La palabra «mariconez», que se incluye en una de las canciones del grupo Mecano, trascendió la polémica inicial en el concurso televisivo Operación Triunfo, hasta el punto que llegaron a pronunciarse los partidos políticos. «Conduce como piensas» es una campaña publicitaria de la compañía Toyota sobre coches híbridos, en la que se invita al cliente […]
La palabra «mariconez», que se incluye en una de las canciones del grupo Mecano, trascendió la polémica inicial en el concurso televisivo Operación Triunfo, hasta el punto que llegaron a pronunciarse los partidos políticos. «Conduce como piensas» es una campaña publicitaria de la compañía Toyota sobre coches híbridos, en la que se invita al cliente a ser coherente entre el pensamiento y la acción, así como al cuidado del entorno. La presidenta del Banco Santander, Ana Patricia Botín, explicaba este verano en su perfil de Linkedin por qué se considera feminista. Autor de «La trampa de la diversidad. Cómo el neoliberalismo fragmentó la identidad de la clase trabajadora» (Akal), el periodista Daniel Bernabé (Madrid, 1980) menciona los tres ejemplos para contraponerlos a otros «que llaman menos la atención».
Es el caso del ERE presentado a finales de agosto por la multinacional de aerogeneradores Vestas, en León, que afectaba a 370 trabajadores; o el despido de 700 obreros por la metalúrgica estadounidense Alcoa, al cerrar las plantas de Avilés y A Coruña. Además la «brecha» salarial entre hombres y mujeres se sitúa en España en el 29%, según GESTHA. Frente a estas realidades materiales, «la diversidad es un producto que compramos en el mercado», apunta el colaborador del periódico La Marea, que ha presentado el ensayo en la Universitat de Valencia, en un acto organizado por la Fundación de Investigaciones Marxistas y la Librería Primado. Advierte asimismo de que el conflicto entre identidades se ha trasladado al activismo y los movimientos sociales. «Por supuesto que dar una respuesta a la Troika es más importante que las políticas de la diversidad», afirma, y también aclara: «Éste no es un libro contra la pluralidad de nuestras sociedades».
-En un artículo publicado en las revistas Sinpermiso y El Viejo Topo («Tres pistas para intentar entender mayo del 68»), el filósofo Francisco Fernández Buey situaba en las universidades de Estados Unidos, las manifestaciones en Gran Bretaña contra la guerra de Vietnam, la Universidad Libre de Berlín y los discursos de Martin Luther King el punto de partida del nuevo pacifismo, el ecologismo y el feminismo que se desarrollarían en las décadas siguientes. ¿Por qué no considerar esta «diversidad» un enriquecimiento de la izquierda?
Yo hago la reflexión en términos mucho más prosaicos: la diversidad es un hecho que se da en nuestra sociedad; esto tampoco admite posiciones negativas o positivas, con excepción de la gente de extrema derecha que aspire a una sociedad totalmente homogénea. Lo cierto es que cuando alguien se sube al transporte público o pasea por una barriada, observa que la sociedad es diversa; no ocurre lo mismo en los barrios de clase alta -en fincas ajardinadas y rodeadas por una valla-, en las que todo el mundo se parece mucho. Hay una interpretación positiva de la diversidad, enriquecedora tanto en lo cultural como en el acercamiento político a los problemas. Pero el neoliberalismo ha aprovechado esta diversidad para sus intereses, ya que ha fomentado determinadas especificidades para conseguir una atomización de las identidades que son más grandes y agregadoras.
-«Un lío con mucha gente. El mercado de la diversidad en el activismo», titulas un apartado del libro. Sobre las manifestaciones antiglobalización (por ejemplo la de Seattle en 1999), ironizas: «Hacía falta más de una mochila para guardar la enorme cantidad de pasquines que los innumerables colectivos entregaban, básicamente entre ellos». También argumentas que en las protestas del movimiento 15-M latía un conflicto de redistribución, pero que se mostraba en términos de representación. ¿Han de hacer autocrítica los movimientos sociales?
Sí, ya lo escribí -en marzo de 2017- en el artículo publicado en la revista La Marea que dio título al libro. Entendía que en la izquierda estaban tratándose temas que en los barrios o en los círculos más populares no tenían importancia alguna. Es más, se trata de cuestiones de una gran especificidad y tratadas de un modo muy particular y reducido; mientras, vemos el ascenso de la ultraderecha en Europa, lo que se ha achacado al descrédito de la democracia liberal tras la crisis y la pérdida del espacio socialdemócrata, pero yo me pregunto si la izquierda no tendrá alguna responsabilidad, si no habremos dejado algún hueco libre. Desde mi punto de vista, la izquierda ha dejado progresivamente de tratar los conflictos materiales y relacionados con el capital-trabajo, y se ha centrado en aquellos que son susceptibles de atacarse (únicamente) mediante políticas simbólicas y culturales.
