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Una palabra profana

Fuentes: Laberinto

El individuo resulta extrañado en los espacios societales en los que esta condenado a sobrevivir. Rigoberto Lanz  [1] Introducción Las palabras definitivamente no son neutras como sostiene Rigoberto, al igual no lo son la ciencia ni la idea misma de Humanidad que nos recorre producto de una «formación» hecha en fragmentos del proyecto moderno. Hemos […]

El individuo resulta extrañado en los espacios
societales en los que esta condenado a sobrevivir.

Rigoberto Lanz  [1]



Introducción

Las palabras definitivamente no son neutras como sostiene Rigoberto, al igual no lo son la ciencia ni la idea misma de Humanidad que nos recorre producto de una «formación» hecha en fragmentos del proyecto moderno. Hemos despertado habitados de palabras dóciles, de palabras ininteligibles, de una lengua única2 condenados a vivir en ella, pero la cual no es nuestra. Planteados en la paradoja del dualismo, de la tesis y la antítesis, de la promesa del estado positivo como futuro irremediable. Herederos como sostiene Derrida de una tradición que nos impide pensarnos otro, pensarnos varios, pensarnos en la pluralidad.

Los grandes relatos de la modernidad nos encadenaron al contrato social, a los pretendidos sueños de trascendencia, a los dispositivos, a los paradigmas pretendidos de validez universal. Al racionalismo como expresión adulterada de la racionalidad. En lo político a una elevada propensión a lo autoritario, a una crítica cómplice vista con el rostro de Jano. Al desencanto por una lectura diferente con miradas transdiplinarias del texto social.

Por ello toda lectura del texto social dada desde las grandes palancas de la modernidad, (la escuela), viene dada con toda su carga de normativa con su propia autocrítica [3] que garantiza el sostenimiento de la unidimensionalidad. Finalizada la guerra fría las escuelas de pensamiento neoconservadoras abrieron por un lado el intento por refundar el discurso del racionalismo tratando de vender a un Occidente triunfante, la mágica utopía del liberalismo sobre los viejos restos del Estado, la derrota definitiva de la barbarie y el surgimiento de una sociedad de la información, de una sociedad a merced de los embates de una racionalidad técnico-instrumental. El fin del hombre, el fin de la historia, algunas conocidas sentencias, la última de ellas inaugurada en los propios albores de la década del 90, cuando era imposible sostener al estado soviético y consigo la tragedia que significó la caída del socialismo real.

Las palabras como Progreso e Historia quedaron vacías, no devino la felicidad prometida bajo la Razón , el Proyecto terminó desmoronándose y consigo todas sus categorías. Las pretensiones de un mundo mejor, de un «vivir juntos», no fueron resueltas bajo la lógica del capitalismo ni tampoco por el socialismo real. Ya advertía con agudeza Foucault que el poder va más allá de las grandes estructuras, que existen relaciones que se tejen invisibles, de grandes tensiones, que sobre ese entramado se instalan microfísicas del poder que son indetectables desde las propias reglas del sistema que las impone.

Las grandes asimetrías del capital aún permanecen y con ellas persiste de manera terca el optimismo de aquella pregunta que Touraine hiciese sobre: ¿podemos vivir juntos?, pero miramos que no son las armas teóricas de una izquierda que fosilizo a Marx que merece la sentencia que acuñara Engels: un lugar junto al telar y la rueca, no están allí las repuestas para constituirnos en otro, parecen estar en el pensamiento radical, en el descentramiento de todas las estructuras que heredamos de la modernidad, en nuevas palabras.

