La participación política es un concepto multidimensional cuyas fronteras son difusas e inestables. La definición tradicional de participación política contiene varios elementos fundamentales: que se trate de una actividad realizada por personas individuales al margen de sus responsabilidades laborales o remuneradas, y que tenga como finalidad influir en una decisión política. A lo largo de […]
La participación política es un concepto multidimensional cuyas fronteras son difusas e inestables. La definición tradicional de participación política contiene varios elementos fundamentales: que se trate de una actividad realizada por personas individuales al margen de sus responsabilidades laborales o remuneradas, y que tenga como finalidad influir en una decisión política. A lo largo de las últimas décadas los referentes de esta definición han sido revisados y progresivamente ampliados. Por ejemplo, se han incorporado las actividades de protesta o el consumo político, aspectos que no fueron considerados en las primeras tipologías.
La aparición de Internet como un nuevo medio de comunicación, participación y movilización también supone un reto para la conceptualización de la participación política, máxime en una época en el que el mismo concepto de partido político se encuentra en crisis. Para muchos, los actuales partidos políticos son anacrónicos, son productos de épocas pretéritas, términos desfasados, estos fueron creados en contextos diferenciados con el actual; su principal problema radica, a mi entender, en que estos fueron creados en la presunción de recursos y energía infinita y crecimiento infinito, mientras que hoy sabemos que los recursos son finitos y que el crecimiento no puede tender igualmente al infinito. Existe ya un número significativo de trabajos que abordan los cambios que Internet ha supuesto para la participación política, la mayor parte de los cuales procedentes del ámbito anglosajón. En España pueden consultarse los trabajos de Rubio (2000) y algunos informes sobre la cuestión (Fundación Jaume Bofill, 2004; Fundación BBVA, 2008). Sin embargo, el debate sobre si la participación online viene a reforzar la participación tradicional o a construir una nueva dimensión aún sigue abierto.
Algunas formas de participación online no son nuevas, en el sentido de que tienen su equivalente offline; en el caso, por ejemplo, de la donación, el contacto con un político o la firma de peticiones, que pueden hacerse tanto en persona como a través de Internet. Pero Internet ha ampliado enormemente el espectro de canales que permiten el intercambio de opiniones políticas y la promoción de iniciativas o movilizaciones que traten de influir en decisiones tanto gubernamentales como privadas: chats, listas de distribución, fórums, blogs, redes sociales, etc. Internet ha cambiado la forma de entender la comunicación política y ha difuminado la frontera existente entre ésta y la participación.
Por ejemplo, la discusión política con amigos o compañeros no suele ser considerada participación (sino parte del concepto más ambiguo de implicación), ¿pero puede no considerarse participación el hecho de escribir comentarios políticos en blogs cuando estos comienzan a tener un papel propio en la definición de la agenda mediática y, por lo tanto, política? El reenvío de correos electrónicos con contenido político, por ejemplo, es también una forma económica, antes imposible, de comunicación que hace posible la difusión rápida y muy extensa (viral) de la información y los estímulos que pueden contener. Es, sin duda, una nueva forma de movilización cuyas consecuencias potenciales aún desconocemos, pero que comenzamos a intuir en procesos como las campañas electorales o las manifestaciones y movimientos (15M o Democracia Real Ya) convocadas a través de redes sociales. Para muchos, estas formas de comunicación online son consideradas como participación política en toda regla.
Para corroborar lo dicho podríamos acercarnos a un informe titulado: ¿Influyó el 15-M en las elecciones municipales? Dicho informe analizó los resultados y el peso de los indignados en 89 municipios de más de 75.000 habitantes. Su conclusión es clara: «Existe una relación entre las movilizaciones y acampadas y voto protesta». En ciudades como A Coruña, Alicante, Barcelona, Castellón, Granada, Madrid, Málaga, Marbella, Oviedo, Pamplona valencia entre otras, el voto nulo aumentó de media 1,7 puntos porcentuales y el blanco, uno. Mientras tanto el apoyo a los partidos mayoritarios descendió en promedio un 8%. También se subraya que en un 63% de los municipios donde la incidencia del voto protesta fue mayor se celebraron manifestaciones del 15-M.
Así mismo, resulta interesante comprobar cómo la evolución del voto en blanco y nulo al parlamento canario en las últimas elecciones ha aumentado exponencialmente. Si el voto en blanco estaba entorno a algo más de 1000 papeletas en las tres elecciones anteriores, en esta última convocatoria esta cifra se ha situado en unas 25.000 papeletas. He igualmente se podría decir del voto nulo que si bien en todas las anteriores convocatorias estada cuantificado en apenas unas 600 papeletas de media, ahora mismo se contabilizaron también unas 25.000 papeletas.
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