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Fuera de catálogo

Una novela impresentable

Fuentes: LDNM

Fedor Glaákov, CEMENTO Progreso, 1976 Publicada en los primeros años veinte del siglo XX, esta novela reúne una doble y paradójica condición, pues si por un lado es una novela referencial, por otro es una novela inexistente. Referencial porque es el ejemplo que los inquisidores literarios traen a colación cuando se trata de condenar cualquier […]

Fedor Glaákov, CEMENTO
Progreso, 1976
Publicada en los primeros años veinte del siglo XX, esta novela reúne una doble y paradójica condición, pues si por un lado es una novela referencial, por otro es una novela inexistente. Referencial porque es el ejemplo que los inquisidores literarios traen a colación cuando se trata de condenar cualquier intento de conjugar voluntad política revolucionaria con creación literaria, descalificándola por novela esquemática, maniquea, propagandística, pobre de expresión y estructuralmente plana en su sintaxis narrativa. E inexistente porque amén de su ostracismo editorial y a la vista de tales juicios hay que deducir que sus inquisidores no la han leído ni por asomo. Escrita diez años antes de que el Congreso de Escritores de la Unión Soviética oficializara el concepto de realismo socialista como estética idónea aunque no única para representar literariamente el paisaje humano del nuevo estado proletario, Cemento, de ser ejemplo de algo, es ejemplo de cómo los escritores de la Revolución abordaron las tareas de representar «lo nuevo» expropiando y recreando los mejores recursos del arte narrativo.

Glieb Chumalov, uno de los protagonistas de esta novela, regresa, después de participar durante tres años en las luchas contra los ejércitos contrarrevolucionarios, a su ciudad de origen con el deseo de reintegrarse merecidamente a los espacios que hubo de abandonar: el hogar y la fábrica. Pero ni los años ni la Revolución han pasado en balde. Dacha, su mujer ya no es la esposa dulce y entregada sino una mujer «hecha, deshecha y vuelta a hacer» que se ha construido una identidad propia, independiente y activa mientras que la gran fábrica de cemento permanece abandonada, en semirruinas, desvalijada y convertida en un esqueleto estéril e inútil. Y alrededor, un nuevo poder político que en medio de urgencias, del acoso contrarrevolucionario, de las amenaza de burocratización y sabotaje, y de las tentaciones del privilegio y la prevaricación intenta crear una nueva y más justa administración de las prioridades y necesidades. La novela no ahorra poner la mirada sobre los errores, perversiones y golpes ciegos de una revolución que está buscándose a sí misma en medio del desabastecimiento casi total y del caos revolucionario. Personajes como el camarada Sergio, de origen burgués, o la camarada Polia que sufre la violencia física y política de los nuevos responsables del poder «argumentan» con sus avatares los claroscuros de un tiempo en donde lo viejo no acaba de finalizar y lo nuevo tantea sus primeros pasos. Porque ése es «el argumento» de esta novela: la tragedia que el nacimiento de lo nuevo presupone. Glieb Chumalov encarna no tanto al anatemizado héroe positivo (tan denostado por la estética burguesa que desea proyectarse en la comodidad moral del héroe ambiguo) como al personaje que en medio del desgarro comprende que sólo en el trabajo una revolución de los trabajadores puede encontrar su orientación. Es desde ese lugar desde donde Chumalov mueve voluntades y remueve obstáculos a fin de que la fábrica, y con ella los trabajadores, encuentren la dignidad de su existencia. En ese sentido Cemento representa desde el punto de vista narrativo la nueva verosimilitud que la Revolución acarreaba: un espacio donde la subjetividad dejase de ser un purgatorio eterno para devenir un conflicto doloroso pero resoluble desde la presencia de un horizonte histórico donde el yo y los otros podrían no funcionar como espacios hostiles.

Cemento es hoy una novela inexistente e invisible y hasta diremos que ilegible, porque si todo barco necesita de aguas donde flotar para salir del astillero, todo libro requiere unas condiciones de recepción que hagan su existencia posible. Y hoy, cuando los medios de «producir el presente» están en poder de ese mismo capital (con sus sacerdotes, sacristanes y repartesillas) que ha logrado que la Revolución de Octubre haya desaparecido del imaginario revolucionario, parece imposible pensar que alguien necesite leer lo que esta formidable novela representa. Difícil tarea la de representar lo que no tiene o ha dejado de tener presencia. Eppur si muove.