-En el artículo te referías a «extraños» debates en los que activistas feministas teorizaban sobre el burka o la prostitución como empoderamiento, activistas LGTB que defendían los vientres de alquiler y personas comprometidas con la vida saludable que rechazaban las vacunas… ¿Por qué contrapones estas causas a la vida cotidiana en los barrios?
Me causó un bochorno enorme cuando, hace unos meses, apareció en Madrid un activista vinculado a Podemos, animalista, afirmando que ingerir leche implica robársela a las crías de los animales; en un barrio de clase trabajadora, donde la gente pasa por dificultades para llegar a fin de mes y ha de mirar el precio de la leche para comprársela a sus hijos. No creo que la consigna de que son «ladrones de leche» sea la más adecuada. Por cierto, a Thatcher se le llamó «the milk snachter» («la ladrona de leche») cuando fue ministra de Educación en un gobierno conservador, entre 1970 y 1974, ya que eliminó la leche gratuita de las escuelas estatales.
-Tras denunciar los efectos perversos de la postmodernidad, reconoces otro hecho en el ensayo: «No se nos puede pasar que el proyecto de la modernidad había fracasado para millones de personas que habían creído y participado en él». ¿Es posible que esto contribuyera a que afloraran una diversidad de luchas (ecologista, feminista, LGTB, antimilitaristas) que la izquierda no había tenido presentes?
Durante gran parte del siglo XX es cierto que el conflicto principal era el que mantenían capital y trabajo; además muy centrado en los hombres y entre la población mayoritaria del país en que se producía esta lucha. A las mujeres se las dejó relativamente de lado; aunque han de recordarse los enormes avances que se produjeron -en cuanto a los derechos de la mujer- en la Unión Soviética y los países del Este, si comparamos con los países occidentales. Aun así, llevamos por lo menos 40 años en los que la izquierda ya ha hecho acto de contrición y decidido incorporar todas las otras luchas, pero no por una razón moral sino táctica; porque el sistema económico es hoy mucho más plural y ataca por frentes distintos. Esto no me parece mal en absoluto.
-¿Dónde radica, entonces, el problema?
La cuestión está cuando empiezan a defenderse estas causas por separado, de manera atomizada y sin buscar una conexión; porque me parece que entre un problema de ecología, uno de las mujeres y otro LGTB suele haber un hilo conductor, la economía. Esto es lo que parece que se nos ha olvidado. De lo que se trata, el gran debate, no es si debemos hacer más caso a unas causas que a otras, sino de cómo articular un gran sujeto político.
-Sin embargo en América Latina, por ejemplo en Guatemala, son compatibles -en una misma lucha- la reivindicación de los derechos del pueblo maya q’eqchi’, de las comunidades campesinas, la liberación de los activistas presos, la defensa de los ríos y contra las hidroeléctricas en manos de las multinacionales…
En este libro me refiero sobre todo al ámbito de nuestro país y, en general, al occidental, con economías desarrolladas y donde la izquierda opera de forma parecida. Además este es un ensayo de tendencias, en el sentido de que es hacia el mundo al que nos dirigimos; por eso pretende ser una advertencia y un freno de mano. En el mundo anglosajón y sobre todo en Estados Unidos el proceso ya está increíblemente desarrollado («La corrección política y las políticas de representación no surgen en Estados Unidos por casualidad. Es justo en este país donde la izquierda ha tenido muy poca capacidad de alterar las causas estructurales de los conflictos (…)», afirma el autor en el texto. Nota del entrevistador).
-¿Qué opinas de organizaciones políticas situadas en la izquierda y que incorporan el elemento nacional, como el Sinn Féin, Euskal Herria Bildu o la CUP?
En el ensayo no incluyo la cuestión nacional, porque considero que es una de las identidades fuertes del siglo XX. La identidad nacional, nos guste o no, pensemos que puede compatibilizarse o no con la de clase trabajadora, está claro que es agregadora y consigue juntar a mucha gente. Esto es justamente lo contrario que la trampa de la diversidad, ya que ésta escinde, fragmenta y atomiza. En la introducción, el periodista Pascual Serrano pone un ejemplo respecto a una jornada reivindicativa en el contexto del proceso independentista catalán; allí se juntaron personas ricas y pobres, de izquierda y derecha y ámbitos muy diferentes; de repente, el conflicto surgió al proponerse una «butifarrada», ya que se indignaron los sectores veganos independentistas.
-¿Se trata de priorizar el «obrerismo» y de subordinar a éste otras luchas?
