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USA: ​ Reforma, Revolución o Revuelta

Fuentes: Rebelión

En el año 2009, con motivo de la cumbre de naciones en Copenhague, la ONU me solicitó un artículo sobre el cambio climático. La invitación fue extensiva a otros escritores de diversos países que acompañaron, con sus breves reflexiones, artículos más importantes de científicos del área, las que aparecieron originalmente en la revista del organismo,UN […]

En el año 2009, con motivo de la cumbre de naciones en Copenhague, la ONU me solicitó un artículo sobre el cambio climático. La invitación fue extensiva a otros escritores de diversos países que acompañaron, con sus breves reflexiones, artículos más importantes de científicos del área, las que aparecieron originalmente en la revista del organismo,UN Chronicle, y gracias a la cual recibí un tsunami de insultos. Seguramente la misma suerte corrieron todos los demás que participaron en esa publicación y, sobre todo, aquellos profesores y científicos que continuaron advirtiendo sobre la seriedad de esta amenaza. Las acusaciones más recurrentes, al igual que en los comentarios anónimos a pie de artículos, insistían en las incapacidades intelectuales de los científicos y de los profesores en general y en la deshonestidad de los mismos por promover teorías falsas debido a «intereses económicos» de estos «intelectuales idiotas». Personalmente puedo afirmar que nunca recibí un solo dólar ni por ese artículo ni por ninguna otra opinión sobre el tema. No podemos decir lo mismo de muchos políticos y ni de los grandes medios de prensa encargados de difundir, al mejor estilo Edward Bernays, la suicida e infundada furia negacionista que se ajusta perfectamente a los reales intereses de las multibillonarias petroleras.

Probablemente las actuales tendencias políticas en el mundo desarrollado sean más una reacción contra una tendencia histórica que una muestra de hacia dónde se dirige la historia a largo plazo. Sin embargo, ni las acciones ni las reacciones son inocuas. Todas dejan marca o precipitan fenómenos mayores. Por ejemplo, si los actuales nacionalismos y la llegada a la presidencia de Estados Unidos de un partido Republicano radical es un fenómeno temporal de cuatro u ocho años, eso se podría calificar como «mera reacción» contra mayores tendencias históricas, tales como los logros civiles de las mujeres y de los homosexuales, por nombrar solo dos. No obstante, esa «mera reacción» podría tener consecuencias irreversibles, como los efectos sobre el cambio climático. Sobre todo, si consideramos la gran posibilidad de que otra teoría ya testeada exitosamente en la naturaleza, como lo es la teoría de los Puntos de Inflexión desarrollada por el profesor holandés Marten Scheffer, es cierta. Bueno, en ese caso estaríamos decidiendo hoy la existencia de la humanidad y probablemente el destino de nuestros hijos ya haya sido dilapidado por unos viejitos reaccionarios en el congreso de Estados Unidos que consideran que la historia del cambio climático es una farsa, como la Teoría de la Evolución, promovida por profesores con «intereses especiales».

Pero el siglo XXI será testigo de una gran crisis global por varias razones. Una de ellas, la de mayor escala, será la crisis climática, con desplazamientos de poblaciones, crisis económicas y conflictos entre grandes masas de pobres en los países más vulnerables. La otra crisis, vinculada pero con raíces propias, será una rebelión de grupos sociales hasta ahora contenidos por las iglesias y los discursos racistas y nacionalistas.

En algún momento, los estadounidenses deberán despertar de la insostenible ilusión de que su frustración dentro del país más rico y poderoso del planeta no se debe a los mexicanos sino lo contrario, por razones que ya analizamos muchas veces. Y si no despiertan, cosa probable a juzgar por la historia, la contradicción social estallará por cualquier otro motivo.

Pero en el fondo la lógica es simple: la gran crisis del siglo XXI será directa consecuencia de la avaricia del 0,1 por ciento de la población más rica, consecuencias que no servirán ni a unos ni a otros, ni a los marginados ni a los insaciables multibillonarios que acumulan la mayor parte de la riqueza de este país inmensamente rico. Si este quiebre se produce (nada nuevo en la historia, si vemos la historia más allá de unas pocas décadas y más allá de nuestros deseos de que el problema no exista) el nuevo Orden no comenzará con un nivel de vida superior a 1960.

No se trata de saber si este gran conflicto estallará en Estados Unidos o no, sino cuándo. ¿Unas décadas más? Quién sabe. Ojalá me equivoque, por mi hijo y por su generación. Sin embargo, observemos que, durante muchas generaciones, durante todo su período de hegemonía, primero regional y luego mundial, este país ha exportado violencia o la invertido en el conflicto racial (como forma de disimular la lógica del conflicto de clases, que no es una prescripción marxista sino una realidad capitalista, como lo demuestran los documentos de los últimos siglos). La idea de que «el otro» es siempre un enemigo, sea doméstico o foráneo. (Mentalidad expresada desde las películas de indios malos y cowboys buenos, de negros degenerados y rubiecitas listas para ser violadas o salvadas por algún miembro del KKK, como en The Birth of a Nation, hasta en las de ciencia ficción, donde los extraterrestres siempre procuran el dominio y la destrucción de la humanidad, mentalidad que explicaría por qué los extraterrestres, supuestamente más avanzados, ni se molestan en contactar con nosotros).

Una vez perdida la hegemonía y los privilegios de poder imprimir papel moneda sin mayores consecuencias negativas para la economía, los conflictos se multiplicarán y una de las dos válvulas de escape de la violencia, la internacional, se cerrará considerablemente. El resultado será un intento de abrirla, un nuevo conflicto internacional, o una mayor presión sobre la válvula doméstica. En este caso, la tradicional violencia contra las minorías (negros, mexicanos, gays, ateos) primero y, finalmente, contra el verdadero origen de la realidad indeseada: la insaciable avaricia de la micro elite multibillonaria. Esta realidad, que caerá como desgracia sobre todas las clases sociales, será precedida por breves y esporádicos conflictos y periodos de calma.

Tenemos, entonces, dos problemas que continúan creciendo y sin voluntad colectiva para encarar sus soluciones. Por el contrario, el actual recurso de mirar hacia el pasado es una forma radical de negacionismo.

¿Cuál podría ser la solución? Me temo que hay una solución y es demasiado radical como para imaginarla a corto plazo, justo cuando los tiempos urgen: la solución es la abolición de los partidos políticos y la instrumentación de una democracia radical, participativa y liberada de fidelidades ideológicas y de la corrupción legal del gran capital, es decir, la erogación de la práctica tribal de la defensa de «paquetes partidarios», fácilmente manipulables por la propaganda de los poderosos que pueden pagarla, como lo es defender a un mismo tiempo el amor y la no violencia de Jesús junto con las armas, las guerras, el odio al otro, al negro, al pobre y a los despreciables intelectuales y científicos que creen en la demoniaca teoría de la Evolución y en la no menos demoniaca advertencia sobre el cambio climático. Una democracia pragmática, racional y moral en lugar de la vieja, anacrónica y criminal democracia indirecta hecha de alianzas y de intereses partidarios y plutocráticos. Una democracia que hoy funciona perfectamente para el uno por ciento de la población, pero sobre los beneficios del resto que la sustenta con su trabajo y sus creencias todavía hay muchas dudas y discusiones –gracias a la propaganda del uno por ciento.

Reforma, Revolución o Revuelta. Todo depende de cuán cerca estemos del punto de quiebre.

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.