El presidente colombiano Uribe Vélez estuvo de visita una vez más en España. Ahora lo ha hecho entre el 11 y 13 de Julio. Esta no será, seguro, su última visita, pues muchas más vendrán. La ley de «justicia y paz», su ley y su defensa quiero decir, por aquí lo traerá nuevamente. Un exabrupto […]
El presidente colombiano Uribe Vélez estuvo de visita una vez más en España. Ahora lo ha hecho entre el 11 y 13 de Julio. Esta no será, seguro, su última visita, pues muchas más vendrán. La ley de «justicia y paz», su ley y su defensa quiero decir, por aquí lo traerá nuevamente. Un exabrupto jurídico de esa naturaleza no se digiere y metaboliza con la celeridad de la vitrola, así que por aquí lo veremos a él y al grupo de incondicionales que lo suelen acompañar más temprano que tarde y, sobre todo, cuando menos lo esperemos. Como siempre y para muchos de los que aquí vivimos, sin duda, él será persona non grata.
Lo mismo y como es obvio suponer no podrá decir el Rey, El Presidente del Gobierno, el de ahora y el anterior y el grupo de empresarios españoles que bajo el eufemismo de inversores saquean y expolian a Colombia. «Inversores» que conforman, efectivamente, una inmensa y poderosa minoría de plutócratas, por cierto, depredadores y dispuestos a lo que sea, incluso a bendecir las detenciones masivas, los asesinatos selectivos de importantes dirigentes sindicales y de las comunidades indígenas y de afrodescendientes, entre otras atrocidades, siempre que éste «huésped de lujo» garantice como lo hace y del modo en que lo hace, sin rechistar, tan pusilánime él y quienes le acompañan, y antes otros también, sin lugar a equívoco, las inversiones españolas.
Inversiones huelga decir, que se defienden de múltiples y siniestros modos. Desde el acondicionar de modo legal la legislación interna a los requerimientos del capital extranjero, tanto en lo laboral como en lo concerniente a la explotación de cualquier recurso energético de carácter estratégico; para lo cual se apela unas veces a posturas aparentemente ceñidas a lo legal, verbigracia, creando un clima y un marco de represión contra el movimiento social y político de oposición, o de paramilitarización, según se mire, que adquiere cuerpo a través de la política de «Seguridad Democrática»; hasta otras abiertas y clamorosamente ilegales y violatorias de los derechos humanos, como por ejemplo, cuando los militares y policías apoyan a los narcoparamilitares a perpetrar macabros asesinatos, desapariciones y torturas contra comunidades y líderes sociales que se les antoja, según la defensa del código de la genuflexión, que se convierten en obstáculos para su política infamemente entreguista y la cual es liderada en Colombia por el máximo comandante en Jefe de las Fuerzas Militares, es decir, por el Presidente Uribe. Así ha sido en el pasado y así es hoy. En este acápite la historia política nos puede ser de gran utilidad, sólo revisemos la política de José Manuel Marroquín, Abadía Méndez, López Pumarejo e hijo, Eduardo Santos y su clan, y también Misael Pastrana y su hijo Andrés, y como no podían faltar Turbay Ayala y el poco grato César Gaviria Trujillo, entre otros.
A España, Uribe llegó sin complejos. Se sabía fuerte y sabía que el auditorio o los auditorios a los que se dirigiera no le eran ni le serían hostiles. No podían serle. Todo estaba pulcramente preparado, se trataba de vender al país, como siempre, y del mismo modo la ley de «Justicia y Paz» y también la política de seguridad democrática; que según su decir, y como respuesta a la única intervención disonante que hubo a lo largo de la gira, al menos en los actos protocolarios, y que fue la de Amnistía Internacional, ésta ha cumplido su cometido. Uribe defendió la gestión de su Gobierno y los logros del Ejército; de quien dijo el día 11 de julio ante los empresarios y el señor Joseph Borrel, Presidente del Parlamento Europeo, que el Ejército de Colombia es respetuoso de los derechos humanos.
Al Presidente Uribe nadie le preguntó por la extraña desaparición de Carlos Castaño, antes había desaparecido su hermano Fidel; el patriarca entre los matones de la familia Castaño Gil. Tampoco le preguntaron por el resto de la horda mafiosa y criminal que mata y negocia, negocia y mata desde Santa Fe de Ralito. Al flamante huésped de la Corona española y a quien ha recibido con tapete rojo el señor José Luis Rodríguez Zapatero, Presidente del Gobierno, y a quien han vitoreado y hasta más no poder el empresariado español en pleno, nadie inquirió sobre ello. Mientras esto ocurría, es decir, a unas cuantas cuadras del recinto donde comían y bebían a todo dar quienes venden a Colombia y quienes la compran por cuatro céntimos de Euro; yacía una muchedumbre de colombianos/as en una enorme fila al frente de una entidad del Gobierno Español y quienes huyendo, seguro, de la pobreza impuesta de manera secular por una elite despiadada y ladrona, o en su defecto, por la violencia del gobierno de Uribe o de otro anterior, sin equívoco alguno, soportaban un abrasador e insoportable calor, con regaños, estrujones e insultos de los policías de turno, por supuesto, mientras se pueden hacer con los «bendecidos» y nunca más oportunos papeles con los cuales regularizar su situación en España. Esta es la otra Colombia, la del rebusque, la que no vive de los negociados ni los negocios desde los consulados y embajadas y la que no monta escándalos por conflictos de intereses. Para muchos de ellos el acercarse a la embajada de Colombia en España o a los consulados es sólo una necesidad, pues estos organismos son vistos como el símbolo de la corrupción y del neopatrimonialismo más aberrante. El último escándalo de la Embajada de Colombia en España y sobre todo entre la embajadora Noemí Sanín y Nora Trujillo así lo evidencia.
Los empresarios, ni Zapatero, ni Borrel, ni el Rey, ni ninguno de los que agasajaban a Uribe le preguntaron por la Comunidad de Paz de San José de Apartadó y sus muertos, -no tenían porque preguntarle, no eran sus muertos, no los había causado ETA, ni el integrismo islámico-. Tampoco le preguntaron por los sindicalistas asesinados bajo su mandato, ni por los encarcelamientos en masa de líderes populares e indígenas, ni por los militares involucrados en el negocio de la droga, ni por el intercambio humanitario, ni por la problemática de los casi 3 millones de desplazados internos, ni por los exiliados que afuera y en una concentración importante al finalizar la tarde y en una zona céntrica denunciaban la realidad de la otra Colombia.
¿Cual otra Colombia? La del exilio y la pobreza que sacude al país, es decir, la que no escucha ni Rodríguez Zapatero, ni Borrel, ni el Consejo de la Unión Europea y mucho menos los vempirezcos inversores; quienes se llenan a todo taco mientras el ahorro y el trabajo de los colombianos/os se fuga hacia esta tierra que ahora me cubre con su sol canicular. A esta Colombia sólo la escucha la España profunda, solidaria y la que más allá de la etnia, la religión, la clase y el género, es capaz, sin duda, de entender el drama ajeno y complicitarse con él. A esta España mil y una oda. A la otra, a la infame, a la España bárbara, a la del PSOE o el PP que comparte la política de guerra de Uribe mientras sus empresarios se llenan a costa del sufrimiento de los colombianos y colombianas mi mayor repulsa y desprecio, subrayado y en mayúscula.