto de valor como Galileo está convencido de que la física no puede seguir adelante sin enunciar el principio de inercia».

Vale la pena insistir: «Al igual que Galileo está convencido de que la inercia es el «tema» sin el cual no hay física que valga, Marx está, por algún motivo convencido de que el asunto del valor-trabajo es el tema respecto al cual la economía política no puede dar marcha atrás, hasta el punto de que sin su perfecta delimitación previa, la economía no tiene ninguna otra posibilidad futura que la de hacer el ridículo acumulando datos y ecuaciones funcionales al servicio de «los espadachines a sueldo» del capitalismo. Algo, después de todo, bastante semejante a lo que es hoy día la economía convencional moderna».

A este paso metódico está dedicada la próxima sección.

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