Ocurre que, planteado así, el término «obrerismo» tiene casi una connotación negativa; de hecho se me ha lanzado como una crítica, en el sentido de que pudiera plantear la mitificación de unas identidades y condiciones de la clase obrera que ya no existen. Pero ésta es, otra vez, la trampa de la diversidad. Cuando hablamos de clase trabajadora, tendemos a pensar sólo en hombres y de condición heterosexual. Además yo no digo que no haya en nuestro país otras cuestiones igualmente importantes y que no se pueden postergar, como la muerte de mujeres por la violencia de género (49 en 2017, según las cifras oficiales). Lo que afirmo es que, además de estos problemas, que creo ya se tratan, existe algo «transversal» a muchas de las identidades, que es la cuestión del trabajo.
-Sociólogos marxistas como Raymond Williams y Stuart Hall abogaron por los estudios culturales; por ejemplo éste último, uno de los fundadores de la New Left Review, se refería a la importancia de «las luchas en torno a las formas de la cultura, las tradiciones y las formas de vida de las clases populares», y en la resistencia de éstas a los procesos de reeducación que imponía el capitalismo. En la obra del historiador marxista EP Thompson es central la idea de «experiencia». ¿Consideras que hay también una identidad de clase obrera?
Sí, en el sentido de que la clase trabajadora es un hecho de la producción, aunque ésta haya cambiado en los últimos 30-40 años. La identidad es una mezcla compleja entre hechos materiales y mediaciones culturales. Lo que ocurre es que cuando estas mediaciones son fundamentalmente neoliberales, la clase obrera continúa existiendo de facto pero no como identidad. Hoy muy pocas personas se consideran clase trabajadora, pese a que lo sean. Esta identidad ha sido sustituida por otra de clase media, aspiracional.
-¿En qué referentes intelectuales te apoyas en el libro?
Los autores que más cito son los marxistas ingleses, como el crítico literario y de la cultura Terry Eagleton o el historiador Perry Anderson. Cuando leo sus libros, me siento muy identificado con sus postulados, los veo muy claros. Dos o tres párrafos del libro «Cultura», de Eagleton, me dieron la idea para este ensayo. ¿Owen Jones? Creo que sus textos -por ejemplo «Chavs. La demonización de la clase obrera»- son interesantes, pero a mi juicio trata a la clase sólo como identidad y en términos de representación, más que de distribución. La cuestión no es que a los «chav» (clase obrera más precarizada) se les represente bien o mal, sino de que no tienen poder en sociedad.
-Recoges en el ensayo la siguiente crítica de Eagleton a la postmodernidad: «El capitalismo siempre ha ensamblado con promiscuidad formas de vida diversas, un hecho éste que daría que pensar a aquellos incautos postmodernistas para quienes la diversidad, sorprendentemente, es de algún modo una virtud en sí misma». ¿Qué opinas del aprecio de una parte de la izquierda por filósofos como Foucault o Negri?
Ni siquiera soy crítico a un nivel teórico con estos filósofos, ya que no los he leído en profundidad para hacerles una crítica académica. No es mi problema en este libro. Es más, no creo que sea el problema de nadie porque en España no habrán leído a Jean-François Lyotard en serio más de un centenar de personas. Lo que yo planteo es que determinadas ideas, como la duda permanente, la atomización de las identidades o ese gran arrepentimiento que hubo tras el 68 por los «pecados» cometidos por la izquierda más estalinista, fue aprovechado por el neoliberalismo como espíritu de época; les vino muy bien para romper las grandes certezas y universalidades del marxismo.
-En el 50 aniversario ¿qué balance harías de mayo del 68?
Creo que hubo tres mayos del 68: lo que ocurrió, aquello que se interpretó y, dentro de lo que sucedió, la parte que ha pasado a la historia frente a la que ha quedado sepultada. El mayo del 68 importante sucedió cuando De Gaulle temía la pérdida del poder en Francia; es cuando paran los sindicatos, la CGT, las masas obreras y los empleados de la Renault. Sin embargo, en los debates y los libros quedó el asunto de los estudiantes y los situacionistas, entre otros. Si hace diez años me hubieras preguntado por la valoración, te habría dicho que positiva; pero hoy es muy negativa, porque me he dado cuenta de que todos los planteamientos de la política de modo «performativo» e imaginativo no tienen, al final, capacidad de cambiar absolutamente nada.
-Por último, ¿Cómo explicarías con un ejemplo la tesis del libro?
Cuando vuelvo de las presentaciones, continúo siendo un periodista en precario. Tomo el tren de cercanías y me voy a Fuenlabrada, al sur de Madrid, donde resido. En el vagón me encuentro con toda la representación posible de la diversidad: una mujer con un hiyab, una señora africana con un vestido característico, un chaval latino, otro con una pulsera y el distintivo gay, personas altas, bajas, gordas… La izquierda insiste en que esta gente es diversa, en que son diferentes entre ellos; pero se nos olvida un hecho fundamental: ¿Por qué van juntos en el tren? La respuesta es porque vienen de trabajar; esto es lo que los une, y lo importante para conformar un sujeto político capaz de disputar al neoliberalismo el poder en esta sociedad.
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