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Unidas Podemos y el futuro de la izquierda federalista

Fuentes: Rebelión

Parece claro que, hoy día, la indignación contra el sistema puede «salir disparada» en cualquier dirección. Así lo hemos visto en estos últimos años, con ejemplos diversos e incluso antagónicos como Syriza en Grecia, Salvini en Italia, el Brexit en Reino Unido, Donald Trump en Estados Unidos o Ciudadanos, Podemos y ahora mismo Vox en […]

Parece claro que, hoy día, la indignación contra el sistema puede «salir disparada» en cualquier dirección. Así lo hemos visto en estos últimos años, con ejemplos diversos e incluso antagónicos como Syriza en Grecia, Salvini en Italia, el Brexit en Reino Unido, Donald Trump en Estados Unidos o Ciudadanos, Podemos y ahora mismo Vox en España. Además, todo se ha vuelto más inestable, hasta el punto de que Ciudadanos puede ganar las elecciones al Parlamento catalán y quedar poco tiempo después sexta fuerza en las generales en esa misma comunidad, mientras En Comú Podem, referente de Unidas Podemos en Cataluña, hacía prácticamente el camino inverso.

Pero, centrándonos en este último espacio político, es evidente que las diferentes elecciones de los últimos meses no han cumplido las expectativas de Unidas Podemos y de sus confluencias territoriales. El descenso en las elecciones generales ha sido significativo para las fuerzas políticas que giran en torno al espacio liderado por Pablo Iglesias y Alberto Garzón, y formado por Podemos, Izquierda Unida, Equo, Catalunya en Comú o Galicia en Común. Confluencias o coaliciones de las que esta vez no han formado parte Compromís en Valencia, MES en las Islas Baleares o En Marea en Galicia. En esas circunstancias, el previsible descenso en escaños se ha confirmado: de 71 a 42 a nivel estatal y de 11 a 6 en el Parlamento Europeo.

Por su parte, en los recientes comicios autonómicos, Podemos e IU han compartido candidaturas en Valencia, las Islas Baleares, Madrid, Castilla – La Mancha, Extremadura o La Rioja. Sin embargo, se han presentado por separado en Aragón, Asturias, Cantabria, Castilla y León, Murcia, Navarra y las Islas Canarias. Si bien, juntos o por separado, han podido mantener la representación en la mayoría de comunidades, excepto en Castilla – La Mancha y Cantabria, no han conseguido evitar también un notable descenso de votos y diputados, debido en parte a las divisiones internas, aunque también al retorno de una parte del «voto prestado» al PSOE.

Finalmente, en las elecciones municipales, las confluencias o coaliciones cercanas a Unidas Podemos han perdido varias de las llamadas «alcaldías del cambio» entre ellas la especialmente simbólica alcaldía de Madrid, con Manuela Carmena al frente, pero también las de Zaragoza o La Coruña, mientras Ada Colau ha podido mantener la de Barcelona prácticamente «in extremis». Soportando, por cierto, graves insultos de un sector del independentismo por «aceptar» el voto de Manuel Valls, a pesar del conocido apoyo de la alcaldesa a los presos, lo cual ha demostrado, aún más, la grave fractura social de la comunidad, en función de la adhesión o no al proceso independentista.

No es menos cierto que el listón del 5% en las elecciones municipales y en una parte de las autonómicas es más que discutible desde un punto de vista democrático. Es una barrera que ha dejado sin representación a Izquierda Unida en la ciudad de Madrid o a Unidas Podemos en Valencia, por poner dos ejemplos significativos. Por otra parte, es evidente que el crecimiento, considerablemente rápido, tanto de Podemos como de los Comunes, sumado a una cierta desconfianza hacia Izquierda Unida u otras fuerzas como Iniciativa Verds (ICV) en Cataluña, que han formado parte de la mayoría de las confluencias desde su creación, ha ido en detrimento de la consolidación del proyecto y de una extensión territorial mucho más eficaz.

No obstante, parece claro que Podemos, IU y el resto de las fuerzas políticas que componen las diversas confluencias, estatal y autonómicas, están, por decirlo así, «condenadas a entenderse», es decir a avanzar hacia nuevas fórmulas de unidad, aunque no a través de una fusión propiamente dicha, sino probablemente como una coalición política estable, siguiendo los ejemplos de Compromís en Valencia o EH Bildu en Euskadi, y que vaya, por tanto, más allá de una simple coalición electoral. Estamos hablando de un espacio político imprescindible, tanto en las instituciones como en los movimientos sociales, un espacio claramente crítico con las nuevas formas de fascismo, con el neoliberalismo y con el modelo capitalista en general. El reciente fracaso de la investidura de Pedro Sánchez y de las negociaciones con Unidas Podemos para formar un gobierno progresista, es una clara muestra de que el PSOE no tiene ninguna intención de enfrentarse, precisamente, a ese modelo neoliberal imperante.

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.