La pertenencia ha perdido fuerza, con la caída del Proyecto es necesario revisar a qué nos sentimos afiliados, es objeto de profunda sospecha cualquier identidad hoy. Aparecen nuevas dimensiones cada vez más amplias que permiten al decir de Morin una sociedad-mundo, una conciencia más planetaria, una preocupación por nuestra cotidianidad, hoy encontramos nuevas palabras para describir lo que ya no puede ser leído con viejas nociones justo en ese lugar donde la Ciencia no había encontrado sino oscuridad, el lugar proscrito para los que ya tenían comunidad [4].
En una hermosa expresión Jorge La Rosa habla sobre el lugar que nos ha tocado vivir: «la experiencia, lo que nos pasa, es, muchas veces común. Pero se trata de vivir esa vida común como nuestra vida. Con nuestro propio cuerpo, con nuestras propia sensibilidad» [5]. Nos ha tocado echar mano de las palabras de todos, nuestra subjetividad no se expresa en los términos de la unicidad, va generándose sobre el otro, no se trata del pacto con el Estado, la idea de sujeto soberano que necesita negarse para poder existir, hay una afirmación de la subjetividad pero no basada en la identidad nominal, en el individuo nominalizado.

Hay una necesidad en nuestro tiempo de la libertad del cuerpo, de la exploración de su sexualidad, de la erótica de la palabra, la experiencia lúdica del texto. Sería importante recordar a Horkheimer:

Para bien o para mal somos los herederos de la Ilustración y del progreso técnico. Oponerse a ellos mediante una regresión a etapas primitivas no constituye un paliativo para la crisis permanente que han provocado. Tales salidas conducen, por el contrario, de formas históricamente racionales a formas extremadamente bárbaras del dominio social. El único modo de socorrer a la naturaleza consiste en liberar de sus cadenas a su aparente adversario, el pensar independientemente. [6]

No se trata de una vuelta por la misma escalera de la linealidad histórica, se trata de un regreso a nuestra condición humana diabólica, lo que Maffesolí llama darle su tajada al diablo. Intentar la autodeterminación, la posibilidad de una libertad «en lo no fundado» [7], en todo esto es necesaria una nueva temporalidad, sin los Sujetos clásicos de la modernidad. La fundación de un nuevo tipo de comunidad, fundada en el respeto por la diversidad cultural, la diversidad de lenguas, sin lenguajes matemáticos y gramáticas hechas desde el racionalismo. Abrir la posibilidad para una lectura de la sociedad con claves diversas, sin diccionarios ni recetas que marquen la ruta. Con una palabra profana que sólo se dedique a delinquir, que no tenga que redimirse frente algún discurso, que no aspire la recompensa sino al reto.
Nos toca la intemperie como escenario y consigo la poca pertinencia de nuestro reservorio teórico. Estamos frente antifrases que ya no dicen nada, hoy poco se creería en el papel de la «formación» entendida como un asunto presupuestario, o de lo público apelando a nuestra identidad partidista, existe en todo ello, redes cada vez más claras que no se ubican desde la dualidad, desde el binomio, redes que se expanden por los subterfugios y aparecen como galerías escurridizas en los «no lugares». La unidad que tanto caracterizó a la modernidad se quiebra, con ello los movimientos sociales aparecen cada vez más ligados a una intención de construir una nueva ética, de ruptura con el Contrato, la idea de la salvación individual queda sin efecto y con ello deriva la necesidad de una comunidad de la proxémia . [8] Sin sombras ni luces, sin adentros ni afuera, el terreno que parece presto a esta nueva comunidad invita a las fronteras, a los difíciles territorios de la hostilidad y el reclamo, al lugar donde sólo pueden existir los apátrida.

Maffesolí plantea organizarnos desde los retazos, de los residuos de la modernidad. Se trataría de mantener el turbión del movimiento del cuerpo evitando convertirse en el poder instituido. Es un cuestionamiento a los fundamentos que legitimaron el saber científico, es la entrada de la doxa , la posibilidad del relato sin la necesidad de la adhesión unitaria.

La liberación del individuo pasa por lo que sostiene Enzo del Búfalo:

Al lado de este individuo caricaturizado por los discursos apologéticos del mercado o del Estado, late el individuo real. Ese individuo que habita entre las cosas, atrapado en la malla de unas relaciones de poder que, por una parte, lo sujeta como pieza de una jerarquía vertical y administra su voluntad como ciudadano y que, por la otra, lo reduce a mero engranaje de las prácticas mercantiles. [9]
Un individuo convertido en sujeto soberano emergió ante la ruptura del cuerpo místico medieval. El discurso de la economía política como fundamento intentó vender la idea de una reconciliación del individuo con su capacidad de apropiación inmediata. Desde Smith hasta Marx, el desencanto de la desigualdad fue enfrentado desde la utopía del mercado, Occidente no sólo proyectó sobre sí misma la utopía de la Ilustración, sino que la impuso como discurso legítimo sobre el resto del mundo. Algunas regiones soportaron más que otras, pero el poeta Lezama Lima se pregunta por qué América Latina fue arrasada por todos los signos occidentales.

