«La fantasía es precisamente el modo en que se disimula la figura antagónica». Slavoj Zizek Uribe en Colombia se convirtió en «algo» difícil de desentrañar para la izquierda. La oligarquía tradicional y el imperio lo utilizaron para aplicar el «Plan Colombia» y debilitar a las guerrillas pero, Uribe adquirió identidad propia y de alguna manera […]
Uribe en Colombia se convirtió en «algo» difícil de desentrañar para la izquierda. La oligarquía tradicional y el imperio lo utilizaron para aplicar el «Plan Colombia» y debilitar a las guerrillas pero, Uribe adquirió identidad propia y de alguna manera se convirtió en una anomalía. No obstante que representa a las mafias narcotraficantes que mutaron en nuevos terratenientes mafiosos y despojadores de campesinos pobres, logró construir lazos fuertes con los grandes latifundistas de origen esclavista y de talante conservador. Así se convirtió en un agente político con influencia permanente en la burguesía agraria y entre sectores pobres y atrasados de regiones y ciudades. Uribe quiere gobernar a través de Iván Duque, quien es una de sus construcciones (como lo fue «uribito» Arias) pero, a pesar de las apariencias, hoy no la tiene fácil y, por ello, ha tenido que hacer alianzas non sanctas que lo debilitan parcialmente entre sus seguidores.
Para enfrentar y derrotar en esta nueva etapa a Uribe hay que entender su esencia. Veamos:
Uribe era (y es todavía) una fantasía y no solo para los uribistas. Era una idea que intentaba negar el antagonismo social de esta tierra colombiana. Tanto para seguidores y contradictores era un clásico «paramilitar» pero, a la vez, un devoto creyente y clerical; una especie de cruzado armado hasta los dientes que usaba la cruz cristiana para derrotar a los odiados impíos musulmanes; era un diablo y un ángel que cambiaba de piel cuando él quería al estilo del mejor prestidigitador paisa; siendo de origen campesino se convirtió en un poderoso terrateniente, lo que para su gente no era problema porque a la vez fortalecía su figura de luchador contra la oligarquía bogotana. A esa oligarquía capitalina los fanáticos uribistas la veían cercana, connivente y cómplice con las guerrillas, enfoque que la izquierda nunca entendió; no importaba que Uribe fuera corrupto pero era su propio corrupto con una supuesta causa noble; era un hombre violento pero a la vez digno de compasión porque fue obligado a volverse brutal para defender a su familia y su dignidad frente al atropello de las Farc; por ello, se hizo famosa y aceptada la imagen de «la mano firme y el corazón blando»; todos lo admiraban aunque fuera un ser vengativo pero que tenía razones nobles y hasta sentimentales; héroe y villano; su programa de familias en acción lo convirtió para muchos en una especie de Robin Hood colombiano y no importaba que se enriqueciera con los saqueos de los recursos públicos porque la gente creía a ojos cerrados que era el único que se había preocupado por los pobres. Pero esa fantasía poco a poco se está diluyendo.
Al no comprender cómo actúan las fantasías, quienes adversaban a Uribe atacándolo de «paraco», criminal, violento, corrupto, etc., no se daban cuenta que con sus ataques reforzaban ese espejismo en los seguidores de Uribe; esa especie de delirio hace que la gente agrupe sin ningún problema cualidades contradictorias que hacen de ese ser, un ente especial que concentra lo mejor de lo «bueno» y lo peor de lo «malo»; así, Uribe se convertía en algo poderoso y casi sobrenatural. En cierto sentido se podría decir que sus opositores también caían en la trampa de la fantasía al no conocer ese mecanismo mental que la misma gente usa para enfrentar la necesidad de ser protegidos por el gran Otro, el ser supremo, el salvador que todos los pobres de espíritu necesitan para vivir.
Solo conociendo ese «mecanismo» cuasi-religioso podemos de-construir la fantasía y afrontar no tanto al Uribe en sí mismo sino a la idea de lo que es él. Hoy, la evolución de los hechos atenta contra esa ilusión pero sus adversarios pueden acabar de reforzar el «mito» al no entender la esencia de esa forma ideológica. Uribe necesita construir con urgencia el reemplazo de las Farc que eran su verdadero soporte y razón de ser, y por ello quiere convertir a Gustavo Petro en el heredero de la insurgencia fariana y del castro-chavismo. No obstante, Petro hábil e inteligentemente se deslinda de la ex-insurgencia, afirmando que si la JEP comprueba la culpabilidad de Santrich no dudaría en extraditarlo, y además, se aparta de Maduro calificándolo de dictador y mal gobernante. El problema más grave lo tiene Uribe con los jóvenes que no tienen el lastre de la guerra y que están mirando el mundo con ojos nuevos.
El proceso real que diluye la fantasía llamada Uribe se ve reflejado ahora en su candidato Duque. La debilidad de este candidato no es que sea un títere de Uribe, esa es su fortaleza; pero debido a que Uribe necesitaba de los conservadores y, después de la primera vuelta va a requerir el apoyo de los liberales corruptos, de la U y de Cambio Radical, el talón de Aquiles de Duque es que no puede ser títere de todos. Una marioneta de toda esa jauría de corruptos no puede ser presidente de Colombia. Seguir reforzando la idea de que solo es títere de Uribe no es lo correcto. Lo que hay que explotar es que él es la continuidad de lo peor de Santos (que está representado en Vargas Lleras) y de lo «mejor» de Uribe que es su carácter guerrerista.
Duque finalmente va a representar a lo más selecto de los corruptos y lo más granado de los guerreristas. ¡Hay que desenmascararlo y derrotarlo!
Blog del autor: https://aranandoelcieloyarandolatierra.blogspot.com.co/2018/05/uribe-duque-y-la-fantasia.html#.WwA1izQvzDc
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