América Latina parece haber recibido en su condición de hibridación las condiciones más contradictorias, en algunas de las galerías abiertas a las afuera del gran torrente de la Historia sobreviven la esperanza de la cultura como recurso, pueblos enteros negados a desaparecer, negados a ser un dato en la nueva maquina social. Parece que el desencanto de la modernidad ha permitido mirar hacia todos aquellos espacios donde la Razón no logró penetrar; a los reductos.

Lo asomaba Marx cuando sostenía que aún no había empezado la historia de la humanidad. Los conflictos sociales no han desaparecido de nuestro tiempo, ni tampoco la validez de sus demandas, pero no es el compromiso del intelectual el único que asegura la consecución de un nuevo orden, se necesitan transformaciones profundas del texto social que no pueden ser dadas desde los laboratorios de las ciencias sociales atomizadas en las disciplinas, se necesita de la experiencia, de lo subjetivo, de lo cotidiano.

El Proyecto sobre el cual se fundó la modernidad se caracterizó por el divorcio entre el hombre y la Razón, entre el Progreso y el Desarrollo, como sostiene Horkheimer a formas bárbaras de dominación. Es evidente que las ciencias no fracasaron en la producción, en el avance tecnológico, pero su mayor crisis radica en su autonomía frente a las exigencias del hombre, en la complejidad de las relaciones de producción.
La nostalgia de los Milenarismos se expresa en los nuevos dispositivos instalados en los espacios virtuales, heredamos la incredulidad en los grandes Textos de la modernidad presentes en la utopía de la ciencia como Proyecto. La Historia de Occidente ha llegado a su fin, con ella todo sus discursos pierden vigencia. Sería necesario releer en el sentido de Derrida a Marx nuevamente, hacerse cargo de la herencia que Occidente ha dejado y de la cual no podemos zafarnos por algún túnel a escondidas, enfrentar los fantasmas de nuestra deuda.


La posibilidad de mirarnos sin futuros lineales, sin Proyectos, está asociada al uso de la imagen que Deleuze y Guattari toman en el rizoma, la condición del mapa no la del calco . La de desposeer la palabra de todo su contenido, de su imagen al decir de Martín Barbero: «La cuestión de cómo reconstruir las identidades sin fundamentalismos, rehaciendo los modos de simbolizar los conflictos y los pactos desde la opacidad de las hibridaciones, las desposesiones y las reapropiaciones» [10]. Hay muchas más preguntas que respuestas para nuestros tiempos. Cómo sostiene Derrida muchos quizás, pocas aseveraciones, pocas certezas, nos ha tocado refugiarnos en las palabras malditas, en la voz de los poetas.


Profesor José Fortique
Profesor del P.F.G. de Estudios Políticos y Gobierno
de la Universidad Bolivariana de Venezuela.


[1] Rigoberto Lanz, Las palabras no son neutras, 1998. pág. 29.

[2] Jacques Derrida, El monolinguismo del otro.

[3] Michelle Maffesolí cuestiona la crítica y habla de una pensamiento radical.

[4] 4 Conferencia dictada por Michelle Maffesolí en la U.C.V. en el Seminario de Estudios Pos doctorales del CIPOST.

[5] Jorge La rosa. Respuesa en Foro de FLACSO.

[6] Max Horkheimer, Crítica de la razón instrumental, Editorial Sur, 1973.

[7] Jorge La Rosa, La liberación de la libertad, pág. 42.

[8] Conferencia dictada por Michelle Maffesolí en la U.C.V. en el Seminario de Estudios Pos doctorales del CIPOST.

[9] Enzo del Búfalo, Individuo, mercado y utopía, pág. 53.

[10] Jesús Martín-Barbero, Modernidad, postmodernidad, modernidades.